La fosa del “Pareoro”. Una historia abierta de represión y muerte

La revolución comenzó en Alcalá del Valle (Cádiz) el 25 de julio de 1936. El alcalde socialista y el comandante de puesto de la Guardia Civil habían tomado algunas medidas para salvaguardar la legalidad republicana, pero la entrada de la columna de milicianos procedente de Ronda (Málaga) mostró a todos, a los campesinos socialistas y anarcosindicalistas y también a la ahora atemorizada derecha política, que la resistencia contra el golpe no iba a ser una rutinaria conservación del orden público.

Resistencia y revolución

Los milicianos desarmaron a los guardias y a los derechistas del pueblo, profanaron la iglesia, quemaron los santos e incluso hubo quien pretendió fusilar a dos ex concejales. A partir de ese día, quien realmente gobernaba el pueblo no era el Ayuntamiento frentepopulista que presidía Cándido Marín Portales, sino el Comité de Defensa, dirigido por el líder socialista Antonio Dorado Álvarez, en el que también estaban representados la CNT e Izquierda Republicana. Los jornaleros se hicieron milicianos de la noche a la mañana y colectivizaron los recursos económicos.

La gente de derecha vivió aquella situación con pánico, algunos sin atreverse a salir a la calle, durante un mes. Hasta que el 25 de agosto ocuparon el pueblo los falangistas de la columna Mora-Figueroa. Salieron de Olvera y entraron en Alcalá sin apenas encontrar resistencia, mientras los milicianos huían en desbandada. Dejaron un destacamento de guarnición en el pueblo y parte de la fuerza emprendió el camino de regreso a Olvera, pero a mitad de camino fue interceptada por una columna republicana que la obligó a replegarse hacia Alcalá. Los milicianos no tardaron en reorganizarse y hostigaron a los falangistas durante toda la noche desde las alturas que circundan el pueblo, pero estos aguantaron el empuje hasta que a la mañana siguiente llegó desde Olvera una columna de rescate que rompió el cerco y los sacó de la ratonera. Con ellos también salió un nutrido grupo de labradores, propietarios e industriales –la gente de orden– que no creían seguro continuar en el pueblo.

Ocupación y represión

Regresaron a finales de septiembre. Las columnas rebeldes del general Varela entraron en Ronda el día 16 y tras ella cayeron rápidamente todos los pueblos del entorno que durante los últimos dos meses habían estado controlados por los comités antifascistas. En Alcalá entraron el 18 sin encontrar resistencia. Los milicianos, que conocían la violenta represión que los golpistas habían desatado en agosto en los pueblos y ciudades que controlaban, lo evacuaron y se adentraron en la serranía malagueña.

Los peores presagios empezaron a cumplirse en cuanto las bandas de camisas azules empezaron a recorrer las calles del pueblo. Fusilaron al comerciante Julio Pardillo Oliveira, que poco antes ondeó una tela blanca para avisarlos de que podían entrar sin peligro, y dejaron tirado en la calle el cadáver del alguacil septuagenario Cristóbal Aroca Jiménez. En los alrededores del cortijo El Baldío, muy próximo al casco urbano, mataron a varios miembros de una familia de Olvera, a Juan Guerrero Listán, un hombre casi ciego, que se ganaba la vida como aguador, y a un disminuido psíquico apodado El Tito que se había refugiado en la choza donde vivía aquél.

La compañera de un miliciano socialista

Durante las semanas siguientes continuaron asesinando. Los dirigentes de las organizaciones de izquierda, los miembros del Comité de Defensa y los jornaleros que durante los dos meses de verano formaron la milicia se habían marchado casi todos, pero la represión se cebó con quienes ingenuamente creyeron que nada les ocurriría si se quedaban e incluso con los familiares de los huidos. Ése fue el trágico destino de Dolores Soriano Bonilla, una costurera de treinta y cinco años a quien conocían por el apodo Rubita Pintaera. Su compañero, Juan Barroso Alfaro, era un campesino afiliado a la UGT que prestó servicios como miliciano, formando parte de los grupos que desarmaron a la derecha y que hicieron servicios de vigilancia y de patrulla en el pueblo y sus alrededores. Fue uno de los que se marcharon hacia la serranía malagueña cuando el enemigo ocupó Ronda y, según sus propias palabras, lo hizo “por miedo, puesto que la gente aseguraba que venían los moros cortando cabezas”. También marcharon hacia Málaga dos hermanos de Dolores, Manuel y José Soriano Bonilla. Los fascistas los habrían fusilado a todos si se hubiesen quedado en el pueblo.

Para Dolores también era arriesgado quedarse en Alcalá, pues no había sido ajena a los conflictos sociales y políticos que se vivieron durante los años de la República. Su familia recuerda que en alguna ocasión bordó una bandera republicana y en otra se negó a confeccionar un uniforme para un guardia civil Antonio Fernández, que luego se distinguió como represor. Pero las circunstancias no aconsejaban emprender la huida con su compañero y sus hermanos: tenía cuatro hijos pequeños, con edades que oscilaban entre doce y un año –José, Josefa, Dolores e Isabela– y además estaba embarazada de seis meses. Permaneció varios días refugiada en el cortijo El Granadal, pero tuvo que regresar al pueblo en busca del médico cuando Isabela, la menor de las chiquillas, se puso enferma.

La Guardia Civil la detuvo en cuanto la vio llegar, en la calle Cantarrana. Entregaron la niña a una vecina y llevaron a la madre a la cárcel municipal. Allí la tuvieron tres días y luego la pasaron al cuartel, desde donde la sacaron para asesinarla. En la misma saca iban Isabel González Linares –la mujer de Morente–, Rosa Junquera González –la compañera de Curro el Gitano– Juan Romero Guerra Pajote, Antonio Ayala Jiménez y el adolescente de dieciséis años Francisco Pulido García; y es posible que también fuesen con ellos Antonio Aguilera Guerrero El Mochuelo y a Francisco Soriano Vargas Pichones. Los condujeron en dirección al cercano pueblo de Torre Alháquime y los fusilaron en el paraje conocido como El Pareoro o Pared de Oro, cerca del Cortijo del Rico Cacho. Allí cayeron todos excepto Juan Romero, que logró escapar herido en dirección a Torre Alháquime, pero lo cazaron a la mañana siguiente y lo remataron en Huerto Pernía. Los cadáveres del primer grupo quedaron varios días expuestos en el lugar del crimen, a la vista de los transeúntes, hasta que un vecino de Setenil de las Bodegas fue obligado a enterrarlos allí mismo. En Alcalá se sabe quiénes fueron los verdugos. Uno de ellos comentó que a Dolores, después de fusilarla, se le movía el vientre y a otro lo vieron calzando unos zapatos que pertenecieron a uno de los asesinados.

Carabinero de la República

Juan logró alcanzar la zona gubernamental de Málaga. Estuvo refugiado primero en El Burgo, donde fueron acogidos numerosos huidos procedentes de Sierra de Cádiz, de allí pasó a Málaga, pero tuvo miedo de los bombardeos y se marchó a Almería. Trabajó durante varios meses haciendo servicios de limpieza y cocina en el Campamento Viator, hasta que en febrero de 1937 obtuvo un salvoconducto para Valencia.

En Valencia lo destinaron durante un mes a una brigada de fortificaciones y el 8 de abril ingresó voluntario en el cuerpo de Carabineros. Lo destinaron a la Compañía de Ametralladoras del 4º Batallón de la 211 Brigada Mixta, en la que permaneció hasta el final de la guerra prestando servicios como infante, carpintero y cocinero. Participó en los combates de la primera ofensiva rebelde sobre Cataluña y estuvo en los frentes de Aragón y Levante. Se encontraba de permiso en Valencia cuando los rebeldes ocuparon la ciudad en marzo de 1939 y, como tantos combatientes republicanos, lo hicieron regresar inmediatamente a su localidad de origen. Lo que no sabemos es si ya conocía el asesinato de Dolores –la noticia pudo haber sido transmitida por alguno de los alcalareños que pasaron a zona republicana a finales de 1936– o si lo supo cuando regresó al pueblo en abril.

A los combatientes republicanos que regresaron vencidos desde las últimas provincias libres los aguardaba la Justicia Militar rebelde. Más de cuarenta alcalareños habían sido encausados cuando regresaron al pueblo tras la ocupación de Málaga en 1937, otros trece fueron expedientados en 1938 y en junio de 1939 había en la cárcel municipal treinta y dos detenidos políticos a disposición de la Auditoría de Guerra. El consejo de guerra de Juan se celebró en Olvera el 15 de julio y fue condenado a seis meses y un día de prisión correccional por Auxilio a la Rebelión Miliar –la justicia al revés con la que los rebeldes acusaban, procesaban, juzgaban y condenaban a quienes se opusieron al golpe– pero el Auditor de Guerra no aprobó la sentencia. La causa se vio de nuevo en Jerez de la Frontera, el 8 de marzo de 1940, y entonces lo condenaron a doce años y un día de reclusión.

Si hubiese tenido que cumplir íntegramente la pena que impuso el Consejo de Guerra, habría permanecido en la cárcel hasta el año 1951, pero los procedimientos de revisión y reducción de penas y los decretos de libertad condicional, con los que se pretendía descongestionar la tremenda la tremenda saturación carcelaria, le permitieron salir de la Prisión del Partido de Jerez el 28 de enero de 1942. Desconozco el expediente carcelario, pero debió de recibir la libertad condicional con la restricción del destierro, pues no regresó a Alcalá del Valle, sino que se estableció en Estepona y continuaba residiendo en esta localidad malagueña cuando en marzo de 1945 se le notificó la libertad definitiva.

La herida abierta

Juan ya no regresaría a Alcalá. Cuando pudo se mudó a Algeciras, porque sus hijos habían sido llevados allí a un hospicio, y se ganó la vida trabajando de jardinero. Allí continúa viviendo Dolores Barroso Soriano, la chiquilla que quedó huérfana de madre a la edad de cuatro años. La familia sabía que Juan estuvo en la guerra –conservan su fotografía uniformado de carabinero en Valencia– y que a Dolores la mataron en Alcalá, pero ése es un tema del que se hablaba poco. En 2007, cuando redactaba una monografía sobre la República y la Guerra Civil en Alcalá, me puse en contacto con Dolores Barroso y la abordé con preguntas sobre sus padres. La reacción fue de sorpresa y, al mismo tiempo, de cierto temor. Lo que sólo pretendía ser una entrevista para obtener información para detallar en el libro las circunstancias del asesinato de una de tantas víctimas de la represión fascista en la Sierra de Cádiz, terminó desbordando todas mis previsiones cuando despertó en su hijo, Antonio Moreno Barroso, el empeño de arrojar luz sobre ese episodio oscuro de la historia familiar.

Antonio viajó a Alcalá dispuesto a encontrar a alguien que le explicase qué le pasó a su abuela. En esa búsqueda lo acompañó Manuel Sánchez. Es el nieto de Manuel Soriano Bonilla, un hermano de la Rubita Pintaera que durante la guerra también fue miliciano y carabinero rojo y que luego pasó dos años encerrado entre las cárceles de Alcalá, Sanlúcar de Barrameda y Jerez de la Frontera. Los dos primos se espantaron cuando descubrieron que el asesinato de Dolores Soriano no era un caso aislado, que en Alcalá mataron a decenas de hombres y mujeres. Un año y medio de investigación les ha permitido reconstruir los hechos que sucedieron aquella noche de septiembre de 1936, recomponer la lista de los que fueron asesinados en la saca, localizar a sus descendientes e identificar el paraje donde fueron inhumados los cuerpos.

La fosa del Pareoro

El empeño de Antonio no era sólo conocer la historia de su abuela. Su investigación coincidió con el debate parlamentario y social que generó la llamada Ley de Memoria Histórica y se propuso encontrar la fosa para exhumar. No va a ser la primera fosa de víctimas de la guerra y represión que se abra en la zona. A principios de 1937 los sublevados desenterraron el cuerpo de Gumersindo Vilariño, un falangista gaditano que resultó muerto en los combates de la primera ofensiva sobre Alcalá, lo trasladaron a Cádiz, le rindieron honores en el cuartel de Falange de la capital y lo inhumaron en su cementerio. Pero también hubo exhumaciones clandestinas de las víctimas causadas por los fascistas. A Juan Guerrero, el aguador ciego, lo enterraron bajo un chaparro cerca de El Baldío en septiembre de 1936, pero su hermana María lo sacó con sus propias manos y se lo llevó al cementerio. Durante la década de los cincuenta fueron exhumados, por otro familiar, los restos del fusilado Antonio Ayala Ayala.

Las fosas del término de Torre Alháquime estaban intactas a finales de los cincuenta. En 1958, cuando el gobierno civil solicitó una informe de “enterramientos colectivos” de la Guerra Civil para planificar posibles traslados al Valle de los Caídos, el Ayuntamiento envió una relación ocho parajes del término municipal en los que existían fosas con víctimas de la represión, indicando los nombres de quienes estaban inhumados en cada una de ellas. En la lista figuraba la fosa del Pareoro, con “tres o cuatro de Alcalá del Valle”. Ahora sabemos que no eran tres ni cuatro y quiénes eran.

Antonio Moreno y Manuel Sánchez les han puesto nombres y apellidos, han movilizado a sus familiares y han embarcado al Ayuntamiento de Torre Alháquime y a la Diputación de Cádiz en un proyecto de exhumación. Un equipo técnico multidisciplinar coordinado por el arqueólogo Jesús Román Román, que ya tiene experiencia en la exhumación de fosas de la Guerra Civil –El Bosque y Grazalema– comenzará en breve la intervención. Antonio conoce la complejidad y dificultades que encierra una intervención de este tipo. ¿Y si no aparece el lugar exacto de la fosa? El fiasco de Alfacar pesa como una losa de plomo. En todo caso, tiene claro cuál es su objetivo: “Sólo quiero dar ánimo a toda persona que sea descendiente de un fusilado y esté enterrado por esos campos y cunetas, para que intente su localización. Les puedo asegurar una gran satisfacción personal en el caso de encontrarlo. Y si no es así, por lo menos, nos queda la cosa de que se ha intentado, que ya es mucho”. Lo que lo ha llevado hasta aquí es el deseo de recuperar la memoria, dignificar y enterrar como Dios manda a la abuela que no conoció.

La del Pareoro no va a ser una fosa mediática. No va a atraer a los medios de comunicación del extranjero ni va a ser carnaza para políticos interesados ni para tertulianos de la programación de sobremesa. Es la búsqueda de unas familias que quieren cerrar la herida que se abrió en el verano de 1936. La exhumación será la última página de una historia de represión y muerte que comenzó a escribirse hace setenta años y todavía tiene el final abierto.

Bibliografía

Fernando Romero Romero: Alcalá del Valle. República, Guerra Civil y represión 1931-1946. Ayuntamiento de Alcalá del Valle, 2009.

Fernando Romero Romero: Socialistas de Torre Alháquime. De la ilusión republicana a la tragedia de la Guerra Civil 1931-1946. Ayuntamiento de Torre Alháquime, 2009.

Adjuntos