Puebla de los Infantes (Sevilla). Persecución y muerte de Francisco, el hombre que tuvo que huir de su pueblo por tener una escopeta.

Francisco Martínez Carmona desapareció de su domicilio, en La Puebla de los Infantes (Sevilla), una noche del mes de julio de 1936. Nunca más volvió a aparecer. Sus restos están en Francia y su familia nunca ha podido visitarlos.

SEVILLA /06/07/2018 12:50/MARÍA SERRANO

Francisco Martínez Carmona desapareció de su domicilio una noche del mes de julio de 1936. Su mujer, Rosario, y sus hijos dormían en la vivienda familiar, en La Puebla de los Infantes (Sevilla). Al despertar, ya no estaba. Nunca más volvieron a verlo. “Un vecino lo avisó por la ventana de que ya no había tiempo. Que irían a fusilarlo al amanecer”, cuenta a Público Toñi, nieta de Francisco. 

No volvieron a saber nada de él en cinco largos años. Fue entonces cuando llegó a familia alguna anécdota sobre las vivencias de Francisco que alimentan la esperanza de que estuviera vivo. Pero no. Su acta de defunción tiene fecha del 25 de enero de 1945 en un sanatorio de la región de Puy-de-Dôme (Francia). Tenía solo 41 años de edad y era el fin de una vida sumida en la más absoluta pobreza.

La guerra en Andalucía no tuvo apenas frente. Sobre todo en la parte más occidental, ocupada por las tropas de Queipo de Llano. Hubo 48.349 víctimas, según contabilizan los historiadores locales. Muchos de ellos se encuentran aún a día de hoy desaparecidos. Uno de ellos es Francisco. “La historia de mi familia está llena de un dolor tremendo por culpa de la guerra. Mi abuela se quedó con 4 hijos. El más pequeño era mi padre, que tenía 15 meses y el más mayor tenía 7 años. Vivieron en la pobreza más absoluta, pero con admiración y respeto máximos hacia un padre que no conocieron y hacia una una madre que dio su vida para sacarlos adelante”.

Durante la Guerra Civil, La Puebla de los Infantes no fue tomada por el ejército rebelde hasta el 20 de agosto de 1936. Desde el día del alzamiento, este municipio estuvo regido por un Comité Revolucionario compuesto por líderes de izquierda. Dos días después de la llegada de los militares, comenzó la represión. Ese día se iniciaron los fusilamientos y se prolongaron hasta noviembre de 1936. Murieron un total de 38 personas.

Toñi va construyendo el relato sobre la historia familiar a través de retazos de su memoria de juventud y de lo que su abuela le contaba cuando ella no tenía aún ni quince años de edad. Y sin apenas documentación reconstruye por testimonios la historia de Francisco, que un día desapareció sin dejar rastro. Así, Toñi cuenta a Público que a raíz de un altercado en la casa cuartel de la Guardia Civil de la Puebla de los Infantes tras el golpe de Estado se determinó que “todos los habitantes del pueblo no afines al régimen que tuvieran armas en su poder podían ser fusilados”.

Y Francisco Martínez, por desgracia para él, tenía una escopeta en propiedad. Se dedicaba a la caza furtiva en pequeños cotos de la Sierra Norte de Sevilla. “Así sobrevivían y así hoy sobreviven muchos habitantes de esta zona”, dice Toñi. Las autoridades franquistas ya tenían excusa para su ejecución. Francisco regresó aquella noche a casa sin imaginar que tenía que huir cuanto antes. 

Hervía cada día la ropa para quitar los piojos

Tras la huida de Francisco, la vida de Rosario se convirtió en un sobrevivir continuo. Tanto ella como a sus hijos consiguieron salir adeltante gracias a todas las calamidades inimaginables. “Empezó a atender en las casas por un bollo de pan para que esa noche sus hijos tuvieran algo en el estómago”. Pero hay más. Toñi narra cómo su abuela Rosario se hizo costurera.

“Cada noche cuando llegaba del trabajo le tenía que quitar las ropas a los cuatro, que estaban cubiertos de piojos y chinches”, dice Toñi. Rosario hervía las ropas cada día y las remendaba para que sus niños tuvieran camisetas y pantalones lo más presentable posible. “Ella aprendió a comer hierbas del campo para no morirse de hambre”, recuerda su nieta a Público.

Sin noticias de Francisco en un lustro

Rosario no logró tener cartas de Francisco hasta 1941. “Habían pasado cinco años. No sabía si estaba vivo o muerto hasta que un guardia civil avisó de que le estaba llegando correspondencia de Francia y que había sido requisada en la casa cuartel de la Guardia Civil”. Rosario tenía algunas pistas de vecinos. Sabía que su marido había intentado cruzar la frontera y que en Córdoba pasó un tiempo escondido junto a otros republicanos en un cortijo.

La ayuda de aquel guardia civil fue fundamental para conocer detalles de la nueva vida de Francisco. “Mi abuela era analfabeta y gracias a aquellas cartas supo que llegó a Francia y estuvo en el campo de concentración de la costa, el de Argelès-sur-Mer”. En aquellas cartas leídas por el guardia civil Rosario conoció cómo su marido se tenía que tapar con arena para soportar el duro frío de las playas francesas. También que nada más salir del campo comenzó a trabajar de albañil en unas condiciones duras y extremas.

“Muchos acabaron en campos nazis. Los que no, la mayoría fue a parar a la Organización Todt, que construyó el Muro Atlántico”, relata la nieta de Francisco, que maneja la hipótesis de que su abuelo pudo enfermar durante este tiempo de trabajo. Era muy joven para la muerte natural. “En las últimas misivas le decía a mi abuela con desesperación que no aguantaba más pero que no lo dejaban volver ya que a todos los que volvían los encarcelaban”.

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