De exilios y emociones

El propósito de este artículo es probar las posibilidades que los métodos y los conceptos de la historia de las emociones plantean para un estudio renovado y profundo del exilio. Atendiendo a los ejemplos que ofrecen Américo Castro, Pedro Salinas y Fernando de los Ríos, se realiza un seguimiento, a través de sus epistolarios, de la cartografía emocional que los tres siguieron durante su proceso exílico. En los exiliados se advierte desde el comienzo sufrimiento y esfuerzo emocional, lo que les llevó enseguida a localizar sus espacios para el descanso y el refugio. Una vez que tomaron conciencia de que iban a vivir como exiliados, tocaba detectar y construir las comunidades emocionales con las que entablarían contacto para desplegar y desahogar sus emociones, pero también ubicar sus vidas, sus experiencias comunes y sus expectativas. La familia, el círculo profesional y el contacto y las referencias tanto de los colegas que se habían quedado en España como de otros tantos (españoles o no) que compartían exilo, se detectan con facilidad como esas comunidades emocionales construidas. Dilatado el proceso exílico ya plagado de vaivenes y emociones encontradas, y para vivir y no sólo sobrevivir, era obligado diseñar la propia reconstrucción emocional, una vida nueva, que no olvidaba la antigua, pero que se llenaba también de contenido y alivio.