Pedro Vallina Martínez, anarquista y médico

El Centro Cultural Ferroviario de Sevilla, situado muy cerca de la plaza que lleva el nombre de Pedro Vallina, acoge el viernes 22 un coloquio sobre su figura y la memoria histórica. Se agradece la iniciativa por un doble motivo: para ver si las autoridades competentes se acuerdan de ese espacio urbano, hoy bastante olvidado, y por ampliar el conocimiento de una de las personalidades más destacadas de la Sevilla anterior al golpe de Estado de julio de 1936.

ELSALTODIARIO.COM | JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ MOLINA | 20-2-2019

Los espacios urbanos son memoria y presente. Ni nombres de las calles, ni monumentos, ni siquiera el mobiliario urbano son neutrales o casuales. La ciudad es el tablero en donde se desarrolla el conflicto social. Sobre todo en una sociedad tan desigual como en la que vivimos. La desigualdad contra la que luchó Vallina, médico y anarquista. Por lo primero contó con cierta indulgencia hasta de la derecha sevillana. Por lo segundo no ha gozado de ninguna. Ser anarquista no sólo le trajo cárcel, destierros y exilios de gobiernos monárquicos y republicanos, sino también el ninguneo y la manipulación de los que acusan a los ácratas de traer todos los males del mundo, para, cuando les interesa, convertirlos en fervientes republicanos o admirados antifascistas. De ahí la necesidad de recordar quién fue.

Pedro Vallina Martínez nació en Guadalcanal (Sevilla) en 1879 y murió en Veracruz (México), en 1970. Una vida que condensó en Mis memorias (Caracas y México, Tierra y Libertad, 1968 y 1971). La recuperación de su figura comenzó por su reedición en el 2000, por iniciativa de la CGT andaluza. Su anarquismo nació de una infancia en una localidad marcada por el caciquismo y la pobreza de la mayoría de su población. Aunque su familia tuvo las posibilidades económicas y culturales para que estudiara bachillerato en Sevilla y, en Cádiz, medicina. Allí, conoció a Salvochea quien le influyó para que se convirtiera en el hombre de acción que sería. En 1900 ambos marcharon a Madrid. Durante los cinco años siguientes fueron inseparables compañeros de reuniones, actividades obreras, manifestaciones y conspiraciones.

En 1902 abandonó el país. Un sumario militar amenazaba con prolongar indefinidamente su encarcelamiento. Tardaría casi diez años en regresar. En París frecuentó los exiliados españoles, los anarquistas galos y a los neomalthusianos de Paul Robin. En mayo de 1906, detenido por intentar atentar contra Alfonso XIII, fue deportado a Inglaterra. En Londres frecuentó los clubs ácratas de las calles Jubilée y Charlotte, terminó sus estudios de medicina, vivió de un taller de electromecánica y difundió el ideario neomalthusiano. Una vida que terminó con la Primera Guerra Mundial. Junto a otros anarquistas organizó una respuesta antimilitarista de escaso eco. En España hubo un indulto general y decidió volver. Su compañera Josefina Colbach se encontraba embarazada del primero de sus hijos y deseaba reencontrarse con su familia.

En Sevilla, trabajó en el Hospital de las Cinco Llagas donde practicó la balneación. Después puso consulta en la calle Bustos Tavera, una de pago por las mañanas y otra gratuita por la tarde-noche. En 1918 ingresó en la CNT andaluza. Al año siguiente creó una Liga de Inquilinos para oponerse a los desahucios y mejorar la higiene de las corralas. Por su participación en que huelga que estalló fue desterrado a la Siberia extremeña. Regresó en 1920. A finales de año fue nuevamente desterrado a Peñalsordo y a Siruela. En ellas pasó dos años luchando contra el carbunco y la triquinosis. Terminaba 1922 cuando volvió a Sevilla.

Boicoteado, se trasladó a Cantillana donde creó, gracias a una suscripción popular, el sanatorio antituberculoso “Pro-Vida”. Poco antes del golpe de Primo de Rivera, la CNT trasladó su comité nacional a Sevilla. Vallina ocupó la tesorería. Permaneció en libertad hasta la navidad de 1923 cuando fue detenido acusado de participar en un movimiento revolucionario. A mediados de 1924, tras un nuevo destierro, se exilió a Tánger y Lisboa donde se reencontró con Blas Infante. Reclamado como médico desde Siruela regresó a España. Eran meses de agitación social y republicana. A ella se sumó porque pensaba que podía ser un paso para llegar a la revolución social. La tarde del 14 de abril de 1931 proclamó la República en Almadén al grito de “¡Viva la Revolución Social!” Después, con un grupo de hombres armados, hizo lo mismo en otros pueblos cercanos. A continuación se dirigió hacia Sevilla. Fue detenido en Écija por orden de las autoridades republicanas. No pareció conveniente que llegara a la ciudad un grupo armado que vitoreaba a la revolución social.

Volvió a Almadén y defendió a los ayuntamientos revolucionarios. Fue detenido y trasladado a la cárcel de Ciudad Real. Liberado regresó a Sevilla. En las elecciones constituyentes de junio apoyó la candidatura encabezada por Ramón Franco y Juan Antonio Balbontín. En julio, Sevilla vivió una huelga aceitunera que desembocó en enfrentamientos con muertos y heridos y el asesinato de cuatro obreros por un grupo paramilitar de “niños pera”. Vallina fue encarcelado y trasladado al castillo de Santa Catalina en Cádiz. Hasta mediados de septiembre no fue liberado. Se reintegró a la CNT. Pronto dejó ver sus discrepancias sobre cómo llevar las luchas en el marco de una República que incumplía sus promesas y pretendía eliminar al anarcosindicalismo. En mayo de 1932, la huelga campesina provincial estaba combinada con un intento revolucionario. Se opuso y pidió a los campesinos que no la secundaran. La CNT de Sevilla le acusó de estar al servicio de las autoridades y lo apartó de la organización.

Vallina se dedicó al sanatorio de Cantillana y, en agosto, regresó a Siruela. Allí, y en Almadén, viviría hasta 1936. En 1934 participó en la huelga campesina de junio y la insurrección obrera de octubre. Fue detenido y trasladado a Badajoz en donde permaneció encarcelado varias semanas. Su actividad pública se reanudó en el otoño de 1935. Abogó por la unión de todas las izquierdas. Vencedor el Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, preocupado por las conspiraciones golpistas y el poco ánimo del gobierno, decidió, en combinación con el obrerismo local, actuar por su cuenta. La vigilancia fue extrema y desbarataron los planes golpistas.

Se creó un comité revolucionario y Vallina se hizo cargo de los servicios médicos de las minas. Aunque su principal tarea fue crear una columna miliciana que actuó por la comarca y el valle de los Pedroches. A mediados de agosto se incorporó al servicio médico de las Milicias Confederales que se organizaban en Madrid. Fue su regreso al seno de la CNT. Trabajó en el hospital de Sigüenza, en Baides, donde ocupó la jefatura sanitaria de una milicia, hasta que, en noviembre, marchó al hospital de Cañete. En 1937 ingresó en el hospital de valenciano de Godella. Después realizó los cursos de guerra química y los de cirugía de guerra y entró en el Ejército Popular. En junio fue destinado al hospital militar de Albacete y, en marzo de 1938, trasladado a Barcelona.

El 24 de marzo de 1939, Vallina, con su familia, abandonó la ciudad en dirección a la frontera francesa. En Massanet se encargó de la custodia de un grupo de heridos. Con ellos se internó en Francia. La Gendarmería francesa lo internó en Perpiñán y en el campo de Argeles. Trabajó en Narbona, en un refugio para intelectuales españoles, hasta que embarcó hacia América iniciada ya la Segunda Guerra Mundial. En la República Dominicana permaneció dos años atendiendo casos de paludismo y tuberculosis. Después marchó a México. Primero en la capital de la nación y después en Oaxaca. En el Consultorio Ricardo Flores Magón trabajó durante casi treinta años. Finalmente se instaló en la selva de Veracruz. Allí ejerció de médico para las comunidades indígenas hasta su muerte.

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