Pablo Rabasco Pozuelo. Los nombres. Los hombres

Los nombres. Los hombres, por Pablo Rabasco Pozuelo

1 de agosto de 2019

Cuando Aya Soika y Bernhard Fulda, comisarios de la exposición Emil Nolde, una leyenda alemana: el artista durante el nacionalsocialismo se pusieron en contacto con la Cancillería alemana para solicitar la obra Breakers (1936) para exhibirla en la muestra inaugurada el pasado mes de abril en Berlín, seguramente no esperaban las facilidades para conseguirla, ni siquiera que en lugar de una, recibieran dos. Ambas, la otra es Flores (1915), decoraban el despacho de la canciller alemana Angela Merkel, y llevaban en la Cancillería desde la época de Helmut Schmitdt, que gobernó desde 1974 a 1982.

Angela Merkel decidió que aquellas obras, realizadas por un artista perteneciente al partido nacionalsocialista prácticamente desde la llegada de Hitler al poder y abiertamente antisemita no debían estar en el despacho de la canciller alemana y se ha hecho público que las obras no volverán a su lugar de origen. No se están censurando unas obras por la ideología de su creador, se está considerando que el lugar para exponerlas no sea en el símbolo de la democracia donde reside el poder del pueblo.

En estos días, un juez en Córdoba ha decidido que el reciente cambio de nombre de la plaza de Cañero a plaza de los Derechos Humanos, justificada por el informe de dos prestigiosos profesores de la Universidad de Córdoba en el marco de la Ley de Memoria Histórica, no se sostiene a derecho ordenando así su restitución. La plaza volverá a llevar el nombre de un rejoneador y militar fascista.

El juez argumenta que el nombre fue puesto ya en época de la democracia (aunque siempre fue su nombre popular desde los 50), y por un gobierno de izquierdas similar al que ha procedido al cambio de nombre ahora. También alega que no se conocen víctimas concretas de las supuestas acciones de este escuadrón dirigido por el militar fascista. Como no se conocen, señoría, los nombres y apellidos de los que fusilaron a los 180.000 españoles y españolas que yacen en las cunetas de nuestros pueblos y ciudades. Víctimas del terror del fascismo que acabó con la democracia en España.

Cuando yo era estudiante de Historia del Arte, Emil Nolde no solo me atrajo por su arte conmovedor y muy diferente a lo que hacían sus contemporáneos, sino por estar señalado por los nazis al incluirlo dentro de las exposiciones de arte degenerado. Años después, historiadores del arte profundizaron en aquellos años y descubrieron que Nolde perteneció al partido nazi desde 1934, que fue un declarado antisemita, que estuvo muy cerca de algunos miembros del III Reich y que siempre fue así hasta el final de sus días, más allá de que eso no fuera suficiente para que sus compañeros nazis pensaran que su arte debía ser considerado como degenerado. Los nazis necesitaban un arte realista y directo que posibilitara una propaganda efectiva, como hizo Stalin generando un cambio dramático sobre las propuestas de abstracción que se dieron durante el gobierno de Lenin. No necesitaban de ese expresionismo salvaje y oscuro de Nolde, que interpretó la iconografía religiosa desde una postura que hoy día sería censurada en esta España gris.

Yo estudié a finales de los 90 al Nolde señalado por los nazis y años después, supimos que era una especie de construcción historiográfica y social, y que muchas veces, estas relaciones son complejas y las etiquetas se quedan muy pequeñas.

También crecí escuchando las bondades de Antonio Cañero y su acólito Fray Albino, obispo de Córdoba que auspició la construcción de los barrios sociales en los terrenos del fascista (ambos lo eran). Crecí escuchando que gracias a ellos miles de cordobeses habían tenido unas viviendas dignas. Nadie me contaba nada sobre el escuadrón Cañero, y nadie me contaba que buena parte de los habitantes de esos barrios vivían en condiciones infrahumanas en chozos a lo largo de la orilla del Guadalquivir, muchos desplazados por la pobreza y las consecuencias de la Guerra Civil. Nadie me contó cómo, con sus propias manos, Fray Albino destrozó las pinturas religiosas de la iglesia de Algallarín (Córdoba, 1955) realizadas por uno de los mejores pintores europeos del siglo XX, Manolo Millares, al conocer que provenía de una familia atea. Esto último tuve que investigarlo y publicarlo yo mismo.

Cuando en 1986 el Ayuntamiento de Córdoba decidió nombrar esa plaza como de Cañero ya en democracia, lo hizo asumiendo su nombre popular, y en un momento donde las investigaciones sobre los años del franquismo, especialmente sobre los días del alzamiento y la represión no eran investigados o se bloqueaban en los ámbitos académicos. Hoy esas dificultades siguen presentes en la propia Universidad, no solo en la judicatura.

Años después, ninguna corporación de ningún país democrático nombraría una calle con alguien que proyecta una sombra tan oscura.

Angela Merkel es una política conservadora, es difícil serlo más, pero solo ha necesitado una decisión personal e inmediata para que las obras de un nazi no estén colgadas en su despacho. Su antecesor socialdemócrata tan solo sabía que Emil Nolde era un gran pintor señalado por los nazis, que expusieron sus obras en las muestras de arte degenerado. Pero la historia es la historia, y no siempre se adapta a lo que nos gustaría que fuera, o a lo que nos gustaba que fuera.

Aquí, la nueva corporación ha puesto como una de sus primeras medidas urgentes el cambio de este nombre, situándose en los límites de la legalidad, y atravesando los límites de la justicia social. España tiene un pasado fascista que aun podemos tocar con los dedos de la mano, un pasado que tendríamos que reconocer y mirar a la cara entre todos los que soñamos con la democracia.

https://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/nombres-hombres-memoria-historica-calles-cordoba-canero_1315811.html