San Fernando (Cádiz). El asesinado 107: el dolor bajo la tierra del camposanto de San Fernando

El asesinado 107: el dolor bajo la tierra del camposanto de San Fernando

La asociación memorialista Amede, junto al equipo técnico, ha hallado hasta el momento más de un centenar de cuerpos de víctimas del franquismo en cuatro fosas del cementerio municipal de La Isla. La mayoría de los cadáveres presentan fracturas óseas por el impacto de proyectiles

Patricia Merello

16.08.2020

lavozdelsur.es

Un silencio ensordecedor envuelve el lugar donde yacen los cuerpos de aquellos que no tuvieron voz. A las víctimas del franquismo les arrebataron la vida a sangre fría. Fueron asesinadas, dejadas de la mano de Dios. Sus restos llevan años durmiendo bajo el cementerio municipal de San Fernando en varias fosas en las que la presencia de los que ya no están es abrumadora.
Se dice que en el municipio isleño existen sepulturas de represaliados en el camposanto de los Franceses de La Casería, o en el Caño de La Carraca, pero “la gran fosa de San Fernando era claramente aquí, que ha estado siempre señalizado como fosa de la guerra”, explica Javier Pérez Guirao, presidente de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Democrática, Social y Política de San Fernando (Amede), formada por familias que aún buscan los cuerpos de sus seres queridos fusilados en la Guerra Civil.

En 2016, la entidad memorialista tomó cartas en el asunto e impulsó un proyecto que comenzó con sondeos en el interior del cementerio para localizar el paradero de los cadáveres. Al año siguiente, “fue cuando comenzamos el trabajo que estamos haciendo ahora, el de excavación en extensión y las exhumaciones de esos cuerpos”, comenta Javier, parado frente a las vallas adornadas con flores que delimitan el terreno.

Una voluntaria permanece en uno de los hoyos, a unos 4 metros de profundidad, justo en la ubicación del patio donde antiguamente se distinguían un parterre con cruces, y algunas iniciales de víctimas. Hasta el momento, ya han abierto siete fosas, de las cuales cuatro son de la represión.
Bajo la tierra se estiman aproximadamente entre 220 y 240 cuerpos pertenecientes a represaliados. Javier explica que “siempre se va depurando la información y van saliendo nuevos nombres, o algunos que parecían represaliados luego resulta que son dudosos y que no lo son”. Pero hasta ahora, han hallado 107 cadáveres. En la parte que denominan sector A han aparecido 40, mientras que del B se han extraído 66. “Y aquí de momento llevamos uno”, dice señalando una de las excavaciones del patio.
 
Javier, que también es antropólogo, lleva tres años inmerso en estas labores junto a un equipo técnico dirigido por el arqueólogo Jorge Juan Cepillo Galvín, al que se suman tres auxiliares, un topógrafo y un forense. Y el camino no ha sido fácil. “Nos hemos encontrado dificultades de todo tipo, en una de las fosas localizamos a nueve cuerpos, pero no los pudimos exhumar porque va hacia una manzana de nichos y no podemos abrirla al completo, solo un trozo muy pequeño de fosa y eso no permite trabajar cómodamente y en condiciones”, sostiene Javier.

Se trata de la zona denominada A, que corresponde al cementerio civil, hoy en día inconclusa y cubierta con un plástico por su proximidad a la línea de fachada de los nichos. “Lleva mucho tiempo parada a la espera de poder resolverse administrativamente, sabemos que dos de las fosas se adentran en los pasillos que tuvimos que dejar por seguridad”, argumenta el antropólogo.

Otro de los obstáculos a los que se enfrenta el equipo es que, en la oscuridad de la cavidad, los cuerpos de las víctimas del franquismo están mezclados con los enterramientos convencionales. “Tenemos que ir diferenciando si son de personas que están aquí enterradas, pero de las que no hay ningún registro, o si son cuerpos de la represión”, comenta Javier, al que se le empañan las gafas por la mascarilla que cubre su boca en estos tiempos de pandemia.

Para identificar si los restos pertenecen a un represaliado, los profesionales se fijan en las posiciones que presentan al ser desenterrados. Javier afirma que “cuando son enterramientos normalizados las personas aparecen en cajas en una posición habitualmente bocarriba con los brazos a los lados”. En cambio, los de las fosas de la represión “te los encuentras en cualquier postura, a nadie se le entierra bocabajo, y eso ya es una evidencia”.

Una brisa recorre los estrechos pasillos del camposanto que Javier atraviesa hasta llegar a la sala de autopsias utilizada como laboratorio. Allí, una hilera de cajas numeradas alberga los restos de los asesinados ya exhumados. En una mesa yace el cuerpo reconstruido del asesinado número 107. La escena es sobrecogedora. “Impresiona la primera vez que lo ves”, expresa Laura Prieto, secretaria de Amede, que asegura que todos los cadáveres aparecen “más deteriorados o menos, pero completos”.

Los cuerpos hallados se trasladan a esta sala diminuta donde apenas cabe el forense. Es él quien determina el sexo, la edad o las enfermedades que pudieran tener, “características que quedan marcadas en los huesos y que permiten saber aspectos de la vida de esa persona”. Según Javier, entre los localizados, “la inmensa mayoría son muy jóvenes, están entre los 18 y los veintipocos años”.

Un proyectil impactó contra el cráneo del represaliado 107. Está completamente roto. Las fracturas provocadas por las balas evidencian que son víctimas, asesinados tras el Golpe. Javier se coloca unos guantes en las manos y se aproxima a la mesa donde se distinguen los restos. “Esta fractura se ha producido justo en el momento de la muerte”, indica señalando uno de los huesos del brazo hecho añicos. El resto de la estructura ósea también presenta roturas, sobre todo en las costillas y en las vértebras. “Ha soportado muchos kilos de tierra encima durante muchos años”, añade Laura.

El hallazgo de objetos personales junto a los cuerpos también son un signo para identificar a las víctimas. Los zapatos del número 107 aparecieron intactos, así como la hebilla del cinturón. Con mucho cuidado, el antropólogo rebusca en las cajas algunos de los enseres encontrados, perfectamente clasificados en bolsas. Petacas de tabaco, papel de fumar, lápices, gafas, cremalleras “todo lo que llevasen encima en el momento del fusilamiento”.

Entre ellos, un juego de llaves y unas monedas. “A la gente no se la entierra con el dinero que llevase en el bolsillo”, corrobora Javier, que también muestra varios proyectiles de arma corta que pesan muchísimo y una chaqueta militar. Laura expone que “normalmente no aparece nada de ropa y esto fue una sorpresa que nos llevamos, incluso con todos los botones alineados”.

Los objetos personales humanizan a los restos óseos, mientras que los trabajos del equipo dignifican a los fusilados del franquismo. Lo que llaman justicia y reparación es justo esto. “Muchos familiares que han tenido un proceso traumático en sus casas por un duelo que no se resolvió en su momento, por la pérdida de una persona a la que asesinan y que ni siquiera saben dónde está enterrada”, declara el antropólogo que está implicado en el proyecto por una cuestión de “derechos humanos, es un ejercicio también de justicia con estas personas”. Concretamente, en San Fernando “se sabía por historia a la gente que habían asesinado pero ni el volumen ni los nombres exactos, ni cuántos si quiera”.

El último paso de esta labor en el cementerio isleño consiste, precisamente, en identificar a todos los cuerpos para, finalmente, entregarlos a las personas que esperan darles un entierro digno a los suyos. Para ello, se requiere la realización de pruebas de ADN a los familiares. “Muchos de ellos ya han entregado sus muestras, tenemos un listado que fue una garantía de respaldo del proyecto, pero de momento no hemos identificado a nadie”, desarrolla Javier.

El proyecto cuenta con el apoyo económico de la Diputación de Cádiz a través de su Servicio de Memoria Histórica y Democrática, de la Junta de Andalucía en una de las partes, y del Ayuntamiento de San Fernando, “que nos apoya de manera logística”.

Sin embargo, según espeta Javier, “los técnicos no cobran todos los meses un sueldo sino que al final de año con la subvención de Diputación se les da una gratificación, realmente están trabajando de forma voluntaria”. El presidente de Amede manifiesta que no avanzan al ritmo deseado porque “los medios son escasos, llevamos tres años y no esperábamos que fuésemos a estar tanto tiempo, a este paso nos pueden quedar dos o tres años más perfectamente” para concluir los trabajos.

Mientras tanto, las familias mantendrán la esperanza. La asociación de memorialistas de La Isla luchará por “sacar a la luz los crímenes que en su día se cometieron y que han quedado impunes, conocer los datos de estas personas, su historia y por qué murieron”. Y, sobre todo, sacarles del olvido de la fosa para devolverles la dignidad.

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