Hay penas, dolores, que duran para siempre. Nos acompañan toda la vida.
A lo más que llegamos es a mitigarlas, a acostumbrarnos a ellas, a soportarlas
a diario. A hacerlas parte de nosotros mismos. Hay algo de verdad cuando, a veces, decimos que el dolor, si se comparte, disminuye. Al menos, por un rato. La alegría, sin embargo, crece. Compartir la felicidad es lo máximo en la vida. Vivir la pena en soledad es lo peor. Nos puede destrozar.
Ni si quiera el alivio de compartir las penas tuvieron tantas y tantas mujeres víctimas del franquismo. El silencio fue autodefensa y prevención, pero también
incapacidad para comunicar y compartir. El sufrimiento de las mujeres creció.
Algunas de las hijas e hijos, de las nietas y nietos de aquellas mujeres que sufrieron y resistieron lo decían cuando hacíamos una pausa mientras las entrevistábamos:
A mi padre lo mataron y lo enterraron no sabemos dónde. Fue un gran dolor para él y pasó. Pero mi madre siguió viviendo sola y con toda una vida de dolor por delante… Imagínate todo lo que pasó y tuvo que soportar.
Si multiplicamos esta escena, la de una mujer viuda, pobre, con una prole que criar y alimentar y acosada por los mismos que han matado a su marido, y la ligamos a miles y miles de mujeres andaluzas podremos, quizás, imaginar algo
de lo que muchas habitantes de esta tierra llevan vivido desde 1936. Poner remedio a tan profundo e insondable océano de dolor inconsolable es imposible. No hay solución ya. Lo único que podemos hacer es compartir algo de esa pena con las supervivientes de aquel genocidio. Podemos hacerlo en lo privado, con las conversaciones y los afectos surgidos de las confidencias. Pero hay que hacerlo también en público. Los poderes públicos aún tienen que hacer un gran homenaje a las mujeres andaluzas de la posguerra. A las mujeres trabajadoras.
Estas páginas sólo han intentado eso: conocer más y mejor el dolor de
las mujeres y compartirlo, difundirlo para que las generaciones siguientes las conozcamos mejor a ellas y las queramos más. Será difícil, pero lo intentaremos.
Como intentaremos mejorar este trabajo que, por ahora, acabamos. Tres grandes carencias de esta investigación pueden ser el germen de otra futura: una, saber qué pasó con las mujeres que eran maestras o funcionarias de la República y que fueron represaliadas, depuradas, encarceladas o fusiladas en esta comarca. Segunda, cómo y cuán grande fue el robo de niñas y niños en esta comarca en la que La Línea es una de las ciudades que más sufrió en todo el estado este delito organizado en la posguerra por las mafias del franquismo.
La tercera es poner nombres y apellidos a los responsables de tanto fusilamiento, tanta tanto crimen y tanto dolor. Saber quiénes eran, qué hicieron, cómo fueron sus vidas posteriores a su trayectoria criminal y divulgarlo todo.
Ignoro si voy a poder hacer todo lo dicho, pero, en todo caso, me gustaría compartir estas ideas y agradecer su labor a las compañeras y compañeros
historiadoras/es e investigadoras/es por todo lo que he aprendido de ellas y ellos y por no cejar en el empeño de seguir trabajando por la verdad, la justicia y la reparación.
Agradezco a todas y cada una de las mujeres entrevistadas el privilegio que nos dieron al permitirnos compartir con ellas las historias de sus familias.
Este agradecimiento, que llega tarde para las que ya han muerto, lo extendemos a sus hijas, hijos, nietas y nietos. Agradezco a la Diputación Provincial de Cádiz la confianza depositada en mí al becarme este trabajo.
Agradezco mil los cables recibidos y las ayudas brindadas por amigas y amigos y por los integrantes del Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar, de la asociación Casa de la Memoria y del sindicato Unite de Gibraltar. Y a mi madre, Ana Moriche Ruiz, inspiración y refugio, siempre. Por supuesto.
Agradezco también su paciencia y colaboración a mi mujer, Narcisa Ana, mi hija Julia y mi hijo Miguel Sócrates. La muerte de Narcisa cuando este libro se estaba acabando me ha hecho comprender aún más y mejor el dolor de tantas y tantas personas. Su ausencia me ha hecho reconocer mejor el frío de ese océano de penas del que hablé antes. El recuerdo de la felicidad compartida con Narcisa, mi hija y mi hijo me alentará a seguir en la brecha, en la tarea de mantener el calor en la familia y en las familias. Narcisa fue la primera persona con quien compartí la satisfacción de acabar este trabajo y para ella es mi primer pensamiento al publicarlo.