Memoria y martirio de Ramón Acín, el Lorca aragonés

Asesinado el 6 de agosto de 1936, el nombre del pintor, escultor y pedagogo es recuperado en la película ‘El laberinto de las tortugas’, donde se cuenta cómo produjo ‘Tierra sin pan’, Luis Buñuel

EL MUNDO | LUIS MARTÍNEZ | MADRID | 3-5-2019

Cuenta Ramón que tras la muerte de su abuelo cundió el pánico de lo inimaginable, de lo inaudito. «Si eran capaces de asesinar a Acín, lo serían de todo», fue la frase (certera premonición de lo que vendría) más repetida en Huesca y mucho más allá. Acababa de ser fusilado el hombre que sustituyó a su canario por una pajarita de papel por aquello de dejar libre lo que nació de la misma manera; el que pintó un bozal en el hocico de su perro por lo de cumplir las leyes sanitarias sin molestar a nadie (y menos que nadie a su can); el que dio todo el dinero ganado en la Lotería a su amigo por hacer valer lo que de vedad vale. Ramón Acín fue fusilado en la tapia del cementerio de Huesca el 6 de agosto de 1936(17 días después su mujer correría la misma mala suerte) y Ramón García-Bragado, el nieto, le recuerda ahora que luce desde hace una semana en la cartelera Buñuel en el laberinto de las tortugas. Y lo hace no tanto emocionado por la memoria o compungido por la herida, que quizá también, como orgulloso de un reconocimiento que a su manera continúa el que ya le rinde desde 2005 la Fundación Ramón y Katia Acín.

Cualquiera que se acerque estos días a ver la película animada de Salvador Simó que recupera la historia de la producción y rodaje del mítico documental de 1933 Las Hurdes, tierra sin pan no tardará en reconocer verdadero tamaño de una injusticia grave: la del silencio. De repente, un héroe inesperado. En la sombra de una de las mayores personalidades que ha dado el siglo XX, se encontraba Ramón Acín, el «aragonés raro» que decía Gómez de la Serna, como verdadero responsable y hasta inspirador de una película provocadora, violenta, lacerante y mítica. «Creo», comenta el heredero, «que ellos tenían claro que iban sólo a contar lo que pasaba en Las Hurdes. Su intención no era salvar nada». Aunque quizá, cabría añadir, acabaron por salvarse a sí mismos. Por la cinta sabemos que Buñuel se encontraba en ese momento de su vida en el que todo se decide. Tras sus triunfos escandalosos de Un perro andaluz y La edad de oro el de Calanda se veía sin dinero, sin mecenas, sin nada. Y en ésas que apareció Acín, un hombre bueno y, por ello, mártir en un tiempo de malvados.

«Creo que es importante notar», puntualiza el nieto, «que el que se ve en la película es sólo uno de los Acín posibles. En este caso, el productor responsable». En efecto, Acín no cabe en una única definición. Y por ello tal vez su peligrosidad. El llamado Lorca aragonés recibió el sobrenombre tanto por la coincidencia del evidente martirio como su personalidad siempre en llamas, siempre empeñado en convertir su propia existencia en una obra de arte. Fue pintor, caricaturista, escultor (ahí queda el monumento de las Pajaritas del Parque Miguel Servet de Huesca) y escritor ocasional en periódicos. Pero también, y quizá sobre todo, fue pedagogo, convencido de que la primera condición para un acto artístico es algo tan elemental como una sociedad justa; siempre entregado en, según sus palabras, «hacer de cada vida una obra de arte y de cada arte una vida». Su nieto asiente y corrige: «Le obsesionaba la educación y decía que no entendía cómo siendo como somos tan listos de niños acabemos tan tontos de adultos».

Su biografía le hace nacer el 30 de agosto de 1888 en la totémica Casa de la Ena en Huesca, centro de todas las revoluciones venideras. Repasar su vida es recorrer todos los incendios del siglo XX. Tras intentar ser químico acabaría dibujando. Y lo haría en todas las modalidades posibles. Primero lo hizo en el Diario de Huesca donde firmaba como «Fray Acín» y luego hasta se atrevió a fundar dos revistas: La ira y Floreal. Una duraría dos números y la otra, un año. En los dos casos, el ansia de libertad y el corrosivo ácido aciniano(rémora sin duda de su frustrado pasado químico) lo podía todo. En Madrid, intimó con Ramón Gómez de la Serna, al que cedería el Torreón de Velázquez donde vivió. En París, hizo suyas las vanguardias artísticas siempre desde la íntima comprensión del ser humano. Aborreció el comunismo y abrazó el radical individualismo humanista de cierto anarquismo. Un artículo en el que reclama el indulto para su amigo Juan Bautista Acher Shum, escritor y dibujante condenado a muerte por la dictadura de Primo de Rivera, le llevó a la cárcel, y su participación en la sublevación de Jaca en diciembre de 1930, al exilio. Y entre tanto trajín, se casó con Conchita Monrás, con la que compartió experiencia, deseos y hasta dos hijas: Katia y Sol. Y entre tanto querer, alcanzó a desarrollar una obra difusa y encarnada en su personalidad donde la exaltación de la bondad convive con la solidaridad con el humillado, con el ofendido y con sus íntimas tragedias.

«Mi padre, que era un hombre de derechas, del régimen», continúa el nieto, «se empeñó en recuperar el cuerpo de su suegro de una fosa común. Le reconocieron por los lápices en el pijama», dice y sigue: «La historia de Europa es una historia de guerras fratricidas. Todo el debate sobre la Memoria Histórica está bien. Me interesa, pero relativamente. Lo que sí es fundamental es recuperar los restos de los muertos de las cunetas… Sabemos quién señaló a nuestro abuelo y mi madre, su hija, nunca deseó que se le juzgara. El reconocimiento es ya un castigo para los que le mataron». Y ahí, Ramón García-Bragado, nieto de Ramón Acín, asesinado el 6 de agosto de 1936, lo deja. Contra el silencio.

«Amigo Buñuel», escribió Acín el 19 de enero de 1930 en El Diario de Huesca, «tornémonos nidos de gusanos antes que torcer nuestros comenzados caminos; caminos rectos, sencillos, henchidos de independencia y humanidad». Pues eso.

https://www.elmundo.es/cultura/cine/2019/05/03/5ccb1d92fdddffbd1b8b460e.html