“Rojo y maricón”: la sentencia fascista que silenció la copla única de Miguel de Molina.

Su apoyo explícito a la República le puso en el punto de mira de lo más reaccionario del país. Su legado, que revolucionó la copla, es ahora reivindicado en ‘Miguel de Molina al desnudo’, dirigida por Félix Estaire e interpretada por Ángel Ruiz.

MADRID / 04/12/2020 10:11 /  JUAN LOSA /

“Yo llegué al mundo en una España en la que reinaba Alfonso XIII y en una Andalucía en la que quienes ‘gobernaban’ eran la pobreza, el hambre, los terratenientes, la ignorancia…”. Así evocaba Miguel de Molina el tiempo que le vio nacer, un tiempo que fue también su cárcel, porque fue demasiado libre para una España pacata, tallada en las toscas aristas de un clérigo medieval y con el fascismo entre bastidores.

Por “rojo y maricón” lo apalearon dos falangistas en la Castellana, y por “rojo y maricón” tuvo que exiliarse, un destierro que fue político pero que terminó por condenarle al olvido en nuestro país. Su apoyo explícito a la República le puso en el punto de mira de lo más reaccionario del país; su forma de vestir y cantar contribuyó a un desprecio que duró décadas. El día que nací yo, Triniá, Te lo juro yo, Ojos verdes o La bien pagá ensancharon su leyenda a base de un timbre único y unas coreografías audaces.

Su amaneramiento y su desparpajo fueron su magia y su condena

Nacido en Málaga en 1908, Miguel de Molina tuvo desde muy pequeño la certeza de que había nacido para los escenarios. Su infancia la cantan mujeres, en concreto seis, su madre, su abuela y sus cuatro hermanas. Ellas musitaron aquel despertar de Miguel, ellas presenciaron sus primeros espectáculos a pie de calle, sus danzas improvisadas y sus disfraces caseros. La infancia parecía un lugar seguro, hasta que afloró la discriminación.

Su amaneramiento y su desparpajo fueron su magia y su condena. La capacidad para sentir y hacer sentir sobre las tablas le convirtieron en fenómeno de masas pero también le pusieron en el punto de mira. Insultos homófobos y algún que otro intento de abuso fueron curtiendo a un niño que ya desde muy pequeño vio en la copla y en la poesía de Lorca la posibilidad de redención. La belleza como salvavidas y motor creativo.

Ahora, un espectáculo teatral reivindica su figura. Miguel de Molina al desnudo, en el Teatro Infanta Isabel de Madrid hasta el 19 de diciembre, revisita una vida y reivindica una obra. “No es sólo un homenaje a su figura o una biografía musical, es la necesidad de contar a través de su vida algo que atañe a nuestro presente y de situar a la copla en el lugar que le corresponde, como un arte popular que surgió en tiempos de libertad y sedujo a grandes como Rafael de León, Manuel de Falla o el mismísimo Lorca“, rezan los créditos de la obra.

Dirigida por Félix Estaire y con la interpretación de Ángel Ruiz, la vida de Molina regresa donde pasó la mayor parte del tiempo, en los teatros. No en vano fue a la salida de una función en plena Castellana cuando dos falangistas de renombre, Sancho Dávila y José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, que con el tiempo llegaría a ser Director General de Seguridad y teniente alcalde de Madrid, le asaltaron y patearon hasta dejarle el rostro desfigurado.

Con su característico peinado de caracoles en las sienes, su sombrero echado hacia atrás y su sempiterno cigarrillo entre los dedos, Molina creó un universo performativo propio en el que las grandes mangas afaroladas y los botines con dibujos geométricos “muy picassianos” tenían un papel fundamental. Genio y figura. Arte sobre las tablas y arte también confeccionando sus propias indumentarias. 

Molina creó un universo performativo propio

La coda es la cárcel y el exilio. Tras pasar por los presidios de Cáceres y Buñol, Molina llega en 1942 a Buenos Aires, de donde es expulsado al poco a petición expresa de los golpistas, ya en el poder. Su significación a favor de la República le cerraría las puertas de su patria hasta llegada la democracia. Se marchó a México pero la intercesión de Evita Perón le permitió regresar a Argentina, donde se convirtió en una estrella y donde vivió 50 años de destierro.

Poco antes de morir, recibió una carta de la Embajada de España en Buenos Aires. En ella, el ahora rey emérito le otorgaba la Orden de Isabel la Católica. La Fundación Miguel de Molina recoge, de este modo, cómo evocó el cantante aquel instante: “Al mismo tiempo que se lo agradecía al rey, no pude menos que acordarme de aquella paliza en la Castellana, de las persecuciones, de la prohibición de trabajar, del secuestro de mis películas, del exilio… De haberme robado los mejores años de mi vida empujándome lejos de mi madre, de mi tierra…”. Y pese a todo, Molina se calzó el sombrero y entonó por última vez y con voz firme su famosa tonada Ojos verdes.