Navarra. Seis niños y una embarazada a 50 metros bajo tierra

La familia Sagardía pide sacar siete cuerpos arrojados a una sima navarra

El País | Carmen Morán | Gaztelu | 3-5-2015

Gloria Pedroarena abre la puerta de su habitación en la residencia de ancianos e invita a la periodista a sentarse en su sillón, al lado de la cama. Tiene un porte regio, pero acusa el cansancio de la edad. El pelo corto, blanco, bien peinado, y unas gafas de sol de patillas anchas. Es ella la que ocupara el sillón para contar lo que recuerda de todo aquello. “Quién me iba a decir a mí que estaría hablando hoy de esa historia”.

Pío Baroja lo llamó el país del Bidasoa para definir las montañas navarras que estos días de primavera desafían al sol con un verde fluorescente. Se llama, de verdad, valle de Malerreka y en uno de sus 13 pueblos ocurrió una de las tragedias más espeluznantes de aquellos días salvajes que sucedieron al inicio de la Guerra Civil. Juana Josefa Goñi Sagardía era una mujer de extraordinaria belleza, casada con Pedro Antonio Sagardía Agesta, con el que tuvo siete hijos. Seis desaparecieron con ella, embarazada de nuevo. El mayor salvó la vida porque estaba en el monte con el padre, de carbonero.

En Navarra, el nacimiento no determina la herencia. Deciden los padres, y los de Juana Josefa dispusieron que fuera para ella. “La gastaron pronto, puede que fuera una derrochona, pero era una buena madre”, relata por teléfono su sobrina Nati desde San Sebastián. Tiene 83 años y los achaques propios. Apenas tenía cuatro años cuando aquella oscura sima se tragó a toda una familia, pero recuerda a sus primos merendando en su casa pan con chocolate. “Cuando llegaron las vacas flacas los chicos no tenían qué comer y que si uno robaba una berza, que si otro unas patatas, que si una gallina. Esa fue la excusa para que los caciques del pueblo los expulsaran de allí”, relata Nati. Estos días, la familia pide que, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, se sondee la sima y se saquen los restos para enterrarlos con dignidad, fuera de un agujero inaccesible de 50 metros de profundidad que se ha convertido en un basurero. Allí abajo hay frigoríficos, maderas, piedras. Y otro cadáver, más reciente, que apareció en diciembre pasado, como luego se verá.

José Mari Esparza y la editorial Txalaparta presentan este martes,La sima. ¿Qué fue de la familia Sagardía?, un libro que rescata aquella espantosa historia, el juicio que le siguió y los silencios y leyendas que cubrieron esos valles. “No viviré lo suficiente para agradecerle que haya escrito esto, esta desgracia ha estado siempre presente en mi casa. Mi madre [la hermana de la malograda Juana Josefa] sufrió muchísimo, nos contó la historia a todos, también a sus nietos, todos la saben”, sigue Nati, una de las sobrinas octogenarias. “Quién iba a pensar que hicieran aquella barbaridad”.

Juana Josefa salió del pueblo a mediados de agosto, expulsada por los vecinos y, embarazada de siete meses; cogió a los seis chicos y se instaló en una caseta derruida en el monte que cubrió con unos matojos. A 450 metros de la sima. Desde allí mandó aviso a su marido, en el monte, pero cuando Pedro Antonio bajó al pueblo en su ayuda lo paró la Guardia Civil. “Lo llevaron a la misma prisión, en Doneztebe, donde retuvieron a Pío Baroja, precisamente”, señala Jose Mari Esparza, el autor del libro, que ha buscado los detalles en el sumario del caso. Estuvo preso ocho días y salió con el mandato de alejarse de allí. El dinero que mandó desde el monte con un conocido le llegó de vuelta. Juana Josefa ya había desaparecido y con ella toda la familia.

“Lo sabe todo el mundo. Esa noche del 30 de agosto se oyeron cuatro disparos de escopeta. Quizá los más pequeños lloraban y los mataron… Pero a los otros los echaron vivos a la sima Todo el mundo sabe que al día siguiente fueron a ver si aún se oían gemidos o llantos allí”, asegura Nati. Pero no hay pruebas de nada. Solo secretos a voces sostenidos en el tiempo. “Después tiraron piedras y troncos. Unos dos días antes, los niños habían merendando con nosotros en casa y una de ellas, Martina, quería quedarse y no volver a la chabola, pero no podíamos tenerla, mi padre estaba entonces en la cárcel. Cuando pasó todo, mi madre no dejaba de repetir: la podía haber salvado, la podía haber salvado”.

Los primeros días de la guerra fueron salvajes en el mundo rural. Los más pérfidos aprovecharon para dirimir lindes, consumar venganzas, callar bocas incómodas, apropiarse de terrenos. Las escopetas iban por libre, adelantando la barbarie bélica que llegaría después y sabiendo que los tiros no encontrarían más eco que el que devolviera el monte. En pleno toque de queda, con las guardias vecinales que se formaban, la gente no abría siquiera las ventanas. Pero en los pueblos todo acababa sabiéndose. “Es imposible que nadie viera en una noche de agosto el fuego que arrasó la chabola en la que vivía la familia, que no se oyeran los disparos”, dice Esparza. Las incógnitas no son ajenas a este relato, a pesar de su peculiaridad: en contra de lo común, hubo una investigación abierta 10 años y ha quedado documentación. En eso tuvo que ver un pariente poderoso, de influencia en el alzamiento militar, “el famoso y cruel coronel Antonio Sagardía, tío del carbonero Pedro, que amenazó con quemar el pueblo si no se aclaraba lo sucedido”. Pero las declaraciones de unos y otros aportaron poca luz. Es tierra de contrabando y bocas selladas. En aquellos años, mandado por el juez, un albañil bajó a la sima, pero a la subida solo relató el hallazgo de piedras, leña y lanas de oveja. Caso cerrado.

El pasado diciembre, unos espeleólogos descendieron de nuevo. El forense Francisco Etxevarría también estuvo allí. Pero lo que apareció nada tenía que ver con lo que se buscaba. El cadáver que emergió pertenecía a un joven de 24 años, desaparecido en la zona en 2008. El secreto de sumario ha paralizado las pesquisas antiguas. Los vecinos han contestado decenas de preguntas sobre este asunto y de paso, entre los verdes prados y las piedras centenarias ha rodado de nuevo la historia de “la sima de la familia”.

Arriba, entre Gaztelu y Donamaría, en la ermita de Santa Leocadia se despacha a gusto Mariluz. “Yo era muy chica, pero mi madre la veía ir y venir a Juana Josefa y siempre decía que era guapísima. Estuvieron siete u ocho hombres en el ajo, ellos fueron los que los mataron. Qué valor. Alguno de ellos murió entre alucinaciones: ‘están ahí, míralos, los veo, en la puerta’; eso dicen”. Y fija la mirada en la montaña mientras cae el sol de la tarde y el verde cobra tonalidades evocadoras. “¿Y sabes qué te digo? Que después de todo aquello siguieron robando gallinas”. Y la quesera Ascen rememora en su caserío el disgusto de su padre porque no evitaron la tragedia. “Siempre lo decía: ‘debíamos haber ayudado a aquella gente”.

En el geriátrico de Pamplona, la mujer de gesto grave, se remueve en el sillón. Ella se casó con el único de los hijos de Juana Josefa que se salvó: José Martín, fallecido en 2007. En la estantería está la foto de la boda. “Él nunca hablaba de esto, pero sabía dónde estaban, en la sima, porque a veces le visitaba gente del pueblo y entonces comentaban… Pero era doloroso. Él siempre llevó algo dentro, pero no lo decía…”. José Martín se metió a requeté, como su padre, que murió joven. Cuando acabó la guerra fue a visitar a sus primos y a la tía, la que le daba pan y chocolate a sus hermanos. La tía Petra le recibió con una bofetada. Le reprochaba que se hubiera ido a la guerra sin saber qué había sido de su familia. Pero luego estuvieron charlando. Esa fue la última vez que lo vieron. Ahora la prima Nati espera saludar a su viuda, Gloria Pedroarena, a quien no conocen. Todos se verán en la presentación del libro de Esparza, en Pamplona, el martes. “Quiero que saquen los huesos de allí, que se les dé un final digno”, reclama Nati. Y la viuda de José Martín, el único hijo que sobrevivió dice con voz serena: “Yo no sé si podemos pedir algo, hasta ahora no me lo había ni planteado y él ya no vive, así que… Yo no sé si esas personas que hicieron eso habrán podido dormir. Quién me iba a decir a mí que hoy estaría hablando de esta historia”.

http://politica.elpais.com/politica/2015/05/03/actualidad/1430666333_537242.html

 

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El crimen de los Sagardia

Tras casi 80 años de silencio y cobardía, el estremecedor crimen de la familia Sagardia Goñi comienza a ver la luz. Una mujer embarazada y seis de sus siete hijos, según rumor popular, fueron arrojados a la sima de Legarrea en agosto de 1936

deia.com | Lola Cabasés | 2-5-2015

Familiares junto a las asociaciones memorialistas piden al Gobierno de Navarra la reapertura de un caso tremendo de la Guerra Civil ocurrido en el pequeño municipio de Gaztelu durante el mes de agosto de 1936. Una familia integrada por la madre, Juana Josefa Goñi Sagardía, embarazada de siete meses, y seis de sus siete hijos “desaparecieron” de la noche a la mañana y durante los casi 80 años que han pasado desde entonces el más que rumor local habla de un crimen execrable: la familia presumiblemente fue arrojada a la sima de Legarrea, en Gaztelu, mientras el marido y padre, Pedro Sagardía Agesta, que se alistó al Requeté, estaba encarcelado y el hijo mayor, José Martín (fallecido en abril de 2007 en Pamplona) trabajaba fuera del pueblo.

La historia de la familia Sagardia Goñi ve ahora la luz gracias a las investigaciones que se llevan realizando desde hace varios años, a la publicación del libro La Sima. ¿Qué fue de la familia Sagardia? de José Mari Esparza Zabalegi y a la demanda de exhumación emprendida por la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra (Affna 36) y el interés de la propia familia, residente en Gipuzkoa y en pueblos navarros, por aclarar los hechos.

Estas averiguaciones, los testimonios de la primas de aquellos niños arrojados a una sima y el análisis del sumario Causa 167 (abierto y cerrado en tres ocasiones entre 1937 y 1946) abre nuevas perspectivas para conocer lo que pasó realmente y cuáles fueron las causas de “uno de los crímenes más horrorosos cometidos al amparo de una guerra civil que armó a la población civil, la envalentonó y le dio pie a cometer atrocidades como ésta sin que, como parece, hubiera una motivación política al uso de aquel tiempo, salvo por el hecho de que tuviera un cuñado rojo”, apunta el autor del libro José Mari Esparza, editor, fundador de la sociedad Altaffaylla, de la Asociación de Familiares de Asesinados Navarros, de la editorial Txalaparta y de la Fundación Euskal Memoria.

El pasado diciembre, Affna36 pidió reabrir este caso y encargó a la Sociedad de Ciencias Aranzadi los estudios previos con la finalidad de exhumar la sima de Gaztelu e intentar localizar los restos de esta familia. De este modo, se pretende cerrar un ciclo de luto y terror, y aclarar una historia que ha marcado durante 80 años al pequeño municipio de Malerreka. Cuando los especialistas de la citada sociedad científica se adentraron en la sima, se toparon con los restos humanos del joven de Legasa Iñaki Indar, desaparecido en marzo de 2008. Este hallazgo ha conllevado precintar la sima momentáneamente pero, también, a acelerar que salga a la luz las indagaciones que se estaban haciendo para esclarecer los hechos de 1936 en torno a la familia Sagardia Goñi.

José Mari Esparza, que el próximo martes presentará el libro en el transcurso de un acto que contará con la presencia de familiares de los Sagardia Goñi asesinados, comentó ayer que la sociedad Altaffaylla publicó los primeros datos del crimen de Gaztelu en el libro Navarra 1936 de la esperanza al terror, un asunto sobre el que había indagado José María Jimeno Jurio, precisó Esparza. Añadió el escritor que al volver a comentarse el suceso, retomó la documentación recopilada con entrevistas a los familiares que aún viven, la revisión del sumario y con conversaciones mantenidas con vecinos de Gaztelu y Donamaría, con miras a publicar el libro que ahora verá la luz.

La Sima. ¿Qué fue de la familia Sagardia?, confiesa Esparza, “es el libro que más he dudado en publicar, pese a tener datos recogidos desde hace más de tres décadas. Lo creía demasiado lacerante para una entrañable y pacífica aldea navarra. Pero la reciente aparición de un nuevo asesinado en el fondo de la sima, la presión de las asociaciones de la Memoria Histórica y el conocer de cerca a los familiares de las víctimas, ha terminado por animarme”.

Pero hay más. A Esparza “también me ha impulsado el hecho bochornoso de que la sima continúe siendo un vertedero. Los familiares de los Sagardía han solicitado llegar hasta el fondo y espero haberles alumbrado el camino”. Y es que, como reconoce el autor y muchas personas que ven en la recuperación de la memoria una catarsis colectiva, “pretendemos acercarnos al fondo de la sima y de la historia, con la pretensión de que, por terrible que sea, la luz actúe como bálsamo y sane una herida todavía abierta”. Una sima de 50 metros de profundidad que hoy es un vertedero con troncos, basuras, animales muertos y hasta electrodomésticos que acumulan metros y metros de basura debajo de la cual podrían estar los restos de esta familia, si es que no fueron previamente calcinados.

SILENCIO CÓMPLICE 

El crimen de los Sagardia Goñi ha permanecido durante 80 años bajo un manto de silencio. Si se buscó explicaciones a lo ocurrido, quedaron ocultas por el silencio de los vecinos. Nadie, o mejor muy pocos, quisieron hablar y primó el tabú impuesto por una dictadura poco amiga de esclarecer vergüenzas y venganzas que manchaban la imagen del régimen franquista. Pero lo cierto es que está documentado que el 30 de agosto de 1936, Juana Josefa Goñi Sagardia, embarazada de siete meses, desapareció con seis hijos menores de edad. Este hecho, según recoge José Mari Esparza en su libro, estuvo precedido de un batzarre del pueblo que acordó expulsar a la familia del mismo tras la acusación de que protagonizaban “pequeños hurtos en las huertas”. Hurtos y robos que probablemente continuaron tras su desaparición.

Esparza reconoce en su libro que al principio “siguiendo los pasos preliminares que había dado José Mari Jimeno Jurío, tan solo pudimos hilvanar cuatro retazos de los registros municipales: en 1919, el casamiento de Pedro Antonio Sagardía Agesta y Juana Josefa Goñi Sagardía, que tuvieron ocho hijos: los dos primeros, José Martín y Joaquín, en Donamaria, y los otros seis, Francisco Javier, Antonio, Pedro Julián, Martina, José Mari y Asunción, en Gaztelu, donde tenían fijado su domicilio. Los primeros días de la guerra desapareció la madre con seis hijos”. En La Sima. ¿Qué fue de la familia Sagardia se desvela la documentación existente sobre los avatares de esta familia cuyo padre, Pedro Sagardía Agesta, de 46 años de edad, natural de Oiz, y vecino de Gaztelu (Navarra), carbonero de profesión, se enroló en el frente de guerra con el Tercio Santiago (requeté) y con su familia en paradero desconocido. Estando en el frente y al no tener noticias del paradero de los suyos, el 2 de agosto de 1937 pidió permiso para regresar a casa y buscar a su familia.

Recoge Esparza el relato del propio Sagardia “en la larga y estremecedora denuncia presentada en el juzgado de Pamplona” en 1937. Un extracto de la denuncia dice que “el año pasado 1936, a principios del mes de agosto, se hallaba el denunciante trabajando en los montes de Eugui, cuando recibió aviso de su mujer, que acudiese al pueblo de su residencia, Gaztelu, pues había sido conminada por la Autoridad para abandonar la casa y pueblo. La familia, que al entonces estaba en Gaztelu habitando la casa llamada Arrechea, estaba compuesta por su mujer Juana Josefa Goñi Sagardía de 38 años y los hijos de ambos: Joaquín de 16 años; Antonio de 12; Pedro Julián de 9; Martina de 6; José de 3 y Asunción de 2 (en realidad la pequeña tenía año y medio)”.

Y añade: “Como posteriormente no ha hablado ya con su familia, ignora el denunciante qué autoridad fue la que ordenó a su familia salir de la casa y pueblo, y por tanto no puede precisar si fue el alcalde del pueblo, el del Ayuntamiento, o la Guardia Civil del puesto de Santesteban a cuya demarcación corresponde Gaztelu, como tampoco puede precisar las causas, toda vez que tanto el denunciante como su esposa han votado en todas las elecciones (con excepción de las últimas en que no votó el denunciante por hallarse ausente trabajando) a la candidatura de las derechas”.

Añade Sagardía que “cumpliendo el ruego de su mujer, el denunciante acudió a Gaztelu más no le fue permitido entrar en el pueblo, y la guardia que había entonces en él (como ocurrió en casi todos los pueblos, por efecto de la reciente iniciación del Movimiento Salvador de España), formada por elementos del mismo pueblo, le detuvo, y sin consentirlo ver a su familia, que todavía se encontraba en casa, le llevó detenido a Santesteban, entregándolo a la Guardia Civil. Debe hacer constar que haciendo dicha guardia en el pueblo había mucha gente y entre ellos recuerda al alcalde de Barrio Melchor Alzugaray y Agustín Irurita, que fueron los que le condujeron detenido a Santesteban. Además, recuerda a un tal Pedro cuyo apellido no recuerda, pero que habita y es dueño de la casa llamada Cominea, y así mismo los dueños y habitantes de las casas llamadas Larretoa y Michenea, y también recuerda a Agustín Gragirena, y otros varios que en este momento no puede precisar. Ya en Santesteban, entregado a la Guardia Civil, fue allí detenido sin explicación de la causa de su detención, ni prestación de declaración alguna, alrededor de unos seis días, siendo después puesto en libertad, y se le ordenó por el sargento de la Guardia Civil comandante del puesto, no acudiese de ninguna forma a Gaztelu y que se marchase, y cumpliendo esta orden se fue a Eugui, donde continuó su trabajo. Pocos días después, pero dentro desde luego del mes de agosto, recibió carta de su mujer pidiéndole dinero, que yo atendí remitiéndolo con un tal Martín Gubia, del mismo Gaztelu, (que en la actualidad es muerto en la guerra) quien pocos días después se lo devolvió, manifestándole que su familia no se encontraba en Gaztelu. En estas condiciones continuó su trabajo, hasta el mes de octubre”.

Sagardia continuo la búsqueda por varias localidades navarras y hablando con conocidos de la familia sin lograr información. Añade en su denuncia que “Doña Teodora Larraburu, vecina de Gaztelu e íntima amiga de su mujer, le manifestó que el último domingo de agosto (1936) fue el último día que vio a la Juana Josefa. Que anteriormente a este día la familia, cumpliendo lo que se le había mandado, salió de casa con algo de ajuar instalándose en el monte, hacia el linde de los términos de Santesteban y Legasa (construyéndose una choza para cobijo), lugar en cuyas proximidades existe una sima. Le manifestó que ese domingo de agosto, por la noche, oyó tiros en el monte y que en la mañana siguiente la choza había ardido. Desde esta fecha no tiene noticia alguna, a pesar de ser su mejor amiga, y asegura que en la conversación que con ella tuvo, nada le dijo de intenciones de ausentarse”.

SOSPECHAS 

Las dudas y sospechas eran patentes. Concluye la denuncia indicando que “los familiares que tiene por aquellos alrededores que pudieran tener noticias, y tampoco saben nada del paradero, oyendo en cambio muchos rumores, son: En Oiz, el padre y la hermana del firmante; en Santesteban, la hermana de la mujer del firmante llamada Petra Goñi. Ante todas estas manifestaciones y prometiendo alegar ante el Juzgado cuantos datos pueda ir adquiriendo que puedan dar alguna luz o noticia respecto a este asunto anuncia que fija su residencia en Oiz (Navarra) en el domicilio de su padre”. Falleció en el Hospital de Navarra en 1942, a los 52 años de edad.

José Mari Esparza se aventura a analizar las causas que llevaron a Pedro Sagardia a alistarse. O bien que fuera un txoriburu, algo poco probable, y otra hipótesis es que Pedro “fuera una persona amenazada y perseguida (ya había sido acusado y detenido arbitrariamente) y buscara salvar su pellejo de la misma manera que muchos navarros lo hicieron en aquellos primeros meses del Glorioso Alzamiento, cuando era más seguro ir al frente de batalla, que esperar en la retaguardia a que te fusilaran”.

Continua La Sima. ¿Qué fue de la familia Sagardia?” con todos los pasos dados en la investigación del crimen. Relata cómo se reanudan las investigaciones judiciales y se admiten a trámite hasta en dos ocasiones más probablemente por el parentesco familiar con el coronel franquista Antonio Sagardia Ramos, tío de Pedro, quien habría llegado a amenazar con “arrasar Gaztelu” y cuyas “gestas” en el bando golpista se aluden en el libro. La publicación de José Mari Esparza recoge las declaraciones de las diferentes personas que fueron llamadas a declarar, así como las identidades y circunstancias en las que un vecino de Legasa reconoció que Juana Josefa Goñi y sus hijos habían sido acorralados con teas de fuego y conducidos hacia la sima. Una historia estremecedora sobre la que se aporta ingente documentación, cronología, documentos gráficos e incluso posibles motivos derivados de la envidia, de la belleza de Juana o del cuestionado buen nombre y honradez de la finada.

El libro permite conocer ahora las ramificaciones familiares de los Sagardia Goñi, y el paradero del hijo superviviente a la matanza, José Martín, fallecido en Pamplona en 2007.

http://www.deia.com/2015/05/02/politica/euskadi/en-legarrea-el-crimen-de-los-sagardia