Remedios Gómez: la memoria recobrada (I, II y III)

Remedios Gómez: la memoria recobrada (I, II y III)

Paradigmamedia.org / diciembre, 2018 / José Manuel Matencio Ojeda.

Habíamos quedado para tomar café en algún bar cercano al Centro Cívico de Cruz de Juárez, yo iba con la intención (y se lo dije) de decirle a Remedios que, por fin, los once de Santa Cruz (entre ellos su padre y un hermano), tendrían su reconocimiento en una placa con sus nombres por parte del Ayuntamiento de Córdoba; que se le haría un acto el día 10 de Diciembre de este año 2018, día en el que se conmemora la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su 70 aniversario.

Aproveché la oportunidad para decirle que si se le apetecía contarme todos sus recuerdos infantiles y juveniles. Su disposición fue rápida y espontanea Ella, a pesar de sus años (86-87), se siente vivificada por las muestras de cariño y afecto que recibe allá por donde se encuentra; su interés por conocer, asistir a reuniones de la Memoria, estar al día de cualquier acto o reunión de la Plataforma acompañada de su hijo Julián, muestra su carácter y su determinación de no cejar en este camino de dificultades, que, en su intención última es, encontrar a su padre y a su hermano que un día de Julio de 1936, los asesinaron e hicieron desaparecer.

Empezamos nuestra conversación, y con ella, su relato:

-Los primeros recuerdos que tengo es de cuando mi madre se entera que se han llevado a mi padre y a mi hermano del pueblo de Santa Cruz-me aclara-. Mi padre-sigue diciendo Remedios-, dormía en una era, y mi hermano también (en ese tiempo las faenas del campo había que sacarlas adelante con prontitud y, dormir en la era para aprovechar todas las horas del día, era lo habitual), que estaba cerca de la casa de una tía mía. Por la mañana, después de levantarse y mi madre se entera de que se han llevado, a mi padre y a mi hermano, a Montilla, coge una bestia y con otras mujeres del pueblo, ponen rumbo a Montilla, allí le dicen que no está, que se lo han llevado a Espejo; camino de Espejo lo que estas mujeres sienten es desolación bajo un sol de justicia que no les perdona. Camino del cuartel de Espejo, nada bueno presagian aquellas mujeres que buscan a sus maridos. Y allí, ve atados a su marido, mi padre, y a su hijo, los dos a pleno sol en este mes de Julio, en el patio del cuartel de la guardia civil. Están atados y tirados en el suelo. Cuando se puede acercar a ellos, mi padre le dice, con una voz que casi no percibe: coge los niños y te vas del pueblo lo más lejos que puedas. Mi madre aterrorizada, silenciosa y triste se vuelve a Santa Cruz a recoger a sus niños que los había dejado en casa de unos familiares. Desde allí empezamos el peregrinaje, nosotros y algunas familias más, hacia Jaén (o eso decían); fue un camino largo y lleno de dificultades, pero sobre todo, lleno de miedo; lo hacemos andando, no llevábamos bestias ni animales que soportaran la carga (si es que llevábamos algo de carga).

Yo solo tengo entonces 4 añitos-sigue contando Remedios-, pero a partir de aquí, me vienen a la memoria todos los recuerdos de aquellos días-nos sigue diciendo:-Tengo todos los recuerdos en mi memoria. Mi hermana, que solo tiene 14 años, empieza a llorar, mi madre también lloraba. Yo, seguramente contagiada de ellas, empecé una vida de llanto; y todo esto se me va quedando grabado, en la memoria, y es que a partir de aquí, mis recuerdos no se confunden y son nítidos como el primer día. Son los recuerdos de una niña que solo tiene 4 años, y todos estos recuerdos se le agolpan, entre ellos la sed, el hambre, el camino, hacer las necesidades donde podíamos, o dormir en cualquier recacha a cubierto

-Todo lo recuerdo-sigue diciendo-, aunque lo más necesario era huir y huir. Huir hasta llegar a Jaén; y en el camino hasta nuestro destino, dormíamos en el suelo, pero hubo ocasiones que tuvimos que dormir en trincheras y, a pesar de lo chica que era, recuerdo haber visto muertos en alguna trinchera. Y eso no me lo ha dicho nadie-recalca ella, con unos ojos que se le iluminan a pesar de sus 86 años-; también he visto y sentido los bombardeos muy cercanos cuando fuimos a despedirnos de mi abuelo que estaba de guarda en el Castillo de Torres Cabrera. Sentimos como nos estaban bombardeando, y los sentíamos tan cerca…, que huíamos, atrochando por los caminos entre Torres Cabrera y Santa Cruz, buscando un lugar donde guarecernos; encontramos un puente de la vía de ferrocarril donde nos refugiamos y, fue debajo de aquel puente, donde recuerdo perfectamente, como corría un pequeño hilo de agua de no haberse agostado completamente. Sin comprender bien que pasaba, sabía que estábamos en peligro. Cuando reanudamos la marcha y cruzamos un rio (supongo que el Guadajoz, y esto sería el mismo día), me metieron en un cerón, seguramente el de algún burro que alguna familia llevaba y, mientras cruzábamos aquel rio, sentí que el agua, que traspasaba el cerón, me estaba llegando cada vez más, y más, mientras tanto, el cerón se iba llenando y ni nadie podía hacer nada por evitarlo, para mí, aquellos momentos fueron momentos de pánico. Desde entonces, mi miedo al agua es algo que no puedo evitar ni lo puedo soportar, si me llega al cuello ya, ni te digo.

Después de todos estos acontecimientos, y digo acontecimientos, porque para una niña de 4-5 años, aquel mundo trágico al que me enfrentaba, estos “acontecimientos” ya nunca jamás se me olvidarían. Seguimos andando y andando, y no sabría decir cuánto tiempo estuvimos así (para mí fue mucho. Un mes?, no lo sé), hasta que llegamos a Jaén, mejor dicho a Torre del Campo, un pueblo cercano a Jaén.

Este camino, lo hicimos con algunas familias más, recibiendo el apoyo que mutuamente nos dábamos, y, sintiendo el miedo que nos arrastraba hacia algún lugar que no sabíamos dónde, ni cuál iba a ser nuestro destino.

Nos metemos, o nos metieron, en un caserío donde tenemos que dormir en el suelo. Y, recordando todo esto, me vienen imágenes de la gente que sale en la TV, rumbo a EE.UU. y me veo reflejada en ellos con una guerra que nos pisa los talones. Yo lo he vivido y no lo puedo olvidar, porque una cosa es que te lo cuenten, y otra, vivir este tipo de experiencias, y es que yo lo he vivido y, mis recuerdos en este sentido, ¡son tan claros!. Tan claritos los bombardeos, el camino, las penalidades…, mi madre siempre tapándonos y acurrucándonos, y yo, que siempre he sido muy llorona (no sé si desde entonces), iba con ella siempre a su lado llorando, además quería que me llevara en brazos ¿te imaginas? El problema para mi madre, también para mí, es que tenía un hermano más pequeño que yo y que quería también ir en brazos de mi madre; luego estaba mi hermana con 13-14 años, y otro hermano con 15 años, que tenían bastante con el miedo que llevaban encima. Por eso te digo que, cuando veo esas imágenes de refugiados de guerra huyendo, me veo reflejada en ellos.

Con este panorama llegamos a Torre del Campo, pasando hambre, sed…, y penurias de todas clases; si pasábamos junto a un arroyo, allí bebíamos. Era toda pura necesidad. Cuando llegamos a Torre del Campo nos encontramos con mucha gente de Santa Cruz que había huido como nosotros

Seguimos nuestra conversación y le pregunto: -¿Qué edad tenía tu hermano, el que se llevaron con tu padre?. Me rectifica y dice:-el que mataron con mi padre tenía 17 años.

Remedios que siempre está dispuesta a contar su “historia y sus vivencias”, prosigue: -Llegamos allí y, mi madre se enferma y se pone muy malita, casi para morirse, ya que se le había presentado un aborto (estaba embarazada). Se la llevan a Jaén, y otra vez, nos quedamos solos. Los 4 solitos en el caserío-sigue contando Remedios-, sin madre, sin nada, menos mal que los vecinos nos acogieron como a otros más. Como si cualquiera de aquellas familias hubiera crecido; mientras, pasó un hecho gracioso, y es que alguien había dejado una botella de vino dulce a mano, mi hermano y yo, la cogimos y nos lo bebimos todo, cogimos una borrachera que por muy poco no nos morimos. A partir de ahí, todos mis recuerdos me llenan de desazón ya que no hay recuerdos buenos en mi memoria: mi madre está a punto de morirse, nos enteramos que nos iban a llevar a Rusia, a mis dos hermanos pequeños y a mí, es decir, nos llevarían a los tres. Fue entonces cuando se entera un tío mío, que era además mi padrino. Llegó al caserío donde estábamos y dijo que él se haría cargo de nosotros. Todos nos metimos en una habitación con ellos hasta que mi madre regresó algo recuperada de su enfermedad (ya de mayor me enteré que fue un aborto) que, estuvo a punto de costarle la vida.

Se restableció y pudo trabajar en el campo, que era lo que había, además cogía trigo, salía a por collejas, cogía caracoles que luego nos guisaba…, esta era nuestra comida y alguna cosa más que ahora os contaré. Así estuvimos los tres años de guerra.

Sigue contando Remedios:- Había un señor entre nosotros que era matarife y lo llamaban para hacer las matanzas la gente de allí. Conocía las necesidades de nuestra familia y le dijo a mi madre que fuera con él y le ayudara en las tareas de la limpieza y, así lo hizo. Parte de esta limpieza consistía en limpiar tripas, luego, parte de estas tripas se las daba a mi madre, y ella…, tan contenta (Nosotros mucho más). Cuando llegaba a la casa, las freía y esa era una de las comidas más apetitosas. O era la única apetitosa porque no había otra.

Como en los tres años de guerra-dice:-dio tiempo a que pasara de todo, recuerdo que había un hombre que mataba borricos y, su figura no se me olvidará nunca, y es que los mataban de un martillazo en la cabeza. Era espantoso, es una imagen que no se me ha borrado en ningún momento de mi vida. Como consecuencia, también nos daban carne de borrico, de estos que tan espantosamente mataban y, nos la comíamos, ya que no había otra cosa. Todos los recuerdos le van viniendo sin poder poner un orden cronológico, aun así, yo le digo que siga, que siga. Y ella sigue hablando y me cuenta otra de sus anécdotas: -allí nos bombardearon una vez y puse una sábana en el suelo y la hicieron polvo las bombas, sin embargo, al cortijo no le dieron. ¡Menos mal!

Después de estos tres años, volvimos a Santa Cruz, si aquello fue malo, esto fue espantoso. Cuando llegamos a la casa que teníamos en el pueblo, que era de nuestra propiedad, había un falangista metido en ella con toda su familia, este falangista, trabajaba con el alcalde, pero al hombre le daría pena de vernos a los 5 sin nada y sin techo donde cobijarnos que, de tanta pena que le dio al hombre, nos “dejó” una de las habitaciones de “nuestra” casa para que nos metiéramos en ella. Dormíamos en el suelo y solo teníamos el techo para cobijarnos. Mi madre apañó un montón de paja, la extendía por la noche, le echaba una sábana, y allí, dormíamos todos como podíamos. Así pasamos 3 o 4 años, aunque no recuerdo exactamente cuánto tiempo pasamos así.

El no tener un techo, no fue lo más malo. A mi madre la ponían en la plaza del pueblo a barrer, supongo que, por ser la esposa de mi padre y la madre de mi hermano, pero no se me puede olvidar que fueron ellos los que mataron a mi padre y a mi hermano sin compasión. Llevándola a la plaza a barrer, trataban de vejarla y humillarla aún más, si cabe. Le habían matado a su marido y a su hijo, le habían quitado su casa, la habían dejado sin muebles, ahora la humillaban sacándola a barrer a la plaza, seguramente, para mofarse de ella. La maldad del(os) hombre (s) estaba en aquellos momentos en Santa Cruz.

Como decía, dormíamos y hacíamos toda nuestra vida en la habitación que nos “dejó” el falangista; nuestros muebles habían desaparecido y las 3 o 4 bandurrias que tenía mi padre, también. Alguien dirá que, como era posible que en mi casa hubiera 3 o 4 bandurrias. Pues sí, las había, y es que mi padre era muy aficionado a la música. Más adelante seguiré contando-dice-. Como consecuencia de esta afición a nosotros nos conocían, en el pueblo, como “la familia de los bandurrias”.

Quiero seguir contando lo que era la vida en aquellos momentos para todos nosotros- nos dice Remedios:- Mi madre salía muy temprano por la mañana a trabajar al campo, era aún de noche y volvía de noche, nos dejaba unas “patatitas fritas”, o lo que pillara la pobre, las ponía en una mesita y, antes de que se fuera casi, íbamos corriendo y allí mismo nos las comíamos, así que estábamos todo el día “esmayaos”, hasta que por la noche, volvía ella. Por su parte, ella se había llevado un tomate o un trozo de morcilla y supongo que algo más, ya que mi hermana mayor y mi hermano, se iban con ella para ayudar en la faena del campo. Y eso lo tengo aquí grabado-dice Remedios señalándose la sien-, y no se me olvidará jamás.

Quedábamos en la casa, mi hermano y yo que éramos los más pequeños. ¿Sabes lo que hacíamos?: Lo primero, comernos la comida, como he dicho, porque estábamos siempre con “muchas hambres”, después nos íbamos al rio a bañarnos en cueros. Lo recuerdo perfectamente. Allí, entre los tarajes, jugábamos y nos escondíamos y nos lo pasábamos bien sin noción del peligro que corríamos estando junto al rio rebuscando con mis hermanos cualquier cosa para entretenernos, aunque yo, como dije antes, siempre estaba llorando. Por todo lloraba, parecía un cencerro (me decían), además tenía un miedo terrible a la guardia civil. Posiblemente, por las circunstancias de la guerra, pero pudo ser también, por esto otro que os cuento:

Tenía mi madre una máquina de coser y, cuando llegamos a Santa Cruz, le habían dicho que una vecina se había hecho dueña de ella, un día, se la encontró tirada en algún lugar, estaba sucia y mohosa, pero ella la recogió (esto fue lo único que encontró de sus pertenencias), la limpió y trato de repararla y darle uso que para eso era de ella. Mira por donde, pasó por mi casa la mujer de Pepe Lara “El Barbero”, que estaba compinchado con el nuevo alcalde (el falangista), y ve a mi madre que está cosiendo en la puerta con su máquina, y, a esta señora le gustó. Le dio el aviso a mi madre diciéndole que aquella máquina no era suya. A la mañana siguiente, se presenta un guardia civil a por la máquina de coser y…, se la llevó. ¡Nos quitaron la máquina también!. Como anécdota de “la máquina” os cuento: Teníamos una vecina que nos quería mucho y, como yo era muy graciosa de chica (aunque llorara mucho), nos dice nuestra vecina: cuando venga la guardia civil, tú lo coges de la mano y le das un beso, con la idea de enternecerlo algo. Así lo hice, llega el guardia civil y, a pesar del miedo que les tenía-dice Remedios-, le doy el beso en la mano. El guardia civil me da un manotazo y me echa “patrás”, y aquí se acabó todo. Como digo, la máquina se la llevaron. Y nuestra vida, siguió siendo espantosa en aquellos años. Desde aquel día, aumento mi miedo y mi desprecio por ellos.

¿Qué más recuerda de Santa Cruz?-le pregunto a Remedios-

Ella como si estuviera esperando la pregunta, me dice:- Mi madre, en temporada de recogida de aceitunas, se va con mis hermanos, los mayorcillos, al campo, a nosotros los pequeños, nos repartiría. Yo me fui (me mandó mi madre) con mi hermano más chico, al Castillo de Torres Cabrera con mi abuelo, que era el guarda de aquello. Allí íbamos a que cuidaran de nosotros y nos dieran de comer, pero nuestra familia se portó mal. Muy mal. Mi abuelo, el padre de mi madre, no era humano con unos niños que además de ser niños, éramos sus nietos y, para comer unos bocados de lo que hubiera, nos tenía todo el día guardando cerdos o cabras, lo que tocara, y así estábamos, todo el día tirados en el campo. Yo tenía entonces unos 7 años y mi hermano tendría entre 5-6 añitos. Para dormir nos tenían hecho un sitio en el pajar con una manta para los dos (para nosotros, los niños pobres, hijos de perdedores y desamparados, no había cama, teníamos que dormir en el pajar con los animales). Fue un trato más que desconsiderado en todos los sentidos. Para mi madre, aquello tuvo que suponer mucho dolor y mucho sufrimiento, ya que ella se iba de temporada con mi hermana y mi hermano, ya mayorcillos, que le ayudaban en la recogida de aceitunas y paraban en el cortijo, donde también dormían en el suelo. Mientras tanto, estaría pensando en su niña y su niño, tan pequeñitos y tan lejos sin poder acurrucarlos y hacerle alguna caricia. Y sigue diciendo Remedios:-cuando veo a los refugiados, o esos chicos jóvenes de otros países, pasando tantas penurias, sin comida, durmiendo en el suelo…, no tengo más remedio que acordarme de mi madre

Estuvimos en Torres Cabrera unos dos años-sigue diciéndome Remedios-, hasta que nos vinimos a Córdoba.

Mi hermana, que era mayor que yo, ya estaba en Córdoba trabajando en casa de un tío mío, hermano de mi madre y con muy buena posición, pero su mujer era mala, malísima. Por lo menos con nosotros. En aquel tiempo, todo el mundo les dio la espalda a los perdedores. Nosotros éramos los pobres, y ellos nos habían dejado sin padre y sin hermano, y a mi madre, sin su marido y sin su hijo. Éramos de verdad, unos perdedores. Y ellos eran los buenos, y nos hicieron creer, a base de miedo y de humillaciones, que los habían matado porque ellos eran los malos. Hoy me revuelvo por haber sentido vergüenza de que me preguntaran por mi padre. Cuando dice esto, ya sus ojos dejan de brillar y se llenan de una profunda tristeza.

Y sigue Remedios relatando su historia:-Mis hermanas y yo, sentíamos pánico de hablar. Teníamos pánico cuando veíamos a un guardia civil. Veíamos un tricornio y nos moríamos. Yo de pensar que me cogieran en el campo rebuscando cualquier cosa y me pelaran, me moriría de miedo y de pánico. Y es que yo, aun después de pasar años, lloraba de miedo.

Mi hermano el mayor, en el cortijo donde trabajaba, lo pusieron de chofer, de chofer del señorito, es decir de los dueños, y se tuvo que venir a Córdoba. Mi hermano sabía que estábamos muy mal, con mi madre trabajando en el campo y nosotros repartidos fuera, entonces pensó que lo mejor sería que nos viniéramos a Córdoba. Y empieza de nuevo, otro drama-dice Remedios-

Es que fue otro drama para todos. Mi madre sin saber leer ni escribir y con una vida de jornalera, tiene que atender un despacho de leche del señorito de su hijo. ¡Te imaginas la pobre!. Con garbanzos hacía sus cuentas, dándole un valor semejante al dinero. Para ella, aquello era un lio demasiado gordo ya que no había ido nunca a la escuela. Ella trabajando y, nosotros, repartiendo leche en casa de todos los señoritos, ya que para mí no hubo plaza en la escuela y para mi hermana tampoco la hubo.

Tenía una lecherita y me decían, esta para el señorito tal, esta para la señorita cual; repartiendo leche por toda Córdoba estuvimos, mi hermano y yo, al menos 3 años. Nos levantábamos a las 7 de la mañana, tenía yo, entonces, 9 años y, mi hermano, menos. Aunque repartíamos leche, nosotros, seguíamos pasando mucha hambre.

Vivíamos en la Huerta de la Reina, y mi madre la pobre, todos los días se arrepentía de haberse venido de Santa Cruz, allí al menos estaba en su ambiente, aunque trabajara en el campo. Yo no fui a la escuela porque no había plazas para mí en aquel tiempo, aunque tengo que decir que mi hermano si pudo ir al colegio en la Huerta de la Reina. Un tío mío, que era buenísimo, nos enseñaba, lo poco que sé de las letras y los números, mientras estuvimos en Santa Cruz. Cuando el venía del trabajo por la noche se ponía con nosotros a darnos clase, y es que en aquel tiempo yo tenía mucho interés por aprender. Y seguro, que él tenía mucho interés en que aprendiésemos.

Como no había colegio, a trabajar!. Seguimos charlando y le vuelvo a preguntar por todos esos recuerdos que guarda de Santa Cruz. El primer recuerdo-dice- es que éramos los niños pobres de allí. Recuerdo, cuando mi hermana hizo la primera comunión (yo no la hice y no me arrepiento), la hizo la pobre obligada, mi madre sabía que no podía decir que no la hiciera, aunque aquello fuera humillante. Pues como te decía, mi hermana hizo la primera comunión junto con otras dos niñas que iban con sus vestidos blanquísimos, muy bien arregladitas, mientras ella, la pobre sin “na”, con una batita y nada más. Recuerda que les daban dineritos a las otras y a ella nada. Ni un céntimo. Esto lo recordaría toda la vida como una situación vergonzosa. Tiene su hermana-dice Remedios- 89 años y está con demencia senil, pero si le habla de esto, dice, que todavía se acuerda de la vergüenza que pasó. De eso ¡sí que se acuerda ¡. Aquella situación la dejó marcada de por vida. José-dice Remedios- es que hemos pasado mucho y hemos sufrido mucho durante mucho tiempo.

Y ella, que quiere seguir contando, me dice:-Mi hermana la mayor trabajaba en las casas, mi madre también trabajó (sirvió, se decía entonces) con los Condes de Robledo que vivían frente de donde está la ZONA. Mi madre, después de vender la leche, no se iba a mi casa, se iba la casa de algún señorito a limpiar o a lavar ropa. Un día llegué a esta casa y fui donde estaba mi madre lavando, era un lugar lóbrego y húmedo por todas partes, mi madre estaba junto a la pila con un montón así-y lo señala, inabarcable para su cuerpo ya mermado- de ropa, ella que padecía de sabañones, tenía las manos moradas de lavar y de los sabañones. ¡Hasta que mi madre lavara ese montón de ropa…! yo me salí de allí llorando. -Y es que nos dieron por todas partes-termina diciendo.

Mi padre era una persona especial y, aunque no tengo recuerdos físicos de él por desgracia, he hablado con muchas personas que lo conocieron y todas han coincidido diciendo que era un persona muy lista y servicial, y, si alguien necesitaba su ayudaba, siempre estaba dispuesto. Tenía un cachillo de tierra, cuando se quedaba parado, enseguida salía a preguntar dónde había trabajo, y no le importaba lo lejos que estuviera el cortijo, allí estaba él; cuando no, se iba a buscar palodú y lo vendía; una vez le hizo unos zancos a mi hermano para que cruzara el rio, y le sirvieron para cruzarlo. Todo lo que te diga es poco.

Sabía tocar la guitarra y la bandurria (a nosotros nos decían “los Bandurrias por eso), así que era el músico del pueblo, y a todas las fiestas de los cortijos lo invitaban para tocar y, casi siempre, se sacaba unas pesetillas.

Desde Santa Cruz, estuvo 2 o 3 años viniendo al Conservatorio a aprender solfeo y guitarra, también aprendió a tocar el violín. Los recuerdos de mi padre los tengo muy frescos, aunque, posiblemente sea, por repetidos y por el deseo de no olvidar su memoria.

Un día-y viene otra anécdota a su mente-, jugando con mi hermana mayor (esto fue en Santa Cruz), estábamos muy cerca de una pila en Ategua, vamos al “lao”, cerquita teníamos el arroyo y las dos dijimos: porqué no cogemos y vamos a lavar la ropa?. Dicho y hecho. Nos fuimos a lavar la ropa, nos pusimos “peludas” y lavamos nuestra ropa, llegó la noche y la ropa estaba todavía chorreando (lo dice riendo con una cara infantil de niña de 7 u 8 años). Como ves también tengo recuerdos para reír-dice-.

El hambre, que nunca se despedía de nosotros, estaba siempre presente en nuestras vidas. Un día, íbamos a buscar trigo en la rebusca por esos campos de Dios, y es que, cuando se segaba el trigo, se quedaban espigas en algunas matas y otras que caían por el suelo, nosotros, pacientemente, las recogíamos, no sin recelo temiéndole al guarda o a la guardia civil. ¿Sabes lo que hacíamos con ellas? Las echábamos en agua por la noche, y por la mañana, con una teja con una mano, se le quitaba muy bien la piel al trigo, eso, para nosotros, era como un manjar. Mi madre lo guisaba con un poquito de aceite y algo más (que no recuerdo), y era la mejor comida que teníamos en Santa Cruz.

En esto de la rebusca, tuvimos suerte de que no nos cogiera nunca la guardia civil, pero cuando íbamos a rebuscar y, como sabíamos que la guardia civil te cogía y te pelaba, mi hermana me contaba que yo iba llorando “to el rato”, y dice, que parecía un cencerro, y es que de pensar que me pelaran como aquella mujer que salió del cuartel pelada y con su pelo en el delantal, nada más pensarlo, me moría. Y esta mujer, por esto y por más cosas que pasaron, murió a los pocos días, se llamaba Benilde, yo la vi muerta también cuando me asomé a la ventana de su casa. Así que cuando pusieron a mi madre a barrer en la plaza, pensé, que después vendría todo lo demás. Y es que siempre tenía motivos para llorar

Otro día en la rebusca, había cogido una taleguita de patatas, que eran trozos de patatas nada más, de una tierra que había sido de mi padre, a eso que llegó el sobrino del alcalde y nos las quitó de la talega ¿Qué poca conciencia tuvieron, verdad?, y Remedios clava su mirada en la mía buscando una aprobación a su pregunta.

De Santa Cruz, no tengo buenos recuerdos, solo los recuerdos infantiles de mi casa me reconfortan y me reconcilian con aquel pueblo y con aquel paisaje. Toda esta historia de penas, hambre, terror y miedo, que nos hicieron pasar, solo buscaban que el olvido se apoderara de nosotros, y…, casi lo consiguen. Consiguieron que me avergonzara de mi padre y que a él no lo nombrara nunca, nunca, nunca.

Cuando me integré a la Plataforma, empecé a hablar y a respirar. Por eso hablo ahora tanto, porque he estado mucho tiempo “callá”, llorando, “más que tó”, llorando. Mi hijo me dice que me asusto de “tó” y es que soy “mu” asustona, eh!; y es que lleva razón, tengo el miedo “metío” en el cuerpo”, y es que, cada vez que hablo, vuelven a venir a mi pensamiento de cuando empezó la guerra, de cómo empezaron los trigos a arder, las balas a oírse y sentirlas. El espanto se apoderó de nuestras vidas; o aquel otro día que íbamos andando “pa ya”(y Remedios hace una señal con su mano indicando una dirección), donde iban pasando unos camiones, y mi hermana mayor, como yo lloraba tanto, me cogió y me tapó la boca. Yo creía que me iba a ahogar. Otro día pasó igual, pasaban unos militares, nos escondimos en un trigal, de nuevo mi hermana me tapó la boca para que no se oyera mi llanto, y yo, de nuevo pensaba que me ahogaba. “¡No llorao na en toa mi vida”-dice-!. Por eso ahora no quiero llorar más, es hora de pelear- sigue diciendo Remedios-, esta mujer menuda de 86 años largos y con una mirada que sale reluciente de sus ojos, ya pequeños, pero en este momento, luminosos

Ni mis hermanos, ni mi hermana mayor, han querido saber nada de lo que estoy haciendo y diciendo. Mi hermana me decía:- que yo no sirvo, Remedios-, y yo le digo que la gente sirve “pa lo que quiere”. Yo no he hablado nunca y ahora hablo por diez. Pero es de esto…, de vivir. De querer vivir. No podemos morir estando vivos. Quiero decir todo lo que pasé y nos hicieron pasar. Y es que yo me sentía “humilla” por esos señoritos y señoritas que, después, se daban tantos golpes de pecho, pero que les importaba un comino que nos muriéramos de hambre; no tenías que comer, dormías en el suelo y, además, estabas con un miedo horroroso por el pánico que representaba la guardia civil; pero cuando iba al campo me sentía libre por lo menos. Allí, si no era feliz del todo, me sentía libre. Pero aquí (se refiere a Córdoba), no, aquí era el señorito este, la señorita la otra, que si llévale esto al señorito, que si…, y es que a los señoritos había que respetarlo, aunque trabajaras en su finca y tuvieras que dormir en el suelo.

Cuando había racionamiento, ni mis hermanos ni yo probamos nunca el chocolate, ni el azúcar, ya que mi madre lo cambiaba por garbanzos, habichuelas o lentejas. Remedios que sigue con el mismo ímpetu y con algo de rabia,- dice y nos cuenta:-Yo tenía 3 primas, estando con ellas, las arreglaban, les daban para merendar chocolate, y ellas me decían: mira prima chocolate (me lo enseñaban y a la vez se burlaban) y se comían el chocolate para que yo lo viera. Mientras, mi hermano y yo, que estábamos levantados de madrugada y con un vaso de leche, nos mandaban a guardar marranos y cabras al campo durante todo el día. Y eran de nuestra familia los que hacían esto.

Mi abuelo, que debería haber cuidado de su hija, no le importaba que ésta durmiera en el suelo del pajar, donde estaban las bestias que utilizaba para las faenas del campo. ¡Allí, en un montón de paja y con solo una manta!. Si queríamos pasar del pajar a la cocina, teníamos que cruzar un patio en invierno o en verano. Su padre, mi abuelo, podía haber dicho de poner dos camas en el pajar aunque fuera, pero no lo hizo nunca. Sería porque nosotros éramos los pobres, los apestados, los perdedores…

Siendo mi Julián todavía pequeño, fui a Madrid para que le trataran una alergia en la Clínica de la Concepción; un hermano de mi marido vivía allí y tenía un cargo importante en los Ministerios. Su suegra vivía con ellos, y “retorcía” sí que era. En una ocasión, sin venir a cuento, me dice: Remedios, ¿tú tienes madre y padre? Tengo madre-contesté-, y padre?-siguió preguntándome-, avergonzada le dije:-no a mi padre lo mataron-. Y por qué-volvió a preguntarme-, no lo sé-le dije- Ella me contestó despóticamente:-pues yo si lo sé. Le tenía que haber dicho, porque fueron unos asesinos, pero no fui capaz. ¡Pero es que tenía tanto miedo!

Si los hubieran matado en el frente, luchando, yo estaría diciendo, bueno, los mataron luchando. ¡Que valientes! Pero es que no lucharon, no les dieron la opción de luchar. Y es que me desespero de pensar ¿por qué no les dio tiempo a luchar?. Si es que en el pueblo había 4 casas y media y cuatro chozos sin importancia, y no sé si sabrían si había empezado la guerra o no. Pero los falangistas, sí que lo sabían, ya que iban buscando, casa por casa con una lista en la mano.

Y es que aquello es de la Zona Agraria (supongo que se refiere al terreno que su padre recibió como consecuencia de la Reforma Agraria llevada a cabo por la República) y mi padre fue uno de los afortunados que recibieron, con la implantación de la Reforma Agraria, alguna tierra de la que poseía, tierras que eran alquiladas del Cortijo de la Reina y que pertenecía al Estado.

Al Presidente de la Zona Agraria, lo sacaron de la casa de una mujer, donde se había escondido, y ésta, lo delató diciendo que estaba en su casa. Era uno de los que estaban en la lista negra para eliminar.

Alguien me contó-vuelve a decir Remedios-que, cuando se llevaron a mi padre en un camión como al que lo llevan al matadero, le acompañaba el alcalde de Falange, lo vio una mujer que a ella le decían “cagachinas”, y, cuando éste vino de vuelta, ella le preguntó ¿Qué has hecho con ellos, canalla?. Yo me he tirado del camión, le contestó, pero nadie le creyó. ¿Que se ha tirado del camión y mi padre se ha quedado allí? No puede ser. Si fuera cierto, mi padre se hubiera tirado también. Todo el mundo me decía, cuando hablaba de él, que era “mu valiente y “mu echao palante”. Así que este embuste, no me lo creí. Luego supe que este falangista era uno de los fascistas que llevaba la lista de las personas que había que apresar.

De mi hermano mayor, lo que tengo que decir, es que venía a la escuela nocturna a Córdoba en bicicleta. ¡Que había que tener valor y ganas de aprender para hacer tal sacrificio!. De mi padre ya te he hablado todo lo que se dé el, que, aunque no sea mucho, tengo un recuerdo imborrable, ya que tuvo que ser un hombre excepcional, que sabía música, que alegraba la vida para los demás y también para él, que era un hombre estudioso, ya que venir desde mi pueblo a Córdoba al Conservatorio, decía mucho de él; que era un hombre adelantado de su tiempo, sin lugar a dudas. Nos dejó como recuerdo una brújula que había comprado para su uso, una cosa así, no era normal en un hombre de campo, pero lo que te digo, fue un hombre que se adelantó a su tiempo, y su tiempo, tuvo una respuesta trágica para todos estos hombres.

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