RUTAS DE LA MEMORIA: Zufre (Huelva). 12 kilómetros, 12 minutos, 16 mujeres en un camión.

12 kilómetros, 12 minutos, 16 mujeres en un camión.

Nueva ruta de la memoria: de Zufre a Higuera, un recorrido por la Sierra de Aracena sin ninguna señal que recuerde los asesinatos.

LA MAREA | OLIVIA CARBALLAR | ocarballar@lamarea.com | 20-11-2017

A Lala Mallofret la conoce todo Zufre. Es la única Lala en este pueblo onubense de 900 habitantes enclavado en la Sierra de Aracena y Picos de Aroche. Lala tiene mucha charla, 85 años y alquila casas rurales. “Vamos, que te voy a enseñar la zona”, dice diligente con una sonrisa amplia. Por cuestas empedradas, calle abajo, calle arriba, Lala se para delante de una preciosa casa rural entre fachadas blancas y zócalos de colores. “Esta es la antigua cárcel”, cuenta. Dice que de aquí sacaron a un grupo de mujeres en el otoño del 37 camino del matadero. “Mira, y este es el Ayuntamiento”. En la puerta cuelga un lazo morado y un cartel que avisa que Zufre está incluido en la red de municipios libres de violencia contra las mujeres. Por una callejuela aledaña asoma el campanario de la iglesia con un viejo reloj de números romanos. Suena la campanada de las siete y media, pero son las siete y veinte de la tarde. “A veces funciona y a veces no, a veces va adelantado y a veces va atrasado”, prosigue Lala. Es domingo. El reloj descansa sobre una plaza de cuento, una azotea con vistas al campo y a un pantano de agua azul intenso. Al fondo, la fuente del concejo, sobre una arquitectura gótico-renacentista, arroja agua por una carátula marmórea en forma de cabeza de tritón. Flotan tres naranjas verdes en el viejo abrevadero.

La historia en Zufre, como el reloj, lleva décadas de retraso. Dieciséis mujeres, maniatadas en colleras, recorrieron esas mismas calles a modo de paseíllo infame. “Y aquí en esta vieja escuela había otra cárcel. Luego fue una escuela. Hoy es un salón de actos”, señala Lala desde su casa, que hace esquina en la acera de enfrente. En la fachada aún se lee “Escuela de ninas”, con una ñ sin virgulilla. A los pies, en un pilar construido en 1909, el agua resbala con la cadencia de una tarde de verano sobre el musgo verde. “Donde aliviaran yuntas / sed de besanas, / sofocaran mis mulas / calo de parvas / y bebiera la luna / lunita, al alba”, rezan en un azulejo los versos del poeta Manuel Ordóñez Sánchez. Allí –señala Lala– aguardaba un camión para el traslado de las mujeres hasta el cementerio del vecino pueblo de Higuera de la Sierra.  

De ahí se llevaron también, un año antes, a su padre, Antonio Mallofret. “Mari Carmen, me llevan a declarar. Llegando al sitio se descansa”, le dijo a su mujer, que lo vio salir. “Le entregó la cartera y las cosas que llevaba encima. Yo tenía cuatro años”, afirma Lala. Eran cuatro hermanos, el más chico tenía dos, el más grande siete. Su madre perdió el quinto que estaba esperando. Lala no se acuerda de su padre, pero sí de lo que lloraban cada vez que se sentaban a la mesa a almorzar y a cenar. Hoy en el pueblo solo vive ella. Su hermana y sus dos hermanos se fueron a Venezuela. Los varones ya han muerto.

El teléfono suena un par de veces. Una de ellas se corta. Lala ha quedado para tomar café con pasteles en El Kiosco, un bar ubicado en el Paseo de los Alcaldes José Navarro y Andrés Pascual. El primero, republicano, fue fusilado. El segundo fue el jefe local de la Falange. Nuevas generaciones de niños y niñas corretean ajenos a la historia, bajo aquel vestigio franquista, entre los columpios y un tobogán. “Por allí salieron hacia Higuera”, se despide Lala. Poco más de 12 kilómetros separan ambos municipios. Poco más de 12 minutos en coche. La A461, de Santa Olalla a Minas de Riotinto. La N-433 dirección Aracena. Nadie puede saber qué sintieron Teodora, Remedios, Modesta, Josefa, Elena, Bernabela, Dominica, Felipa, Amadora, Mariana, Antonia, Encarnación, Faustina, Amadora, Carlota y Alejandra haciendo ese mismo recorrido en el camión. Tenían entre 39 y 62 años. Con ellas viajaban cinco hombres que fueron también asesinados ese mismo día, el 4 de noviembre de hace 80 años, entre ellos, José Mallofret, juez municipal de Zufre en 1932 y dirigente de Unión Republicana en 1936. Tío de Lala.

“Mucha gente desconocía lo que había pasado, se contó la historia que se contó, se tergiversó. Por eso yo escribí en un blog. Me costó trabajo. Había temor. Hasta entonces, no tengo constancia de que hubiera nada escrito”, explica el hijo de Lala, el periodista Diego Antonio Velázquez. A través de escritos, logró que se retirara el título de alcalde honorario a Franco en 2009 pero no un homenaje a las víctimas. Ahora, el Ayuntamiento, gobernado en minoría por IU, tiene previsto un acto de reconocimiento a estas mujeres, según explica la teniente de alcalde, Rosa Villa, que admite que hay cosas que cuesta mover en pueblos, además, tan pequeños.

En el viejo cementerio

Apenas pasan coches por Higuera, atravesado por la carretera nacional. Una patrulla de la Guardia Civil multa a uno que ha parado junto al Bar Carmona. Unos metros más allá, a la izquierda, el Museo de la Cabalgata, donde se muestra la “espectacularidad con la que el pueblo se engalana cada 5 de enero”. A la derecha, por una cuesta, discurre el camino hacia el viejo cementerio. Según los testimonios recogidos por Diego, les dijeron que bajaran y enfilasen: “Un trayecto muy corto, puede que algunas no supieran a dónde iban, pero otras sí debían saberlo. Los gritos se escuchaban en todo el pueblo. La gente de Higuera estaba aterrorizada. Las fusilaron en la puerta del cementerio”.

La verja, aún con la señal de un impacto de bala, está entreabierta. Tres filas de nichos de arriba abajo. Varias lápidas datan del siglo XIX. “Libre”, se puede leer en algunos de ellos. Al fondo, en una esquina a la izquierda hay un grifo y una carretilla. Nada que indique que bajo ese suelo hay 16 mujeres, cinco hombres y quién sabe cuántos cuerpos más. Según Lala, los arrojaban unos encima de otros, en tandas, con capas de tierra. Podrían estar bajo los nichos. Podrían estar bajo los setos y las flores, en el centro. Nunca se ha buscado en aquel lugar, que hoy conforma las vistas de una residencia de mayores y una casa en obras. Cuenta Santiago González, vecino de Zufre, que el juez de Aracena ante el que tenían que declarar se quedó esperándolas: “Se habla incluso de dos o tres violaciones”. “A ellas no las juzgaron, las sacaron y las mataron. Fue muy escandaloso”, resume el historiador José María García Márquez. Unos días después llegó otro camión de presos a Higuera. “Las autoridades vecinas, escandalizadas por aquella trágica escena, no consintieron nuevos fusilamientos –explica Diego–. El jefe local de Falange, Rafael Girón María, dijo: ‘El que quiera fusilarlos, que lo haga en su pueblo’”.

Estado de conservación:

En el cementerio de Higuera de la Sierra, donde fueron asesinadas las mujeres de Zufre, no hay ninguna señal que indique la fosa a la que supuestamente fueron arrojadas.