Porras y pistolas en el forro de los abrigos de las militantes de la Sección Femenina
En octubre de 1933, en un teatro de Madrid, José Antonio Primo de Rivera se dirigió a su público en un evento que puede considerarse la antesala de la fundación de la Falange Española. Aquel día, en aquel teatro, apenas había cinco mujeres, pero acabaron siendo miles las que se vincularon con el movimiento.
La Falange nace con la intención de trascender la idea de partido para convertirse, en palabras de su principal dirigente, en una manera de ser. Aquellos días de aquel 33 las mujeres fueron rechazadas en la Falange y tuvieron que conformarse con afiliarse al Sindicato Español Universitario (SEU). En junio de 1934, el sindicato aprobó la creación de una sección femenina dentro de su estructura. El principal objetivo era las labores de propaganda porque entendían que las mujeres podrían hacerlo con menos riesgo que los hombres. Debían también encargarse de atender las necesidades de los militantes falangistas y recaudar dinero para la causa. Pero las falangistas querían más.
En diciembre de 1934, Primo de Rivera aprobó los primeros estatutos de la Sección Femenina. Debían esforzarse en estimular a “la mujer española en el amor a la Patria, al Estado y a las tradiciones gloriosas”; esmerarse en la propaganda y en el trabajo —tenían que confeccionar bordados y brazales—; y ser, por supuesto, el aliento de los hombres. Organizadas en una estructura jerárquica, la Sección Femenina coordinaría sus objetivos por provincias. Al mando estuvo siempre Pilar Primo de Rivera. Todo se queda en casa. José Antonio Primo de Rivera aceptó la organización de las mujeres y aseguró, en un mitin en Don Benito (Badajoz), que existía una “profunda afinidad” entre las mujeres y el movimiento. Eso sí, no permitiría “usar la galantería” para evitar que “la mujer española” se convierta en “tonta destinataria” de piropos. De feminismo, ni hablar, porque solo busca “sustraerla a su magnífico destino y entregarla a funciones varoniles”. Hasta ahí podíamos llegar.
El ambiente era convulso y, pronto, la Sección Femenina tuvo que ampliar sus misiones. El Frente Popular –una coalición electoral de partidos de izquierda– ganó las elecciones en febrero de 1936 y la Falange se esforzó en tensar y tensar la cuerda. Miembros del Sindicato Español Universitario (SEU) trataron de asesinar al político socialista Luis Jiménez de Asúa. Su escolta, Jesús Gisbert, murió en el atentado. El golpe de Estado estaba gestándose. Mientras José Antonio Primo de Rivera era detenido, su hermana organizaba a las mujeres de la Sección Femenina. Estaban preparadas.
En una circular que envió a todas las miembras de la Sección Femenina, las órdenes eran claras. Había que “organizar el socorro de presos, heridos y muertos, ayudando a las familias con un subsidio de 15 pesetas diarias”; “visitar reglamentariamente a los camaradas que estuviesen en cárceles u hospitales”, y recaudar fondos para que la organización fuese “autosuficiente y no una carga para el movimiento falangista”. No solo eso. En Crónica de la Sección Femenina y su tiempo, de Luis Suárez Fernández, aseguran que “eran las mujeres quienes se encargaban de introducir —en mítines— porras y pistolas en el forro de los abrigos o en las botas altas que empezaban a ponerse de moda”. Además, la Sección Femenina se ocupó de “procurar armas para sus afiliados”. En este libro, editado por una asociación vinculada a la Sección Femenina, cuentan cómo, por ejemplo, Marjorie Munden, militante de la organización, aprovechó su condición de “súbdita británica” para comprar armas fuera de España.
Jóvenes militantes de la Sección Femenina organizaron también lo que llamaron “Auxilio Azul”, un sector de la ‘Quinta columna’. Carlos Píriz, autor de En zona roja. La quinta columna en la Guerra Civil española, explica que “fueron una serie de organizaciones clandestinas que se generaron en ciudades como Madrid, Barcelona, Almería y Valencia para apoyar al bando sublevado desde zonas que pertenecían fieles a la legalidad republicana”. En el Auxilio Azul, además de mujeres de la Sección Femenina, participaron miembras de Acción Católica y Socorro Blanco, asociación dirigida por Rosa Urraca Pastor.
El Auxilio Azul estuvo formado únicamente por mujeres, que se dedicaban a facilitar comida, documentación falsa y a trasladar a embajadas amigas a fachas en apuros. María Paz Unciti era la principal responsable del Auxilio Social –tras ser asesinada tomó el relevo su hermana Caridad–, una organización que también se dedicó a la “falsificación de cartillas de racionamiento”, a “la búsqueda de víveres y de ropa”, así como a la búsqueda de “domicilios particulares para la celebración de misas, bodas y bautizos” en Madrid. Según un artículo de la revista Muy historia, el “Auxilio Azul fue un entramado asistencial constituido exclusivamente por mujeres que llegó hasta las 6.000, de las que ninguna fue detenida”. Presumen, por ejemplo, de haber logrado infiltrar a dos mecanógrafas en el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de la República y en la Cruz Roja para robar alimentos. La dictadura reconoció sus servicios y, a modo de agradecimiento, “les permitió pedir puestos de trabajo en el sector público, entre otros privilegios”.Esta España vuestra, ay, ay.
Porras y pistolas en el forro de los abrigos de las militantes de la Sección Femenina