Comisión por la Memoria del Ayuntamiento de Mollina: MOLLINA. Los nombres de la memoria.

MOLLINA. Los nombres de la memoria

Deber de memoria

Más de ochenta personas perdieron la vida en Mollina entre agosto de 1936 y marzo de 1938, víctimas de la represión y la violencia de quienes se alzaron en armas contra el régimen constitucional y democrático de la II República.

La mayoría de ellos murieron en la mañana del 12 de agosto de 1936 bajo los disparos de las tropas golpistas que tomaron Mollina al mando del general José Enrique Varela. Una débil e improvisada resistencia hizo frente a la columna militar que, horas antes y sin apenas oposición, había tomado los pueblos vecinos de La Roda de Andalucía, Fuente de Piedra y Humilladero. La respuesta a la misma fue una feroz represión sobre la población civil que, desolada e indefensa, vio como la aplastante capacidad operativa de los ocupantes, agrupados en una veintena de compañías militares, causó la derrota fulminante y total de los resistentes republicanos, muchos de los cuales emprendieron la huida hacia Málaga en busca de refugio.

Una vez ocupada Mollina continuaron los disparos indiscriminados contra el vecindario, sobre todo en los barrios más pobres, provocando nuevas bajas entre la población indefensa. A las doce de esa misma mañana, miércoles 12 de agosto, en sesión celebrada en la Casa Consistorial, el general Varela, en nombre del general Queipo de Llano, designó una nueva gestora a la que le fue encomendada la pronta normalización de la vida municipal. A pesar de ello, la represión, persecución y muerte de nuevos vecinos proseguiría de manera brutal.

Apenas transcurridas dos semanas desde que Mollina fuese tomada por los rebeldes, entre el 30 de agosto y el 26 de septiembre de 1936, veinticuatro hombres fueron fusilados sin piedad frente a las tapias del Cementerio, y sus cuerpos arrojados en fosas clandestinas cavadas la noche anterior a los crímenes. Sólo uno de ellos pasaba de los cincuenta años de edad.

Las últimas ejecuciones de vecinos de Mollina, se llevaron a cabo entre el mes de septiembre de 1936 y principios de marzo de 1938 y tuvieron como escenario la vecina ciudad de Antequera. Allí fueron asesinadas más de veinte personas entre las que se encontraban dos jóvenes de apenas dieciocho años y dos mujeres, madre e hija, fusiladas el 12 de septiembre de 1936 a las puertas del Cementerio. La mayoría de ellas habían sido detenidas en Mollina durante los días posteriores a la entrada de las tropas sublevadas y conducidas más tarde a Antequera donde fueron ejecutadas sin juicio y hechas desaparecer.

A estas muertes hay que añadirle la de aquellos naturales de Mollina que fueron ejecutados o murieron en prisión lejos del pueblo que los vio nacer y que es de justicia liberar del injusto olvido que han padecido.

La muerte en Mollina de más de ochenta personas, la prisión y tortura padecidos por unas, la desaparición y condena al exilio de otras, la vejación y el escarnio público al que fueron sometidas muchas mujeres, la depuración política de funcionarios municipales, la incautación del patrimonio obrero como la Casa del Pueblo, el desprecio con el que fueron tratadas las víctimas, calificadas en las actas consistoriales de hordas, fieras marxistas, barbarie roja y malos hijos, constituyen una cartografía de la infamia que el pueblo de Mollina ha sabido afrontar con apreciable espíritu de justicia y reconciliación.

Ni silencio ni olvido

Mollina fue uno de los primeros pueblos de España en recordar y honrar públicamente la memoria de sus hijos asesinados. El día 1 de noviembre de 1977, se celebró el primer acto de homenaje a las víctimas olvidadas de la guerra civil en Mollina, con el fin de reclamar verdad, justicia y reparación para las mismas. El germen de este homenaje surgió a mediados de 1976, cuando aún no se había cumplido un año de la muerte del dictador, por iniciativa de un colectivo de jóvenes comprometidos con los valores de la libertad y de la democracia. La ausencia de derechos constitucionales y de ayuntamientos democráticos, hizo que el único espacio de acogida y libertad en Mollina fuera la iglesia local. El apoyo del párroco de la misma fue importante para la celebración de este primer homenaje popular.

El mismo tuvo lugar en el Cementerio, en cuya entrada principal se congregaron a las seis y media de la tarde de ese día, un numeroso grupo de familiares y vecinos cuya presencia silenciosa y pacífica, rompía, por primera vez en cuarenta años, el muro de olvido y de silencio que los vencedores de la guerra civil española habían levantado de forma injusta y alevosa sobre tantas víctimas inocentes.

Allí, frente a una pancarta sobre la que podía leerse: «homenaje a los compañeros asesinados por la libertad del pueblo», recibieron sus primeras flores y se dio lectura a un manifiesto que comenzaba diciendo: «no es la venganza la que nos mueve, sino la Justicia» para continuar proclamando: «no queremos que la venganza y el odio, que sólo engendran más odio y más venganza, nos inunden, pues no es con odio ni con revanchas como llegaremos a la Paz, sino con la Justicia».

Justo un año después se celebró el segundo de los homenajes en el que se leyó un nuevo manifiesto en memoria de: «los que perdieron violentamente su vida por la libertad del Pueblo» que decía: «Hoy, sobre este mismo trozo de tierra, al lado de los mismos muros y de las mismas piedras nos hemos reunido, y lo hemos hecho para hablar de vida, de paz, de fraternidad, de verdadera reconciliación. Reconciliación que no es renuncia a la lucha por un mundo nuevo. Y hemos demostrado, hemos dejado claro, muy claro, que el odio, la venganza, el revanchismo, la guerra no es nuestro lenguaje».

Estos actos culminaron dos años después, en 1979, con la construcción de un modesto monolito en el interior del cementerio, que se convirtió en lugar de memoria permanente, donde familiares y vecinos han acudido, desde entonces, a renovar el recuerdo, depositar flores o dedicarle una oración a sus seres queridos.

El 12 de agosto de 2006, con motivo del setenta aniversario de los terribles acontecimientos que conmocionaron Mollina, se celebró un nuevo acto de homenaje en el que se volvió a reivindicar «la memoria de vuestro sacrificio, desenterrar con el corazón tantos años de olvido y de silencio, poniendo fin a la doble injusticia que supone ser víctimas no reconocidas, acalladas y escondidas y la dignificación de vuestra memoria, vuestro derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación moral».

Hasta aquí las páginas más importantes que el pueblo de Mollina ha protagonizado, en aras de recuperar la memoria de las víctimas de la represión franquista. Ahora se trata de escribir la última de ellas, la que ponga fin al capítulo correspondiente a estos dramáticos acontecimientos de su pasado. Para ello, el Ayuntamiento de Mollina ha solicitado y obtenido de la Junta de Andalucía, ayuda para erigir un monumento donde queden inscritos los nombres de quienes perdieron su vida por la justicia, la democracia y la libertad. El objetivo de este memorial no es otro que la reparación solemne de la dignidad y honorabilidad de aquellos hombres y mujeres cuyo único delito fue no dar amparo a la rebelión.

Justicia y reconciliación

Al levantar un nuevo monumento con sus nombres, el pueblo de Mollina quiere pasar, con espíritu de justicia y reconciliación, la página más trágica de su historia reciente. Se trata de cerrar heridas, no de abrirlas. Luchamos contra el olvido y la impunidad, y creemos necesaria la reparación política, jurídica y moral de las víctimas, porque lo que nos mueve es la exigencia de verdad y la defensa de los derechos humanos.

Que nadie busque en estos actos de memoria y homenaje a unas víctimas, ignorancia o falta de respeto hacia otras. Todas son merecedoras de nuestra consideración y reconocimiento. Pero en Mollina, a diferencia de lo sucedido en otros pueblos y ciudades, las víctimas mortales de la violencia y la barbarie se encuentran todas en el lado de los vencidos, ni uno sólo de los partidarios del golpe de estado militar del 18 de julio de 1936 fue asesinado. Los vecinos de este bando que murieron, lo hicieron en el frente de guerra, luchando a las órdenes de los sublevados y sus nombres permanecieron durante más de cuatro décadas en la llamada cruz de los caídos, donde se les recordó en una lápida esculpida en su honor. Esa lápida fue sustituida, llegada ya la democracia, por otra donde se recuerda, de forma general y sin citar a nadie, «a todos los que murieron a consecuencia de la guerra civil», sin distinción alguna de banderas o ideologías. Con ello el pueblo de Mollina daba, una vez más, ejemplo de su noble voluntad de concordia.

Ahora se trata de que los nombres de las víctimas anónimas e ignoradas vean la luz. Son ellas la estrella que enciende nuestra memoria. Son ellas las derrotadas de la historia. Nuestro empeño reconciliador no es otro que hacer vivas las palabras pronunciadas por Don Manuel Azaña, Presidente de la República Española, quien pedía para todos paz, piedad y perdón.

Los nombres de la memoria

Las personas que fueron asesinadas en Mollina eran, en su inmensa mayoría, jornaleros atenazados por el hambre y la miseria. Sus simpatías estaban del lado de las fuerzas políticas que defendían la República Española y al morir, dejaron un reguero doliente de viudas y huérfanos tan pobres y desvalidos como ellos. Detrás de cada uno de los nombres que aquí aparecen se encuentra la historia de un ser humano arrancado brutalmente de la vida.

Juan y Josefa fueron uno de los matrimonios al que los militares rebeldes abatieron a tiros el mismo día en que tomaban Mollina. Eran padres de cinco hijos y sus cuerpos, abrazados y temblorosos, cayeron acribillados bajo el hueco de las escaleras de su casa, en la calle Albaicín. Francisco era el nombre del padre y del hijo que fueron arrastrados a pie por la calle Alta hasta las tapias del cementerio donde aguardaban sus verdugos. Allí fueron fusilados al alba junto a otros diez inocentes. El padre era maestro de obras y un buen dibujante. En su casa se leía a diario la prensa y fragmentos del Quijote. Amaban la lectura. Su pertenencia a la Unión General de Trabajadores fue la causa esgrimida por quien les delató.

Otros cinco padres de familia murieron al lado de sus hijos así como varias parejas de hermanos. Dolores y la mayor de sus hijas, del mismo nombre, fueron sacadas de su casa a la fuerza y conducidas a la cárcel de Capuchinos de Antequera. Allí acudían a diario sus hijas, Carmen y María, para llevarles comida, hasta que un medio día de septiembre, al llegar con su pobre fiambrera, les dijeron que ya no hacía falta que fuesen más. Las dos mujeres habían sido fusiladas aquella madrugada frente a las tapias del Cementerio. Patricio se enteró de la muerte de su mujer y de su primogénita quince días después. Trabajaba fuera de su casa, de sol a sol, cuidando bestias. Regresaba a ella cada dos semanas.

Más mollinatos fueron fusilados en distintos lugares de la ciudad, algunos antes incluso de llegar a ella y sus cuerpos abandonados en cunetas y fosas. Comenzaba a correr el mes de marzo, a las puertas de una primavera no estrenada de mil novecientos treinta y siete. ¡Cuánto dolor!, ¡Cuánta vida arrebatada!

Ahora el pueblo escribe sus nombres y el de todas las víctimas olvidadas y lo hace sobre un monumento levantado en su memoria. Con él Mollina dice: ¡Nunca más!

Miguel Ramos Morente

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