Mujeres rebeldes: las obreras que combatieron el franquismo

Analizamos la experiencia histórica de las trabajadoras que participaron en el movimiento obrero y se enfrentaron al régimen franquista.

Por Jaime Castán

El papel de las mujeres en la protesta social ha sido fundamental a lo largo de la historia, desde ser las iniciadoras de los levantamientos durante los motines de subsistencia de época moderna, hasta ser la chispa que desencadenó grandes procesos revolucionarios. Fueron las mujeres las primeras que el 18 de marzo de 1871 impidieron a las tropas del gobierno francés retirar los cañones de las colinas de Montmartre y desarmar París, llamando al proletariado y a la Guardia Nacional a defender la ciudad, dando inició a la Comuna de París. También fue la huelga de las obreras textiles de Petrogrado un 8 de marzo de 1917 la que, al grito de “¡Queremos pan!”, desencadenó una protesta de 90.000 obreras y obreros en las calles. Aquel 8 de marzo, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer propuesto unos años antes por Clara Zetkin, fue el primer día de la Revolución Rusa.

Existe, por lo tanto, toda una experiencia histórica de mujeres combativas, revolucionarias y protagonistas de la transformación social. Sin embargo, su papel no ha sido reconocido y su importancia infravalorada dentro del relato de la “Historia”. Las mujeres trabajadoras han sido invisibilizadas doblemente, por su condición de clase obrera, y por su condición de mujer. Por estas razones es importante reivindicar toda esta experiencia histórica en el marco de la gran movilización de mujeres combativas que está suponiendo este 8 de marzo y la huelga internacional de mujeres. Es el caso de las obreras que combatieron al franquismo.

La derrota de la clase obrera y la represión

Con la victoria fascista en la guerra civil española se impusieron los intereses de los sectores más reaccionarios de la sociedad: la Iglesia, el Ejército, la alta burguesía y los terratenientes. La clase obrera había sido derrotada, los partidos y sindicatos obreros, prácticamente liquidados, tuvieron que pasar a desarrollar su actividad principal en el exilio. Es el drama de la revolución española, de un proletariado revolucionario y combativo que fue vencido, a pesar de que la victoria fue posible.

Con la postguerra, es la clase obrera la que sufre las peores condiciones y quién debe cargar con las penurias, mientras las clases dominantes vencedoras de la guerra mantenían sus privilegios y hacían negocio con la pobreza de un país entero. La miseria del proletariado es impuesta con mano de hierro, incluso terminada ya la guerra fueron miles los ejecutados y muchos más los hacinados en las cárceles.

En el caso particular de las mujeres, muchas sufrieron agresiones, persecuciones y humillaciones. Durante la guerra y el avance franquista, el rapado del pelo y la ingesta de aceite de ricino fue una de las formas en la que el fascismo se ensaño con ellas y sus cuerpos, como medio de atacar directamente su feminidad y dignidad.

El retorno a la lucha: ¡Mujeres en huelga!

Sin embargo, la clase obrera no perdió su espíritu combativo y no tardó mucho tiempo en reaccionar, siendo las mujeres, como comentábamos al principio de la nota, las primeras en enfrentarse al régimen. De hecho, fueron las obreras, especialmente las textiles, las que tuvieron un protagonismo destacado en las huelgas y protestas laborales de los primeros años del franquismo.

Nadia Varo ha señalado para el contexto barcelonés, como las mujeres del textil autoorganizaron su lucha, formaron piquetes (para parar fábricas, talleres o comercios) e incluso crearon «comisiones de trabajadoras compuestas exclusivamente por mujeres, que negociaban con la dirección de las empresas, fuerzas policías, funcionarios de la OSE o incluso cargos políticos» (1). Una auténtica ruptura de estas mujeres combativas no sólo con las condiciones económicas de miseria impuestas por el franquismo, sino también con los roles de género que les eran impuestos.

Además, hemos de entender que las huelgas y las protestas obreras estaban ilegalizadas en el franquismo, con lo que un conflicto, aunque fuera estrictamente económico o laboral, derivaba muy fácilmente en un conflicto político directo con el régimen.

Sin embargo, este protagonismo de las trabajadoras se verá eclipsado por la protesta laboral que se inicia a partir de 1956, de presencia mayoritariamente masculina. Como ha apuntado Nadia Varo, esto fue consecuencia «de la transformación del mercado de trabajo femenino y de la población trabajadora en general. La crisis del textil y la diversificación de ocupaciones de las trabajadoras hacía que muchas trabajasen en el servicio doméstico y el comercio, sectores donde resultaba difícil la realización de las protestas colectivas y a los que no se prestó excesiva atención por parte del movimiento obrero organizado».

Roles de género impuestos y un movimiento obrero machista
Como ya comentamos en un artículo anterior, las mujeres trabajaron duramente en la época franquista, en este sentido también ganaron el pan. Sin embargo, como veíamos, las obreras fueron discriminadas social e institucionalmente y su trabajo invisivilizado y minusvalorado; así vivieron situaciones de absoluta precariedad e ilegalidad en el ámbito laboral.

Trabajos como el servicio doméstico o la limpieza de oficinas y escaleras, por su propia precariedad y desregulación, dificultaban, al igual que a día de hoy, la movilización de las trabajadoras. Pero incluso en sectores laborales regulados y altamente feminizados, como el textil que veíamos en el apartado anterior, la lucha de las mujeres se vio obstaculizada por el propio carácter masculino y androcéntrico del movimiento obrero.

Hemos de tener muy presente que la clase obrera era profundamente machista, pero a su vez, el partido de referencia de la lucha antifranquista en aquellos años, el Partido Comunista de España (PCE), era un partido estalinista y por tanto homófobo y machista. Toda la experiencia revolucionaria en materia de conquistas de las mujeres llevada a cabo por la clase obrera revolucionaria, así como el papel de mujeres como Alexandra Kollontai o Rosa Luxemburg, estaba oculto tras los retrocesos burocráticos y contrarrevolucionarios de la URSS y la política dictada a los partidos comunistas desde Moscú.

En este sentido, la falta de interés del movimiento obrero por las protestas laborales de las trabajadoras fue la norma. Tal y como ha señalado Claudia Cabrero al analizar los conflictos y protestas laborales femeninas de la Fábrica de Tabacos de Gijón, del sector de la sanidad o de otras empresas como IKE o CRADY en la etapa de 1969 a 1977. Esta autora señala que la atención en Asturias se dirigía a los sectores conflictivos masculinizados del metal y la minería, teniendo en cuenta la posición central que tenía el “obrero masculino industrial” en el discurso del movimiento obrero, lo que explica que partiera de «la consideración de que las protestas realmente importantes son las protagonizadas por los obreros y silencie o considere secundarias la mayor parte de las manifestaciones de conflictividad femenina» (2).

Por lo tanto, la situación laboral femenina, precaria y dispersa, no ayudaba en la lucha sindical de las mujeres; pero tampoco el propio modelo sindical, construido desde la masculinidad, ni la asunción de los roles tradicionales por los propios militantes varones, que en lo familiar o en lo cotidiano no reconocían a sus parejas como compañeras de lucha sino como “mujeres”. Lo que conllevó que muchas militantes tuvieran dificultades en movilizar a empresas donde no había presencia femenina mayoritaria, ya que era habitual que los hombres no se vieran representados por las mujeres. Del mismo modo, como la lucha obrera era asociada a la masculinidad, la conflictividad laboral femenina llega a verse como algo “anómalo” y sus reivindicaciones como “específicas”.

Esta situación generó que muchas veces las mujeres obreras no participaran en el movimiento obrero y en las movilizaciones en su condición de trabajadoras, sino a través de la relación con los hombres, en calidad de madres, esposas, hijas o hermanas. Cumpliendo una función que igualmente fue fundamental, no sólo ocupándose de los cuidados y de los hijos mientras los hombres militaban, sino impulsando la acción colectiva en el seno de las comunidades obreras y originando espacios de lucha específicamente femeninos. Una acción colectiva que, si bien partía de los propios roles reproductores y de la domesticidad, los desbordó generando una fuerte conciencia política.

Un ejemplo importante es el apoyo a los presos y la figura de la “mujer de preso”, un concepto que surgió tempranamente como consecuencia de la represión franquista y que ha sido monográficamente estudiada por Irene Abad Buil (3). Esta autora muestra la realidad que debieron afrontar las mujeres de los presos, pasando fuertes dificultades para sacar adelante a sus familias en un contexto ya de por sí de miseria (especialmente en el primer franquismo), y sometidas a la estigmatización social, a humillaciones y a la represión.

Se desconoce exactamente el origen del concepto de “mujer de preso”, pero pasó a denominar a todas las mujeres con un familiar encarcelado por la dictadura, aunque políticamente los presos fueran distintos. De hecho, en los primeros momentos el mayor protagonismo fue de las “mujeres de presos republicanos”, en los años sesenta hubo mayor diversidad ideológica. Es interesante remarcar cómo, en torno a las cárceles como espacios sociabilidad, las mujeres de preso desarrollaron una conciencia política que las llevó a protagonizar movilizaciones de protesta contra el franquismo de gran visibilidad.

Otro ejemplo es el de las mujeres de los mineros asturianos, estudiado por Claudia Cabrero, y su apoyo desde el primer momento a las huelgas. Primero espontáneamente, después de forma más organizada con un papel clave en el sostenimiento de la lucha de los mineros (recaudando ayudas económicas y repartiéndolas anónimamente entre las familias de los huelguistas), extendiendo el conflicto o acosando a «aquellos que no secundaban la huelga, abucheándoles e insultándoles cuando se dirigían al trabajo».

Hacia un movimiento obrero feminista y revolucionario

El movimiento obrero del franquismo y la transición, liderado por los grandes partidos de la socialdemocracia y el estalinismo, PSOE y PCE, fue incapaz de asumir una política y una estrategia que no dejará de lado a las mujeres y sus reivindicaciones. Una situación que se hizo más evidente en los años 70 con el auge del feminismo dentro del movimiento de mujeres, generándose importantes conflictos con las organizaciones obreras. Conflictos que llegaron hasta la ruptura de muchas mujeres con el movimiento obrero, enfocando su militancia en el movimiento feminista.

En esta cuestión parece fundamental la necesidad de levantar un movimiento obrero que recoja las experiencias más avanzadas del marxismo revolucionario y de las revoluciones obreras, donde las mujeres tomaron un papel protagonista y llevaron a cabo grandes conquistas. Porque como apuntó Juliet Mitchell:

«Si solo desarrollamos la conciencia feminista… lo que conseguimos es, no una conciencia política, sino el equivalente al chauvinismo nacional de las naciones del tercer mundo o el economicismo entre las organizaciones obreras; una mirada que se ve a sí misma, que solo ve el funcionamiento interno de un segmento; los intereses de ese segmento. La conciencia política responde a todas las formas de opresión».

Llevar adelante la transformación socialista de la sociedad, entendida como la permanente revolución de todos los aspectos de la vida hacia un horizonte sin ninguna clase de explotación ni opresión. Como dijo Rosa Luxemburg: «por un mundo en el que seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres».

Así, con las compañeras de Pan y Rosas, decimos que este 8M las mujeres van a pararlo todo, junto a la clase trabajadora y la juventud.

Referencias:
1. VARO MORAL, Nadia, “Mujeres en huelga. Barcelona Metropolitana durante el franquismo”, en BABIANO, José (ed.) Del hogar a la huelga: trabajo, género y movimiento obrero durante el franquismo, Fundación 1º de Mayo, Madrid, 2007, pp. 139-188.
2. CABRERO BLANCO, Claudia, “Asturias, las mujeres y las huelgas”, en BABIANO, José (ed.) Del hogar a la huelga: trabajo, género y movimiento obrero durante el franquismo, Fundación 1º de Mayo, Madrid, 2007, pp. 189-244.
3. ABAD BUIL, Irene, En las puertas de prisión: de la solidaridad a la concienciación política de las mujeres del franquismo, Icaria, Barcelona, 2012.

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