¿Morirá por fin este año el Caudillo?, por Manuel Bohórquez.

Somos una tierra de viejas cuentas pendientes, de ya te pillaré, de arrieritos somos y en el camino nos encontraremos, de ya llegará el día en que te acuerdes de mí. No nos soportamos entre nosotros mismos

Manuel Bohórquez / 22 ene 2016 / 21:17 h.

Tenía solo 17 años cuando Arias Navarro aparecía somnoliento, con más mala cara que un susto y en la única televisión que teníamos en España, para decir que Franco había muerto. Apenas tenía edad para valorar aquella pérdida, aunque andaba ya pegado a movimientos ciudadanos en Su Eminencia, en Sevilla, y algo sabía. Desde luego, algo más de lo que me enseñaron en el colegio, que no me contaron nada sobre el dictador, solo a formar cada mañana en el patio para cantar el Cara el sol, que casi conseguía meter en el compás de la bulería cuando la leche en polvo de los americanos no me sellaba la garganta.

Mi abuelo y mi madre no hablaron jamás del Caudillo en casa, porque ambos nacieron en un pueblo, Arahal, donde la Guerra Civil española del 36 fue especialmente cruenta. Mi madre tenía solo 10 años cuando estalló y alguna vez nos habló de lo mal que lo pasaba cuando sentía gritar de forma desgarradora a las vecinas que venían del Ayuntamiento, donde les habían dado las pertenencias de sus familiares fusilados en el cementerio la noche anterior: abuelos, padres o hermanos. A ella no le acribillaron a ningún familiar cercano, pero no ha olvidado aún el llanto de algunas de sus amigas. Ni la cara de dolor y espanto de mi abuela Dolores, la madre de mi padre, cuando una tarde tuvo que ir corriendo desde la calle Dorado a la Corredera a hacerse cargo del cadáver de su primogénito, de 21 años, al que le habían hecho un boquete en la barriga cuando se mudaba de un bar a otro huyendo de las balas.

Cuando mi madre me ve irritado con la política, que es casi todos los días, siempre me dice que eso no conduce a nada, que piense nada más en trabajar y en mirar por mi futuro. «Franco murió hace ya más de cuarenta años, y hay que vivir», dice. Lo dice una mujer que enviudó en 1960, con 33 años y tres niños pequeños, sin paga de viudedad y que tuvo que ir a los comedores sociales del pueblo a pedir comida y a limpiar a las casas de los señoritos a cambio de un plato de puchero. Si hoy tiene las rodillas hechas trizas y está en silla de ruedas no es porque jugara al pádel, sino porque tuvo que trabajar como una mula para sacar adelante a sus tres niños.

Cuando habla de aquellos señoritos a los que les quitaba la mugre hincando las rodillas en los bastos ladrillos no lo hace con resentimiento ni odio, sino con gratitud y cariño, porque aliviaron el hambre de sus vástagos. Nunca entendí su actitud y si desarrollé pronto una conciencia social fue precisamente por eso, por conocer bien cómo fue su vida y la de sus padres y abuelos, dedicados todos ellos al trabajo en el campo, cuando lo había. No fue porque me enseñara a odiar, que nunca lo hizo. Ni porque me animara a la venganza o al desquite, que tampoco. Ella los ha perdonado porque es creyente y, sobre todo, porque piensa que es la mejor manera de que no vuelvan a hacerles daño a ella o a sus hijos.

A los de mi generación no nos contaron qué fue la Guerra Civil del 36 y por qué ocurrió. Algunos hemos leído algo y podemos tener una vaga idea de por qué España es un país con una rara tendencia hacia la autodestrucción. Lo estamos viendo estos días. Somos una tierra de viejas cuentas pendientes, de ya te pillaré, de arrieritos somos y en el camino nos encontraremos, de ya llegará el día en que te acuerdes de mí. No nos soportamos entre nosotros mismos y cuando todo apunta a que mejoramos, siempre ocurre algo para volver atrás y ver qué cuentas podemos ajustar con el pasado.

Mi abuelo materno tampoco me habló nunca de la maldita guerra. Jamás lo escuché hablar de política, solo del campo, de los olivos y de las bestias. No era lector de periódicos, sino de novelas de vaqueros y cuando veía la televisión era porque había alguna corrida de toros, que eso sí le gustaba. Solo una vez le pregunté por cómo fue la guerra en Arahal y me dio a conocer algunas historias tristes, desgarradoras, que guardo en la memoria. Me contó que una mañana ya en la posguerra iba un día montado en un mulo con dos amigos y que vieron un plátano tirado en el suelo, seguramente perdido por el dueño del olivar. Me dijo que los tres se tiraron del animal a coger el plátano y que se dieron guantazos y todo por quedarse con el manjar.

El tiempo cura todas las heridas, pero quedan las cicatrices y estas son siempre el recuerdo de algún tipo de dolor. La herida del franquismo está aún fresca, sin cicatrizar del todo, porque no se hizo bien la cura, a pesar de esa Transición a la que llaman modélica y de que destacados políticos de la izquierda española, como Santiago Carrillo y Alfonso Guerra, patalearon tras la muerte de Franco despotricando del Rey, del que no se fiaban –tampoco la derecha–, aunque luego se sumaron todos con entusiasmo verbenero a la reforma, seguramente mirando por el futuro de la democracia, lo que no evitó que muchos españoles hablaran de traición a los perdedores de la guerra por parte de quienes en un principio hablaban de ruptura total con el régimen. Y ya ven en qué se han convertido la izquierda y la derecha, por no hablar de la Monarquía. Todos tienen sobrados motivos para agachar la cabeza y no dejar que miren debajo de sus catres. La derecha sigue sin condenar el golpe de Estado de 1936 y la posterior represión franquista –el genocidio–, y la izquierda, que se apuntó al borrón y cuenta nueva y acabó simpatizando con la Monarquía, sin querer enterrar el odio.

Entre unos y otros, la casa sin barrer y el franquismo resucitando cada día un poquito, metido en las instituciones, con infinidad de símbolos que nos lo recuerdan aún y formando parte del debate político diario, a pesar de que han pasado ya cuarenta años. Creo que la culpa de la tuvo Arias Navarro, quien cuando salió por la tele a decir aquello de «Españoles: Franco ha muerto», debió de haber completado la jugada con un «…Y el franquismo también». Si sabría él, que nos conocía bien a los españoles, lo que durarían Franco y su obra.

http://elcorreoweb.es/opinion/columnas/morira-por-fin-este-ano-el-caudillo-AI1280929