Ni bandoleros, ni alimañas, señor Pérez-Reverte.

Carta a Arturo Pérez-Reverte: “Escribir sobre un hecho histórico, aunque sea en columnas como la suya, implica al menos el esfuerzo por conocerlo mínimamente”.

El prolífico escritor Arturo Pérez-Reverte se quejaba en una columna de reciente publicación titulada Sobre héroes y/o asesinos de que la clase política y la incultura general están fabricando un tipo de español que no le gusta para nada. Desde luego, en ese punto estamos totalmente de acuerdo. Sin embargo, su escrito no aporta nada para solucionarlo. Aunque tampoco debería hacerlo si no era su intención al escribirlo. Lo grave de su columna es que más allá de no contribuir a mejorar la situación va y la empeora, ya que trata un tema sobre el que se muestra claramente ignorante. Ya saben que aquel que mucho abarca poco aprieta. Y que no me mal interprete el escritor, pues de escribir sabe y mucho, en eso pocos le ganan en este país. A mí desde luego. No obstante, es un desconocedor absoluto de la guerrilla, un ignorante de la historiografía y lo que es peor todavía, un autor que justifica la equidistancia entre víctimas y victimarios. Un reduccionista. Parece ser que le funciona eso de escribir bien sobre temas complejos con tal de aportar su particular visión, aunque demuestre no tener ni idea sobre lo que habla. Al fin y al cabo, parece que lo único importante a día de hoy es escribir bien, se diga lo que se diga.

Al señor Reverte habría que aconsejarle que antes de dar lecciones de aparente moralidad utilizando algún tema debería conocer bien ese tema. De lo contrario, además de mostrarse como un desconocedor del mismo ayuda a rescatar visiones deformes y desfasadas que nada tienen que ver con lo que la academia española lleva tiempo publicando. La historiografía no lleva 30 años investigando sobre la resistencia armada republicana, rebatiendo y deconstruyendo el relato franquista que se encargó durante cuatro décadas de manipularla y silenciarla, para que venga ahora un buen escritor con ínfulas de historiador y recupere el discurso de los hagiógrafos del régimen. ¡Nada menos!

PERSPECTIVA

Señor Reverte, no se trata de una cuestión ideológica el ser capaz de ver puntos negativos y positivos en un adversario, sobre todo en relación con unos hechos pasados. Lo importante es acudir a las fuentes de archivo, auxiliarse a través de los libros escritos por investigadoras e investigadores que han dedicado años de su vida a esos temas, sean más o menos conservadores, más o menos comunistas, y ayudarse también del análisis comparado con otros casos europeos o mundiales. Poner en perspectiva aquello que uno desea comprender es fundamental en historia y usted que ha publicado libros con títulos tan pretenciosos como Una historia de España debería saberlo.

La historiografía no lleva 30 años investigando sobre la resistencia armada republicana, rebatiendo y deconstruyendo el relato franquista para que venga ahora un buen escritor, con ínfulas de historiador, y recupere el discurso del régimen

 

Lo importante, señor Reverte, es que las víctimas no pierdan su condición de víctimas y que los represores no pierdan su condición de represores. Eso es lo que vengo a decir con estas líneas. Sobre todo, en un tema como el de la guerrilla española, vilipendiada por la dictadura y olvidada por la democracia. Y usted mete en un mismo saco a un Estado que practicó políticas eliminacionistas con buena parte de su población junto a los que ante la agresión no tuvieron más remedio que defenderse. Me sorprende que tenga que dejar claro esto tras haber leído una columna de un excelente reportero de guerra como lo fue usted.

Debe saber también que su amigo Paco no es el único guardia civil que hablaba de sus enemigos “con curiosa mezcla de rencor y admiración”. Fue mucho más habitual en el seno del Instituto Armado de lo que usted piensa y de lo que muchos piensan. Uno solo puede sorprenderse de esto cuando se dedica a comprar el discurso legitimador del régimen. Sorprende que se hable bien del enemigo si solo se ha leído propaganda sobre el enemigo, como le ha pasado a usted, ¿no cree?

De hecho, el teniente coronel Eulogio Limia Pérez, uno de los máximos responsables de la lucha antiguerrillera en España, encabritaba habitualmente a la tropa del Instituto señalando que los partisanos eran mucho más bravos que ellos. Bueno, o que tenían muchos más cojones, como diría usted. Ya que parece que sobre la guerra suele reducirlo todo a cuestiones de tamaño y de testosterona. En fin, le dejo un ejemplo sobre lo que le comentaba del teniente coronel:

Espero de todos el mayor espíritu y entusiasmo para acabar en breve plazo con lo poco que queda de bandolerismo en esta provincia, siendo lamentable tener que poner de ejemplo a los propios bandoleros que con desprecio de la fatiga e inclemencias del tiempo viven y pernoctan en el monte, haciendo marchas nocturnas de largo recorrido que prueban su voluntad y recia energía y que es preciso contrarrestar dando por nuestra parte pruebas de superioridad en todos los órdenes, resistiendo con mayor ahinco [sic] las fatigas y penalidades del servicio y ejecutandolo [sic] con el mayor celo, exactitud y entusiasmo.

Lo importante es que las víctimas no pierdan su condición de víctimas y que los represores no pierdan su condición de represores

 

Por cierto, que las buenas palabras, como las de su amigo Paco o las de Limia Pérez no confundan la parte con el todo. Pues de la misma forma que Limia escribía así sobre los guerrilleros también era capaz de acabar sus directrices amenazando con expulsar del Cuerpo y llevar a la ruina a todo aquel guardia que no actuase con la dureza que se esperaba de él en la guerra antipartisana. Además, al igual que la mayor parte de los mandos del Cuerpo en los años cuarenta se caracterizó por ordenar el asesinato de inocentes o la quema de cortijos y bosques, con la consiguiente ruina que supuso esto para centenares de campesinos. Igualmente permitió que sus subordinados torturasen a golpe de vergajo a todo aquel sospechoso o sospechosa de colaborar con la guerrilla.

Y es que la tropa, los guardias civiles que combatieron a la guerrilla en el teatro de operaciones y no desde Madrid o desde las comandancias situadas en capitales provinciales, lo hizo en unas condiciones precarias, cobrando uno de los sueldos más bajos de la administración y teniendo que soportar a numerosos mandos intransigentes y déspotas a los que solo les importó contentar al Caudillo, a su benemérito amigo Alonso Vega y aprovechar sus posiciones de poder para enriquecerse económicamente. Si no pregunte a sus amigos del Cuerpo por Gómez Cantos, que gracias al golpe de Estado se convirtió hasta 1945 en amo y señor de Extremadura, en un auténtico señor de la guerra. Y no fue el único. Con la buena pluma que tiene usted le invito a que algún día se atreva a escribir sobre ellos, el resultado seguro que será excelente si decide informarse bien antes de escribir. Para ello le recomiendo que antes de acudir a los trabajos de Aguado se lea los de profesionales de la materia como Francisco Javier García Carrero.

LAS FUENTES ADECUADAS

Si hubiese acudido a la historiografía de verdad y no a la literatura franquista habría podido comprobar cómo la lucha antiguerrillera en España estuvo plagada de guardias que disparaban al aire para evitar el combate. De otros tantos que entraban en cortijos habitados por guerrilleros y cerraban la puerta volviendo al cuartel como si no los hubieran visto, o de guardias que vendían armas y municiones a los guerrilleros para poder dotar de un extra sus sueldos de miseria. La guerra provoca miedo, usted eso lo sabe muy bien, y los guardias civiles pasaron mucho miedo, créame. Además, la violencia empleada por guardias también fue criticada por otros guardias. Ya que le gusta a usted rescatar la memoria de su vecino para justificar a los represores, le dejo el testimonio del general de brigada Ángel Martín Díaz-Quijada, quien no tuvo reparos en hablar de estas cuestiones y nos permite comprender el grado de brutalización al que se llegó en España con los vencidos de la guerra:

«En cuanto al sistema de interrogatorios de la Guardia Civil era muy duro, yo sólo vi uno que me dejó impresionado para toda la vida. Un interrogatorio que hicieron unos guardias civiles del Servicio de Información que habían venido a Valencia. Entonces cuando terminé de ver ese interrogatorio, recuerdo que me dirigí al jefe y le dije que no volviese otra vez a pisar mi zona, que lo de los interrogatorios me encargaría yo. Las relaciones terminaron mal, no sólo con el sargento que mandaba aquellos guardias, sino también con el propio jefe de la Comandancia porque, cuando regresaron a Valencia, relataron la escena muy dura que habían tenido con un joven teniente que había allí; el teniente hizo un comentario adverso hacia mí, que no me llegó directamente […] Era una gente que llevaba muchos años, yo no llevaba prácticamente nada y creía que se podía luchar con los maquis con unos procedimientos más ortodoxos. Tal vez, yo no sé si estaba equivocado o no, pero en efecto, los maquis no tenían nada de blandos, sus represalias eran tremendas también».

Evidentemente, señor Reverte, cualquier guerra ni es negra ni blanca impoluta, más bien es gris y las generalizaciones rara vez son operativas. La Guardia Civil también en aquella época y como en todas estuvo llena de buenas personas que no torturaron en cuarteles ni aplicaron la ley de fugas. Lástima que a Manuel Sesé Mur no le tocase uno de los buenos cuando un 20 de enero de 1948 una pareja de guardias le aplicó la ley de fugas delante de sus hijos en un pueblito oscense. ¿Su delito? Su afiliación a la CNT y haberle dado de comer a los guerrilleros que se movían por el Somontano. Él no era ningún bandido ni alimaña de esos que cita en su columna. Como tampoco lo fueron la mayor parte de los más de 2.000 partisanos ejecutados o los más de 20.000 civiles detenidos y acusados de colaborar con la guerrilla.

Miles de civiles murieron a consecuencia de las palizas en los cuarteles mientras los guardias les obligaban a firmar falsas declaraciones, o mientras iban engrilletados en un camión que misteriosamente se quedaba sin gasolina y eran tiroteados por la espalda

 

Además del número todavía desconocido de civiles que fueron asesinados por las fuerzas del orden en el marco de la lucha antiguerrillera. Muchos de ellos sí habían colaborado, pero otros perdieron la vida sin haberse cruzado nunca con un guerrillero. Le recomiendo que se lea un breve pero interesantísimo artículo escrito por Teófilo Gallega con el título “Sumarísimo 619-V-47: un ejemplo del andamiaje represivo y judicial franquista”. Si lo hace se dará cuenta rápidamente de las tonterías que escribe usted sobre la guerrilla y la absurda equiparación que hace sobre unos y otros.

Muchos civiles murieron a consecuencia de las palizas recibidas en los cuarteles mientras los guardias les obligaban a firmar falsas declaraciones, o mientras iban engrilletados en un camión que misteriosamente se quedaba sin gasolina en mitad de una carretera inhóspita y eran tiroteados por la espalda tras haber “emprendido veloz carrera”. Me sorprende que después de haberle leído alguna columna en la que menciona la ley de fugas, no la tenga en cuenta a la hora de hablar de la guerrilla. Y es que tal y como denunciaba ya en 1870 Cánovas del Castillo respecto a la ley de fugas: “hace dos años nadie se fugaba, desde entonces acá todos los malhechores apelan a la fuga, y todos mueren en manos de la Guardia Civil”. Ni un herido, todos muertos entre 1936 y 1952. No me venga con equidistancias señor Reverte.

LA PARTE POR EL TODO

No obstante, de la misma forma que hubo buenos y malos en la Guardia Civil, también los hubo en la guerrilla. De norte a sur de España hubo guerrilleros y personas que se hicieron pasar por guerrilleros (de estos últimos los hubo a raudales como atestigua la propia documentación franquista) que violaron a mujeres, robaron a gente pobrísima y mataron a civiles por su condición de derechistas. Por lo que tiene usted un problema nuevamente cuando confunde la parte con el todo y generaliza en exceso.

Debería tener en cuenta que aquel que violaba, robaba o asesinaba en el seno de las agrupaciones guerrillas habitualmente era apartado y repudiado por sus compañeros. Le recomiendo que un día se pase por el Archivo Histórico del PCE en Madrid y consulte los fondos documentales de la guerrilla. Allí se aburrirá de leer estatutos que prohibían mantener relaciones sexuales con mujeres, robar indiscriminadamente o asesinar a civiles inocentes. Además, podrá hallar ajusticiamientos de compañeros dentro de la guerrilla por haberse sobrepasado con la población, entre otras cuestiones.

De hecho, encontrará también propaganda y directrices en las que se instaba a los partisanos a no atacar a los guardias civiles, pues los consideraban simples peones del régimen que estaban allí para ganarse el sustento. No obstante, ¿sabe usted lo que le costará muchísimo encontrar en un archivo civil o militar? Directrices en las que se instase a la tropa encargada de la lucha antiguerrillera para que actuase con proporción sobre la población civil o que respetase los derechos más elementales de los detenidos, fuesen guerrilleros o posibles colaboradores.

Olvida que esos 257 guardias civiles murieron a consecuencia de la guerra antipartisana, de una guerra que fue iniciada por el Ejército sublevado y por el Nuevo Estado que a posteriori conocemos como régimen franquista

 

 

Todo lo contrario, lo que usted encontrará mayormente en esos archivos será documentación que alentaba a actuar a los guardias civiles como si de un Ejército colonial se tratase. Solo le citaré un par de ejemplos, aunque podrían ser decenas, pero el espacio resulta limitado. El primero se trata de una orden fechada en 1942 y firmada por el ministro de la Gobernación, Valentín Galarza, en la que instaba a los guardias civiles a saltarse el reglamento con tal de exterminar a la guerrilla. La guerra sucia en su máxima expresión:

«[…] Creo que si es precepto del Reglamento del Cuerpo, en consigna dada o en instrucciones a las fuerzas de la Guardia Civil que antes de hacer fuego o antes de actuar tengan que prevenir al contrario intimándole a la rendición, parece muy arriesgado en caso como el presente que tal consigna se cumpla, como en este caso se ha cumplido, demostrando un gran valor los que ejecutaron el servicio. Por ello estimo que en cuanto se trate de persecución de huidos en campo abierto, tal precepto debe ser omitido y dejar a la iniciativa de la fuerza el identificar al supuesto contrario y deducir de la observación visual si lo es o no lo es, actuando seguidamente contra ellos sin prevención de intimidación de ninguna clase».

“ABRID FUEGO”

¿Sabe lo que causó este tipo de órdenes, no? Pues que cientos de civiles murieron acribillados a balazos por los supuestos garantes del orden. Por ejemplo, en 1944 unos soldados destacados en el Alto Aragón comunicaron a su mando que había una “figura que camina por el alcorce”, a lo que este respondió “pues abrid fuego”. Los soldados utilizaron una ametralladora y la ráfaga fulminó al transeúnte. Cuando se acercaron comprobaron que era la maestra de un pueblo vecino que volvía de sus vacaciones. Mientras que unos trataron de imponer cierta disciplina interna para evitar desmanes sobre la población, otros recibieron órdenes de cometer todo desmán posible si eso permitía ganar la guerra contra la guerrilla.

El segundo ejemplo es la experiencia de otro guardia civil. En este caso de Norberto Pérez Rodríguez, que en 1947 fue testigo de cómo un general del Instituto Armado ordenó a un oficial «llévense a Motril dinamita y gasolina. No quiero detenidos». Es más, ese mismo general acabaría ordenándole directamente al guardia Norberto que consultase la lista de desafectos al régimen que se custodiaba en el cuartel de la Guardia Civil de Almuñécar (Granada) y ejecutase a unos cuantos, como escarmiento a la población civil por la presencia de guerrilleros en la zona. El guardia se negó y el encargo fue realizado por otro compañero que sí cumplió la orden.

La violencia eliminacionista de los sublevados fue la que generó el fenómeno de los huidos y las primeras partidas guerrillas. Y no la resistencia armada la que generó la violencia estatal

 

No obstante, para seguir con el contenido de su artículo, me atrevo a decirle que su amigo Paco quizás no le contó toda la verdad, o bien le ocultó cosas de su pasado como es habitual en la memoria de cualquier combatiente. Me vuelve a sorprender tener que decir esto de una columna escrita por alguien que ha estado en mitad de una guerra. Se lo digo, señor Reverte, porque si su vecino Paco fue miembro de una contrapartida, tal y como usted relata, lo fue tras haberse presentado voluntario para ello. Por lo que si participó en uno de los servicios más infames de la historia de las fuerzas de seguridad españolas fue por decisión propia. Se lo comento ya que parece ser que desconoce bastante las formas de actuación y los objetivos que tuvieron estas contrapartidas. Pues además de ser muy graciosas porque “se disfrazaban con ropas de civiles”, como alegremente describe, fueron las encargadas habitualmente de aplicar la ley de fugas y asesinar a civiles que muchas veces lo máximo que habían hecho era dar un mendrugo a los guerrilleros, o ni eso. Simplemente eran “rojos” y por tanto debían ser represaliados. Pues recuerde que la guerra civil, como la que se vivió en España entre 1936 y 1952, fue una guerra contra el civil. De ahí a que muriesen muchos más civiles que guerrilleros, cosa que usted obvia por completo en su columna. Curiosamente de la misma forma en que esta parte de la historia fue omitida por los autores afines al régimen.

De hecho, ya que estamos basándonos en experiencias de combatientes, le dejo la de otro compañero de su vecino Paco. En concreto del guardia A. Hernández, en relación con las contrapartidas que usted describe tan simpáticamente:

«[…] Me acuerdo que una vez los de la “Contrapartida” que no eran muy integrales, se creían con derecho a hacer y deshacer todo… Pegaban unas palizas de muerte. Las contrapartidas las formaban voluntarios. Era una gente bastante especial. No tenían corazón. Era gente desalmada. Tenían otra dirección distinta a la nuestra…»

OLVIDOS

Parece ser por su forma de escribir sobre la guerrilla que el libro de La sierra en llamas de Ruiz Ayúcar debió impactarle en su momento. Tanto como para que utilice su contenido para hablar de la resistencia. Imagino que también debe ser fan de las obras de Francisco Aguado o Antonio Díaz Carmona. Hagiógrafos todos ellos del régimen y cuyos planteamientos han sido amplísimamente superados por la historiografía española. Llega usted algo tarde, la verdad.

Se equivoca gravemente cuando dice que la guerrilla fue eliminada por el régimen a consecuencia de “haber matado a 257 guardias civiles y a 50 militares y policías”. Por cierto, eso del millar de campesinos muertos a manos de partisanos me gustaría saber de dónde lo saca. Seguro que de Francisco Aguado, ¡menuda fuente!

Equiparar ambas violencias y mostrarse equidistante entre víctimas y victimarios, sin intentar poner en contexto la situación de unos y otros, me parece repudiable

 

No se confunda señor Reverte, aquella gente que mató a esos guardias estaba sentenciada a muerte o a penas de 30 años de prisión con mucha suerte antes siquiera de haberse echado al monte. Su destino estaba escrito porque los sublevados querían limpiar España, eliminar hasta la raíz a la Antiespaña. Y es que olvida usted que esos 257 guardias civiles murieron a consecuencia de la guerra antipartisana, de una guerra que fue iniciada por el Ejército sublevado y por el Nuevo Estado que a posteriori conocemos como régimen franquista.

La violencia eliminacionista de los sublevados fue la que generó el fenómeno de los huidos y las primeras partidas guerrillas. Y no la resistencia armada la que generó la violencia estatal. Es muy importante tener en cuenta el actor que inicia la agresión señor Reverte, más que nada para evitar caer en las visiones tan reduccionistas como las que suele aportar usted, como el mantra cansino del supuesto “cainismo español”.

¿Usted no consideraría legitimo echarse al monte con una escopeta si sabe que al volver a casa le van a fusilar a pesar de que no tenga ningún delito a sus espaldas? Seguro que no escribiría un artículo igual sobre la resistencia italiana en la República de Saló.

No trato con esta pregunta justificar la acción partisana, sino comprenderla. De la misma forma que entiendo a los guardias que en un espacio tan jerarquizado como el de la Guardia Civil tuvieron que cumplir órdenes repudiables. Muchos las acatarían con los dientes bien apretados y con rabia, mientras que otros las cumplirían con gusto. De testimonios de uno y otro tipo de guardias está la historiografía llena, lástima que no haya acudido usted a ella. Escribir sobre un hecho histórico, aunque sea en columnas como la suya, implica al menos el esfuerzo por conocerlo mínimamente. Equiparar ambas violencias y mostrarse equidistante entre víctimas y victimarios, sin intentar poner en contexto la situación de unos y otros, me parece no solo repudiable sino sintomático de que es usted un grandísimo escritor y un pésimo analista. Al menos sobre las guerras civiles.

De hecho, fíjese usted si llega a copiar el relato franquista que incluso animaliza y brutaliza la acción de los resistentes españoles de la misma forma en que lo hacía la prensa y la literatura fascista. Por ejemplo, le copio el testimonio de un soldado sublevado pacense recogido en La Gaceta de Tenerife del 25 de agosto de 1936: «nos dedicaremos a recorrer la provincia para cazar a todos los que se refugiaron en el campo huidos, y recoger las armas que no entregaron por miedo». Mientras unos salían de caza, otros no tenían más remedio que defenderse y esconderse para no ser cazados. Este lenguaje que deshumanizaba a los republicanos y los convertía en animales que debían ser perseguidos fue característico entre los perpetradores y usted lo adopta de una forma que me sorprende. Es muy literario y quizás por eso le haya gustado, pero no deja de ser una deformación de su época que usted utiliza con excesiva facilidad en el presente.

Por cierto, señor Reverte, el ejemplo tomado de La Gaceta de Tenerife no es casual. Lo he seleccionado intencionadamente. Fíjese usted en la fecha. España llevaba un mes en guerra y la lucha antipartisana ya se había iniciado a consecuencia de la feroz represión en los territorios dominados por los golpistas. Miles de republicanos o se echaban al monte o estaban sentenciados a muerte. Se lo digo para que no repita usted en el futuro lo que dice en su columna, sobre que después de luchar en Francia contra los alemanes ”creyendo que había llegado su hora, volvieron a España a hacer lucha de guerrillas contra el franquismo“. No se equivoque, no se habían ido nunca. Esos maquis a los que usted hace alusión lo que hicieron fue reforzar y dar empuje a la resistencia armada antifascista que ya existía en el interior a consecuencia de la represión que el Nuevo Estado jamás dejó de ejercer tras el primero de abril de 1939. Desde julio de 1936 las sierras de muchas provincias españolas vieron resistir a varios miles de republicanos hasta 1952, ininterrumpidamente.

Por cierto, no sea usted tan inocente como para comprar el discursillo franquista de que la represión contra la guerrilla se inicia a consecuencia de las incursiones pirenaicas organizadas por el PCE de 1944. Y haga como los represores y diga que la violencia estatal era una respuesta defensiva ante un ataque externo, que le veo venir. La guerra antipartisana ya venía de muy lejos para entonces.

BANDOLEROS FUGITIVOS

Para concluir, me encantaría extenderme en una respuesta mucho más sesuda y justificada de este párrafo. No obstante, no lo haré. Ya que usted basa su columna en la experiencia de un combatiente, yo me limitaré a hacer lo mismo con la experiencia de compañeros de su vecino Paco. Dice usted, comprando de nuevo el discurso franquista y nazi que los guerrilleros españoles fueron ”bandoleros fugitivos”. Y sí, digo nazi puesto que fue característico de los regímenes fascistas eso de llamar “bandidos” a los partisanos, por si no lo sabía. Pues bien, señor Reverte, la historiografía española, la de verdad, no la de Ruiz Ayúcar, Francisco Aguado o Pio Moa, que parece que es la que usted lee para estos temas, lleva 30 años sin utilizar esa terminología ya que es pura y simple propaganda fascista y carece de todo rigor científico. Podría citar aquí a decenas de doctores en historia y otros tantos compañeros de profesión que llevan años dedicándose a estas cuestiones. Pero no lo haré, prefiero responderle con la memoria de guardias civiles. Verá, comentaba el guardia civil Miguel Galindo que el Cuerpo se habían visto obligados a tildarlos de bandoleros, puesto que “teníamos orden de llamarlos de esa manera”. Mientras que el guardia José Cuenca fue consciente de lo viciado que estaba el lenguaje impuesto por el régimen: “no se podía decir que eran guerrilleros, porque la situación de España, con Franco… no se podía decir que, no estábamos en paz, y reconocer que había guerrilleros será reconocer que no estábamos en paz, que había una guerra”.

Me atrevo a decir que es su desconocimiento absoluto del tema lo que le ha conducido a escribir una columna tan mala y carente de rigurosidad como la que ha escrito, pues agravia la memoria y la dignidad de miles de individuos que lucharon y resistieron por la restitución de la democracia. No me quiero imaginar las respuestas que habría tenido un escrito como el suyo en Italia o en Francia.

No deja de sorprenderme que en 2020 todavía haya gente que sea capaz de escribir con tanto desconocimiento e inconsciencia como lo hace usted sobre este tema, sobre todo si tenemos en cuenta que ya en los años cuarenta y cincuenta la Guardia Civil reconocía en informes secretos que se estaba enfrentado a un Ejército guerrillero que se dividía en “Divisiones, Brigadas, Batallones y Zonas”. No sé qué manía tenemos en este país por deformar nuestro pasado cuando sus propios protagonistas, incluso los que ejercieron el papel de represores, asumieron como en este caso que se tuvieron que enfrentar a una guerrilla política cuyo objetivo era la restitución de la República.