“Papá, ya soy español”.

José D’Assunçao Ferreira, un ciudadano portugués hijo de un exiliado extremeño tras el golpe del 36, visita la tumba de su padre en Barrancos (Portugal) tras adquirir la nacionalidad española por la Ley de Memoria.

BARRANCOS (PORTUGAL) // Un coche negro de alta gama sube por la calle que desemboca en el cementerio de Barrancos, una pequeña localidad del Baixo Alentejo portugués que linda con la frontera con España. Si no fuera por los letreros en otro idioma, podría pensarse, llegando desde el norte de Huelva, que se trata de un pueblo andaluz: casas bajas encaladas, zócalos amarillos, una escultura de un toro en la rotonda de bienvenida. En las calles suena el portugués, pero también el español y una mezcla de ambos denominada barranqueño. El vehículo aparca en el rellano. De él bajan un hombre y dos mujeres, los tres con gafas oscuras sobre sus rostros. Es 10 de octubre, martes, y el sol, a las diez y media de la mañana, se agarra a las cabezas sin consuelo. Padre, madre e hija salieron temprano desde Coina, a 25 kilómetros de Lisboa, y traen comida en el maletero. Los espera un joven con sonrisa amplia y ojos brillantes. Todos se abrazan.

José, que así se llama el hombre, Zé, como lo llaman en Portugal, aguarda en silencio mientras su esposa y su hija bromean con su sobrino Samuel, que ha venido a verlos desde el otro lado de la frontera. Zé observa los montes que rodean el cementerio, los caminos que se atisban desde aquella pequeña loma: «Eso es España», dice como si España, a sólo unos metros de ese pueblito de Portugal, estuviera lejos. Como si siempre hubiera estado lejos.

Aquello, estando tan cerca, es la permanente sensación de lejanía con la que ha crecido Zé desde niño. Es una vida en Portugal y un pie en España. El miedo constante de cruzar y que le pase algo. Es el profundo sentimiento de ser español, como su padre, y no poder decirlo. Sólo verlo, ahí, como un remoto horizonte.

José D’Assunçao Ferreira es portugués. Nació el 7 de enero de 1955 en Barrancos, el pueblo que hoy visita con 68 años de edad. Su padre, también llamado José, nacido y criado en España, en Villanueva del Fresno (Badajoz), fue uno de los miles de españoles y españolas que salieron huyendo de las matanzas cometidas por los sublevados franquistas tras el golpe de Estado del 36. O se iban o los fusilaban. También en Extremadura hubo una desbandá. Y fue, además, una de las personas que ayudó a esos otros españoles, niños incluidos, a cruzar por la sinuosa frontera entre Huelva, Badajoz y Portugal, muy cerquita de donde fue detenido Miguel Hernández.

«¿Entramos?», pregunta Samuel, hijo de una hermana de Zé y nieto de ese hombre español al que la guerra abocó a ser de otro país sin pretenderlo. Zé desliza el cerrojo de la cancela del cementerio, totalmente abierto a la luz, sin árboles, sin sombra. Camina rápido por el pasillo central de un camposanto muy diferente, esto sí, a los cementerios andaluces. No hay nichos. Un mar de lápidas inunda el suelo. Más o menos hacia el centro, Zé gira a la izquierda. Su padre descansa ahí desde 1981, en una tumba mirando a España, su tierra. «Papá, ya soy español», le dice en un susurro, con el sol cayendo a plomo, sabiendo que aun sin papeles, como su padre, nunca dejaron de serlo. Y mientras Zé se limpia los ojos, Catarina, la nieta, comienza a cambiar las flores de los jarrones por unas nuevas, más coloridas.

Zé y su hija acaban de conseguir la nacionalidad española en aplicación de la Ley de Memoria Democrática, que entró en vigor en octubre de 2022, hace justo un año. En su disposición octava, la norma establece la posibilidad de adquirir la nacionalidad española a las personas de otros países de padre o madre, abuelo o abuela, que originariamente hubieran sido españoles, y que, como consecuencia de haber sufrido exilio por razones políticas, ideológicas, de creencia o de orientación e identidad sexual, la hubieran perdido o hubieran renunciado a ella.

«A memória de Catarina Caeiro da Assunçao y José Ferreira Grilo. Com eterna saudade de seus filhos, genros, nora e netos», pone en la lápida de mármol, con esa saudade portuguesa tan bella, tan precisa y tan imposible de traducir que la RAE ha tenido que incluir en su diccionario de la lengua española. José perdió su nacionalidad por no correr la misma suerte que Miguel Hernández, o que sus propios hermanos, a quienes sus familiares todavía no han encontrado tantas vidas después. La perdió para poder seguir vivo. Y por eso tuvo que cambiar sus apellidos Ferrera Olivera por Ferreira Grilo. Y por eso se quedó en Portugal para siempre. Y por eso hoy su hijo está delante de su tumba recitando unos versos reparadores: «Papá, ya soy español».

José Ferreira Grilo se casó con Catarina, una mujer barranqueña que murió con apenas 50 años. Ambos formaron y criaron a su familia a caballo entre Barrancos y Coina, allá donde hubiese trabajo para sacarlos adelante: Francisca –la madre de Samuel–, Celeste, Antonia y José hijo. Todos nacieron en Portugal y todos han formado, a su vez, su familia al otro lado de sus orígenes, a excepción de Francisca, quien obtuvo la nacionalidad española al casarse con un vecino de la localidad onubense de Encinasola. Francisca, siendo la misma persona, pasó de apellidarse D’Assunçao Ferreira a Ferrera de Asunción, porque en España, hasta no hace mucho, era obligatorio poner primero el apellido del padre.

Allí, en Encinasola, en España, a 11 kilómetros de Barrancos, vive hoy Samuel, un joven nacido y criado en un pueblo de Sevilla, en Mairena del Aljarafe, que siente como una obligación moral hacer justicia con su familiares, y en especial con su abuelo, al que no conoció y a la vez conoce tanto.

En su caso fue al contrario. Hace unos años pidió la nacionalidad portuguesa: «Porque yo soy español, pero también me siento portugués. En siete minutos me la dieron. Después de dejar los papeles en el Consulado de Lisboa en Sevilla, no me dio tiempo a llegar al metro cuando me estaban llamando. Ya eres portugués», cuenta poniendo énfasis en la facilidad que tuvo él y el largo camino que ha tenido que recorrer su tío, a quien la vida le va muy bien en su país, en Portugal, de donde no se moverá, pero quien también se vio obligado a explicar, durante el proceso, que su deseo de ser español tiene que ver con algo más profundo, con «otra historia». La historia que le robaron a su padre.

«España tiene una gran deuda con el pueblo de Barrancos, no se ha hecho prácticamente nada para reconocer y agradecer que salvaron a miles de personas, que arriesgaron sus propias vidas abriendo las puertas de sus casas», insiste Samuel, que lleva como un tesoro, en una bolsa de plástico, una bandera republicana cosida por su madre.

Su teléfono no para de sonar. La familia de un lado y de otro de la frontera celebrará la doble nacionalidad de Zé con una comida en el pueblo portugués donde comenzó esta otra parte de la historia de España. «Mándame ubicación». «Si, ya llevamos el cochinillo». «Espérame ahí, que voy a buscarte». «Vamos al Ayuntamiento». Sin el empuje de Samuel, dice su tío, sin esa constancia rebelde y educada, sin esa solidaridad heredada de las gentes de Barrancos, las cosas no habrían sido tan llevaderas.

«Bom dia, viemos conversar com o prefeito», comunica Samuel al conserje del Ayuntamiento en perfecto portugués. Una foto del presidente de la República preside el salón de plenos. «Y éstos son los doce alcaldes que ha tenido este ayuntamiento», explica también en perfecto español el actual regidor, Leonel Rodrigues, mirando los doce retratos que cuelgan de la pared derecha. «A muchos de ellos también habría que reconocerles lo que hicieron, porque permitieron que en tierras de su propiedad, a pesar de Salazar, estuvieran los refugiados».

Rodrigues recuerda y agradece la concesión de la Medalla de Extremadura al pueblo de Barrancos en 2009 por parte de la Junta. Aunque cree que lo que ocurrió allí debería conocerse aún más: «Hasta hace poco no se hablaba mucho, no se podía, no se quería, tenían aún el miedo, la pena por todo lo que sucedió. Y lo que se transmite es cómo ayudar a los demás sin tener que poner el ejemplo de lo que pasó. Ese tipo de vivencias te forma como persona», añade. Solidaridad es la palabra que más veces repite el alcalde durante la entrevista.

«Bueno, ¿nos vamos a comer?». Zé ha organizado un almuerzo en una casa barranqueña, la casa de Rui y Claudia, donde el español y el portugués se cruzan sin ninguna frontera en medio, como la Mãe Ibéria de Pessoa, como la utopía ibérica de Saramago. Empanada y tortilla españolas, quesos y vinos portugueses, boquerones en vinagre, leitão assado… dos países, dos historias, diferentes culturas en una misma mesa. Grande en todos los sentidos. «Mi hermana Erica, que vendrá ahora, mi hermano Luis y Esperanza, su mujer, mi tito Zé, mi prima Catarina, mi tita Cilinha, mi marido Álvaro, mi niño Pepe, mis sobrinas Adriana y Alba», enumera Samuel con una dulzura que lo impregna todo.

Zé sonríe contemplando a todos esos españoles y portugueses que la buena gente de Barrancos, sin saberlo, comenzó a reunir un otoño como ahora, hace 87 años. «Porque recuperar la memoria es dar sentido al futuro», se puede leer en un monumento dedicado a los hechos. Al lado, una placa en honor al teniente Seixas, el militar que desafió a las órdenes de Salazar y, dando cobijo a los refugiados, actuó como un hombre decente, como un hombre bueno. Muchos se quedaron en el pueblo, como el padre de Zé, otros fueron trasladados en barco desde Lisboa a Tarragona, zona republicana. Zarpó un 10 de octubre, el mismo día que Zé le ha dicho a su padre que ya es español, como él.

Dulce Simões: «La frontera portuguesa marcó la línea divisoria entre la vida y la muerte de miles de hombres, mujeres y niños españoles»

La antropóloga Dulce Simões es autora de Frontera y Guerra Civil española. Dominación, resistencia y usos de la memoria, una investigación por la dignidad de los olvidados y silenciados de la historia.

¿Cuántos refugiados acogió Barrancos?

La concentración de refugiados comenzó en agosto de 1936 y fue aumentando en función del avance y ocupación de las poblaciones rayanas por las fuerzas golpistas. La frontera portuguesa ha marcado la línea divisoria entre la vida y la muerte de miles de hombres, mujeres y niños de Huelva y Badajoz. No conocemos el número exacto, sólo de los 1.025 que fueron trasladados a Tarragona. En el pueblo fueron acogidas muchas familias que tenían lazos con la población local.

¿Hubiera sido posible sin la figura del teniente Seixas?

Su acción fue determinante en la finca de Russianas, por tener acogidas a más de 300 personas. Pero la repatriación de los republicanos (concentrados en las fincas de la Coitadinha y de las Russianas) representó una excepción, debido a circunstancias políticas. La adhesión formal de Portugal al Comité de Londres, en septiembre, las presiones de la Cruz Roja Internacional, de la Comisión de Refugiados de la Sociedad de las Naciones y de la propia prensa internacional, obligaron a Salazar a encontrar una «resolución honrosa» para Portugal. En la secuencia de las influencias nacionales e internacionales, fue forzado a negociar la repatriación de los refugiados hacia el puerto de Tarragona, cuando anteriormente el destino fue la entrega a los nacionalistas en la frontera.

¿Faltan tenientes Seixas ahora?

Su acción demuestra cómo las relaciones sociales se sobreponen a las órdenes establecidas, permitiendo la creación de vínculos que contrariaron la propia función represiva de los representantes del Estado en la frontera. Su historia confirma que las relaciones de poder, que atraviesan los aparatos e instituciones estatales, también crean puntos de resistencia que posibilitan el mantenimiento de redes de solidaridad. Y son las palabras solidaridad y humanidad las que están en la base de la historia del teniente Seixas.

¿Por qué no se conoce?

El desconocimiento de pasados saturados de atrocidades y violaciones de los derechos humanos propician la existencia de sociedades intolerantes que comprometen el futuro. Las luchas por la memoria son luchas por los derechos humanos y por el futuro, que no terminan con el reconocimiento o reparación de los resistentes antifascistas. Todos tenemos un compromiso marcado con el futuro, que nace de nuestra contribución al conocimiento del pasado. Hoy, lo que verdaderamente importa es lo que debemos y podemos hacer para contribuir a que las nuevas generaciones ejerzan el deber irrevocable de construir sociedades más justas.

“Papá, ya soy español”

Todos (...) los Nombres_