Marcelino Camacho, la historia de una figura necesaria

“Era un rebelde que perseguía un ideal, que no se conformaba porque quería transformar la realidad”, cuenta su hijo Marcel con motivo del documental ‘Lo posible y lo necesario’, que se estrenará este mes.

LA MAREA | DANI DOMÍNGUEZ | 12-6-2018

Julián Ariza fue uno de los primeros en llegar a un cine que estaba vacío. Alguna tienda abierta, en concreto una librería que invitaba a entrar en soledad, por curiosidad lectora o simplemente para resguardarse de una lluvia que no era bienvenida en el mes de junio. Se sentó en una especie de sala de espera que difería de cualquier cine que conozcamos. Como si se hubiese quedado anclada en unos años en los que no habíamos escuchado hablar del HD. Una pequeña barra en la que reposaba una máquina de palomitas apagada. Una despensa con algunas latas de refresco. Y una estantería a modo de biblioteca renovable: “Coja un libro y deje otro”, rezaba el cartel. Pero añadía una norma: si el libro tenía un papel dentro, no se podía coger porque significaba que alguien lo estaba leyendo.

Ariza llegó a plantearse que se había equivocado de lugar hasta que, poco a poco, empezaron a llegar más personas. A las 11 iba a comenzar el pase privado de Lo posible y lo necesario, un documental sobre la vida de Marcelino Camacho producido por la cooperativa de cine creada con el mismo nombre. Por eso Julián Ariza estaba allí, el primero, como tantas otras veces había estado al lado de su amigo. Algunos besos y abrazos en la puerta de la sala. Una propiedad efímera.

-Oye, pues sales muy bien en la película. Actúas como si fueses un actor-, le dijeron a Julián Ariza antes de empezar.
-Yo hice lo que me dijeron-, respondió él con naturalidad.

Comenzamos a entrar en la sala. En desorden. “Aquí no hay protocolo. Que cada uno se siente donde quiera”, dijo alguien a lo lejos. Y así fue. No hubo presentación. No era necesario porque la mayoría de los presentes aparecían en el filme. Primero se apagó la luz, luego las voces y, finalmente, se encendió la pantalla. Allí apareció la casa natal del fundador de Comisiones Obreras. La “casilla” de La Rasa (Soria), donde nació. Merece el diminutivo que él mismo usaba. Una estancia pequeña, al contrario que su figura.

Alejado de pomposidad, el director, Adolfo Dufour, cuenta la historia del sindicalista a través de archivos de hemeroteca y las aportaciones dramatizadas de Carlos Olalla en el papel de Marcelino, y de Gloria Vega en el de Josefina. Ambos, un escenario y un violoncello. Lo necesario para retratar la vida de un hombre que necesitó poco para sí mismo porque lo dio todo para el resto.

Con estas herramientas, el largometraje se divide en dos partes. Al principio, mediante el testimonio de familiares y amigos, recrea la primera etapa de la vida de Marcelino Camacho: su infancia, su juventud, su lucha en favor de la República, su exilio, el día que conoció a su compañera de vida, Josefina Sámper, su vuelta a España y las dificultades en Madrid… Una hora que se pasa casi sin querer, donde conoces al Marcelino Camacho más desconocido.

La segunda parte presenta a una figura mucho más política. Y su fondo. Porque Camacho no se convierte en un referente del sindicalismo por su oratoria. Detrás hay una historia de sacrificios, de fatigas, de creación de conciencia política. La plantilla de Perkins, la empresa donde trabajó Marcelino Camacho después de volver a España, le reconocen sus esfuerzos para crear un pensamiento crítico en ellos.

La cárcel es uno de los grandes varapalos en su vida, pero no le pilló por sorpresa. Ni a él ni a Josefina. Ya habían dado la señal de una casa de Carabanchel porque sabían que de esta forma iban a poder estar cerca. No tardó mucho en salir, pero el proceso 1.001 volvió a meterle entre rejas. Catorce años en total le costó la lucha. Una lucha en la que Josefina siempre estaría codo con codo, levantándose de madrugada para cocinar comida para todos los presos. Una comida que, en ocasiones, Marcelino no pudo probar por encontrarse en huelga de hambre. Y entre medias, amenazas, ilusiones y desilusiones. Esta segunda parte no se podría entender sin las aportaciones de su hija Yenia, pero sobre todo, de Marcel, quien compartió celda con su padre.

Marcelino nunca sintió especial apego por sus cargos políticos. Con integridad, renunció a su escaño como diputado del PCE dos años después de haber sido elegido, y con el puño en alto abandonó la presidencia de Comisiones Obreras. Punto final.
Las luces se volvieron a encender. Ahora tampoco hubo palabras al público. Tan solo abrazos, besos y muchas felicitaciones. Lo necesario, porque con pocos medios habían logrado lo imposible. Un imposible que era necesario para dar a conocer la historia de quien trató de poner los cimientos de un país que se desmoronaba, y cuyos escombros siempre caían encima de los que más sufrían. La figura de ese hombre con jersey rojo al que hasta el mismo rey tuvo que darle las gracias.

El legado

Esta película-documental es un homenaje a la vida y la trayectoria del dirigente de CCOO el año en el que se cumple un centenario de su nacimiento. “Marcelino es el símbolo de un periodo largo y duro que comprende desde el inicio de la Guerra Civil hasta el final de la dictadura. Es la historia de una lucha”, aseguraba Julián Ariza hablando de su amigo. La historia de Marcelino Camacho es la historia de una gran parte del siglo XX en España. “Con este documental no solo se conoce a Marcelino, sino también la historia de un periodo de miseria, de dificultad y de persecución”, añadía.

Pero, ¿cuál es su huella 100 años después? Para su hijo Marcel, su padre nos legó una forma de lucha. “Era un rebelde que perseguía un ideal, que no se conformaba porque quería transformar la realidad. Era indomable a la vez que respetuoso con sus compañeros y sus contrincantes. Es un ser necesario”. Un espíritu que se echa en falta. Y avisaba a la sociedad actual: “En todas las épocas es necesario salir a la calle”. Para que no nos domen, ni nos doblen, ni nos domestiquen.

Marcelino Camacho, la historia de una figura necesaria