Luis de la Cruz. El silencio de otros nos habla del nervio de España

El silencio de otros nos habla del nervio de España
 
Luis de la Cruz / 4.04.2019

El monumento Mirador de la memoria (El Torno, Valle del Jerte), dedicado a los caídos del franquismo, se inauguró en 2009. A las pocas horas, el conjunto apareció tiroteado. El escultor Francisco Cedenilla entendió que, con aquellos boquetes, los proyectiles rabiosos habían terminado de modelar lo que sus estatuas significaban. El monumento sirve de testigo mudo y engarce de las escenas del documental El silencio de otros (2018), que ha emitido La 2 de RTVE el jueves 4 de abril.

El documental dirigido por Almudena Carracebo y Robert Bahar ha ganado el Goya en su categoría y también otros premios, como el de Mejor Documental, en el Festival de Berlín. A través de un hábil cruce entre imágenes de archivo, entrevistas y grabaciones de actualidad originales, los directores acompañan en su periplo a los represaliados del franquismo embarcados en la llamada querella argentina, que busca la justicia negada en España por las leyes de punto final a través de la vía de la Justicia Universal.

Desde que se estrenó, la película se ha visto en colectivo en muchos lugares, como ceremonial y como acto político. A las proyecciones le han seguido coloquios y reflexiones comunes. Yo hoy la veo solo, que es una manera distinta –seguramente peor– de hacerlo.

El mayor valor de la cinta es que aplica un discurso sobre el olvido como elemento articulador del Estado español. Si en primer lugar la película está consagrada a reconocer a quienes piden justicia, el relato que la sostiene es el análisis de cómo la desmemoria es un elemento constitutivo e inseparable del régimen que surgió de la Transición. El momento en el que algunos de los impulsores de la querella argentina asisten devastados a la anulación de la declaración por videoconferencia ordenada por la jueza Servini (por las amenazas del gobierno español) lo deja trájicamente en evidencia, también otros acontecimienos posteriores, como la negativa a la extradición del torturador Billy El Niño o la repetición machacona en el mensaje del rey joven del discurso sobre la reconciliación, un ladrillo de adobe con el que construyó la generación de su padre el sentido común, esto es, el muro del que hablamos.

En este afán de reflexionar acerca de la memoria y la desmemoria, más allá de señalarla, la película está emparentada con otras anteriores, como Chile, la memoria obstinada (1997), de Patricio Guzmán.

La película está inacabada. España sigue bloqueando la extradición de Martín Villa, Billy El Niño y el resto de criminales franquistas vivos. Hay bebés robados, fosas comunes, miedos nocturnos, lágrimas mojando viejas fotografías. Hay pintura azul como más balas rabiosas sobre la placa recién estrenada de Marcos Ana. La película estará inacabada hasta que el olvido deje de ser nervio del propio Estado español, como es hoy, y para ello, opino, hace falta justicia y reparación. Pero no sólo. Hace falta también poder encontrar la memoria y reconocer la historia como nuestras. Reivindicar lo que fuimos y somos.

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