Primo Levi. El notario del horror nazi

El químico y escritor italiano, superviviente del Holocausto, ahonda en ‘Así fue Auschwitz’ (editorial Península) en la barbarie hitleriana con textos totalmente inéditos en español y la mayoría en cualquier lengua.

Elmundo.es/ P. UNAMUNO  / Madrid / ACTUALIZADO 24/11/201503:45

Primo Levi escribió entre diciembre de 1945 y enero de 1947 ‘Si esto es un hombre’, obra fundacional de la literatura sobre los campos de concentración y primer pilar de su ‘Trilogía de Auschwitz’, completada luego por ‘La tregua’ y ‘Los hundidos y los salvados’. La editorial Península complementa ahora ese tríptico con un volumen compuesto por textos -todos ellos inéditos en español y la mayoría en cualquier lengua- del químico y escritor que ahondan en la dimensión inconcebible de la locura criminal nazi.

Lo verdaderamente novedoso de ‘Así fue Auschwitz’ es que muestra a un Levi “no literario”, que precisamente por eso mismo se explica a través de una minuciosidad desarmante. El libro se abre con el informe que encargan las fuerzas soviéticas a Primo Levi -como químico- y a Leonardo de Benedetti -como cirujano- acerca de la “organización higiénico-sanitaria” del campo de Monowitz, dependiente de Auschwitz, donde ambos habían estado recluidos.

Levi afirma sin asomo de ironía que Monowitz era “un buen campo”. Ideado para trabajos forzados, la esperanza de vida allí era de tres meses mientras que enSobibor no llegaba a las 24 horas. Si nadie habla de éste o de Chelmno es porque “no hay un solo judío que haya vuelto para contar su historia”, consigna el turinés, que con el mismo laconismo da fe como un notario del horror de las enfermedades que campaban por el campo y de la suciedad y desidia que tanto las favorecían.

Si no se daban casos de escorbuto o polineuritis en Monowitz era por una razón inequívoca. “El periodo medio de vida para la mayoría de los presos era demasiado corto” para que los síntomas se manifestaran. Los afectados de sífilis, tuberculosis y paludismo eran enviados sin vacilar a las cámaras de gas deBirkenau. “¡No puede negarse que se trataba de un método profiláctico radical!”, escribe Levi sin poder evitar el humor negro.

El método para certificar la muerte de los enfermos era todo menos sofisticado. Dos individuos golpeaban con vergajos al caído: si no reaccionaba se le transportaba al crematorio; en caso de que se moviera, era obligado a reanudar inmediatamente el trabajo.

Una vez al mes, reconstruye Levi gracias a un titánico esfuerzo de memoria, se procede en el hospital del campo a la llamada “selección de los musulmanes”, es decir, a escoger a los individuos de aspecto más macilento para enviarlos directamente a la cámara de gas.

Además de atrocidades sin cuento, ‘Así fue Auschwitz’ sitúa ante nuestros ojos aquella riada de estafa y humillación que corría pareja con el Holocausto. Levi habla de oficiales alemanes que aconsejan con un guiño de complicidad a los italianos deportados a los campos que se lleven sus abrigos de piel y sus joyas, si las tienen, porque allí les serán de utilidad. Burdo engaño para saquearlos, aunque incomparable con el gran engaño final de quienes recibían un pedazo de jabón y una toalla antes de entrar en unas duchas que eran en realidad cámaras de gas… “Lavaos bien, porque la limpieza es salud”, “¡No escatiméis el jabón!”, proclamaban infames letreros en las paredes.

Primo Levi apunta minuciosamente que muchos de los trapos para los pies y de los calzoncillos que reciben los prisioneros están confeccionados con algún taled, el manto sagrado con que se cubren los judíos durante la oración, requisado a los deportados, “en señal de desprecio”.

En el libro se retrata también ese hambre que “no reside ya en las vísceras sino en el cerebro”: el interno piensa durante todo el día en comer, y durante la noche tiene el sueño recurrente de que está a punto de comer pero, como en el mito de Tántalo, en el último instante el alimento se desvanece. El cansancio en los campos es “el de las bestias de arrastre, es cansancio más menosprecio, cansancio acompañado por la noción de inutilidad, brutal y extenuante y carente de propósito“. Por último, para las enfermedades graves, o no graves pero incurables en esas circunstancias, “sólo hay una medicina, pero radical y todos lo saben. Se llama la chimenea”, es decir, el horno de Birkenau.

La ceremonia predilecta de los nazis consiste en organizar marchas a paso militar de hombres exhaustos delante de una orquesta, “una visión grotesca más que trágica” -señala Levi- que convencía a las Juventudes Hitlerianas de que aquellos peleles definitivamente no podían como ellos.

Esfuerzos sobrehumanos

El campo de concentración de Monowitz, satélite del de Auschwitz, formaba parte de un complejo donde se estaba levantando una fábrica de IG Farben, el gran trust químico alemán. El trabajo de los reclusos era remunerado, pero no a ellos; Farben pagaba por cada jornada de trabajo seis marcos a las SS.

Pero eso era lo de menos. Como escribe De Benedetti en uno de los textos del libro, el objetivo último de los campos de trabajo era la destrucción de los judíos, labor que se encomendaba en este caso “a las imposibles condiciones de vida, a la comida insuficiente, a los esfuerzos sobrehumanos, a las inadecuadas defensas contra la intemperie”.

Uno de los documentos capitales que rescata el volumen de Península, que ha puesto a la venta al mismo tiempo una reedición de la ‘Trilogía de Auschwitz’, es una carta de respuesta de Primo Levi a “la hija de un fascista que pregunta por la verdad” y que ruega a Dios que su padre sea inocente. El escritor le responde que nadie puede dudar de que “esas cosas” ocurrieron en realidad, y “no hace siglos, no en países remotos, sino hace 15 años [el texto es de 1959] y en el corazón de esta Europa nuestra”.

Que los profesores suspiren y digan que “por desgracia” aquellas cosas sucedieron se debe, sostiene Levi, a algo tan elemental como la vergüenza. “Somos hombres, pertenecemos a la misma familia humana a la que pertenecen nuestros verdugos”, escribe alguien a quien obsesiona pensar en “qué clase de reservas de ferocidad yacen en el fondo del espíritu humano, y qué clase de peligros amenazan, hoy como ayer, a nuestra civilización”.

¿Cómo mantener que el silencio supone una opción? A Levi le parece lógico “que se guarde silencio en Alemania”, entiende incluso que lo guarden inocentes avergonzados. “Pero el silencio es un error -continúa-, casi un crimen en este caso” porque “la vergüenza y el silencio de los inocentes puede enmascarar el silencio culpable de los responsables, posponer y eludir el juicio histórico”.

A quienes le acusan de “victimismo” por no callar lo que vio, el autor de ‘Si esto es un hombre’ responde que, sin testimonios como el suyo, “en un futuro no muy lejano las gestas de la bestialidad nazi, por su propia magnitud, podrían acabar relegadas entre las leyendas”, palabras de hace décadas que no tardaron en cobrar actualidad con el auge del negacionismo.

Las reflexiones del escritor derivan hacia territorios más incómodos. La actitud tan humana de mirar hacia otro lado no sólo afectaba al trust alemán que diligentemente despachaba los pedidos de Zyklon B para las cámaras de gas. “¿Se estará produciendo una invasión de ratas? Lo mejor es no preguntar nada para no saber nada”, sentencia Levi.

El mal prevalece con tanta facilidad -puede ser tan “banal” o rutinario, diría más tarde Hannah Arendt– que anida no sólo en Alemania, en la Francia ocupada, en Noruega o Ucrania sino también “en los propios guetos polacos, incluso dentro de los campos”, donde a menudo los propios prisioneros accedían a ocupar puestos de responsabilidad con tal de salvar la vida.

Primo Levi se consuela con la convicción de que la barbarie nazi acabó contribuyendo al colapso de la Alemania de Hitler. Los combatientes tenían conciencia creciente de estar luchando “por una causa abyecta” y la derrota a su juicio se convirtió en último término en un “insigne ejemplo de justicia histórica”.

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