Miguel Ángel del Arco Blanco: ‘Cruces de memoria y olvido’, historia de los monumentos a los caídos en la guerra civil

«La ceremonia inaugura una estrategia ritual que explicita la contigüidad entre Estado e Iglesia, emblematizando la dimensión nacionalcatólica del régimen»[1]

«rememoración pública y perpetua, de la Victoria y de sus caídos fue lo que, básicamente y desde muy pronto, guió las políticas de la memoria en la España de Franco (…) un relato coherente y útil como elemento legitimador para el presente fue, precisamente, una política relativa a la exaltación, omnipresencia e invasión de los espacios públicos por parte de los muertos. De hecho, más que de un simple culto a los caídos, se trató de una cultura de la muerte de aspiraciones totalizantes»[2]

Eduardo Irujo / 4..9.2022

Siempre que camino por el centro de mi ciudad llego a la Plaza del Castillo. Lugar de encuentro, inicio de salidas o despedidas nocturnas. Ahí nace la avenida Carlos III, que termina con el espectro de una sombra atosigante, el ‘Monumento a los Caídos’ proyecta sus aristas imperturbable. Con el ejemplo físico palpable y latente de Pamplona (capital del golpe), me adentré en el libro de Miguel Ángel del Arco Blanco Cruces de memoria y olvido. Los monumentos a los caídos de la guerra civil española (1936–2021), publicado este año, en abril, por la editorial Crítica. Y, como sospechaba, su lectura no defrauda.

«las políticas enfocadas hacia la articulación y consecución de un consenso activo en torno al Régimen, a su Caudillo y a los valores que representaban, ninguna tuvo, posiblemente, tanta importancia cotidiana como este culto a la memoria de los caídos»[3]

El análisis del libro se desarrolla en tres partes, con una bibliografía nutrida y un trabajo de archivo y fuentes primarias sobresaliente. En la introducción, el autor ya nos señala y ubica los caminos y elecciones tomados a la hora de la escritura. Desde una visión de largo recorrido, donde: «las memorias son múltiples, se transforman, se transmiten, perviven. Y cuando cambian los tiempos y el marco histórico, reaparecen, se hacen visibles y reclaman su espacio. [Por ello] debemos reclamar la creación de una memoria plural y cívica, donde todos nos podamos sentir incluidos, donde todas las memorias puedan expresarse, donde no haya una memoria absoluta».

«El mito de los caídos es esencial para comprender la memoria colectiva que el franquismo quiso imponer sobre la guerra civil. Surgió durante la contienda y fue la palanca necesaria que llevó a erigir los monumentos a los caídos, donde quedaría preservada la memoria de piedra del franquismo»

En la primera parte del libro se analiza pormenorizadamente cómo se gestó ese ‘mito de los caídos’. Impregnado y presente desde el s.XIX, tomó características propias, pero insertado en un movimiento europeo. La muerte se mostraba como requisito necesario para salvar a España, a la nación.

«La guerra civil fue la hora cero de la cultura del franquismo. […] fue también una guerra de significados». Y la base que aglutina los pedestales sobre los que se erigieron estos monumentos eran el nacionalismo y el catolicismo. En la fusión de lo sagrado con lo político es donde nace ese culto.

«Aquellos ‘héroes’ fueron ensalzados, identificándolos con todas las cualidades de una supuesta nación idealizada: la juventud, la masculinidad, la valentía, la heroicidad, la abnegación, la fe y el sentido de sacrificio». Y, para ello, se va a utilizar el espacio público, como lugar donde las relaciones sociales se reproducen, dotándolo de nuevos significados. Durante la guerra fueron los funerales y entierros el elemento clave para la forja del mito. «La Iglesia oficiaba los funerales y sancionaba el carácter sublime de la contienda».

En el segundo capítulo nos adentramos en los entresijos de por qué se eligió la cruz y la piedra para honrar a esos muertos. Operaba tanto una idea católica de la existencia como una visión gloriosa del pasado imperial. Al igual que en el resto de las demostraciones de duelo, desde el poder central «se dictaron normas para regular el diseño y construcción de los monumentos para dotarlos de una tipología similar, unificando sus símbolos y significados». El ministro de Educación Nacional Pedro Saínz Rodríguez firmó una orden ministerial con este propósito. «Se expresaba así la voluntad de dominar, controlar y configurar desde el principio cualquier elemento que sirviese para construir la memoria oficial de la guerra civil o la historia de España».

Luego se explican las diferentes peticiones, rechazos y construcción de estos monumentos en los dramáticos años posteriores a la contienda. Pese a las desavenencias entre los diferentes sectores del régimen, siempre consiguieron sobreponerse.

«Los monumentos a los caídos también son documento en los que leer el franquismo y sus partidarios»

En la segunda parte de la obra, Miguel Ángel del Arco se adentra en la significación y estética de estos monumentos. Se analiza cómo sirvieron para dotar a la ‘comunidad nacional’ de símbolos y mitos. A pesar de utilizar la cruz (religioso), los monumentos tuvieron una clara finalidad política. Esta idea de comunidad nacional sirvió para consolidar el nuevo orden político. «La sangre era la semilla necesaria para que España se regenerase y alcanzase su destino imperial».

Con el hecho de elegir la cruz, se abrazaba la concepción de la guerra civil como una ‘Cruzada’ entre el Bien y el Mal. Daba sentido a los que habían caído durante la contienda por Dios y por España. Se hace también un breve esbozo de los arquitectos que sustentaron esta interpretación monolítica y un recorrido por los diferentes monumentos político-religiosos y las características comunes a todos ellos: «la cruz que presidía el conjunto; los escudos que la acompañaban; y las lápidas que señalaban el motivo del sacrificio de los héroes y mártires por España».

En definitiva «la nación española se construía con el recuerdo de la guerra y la victoria, y no mediante la reconciliación y la paz».

En el capítulo quinto se alude a los materiales y espacio donde se ubican estos ‘lugares de la memoria’ y, finalmente, en el capítulo 6 se hace un recorrido sobre el monumento por antonomasia del franquismo: el Valle de los Caídos. «Granito y piedra maciza aseguraban la pervivencia del monumento, haciéndolo eterno como la memoria de la guerra, de los mártires y a la existencia de la nación española».

«Y quien monopoliza la voz crea la memoria»

Ya en la tercera parte se atiende a la pervivencia de los monumentos, (re)significación y mantenimiento desde el franquismo hasta nuestros días.

«No puede comprenderse la configuración de la memoria de los vencedores sin el aniquilamiento de la memoria republicana. La sangre fue un elemento esencial en la imposición de esta memoria oficial y única». Desde este inicio se va creando una línea temporal que irá olvidando y reaccionando hasta esta idea primigenia.

Ya en la década de 1950 el mito de los caídos perdía vigor. Y en los años 60 y 70 casi desaparece de la prensa. Comienzan los ataques a los monumentos, una «iconoclastia (que) era una lucha por la memoria en toda regla que pretendía liberar el pasado del control de los vencedores de la guerra». Se sigue con un análisis de la entrada en democracia y cómo esta no hizo nada por dignificar y recuperar a las víctimas del franquismo así como implementar una «memoria democrática activa, decidida y consensuada». Eso sí, se reconoce el esfuerzo de múltiples municipios para recuperar los cuerpos de las víctimas y toma como ejemplo Navarra. También se señalan los traslados de las cruces, borrados de inscripciones o su derribo.

A partir del año 2000, se activa la ‘memoria democrática’. Pero «la memoria se construye desde el presente y cómola historia quiere ser simplificada, alterada y borrada cuando es incómoda, con el fin de generar una visión homogénea y simplificada del pasado. Para fines que se hallan en el presente y con vistas al futuro».

Ya en el epílogo, el autor diferencia el concepto de historia del de memoria. Con honestidad y sinceridad meridianas, asegura que no hay verdades históricas establecidas y que se van construyendo a lo largo del tiempo. Y de este modo, no se le podrá achacar a este libro el problema que señala el historiador Javier Rodrigo respecto al uso del pasado y la memoria en los textos publicados sobre el tema: «los constructos que se elaboran tienen más que ver con la proyección hacia el pasado de los intereses políticos o identitarios del presente que con el estudio y la interpretación del pasado […] En ese contexto, la crítica de la historiografía ha radicado, fundamentalmente, en el escaso espesor y rigor teóricos de sintagmas como el de memoria histórica, cuyo empleo sería signo de cierto deslizamiento hacia el maniqueísmo y la simplificación categórica, la bipolarización, la estandarización y el relato heroico, centrando en las víctimas pero dejando sin relato a los verdugos»[4].

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[1]Giuliana Di Febo: Ritos de guerra y de victoria en el España franquista, Valencia, PUV, 2012, p.35

[2]Javier Rodrigo: Cruzada, paz, memoria. La guerra civil y sus relatos, Granada, Comares, 2013, p.53

[3]Ibidem. p.53

[4]Javier Rodrigo: Cruzada, paz, memoria. La guerra civil y sus relatos, Granada, Comares, 2013, p.121

M.A. del Arco Blanco: ‘Cruces de memoria y olvido’, historia de los monumentos a los caídos en la guerra civil | by Eduardo Irujo | Sep, 2022 | Papel en Blanco