Milagro en Cádiz

“Lo fenomenal de estos meses fue la constancia, la voluntad de los intervinientes que fueron viendo cómo pasaban los días, las semanas, en la casi absoluta soledad. Pero no desesperaron”.

RUTAS DE LA MEMORIA | JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ | 2-10-2018

Dicen que el cementerio San José de Cádiz fue el primero municipal que se abrió en España. Durante dos siglos acogió los enterramientos de la ciudad hasta su cierre a comienzos del actual. Hoy, ya clausurado oficialmente, quedan en él todavía varias decenas de miles de cadáveres, aunque la mayoría de la población piense que sus últimos huéspedes son el médico milagrero don Rosendo y Fermín Salvochea, el antiguo alcalde y figura anarquista, a quien también se le atribuye algún que otro prodigio. Entre quienes todavía permanecen en el subsuelo están los restos de decenas de bebés que se suponen fueron robados y otros tantos de vecinos asesinados por los golpistas en julio de 1936. Unos en sepulturas colectivas, de hasta ocho o nueve enterramientos de adultos, y otros en dos fosas comunes.

No sé si pensar que la presencia de Salvochea y don Rosendo han tenido alguna influencia para que las víctimas gaditanas del franquismo no hayan engrosado para siempre, en su totalidad, la cifra de personas desaparecidas. Muchos, desde el mismo momento de los hechos y durante las décadas siguientes, fueron cuidados por sus familias que le dieron digna sepultura. Otros fueron localizados y rescatados por sus deudos años más tarde. También, a partir de los años ochenta, no sin dificultades, hubo quienes consiguieron localizarlos, exhumarlos y que entraran a formar parte de su historia. Fueron iniciativas individuales, casi en silencio, o colectivas sin mayor repercusión ciudadana. Pero todavía quedaban muchos.

Hasta 2015, el ayuntamiento había estado gobernado por el PSOE (1979-1995) y el PP (1995-2015). Ninguno de ellos había considerado una prioridad el intervenir en la búsqueda de los represaliados y represaliadas. Como tampoco el resto de las administraciones regionales y estatales, para ser justos. Tampoco había cuajado en la ciudad una asociación de familiares que encabezara, concienciara y presionara para que así se hiciera. Solo una plataforma de entidades políticas, sindicales y ciudadanas levantó la bandera en apoyo de las gestiones que José María Aráuz Vélez llevaba en solitario, hacía años, para rescatar los restos de su tío Domingo Clemente Vélez.

Sin embargo, a lo largo de 2014 todo comenzó a moverse. En contacto con la empresa municipal encargada de los servicios funerarios, Cemabasa, desde Sevilla, la Dirección General de Memoria Histórica (DGMH), regida por entonces por IU, realizó un estudio de los posibles enterramientos que todavía pudieran existir en el cementerio entonces en fase final de clausura. El estudio señaló que era posible que, al menos, 16 personas enterradas en sepulturas pudieran exhumarse. Una de ellas, la del tío de José María Aráuz. Aún tuvo que producirse otro “milagro”: que se celebraran elecciones municipales. La llegada al gobierno de la ciudad de Por Cádiz Sí se Puede y Ganemos Cádiz significó la implicación decidida del cabildo gaditano. Una opción política adoptada por el primer teniente de alcalde que se trasladó a Cemabasa y al personal técnico municipal. Trabajadores, el propio arqueólogo municipal, y medios materiales de una y otro participaron, con el equipo técnico contratado por la DGMH, que a pesar del cambio de titularidad mantuvo el compromiso, en la campaña que comenzó un frío día de enero de 2016.

Si milagroso (portentoso, pasmoso, fenomenal) había sido que se dieran las circunstancias necesarias para que los trabajos comenzaran, no menores fueron las que permitieron que la búsqueda fuera exitosa. Pronto, una vez pasados los primeros momentos de fotos y visitas multitudinarias, dentro de un orden –todo hay que decirlo–, se vio que la apuesta municipal pasaba por la continuidad de la implicación política y personal decidida del primer teniente de alcalde de Ganemos Cádiz y por la abducción del personal técnico municipal y del contratado de la DGMH. El edil fue haciendo frente a los diversos problemas burocráticos y económicos que se presentaron; el arqueólogo municipal terminó por hacer propia su presencia y, en la práctica, dobló su horario laboral; y el equipo técnico de la Junta, una vez agotados los 18.000 euros del contrato menor de entonces –hoy se ha reducido a 15.000– continuó, incluso a costa de sacrificios económicos, trabajando durante los meses siguientes.

Fueron semanas durante las que se deshicieron equívocos, se hicieron descubrimientos documentales, se sufrieron desilusiones y pasaron tragos amargos. En muchos casos, sin temor a ser reiterativo, con matices portentosos. El mayor de todos, cuando se vació la sepultura en la que debían encontrarse los restos de Domingo Vélez. Había sido ya intervenida y convertida en un osario. La vida es así de cruel. La persona que más había luchado para que la exhumación se llevara a cabo, al que la documentación le había asegurado que su familiar se encontraba en la sepultura, veía que no era así. El golpe fue muy fuerte. Aunque el duelo se cerró. Porque, en un acto de generosidad extrema, la familia consideró que los que sí iban siendo encontrados eran todos suyos, como si fuera su tío. Poco a poco fueron apareciendo hasta ocho cadáveres de represaliados. La mitad de los que se esperaban.

Lo fenomenal de estos meses fue la constancia, la voluntad de los intervinientes que fueron viendo cómo pasaban los días, las semanas, en la casi absoluta soledad. Pero no desesperaron, como tampoco cejó el compromiso del primer teniente de alcalde gaditano. Así que, a punto de entrar el verano, la campaña terminó con la mirada puesta en las pruebas de ADN y, sobre todo, en donde, se piensa, están enterrados casi dos centenares de asesinados: las fosas comunes, norte y sur, del patio 1º. Quedaba la incógnita de cómo se iba a afrontar económicamente el envite. El punto de partida era el compromiso municipal y la colaboración de la DGMH en que la burocracia, ya estaba en vigor la ley de Memoria Histórica andaluza, no supondría ningún problema.

De nuevo se produjo el milagro. La idea de la concejalía gaditana era utilizar la posibilidad de utilizar unos programas de la Junta de Andalucía para contratar a un equipo técnico que cubriera, durante seis meses, los trabajos. La experiencia de la campaña anterior así lo aconsejaba. Más aún sabiendo que se iba a intervenir en un espacio en el que se mezclaban diferentes tipos de enterramientos. Como siempre, la realidad superó a las expectativas.

Durante los últimos meses de 2017 se realizó el estudio documental de localización de las fosas, no del todo claros, de quiénes fueron enterrados en ellas y cuáles habían sido las intervenciones realizadas en la zona durante estos más de ochenta años transcurridos. Así se pudo situar, aproximadamente, el espacio que las ocupaba, después de una prueba de geo-radar, y que el número de asesinados enterrados, incluidos aquellos que murieron en la cárcel, pasaban de 200.

Con la entrada del presente 2018, finalmente, fue aprobado y desembolsado el programa de la Junta, se contrataron a tres arqueólogos y dos peones y el Ayuntamiento ofreció una trabajadora con beca de la Oficina Municipal de Memoria Democrática. Así, en febrero, comenzaron los trabajos. De nuevo en la mayor soledad y con escasos frutos, es decir, ninguno, durante semanas. Más aún, con expectativas sombrías cuando se constató que una de las intervenciones de los años setenta se había dedicado, con especial esmero, a levantar pilares y riostras sobre el espacio de la fosa. Pero, ¡ah!, el cementerio gaditano siempre deja sus mejores portentos para el final.

A pesar de las perspectivas, el equipo se había dedicado a realizar diversas catas. Una de ellas, limítrofe a un pasillo. Ante ella, un día de junio se reunieron un centenar de personas, en su mayoría familiares de quienes se suponen en la fosa. Se trataba de una visita destinada a informar a quienes, a lo largo de esos meses, se habían ido poniendo en contacto con la Oficina Municipal y la Plataforma. Un nuevo milagro: por primera vez en Cádiz se había ido formando un grupo de familiares de víctimas del franquismo en un número significativo, con un objetivo común y que se está pensando formar una asociación.

Aquel día las sensaciones fueron encontradas. Era cierto que la respuesta a la convocatoria era más que satisfactoria, pero también que las noticias a transmitir, a poco más de un mes de la finalización de los trabajos, no lo eran tanto. Allí se estuvo informando y manifestando la intención del equipo no solo de no cejar sino de continuar en una nueva fase. Propuesta que hacía suya la concejalía, comprometiéndose a buscar los recursos necesarios. Eran esperanzas que no dejaban de estar veladas por eso que llaman realidad. Más de uno, incluidos algunos periodistas, fijamos nuestra mirada en un esqueleto que medio asomaba. Después hubo una reunión en la que, haciendo tripas corazón, se acordó seguir difundiendo los trabajos para agrupar al mayor número de familiares posible y apoyar la continuidad de los trabajos.

Pero el milagro estaba al caer. A la mañana siguiente, los arqueólogos, cuando acabaron de presentar el esqueleto que todos habíamos contemplado un día antes, vieron cómo en su cráneo estaban los agujeros inconfundibles, de entrada y salida, del tiro de gracia. Después, en una pierna y en una costilla aparecieron otros. ¡Por fin, tras cinco meses de trabajos se podía sonreír!, incluso reír. Los días siguientes aparecieron otros cuerpos, hasta cuatro, y quedaron a la vista, introduciéndose bajo los perfiles, otros. Pero no fue todo. Entre las familias que se habían acercado al cementerio y contactado con la Oficina y la Plataforma, estaba la familia de Diego Cortés Pacheco. Uno de los asesinados que estaba enterrado en una sepultura de las descartadas, por haber sido vaciada, en 2015.

Durante la exhumación de 2016 ya habían aparecido dos cuerpos, al vaciar por completo, unas sepultura que se suponían osarios. Allí, al fondo, continuaban desde 1936. Los trabajadores en su momento no habían llegado a los casi tres metros de profundidad. Se quedaron unos centímetros antes. En julio, en la zona donde se trabajaba en la búsqueda de bebés robados, una de las sepulturas era la descartada de Cortés Pacheco. Ahora, el equipo técnico decidió llegar hasta el fondo. Allí estaba Diego Cortés y otro compañero. Ahora solo falta que el ADN lo confirme. Pero documentalmente, la coincidencia es al 100%. Dos portentos en apenas una semana.

Llegó el fin de julio y, con él, el de los trabajos también. Ha llegado septiembre y se abre un camino largo y, esperemos, que menos tortuoso tanto burocráticamente como en los trabajos de campo. Esperamos que los milagros sigan produciéndose: que el ayuntamiento dote los trabajos económicamente y comiencen antes de las siempre inciertas próximas elecciones; que se revisen las sepulturas descartadas hace tres años, volviendo a tener presente aquellas en las que los represaliados ocupan los últimos lugares; que el compromiso de la administración del Estado con las exhumaciones se concretice, tal como parece que va a ocurrir con la salida del cadáver del dictador del Valle de los Caídos, y alguna pedrea caiga en Cádiz, que la Junta de Andalucía ponga también el hombro y, sobre todo, que ya puestos en marcha los familiares se hagan presentes y, con ellos, el conjunto de la sociedad gaditana. Es nuestra dignidad la que esté en juego. En Cádiz, como en Milán, también son posibles los milagros.

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José Luis Gutiérrez es historiador, autor de, entre otros: La tiza, la tinta y la palabra: Jose Sanchez Rosa, maestro y anarquista andaluz (1864-1936) (2005); Casas Viejas (2008); El Estado frente a la anarquía (2008); Los sucesos de Casas Viejas en la historia, la literatura y la prensa (1933-2008) (2011); y La Justicia del Terror. Los consejos de guerra sumarísimos de urgencia de 1937 en Cádiz (2014).

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