Miguel Hernández, corresponsal de guerra en el frente andaluz

Del fatal destino de los poetas de la generación del 27, la historia de Miguel Hernández es una de las más tristes. Su muerte con tan solo 31 años en el penal de Alicante, asfixiado por una terrible tuberculosis, el 28 de marzo de 1942, consagró su figura ante las “tristes tristes guerras” que vivió muy de cerca en su corta existencia. Su paso por Jaén como corresponsal de guerra, la creación a pie de trinchera del poema ‘Aceituneros’ o su primera detención a manos de las fuerzas de Franco en el pueblo de Rosal de la Frontera donde fue vejado hasta orinar sangre, marcan la historia del poeta oriolano por Andalucía en el 74 aniversario de su muerte.

María Serrano / 30 mar 2016
 
HERNÁNDEZ DE CORRESPONSAL EN JAÉN

“Un día de estos salgo para Andalucía”, relataría Miguel Hernández a su aún por entonces novia Josefina Manresa aludiendo a su llegada inminente al frente de Jaén en marzo de 1937. Durante aquella etapa aún de incertidumbre sobre el desenlace de la guerra, Miguel se haría cargo de la propaganda republicana en el ‘Altavoz del Frente’ para levantar los ánimos y la moral a las tropas aquel frío invierno. El investigador Ramón Fernández Palmeral apunta que a mediados de febrero del 1937, Miguel es destinado con el Quinto Regimiento para encargarse de la publicación “Frente Sur, que se editaba en Jaén, dependiente de Altavoz del Frente, con el comandante Carlos Contreras, comisario político del 5º Regimiento, que le da oportunidad de hacer viajes por los pueblos andaluces para declamar sus poemas en los frentes”. En su primer número publicaba su poema ‘Aceituneros’, todo un símbolo para esta provincia andaluza.

Después de su boda, Josefina y Miguel pasarían de nuevo por la ciudad jiennense, que era arrasada por las bombas de los golpistas. Josefina rememora en sus memorias ‘Recuerdos de la Viuda de Miguel Hernández’ cómo “los familiares lloraban desesperados entre los escombros. Recuerdo a un niño, de unos diez años, muriendo entre una puerta y una pared”.

La realidad de aquella guerra se refleja en su faceta periodística, con la que el joven poeta mostraba, tal y como rememoraba en una entrevista, “la prosa de la poesía que yo veo y siento en lo más hondo de esta guerra”. Luis García Montero apunta además que “aquellos artículos bélicos de Miguel recogen la moral comunista heroica de la resistencia ante el ejército franquista (…) narrando que el golpe militar de Franco fue un fracaso y que nunca se hubiera sostenido sin la ayuda de los dictadores europeos”. Las crónicas del poeta en el frente lo llevarían meses más tarde, por orden del ejército republicano, hasta Castuera (Badajoz).

DETENCIÓN EN ROSAL DE LA FRONTERA

Con tan solo 29 años, Miguel Hernández viaja, terminada la guerra, hasta Huelva para pasar al país vecino, camino del exilio. El periodista Rafael Moreno apuntaba que la intención de Hernández era “coger un barco para embarcarse hasta América”. Apenas con lo puesto y sin dinero, sería arrestado el 4 de mayo de 1939 y posteriormente trasladado hasta la prisión provincial de Huelva.

Fernández Palmeral apunta que “en Rosal de la Frontera estuvo cinco días, donde le pegan y le torturan hasta orinar sangre”. En su maleta de cartón llevaba su auto sacramental ‘Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras’ y dos salvoconductos, junto a otros libros. La documentación del Gobierno Civil de Huelva notifica el ingreso de Miguel Hernández el 9 de mayo en el penal de Huelva. Días más tarde lo conducen a Madrid, donde será puesto en una falsa libertad que le dura pocos meses.

‘UNO DE ESOS INTELECTUALOIDES…’

Precisamente aquella actividad periodística, iniciada en el frente de Jaén, habría de ser una de las bazas de las que el régimen franquista hizo uso para justificar su condena a pena de muerte en el Proceso Sumarísimo de Urgencia 21.001, en 1940.

El informe del interrogatorio en Rosal de la Frontera, extraído del libro ‘Miguel Hernández. Una nueva visión’ refleja, según su autor Parra Pozuelo, la opinión de los golpistas sobre Hernández, de quien se afirmaba que “había sido en la que fue zona roja por lo menos uno de los intelectualoides que exaltadamente han llevado a las masas a cometer toda clase de atropellos, si es que él mismo no se ha entregado a ellos”. La pena de muerte se conmutaría por treinta años de cárcel que nunca llegaría a cumplir.

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