Salvador Cruz Artacho: «El franquismo fue una ruptura pero no acabó con la memoria»

► “Las raíces de la guerra civil en suelo andaluz son eminentemente agrarias”, explica Salvador Cruz Artacho, investigador y catedrático de Histórica Contemporánea en la Universidad de Jaén

► “Si analizas cómo se comporta el pueblo andaluz en su conjunto cuando acaba la dictadura y comienza a articularse el proceso recuperación democrática, se pone de manifiesto que la memoria no se perdió”

► “La idea de la Andalucía caciquil, de jornaleros analfabetos que no tienen habilidades políticas, es falsa”, añade

ELDIARIO.ES | JUAN MIGUEL BAQUERO | 30-9-2018

El camino investigador de Salvador Cruz Artacho está impregnado de la tierra del campo andaluz. Desde su génesis, en una tesis doctoral sobre caciquismo, a unas líneas de trabajo con las que el catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Jaén (UJA) recupera el cordón umbilical que une el mundo rural con la construcción de cultura democrática. “La idea de la Andalucía caciquil, de jornaleros analfabetos que no tienen habilidades políticas, es falsa”, subraya.

Los procesos de socialización política y la construcción de la democraciarepresentan los aspectos más destacados de su investigación. Sembrando en estos campos, Cruz Artacho ha cosechado libros como Caciques y campesinos: poder político, modernización agraria y conflictividad rural en Granada (1890-1923). O estudios sobre los tribunales de responsabilidades políticas, la construcción de la identidad andaluza… Y obras como Campesinos, lucha anticaciquil y democracia oLa mujer trabajadora en la Andalucía contemporánea.

Ahí sigue el historiador. A pie de tajo. En la inauguración del presente curso académico de la UJA, incluso desde la lección inaugural. En mitad de esa vorágine universitaria atiende a  eldiario.es Andalucía para hablar sobre los procesos de democratización. Sobre clientelismo político y caciquismo. Y sobre andalucismo histórico, Blas Infante y la raíz republicana de la identidad andaluza.

Braceros y actores políticos

Salvador Cruz Artacho no llega por casualidad a lo que se denomina Memoria Histórica. “A mí me lleva el estudio del conflicto agrario”, precisa. Esta parcela acaba regada por “repercusiones sociales, y también económicas y políticas” que marcan el devenir de los acontecimientos: de la esperanza republicana a la “larga noche” de la dictadura franquista.

De aquella raíz el catedrático de la Universidad de Jaén ve crecer las ramas “de la violencia política en el marco de la centralidad del conflicto agrario”. Es decir, de cómo el terror golpista se ceba con la Andalucía rural que había osado poner en cuestión el orden establecido de ricos y pobres, de propietarios y braceros, de potentados y excluidos.

“Hay una idea que está costando desmontar en el imaginario colectivo, de una Andalucía caciquil, de un mundo rural atrasado, con jornaleros analfabetos que no tienen habilidades políticas para participar en la construcción política y de la democracia, ni culturalmente”, explica Cruz Artacho. Porque el campo andaluz era una muestra de la lucha contra el caciquismo español. Y en este paradigma no existe “toda esa idea de un mundo atrasado y de campesinos sujetos al mandato de los caciques”, subraya.

“O que las luchas son muy complicadas y cuando surgen solo son en escenarios revolucionarios y rupturistas… esa imagen hay que ponerla en tela de juicio”, continúa. Más allá, la lucha contra el caciquismo de los colectivos rurales “tiene un papel protagonista” que engarza el mundo rural “desde el plano de la historia política y social”.

Campesinos y jornaleros, por tanto, vestidos como sujetos activos. “Hay que eliminar la imagen del jornalero andaluz sometido al cacique, esto no es así”, asiente. Braceros como actores políticos y de cambio social.

La mujer como clave

Y la mujer tiene un papel clave en este proceso de empoderamiento agrario. “El proceso de socialización y movilización en defensa de la visibilización de su papel y su posición en la escena pública y en defensa del reconocimiento de derechos políticos es muy visible en los años 30”, cuenta el historiador. La mujer “ha estado presente en las movilizaciones de protesta en la etapa final de la monarquía de Alfonso XIII y va a estar muy presente en la etapa de la República”, completa.

Porque, en palabras de Cruz Artacho: “la democracia no se concede, se conquista”. No sucedió “en los años 30, ni luego cuando se restablezca con la muerte del dictador Francisco Franco”. Y un ejemplo “muy paradigmático de esto es la lucha de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos, como entonces el derecho al sufragio o una posición más visible en ámbitos sociales y culturales”.

Aquellos conflictos sociales no eran, al cabo, más que una lucha desigual que acabaría truncada por el golpe de Estado fascista de julio de 1936. “La caída de la monarquía, la lucha por el descuaje del caciquismo que abre la experiencia republicana, fue un proceso de movilización política porque para muchos sectores de la sociedad andaluza del momento no se trataba solo de cambiar un régimen político, pasar de monarquía a República, sino también de una apertura al camino que iba a construir un orden económico político y cultural mucho más justo”, manifiesta el catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Jaén.

Pero esta contestación rural “afecta a la posición de las oligarquías”, añade. Y caciques y terratenientes arrancan su propia movilización “para mantener sus privilegios”. Ahí nace la “lucha”. Un “choque” de voluntades, intenciones y esperanzas, que será el germen de la brutal represión del franquismo.

El odio caciquil y el terror franquista

“En Andalucía, los orígenes de la guerra civil están en cómo se da el conflicto rural, en el campo”, dice Cruz Artacho. “Las raíces de la guerra en suelo andaluz son eminentemente agrarias”, insiste. La represión de posguerra, además, “está organizada para acabar con cualquier vestigio que tenga que ver con proyectos reformistas y de cambio que empezaron a ver la luz en la República y que ponían en cuestión el orden oligárquico, para lograr el descuaje de todos los agentes sociales que tuvieron que ver en este proceso”, declara.

Aun así, y pese al paraguas de la “larga noche” del régimen franquista y su pedagogía del terror, en Andalucía siguió calando el espíritu republicano y democrático. Salvador Cruz lo explica de este modo: “El silencio forzado, las penurias, las crueldades y los terrores que se tienen que vivir también en los años 40 y 50… es un régimen que sigue aterrorizando hasta el final. Esto afecta. Y afecta en la medida en que rompe determinadas dinámicas, las trunca. Pero si analizas cómo se comporta el pueblo andaluz en su conjunto cuando acaba la dictadura y comienza a articularse el proceso recuperación democrática, se pone de manifiesto que la memoria no se perdió”.

Fue como recuperar también la herencia de un andalucismo histórico que el catedrático de la UJA define en pocas palabras como “un proyecto republicano, por tanto de naturaleza política y muy democrático”. Con estandartes como el propio Padre de la Patria Andaluza, Blas Infante. O un proceso de construcción autonómica que une las dos etapas con una suerte de cordón umbilical.

“En el ADN de su definición –del andalucismo histórico– están los valores republicanos, la marca federal y los principios democráticos”. Porque la identidad nacional andaluza no deja de ser un proyecto incluyente que se abraza a aquella frase de Blas Infante: “En Andalucía no hay extranjeros”. Y la marca identitaria en blanco y verde reniega del blanco y negro de la dictadura. Porque, como dice Salvador Cruz Artacho, “el franquismo fue una ruptura pero no acabó con la memoria”.

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