San Fernando (Cádiz): “Necesitamos que nuestras familias descansen en paz”

En el Día de la Memoria Histórica, familiares de represaliados exigen a la Junta que exhuma a las víctimas de la fosa de San Fernando, donde yacen alrededor de doscientas personas

LA VOZ DEL SUR | VANESSA PERONDI  | 14-6-2017

Milagros no llevaba la foto de su padre. Ni siquiera sabía si debía ir o no y, de hecho, no pudo terminar de escuchar el testimonio de otros familiares, que como ella, se han dado cita este miércoles en el cementerio de San Fernando con motivo del Día de la Memoria Histórica. La concentración, convocada por la Asociación por la Recuperación de la Memoria Democrática, Social y Política de San Fernando (AMEDE), pretendía exigir la exhumación de la fosa común isleña. Una fosa que según los estudios podría ser la más numerosa de la provincia de Cádiz, superando a la de Puerto Real, con más de doscientas personas inhumadas.

Tras una primera fase, en la que se realizaron catas y se comprobó la existencia de cuerpos enterrados de forma irrespetuosa y casquillos de bala que se relacionan con represaliados del franquismo, los familiares llevan seis meses esperando que la Junta apruebe la segunda fase y puedan comenzar las exhumaciones para la recuperación de los restos de los suyos.

Y allí estaban hoy para que no se olvidaran ni de sus nombres ni de sus caras. Rocío, Pepe o Paco fueron algunos de los familiares que, con el libro Trigo tronzado de José Casado —reeditado por el Ateneo Republicano y Memorialista de La Isla—, recordaron el día en que se llevaron a sus abuelos o a su padre y que Casado recoge a modo de listado en esa obra.

Paco sólo tenía nueve meses cuando se quedó sin padre: Juan Valverde Colón. Su hermana estaba aún en el vientre de su madre y hasta que no descubrieron el libro de Casado no supieron cuál había sido el trágico destino de su padre. Pepe y Rocío compartían desgracia en el tiempo: el 28 de octubre, el día que mataron al último alcalde republicano de La Isla, Cayetano Roldán, también se cebaron con los suyos. Con el abuelo (Eladio Barbacil), el bisabuelo (Manuel Barbacil Mejuto) y el tío abuelo (Alfonso Barbacil) de Pepe. Y con el abuelo de Rocío, Agustín Rodríguez Nieto.

A Antonio Rey Centeno, padre de Milagros, no le metieron un tiro. Le dieron una paliza que le dejó medio muerto. Así fue como llegó a su casa. Ella fue la que abrió la puerta y se lo encontró en ese estado. Su padre, teniente de Infantería de Marina, recibió un castigo mortal por no querer cumplir las órdenes de ejecutar a civiles, entre ellos al padrino de Milagros. Y no superó los golpes. Su madre, Dolores, quedó viuda con cinco hijos y en la calle. “Recuerdo que el día que mataron a mi padre, él salió porque iba a cobrar y yo esperaba que viniera con un tarro grande de fruta escarchada”, rememora Milagros con su nieta Natalia al pie de la fosa cerrada. Pasaron muchos años hasta que pudo ver otra vez fruta, porque no sólo la dejaron sin padre sino en la miseria. “Nos tuvo que recoger una prima cuyo marido no quería que estuviéramos allí y cuando venía, teníamos que salir de aquella casa pequeña hasta que se dormía”.

No fue hasta cuatro años después de muerto, cuando la madre de Milagros recibió una pensión con la que pudo comprar una caseta en Villa Lata. A ella también la metieron presa: “Tres días estuvo, por pedir limosna por las calles”. Nerviosa al traer al presente tantos recuerdos, Milagros no logra quedarse hasta el final del acto. Un acto en el que también tomaron la palabra los familiares de Domingo José Bey, de 40 años y de profesión, ajustador de La Constructora, y Manuel Sacha Morales, de 55 años y comandante de Infantería de Marina.

“Represión premeditada y desproporcionada”

Porque si hay algo que caracteriza a la fosa de San Fernando es elevado número de militares que fueron asesinados. Y porque, como en muchos municipios de la Bahía, la supuesta guerra, la lucha entre hermanos, los dos bandos nunca existieron. En San Fernando, hubo una “represión premeditada”, explicó Miguel Ángel Moreno, coordinador del estudio histórico de la fosa, y que esta misma mañana leyó dos documentos inéditos que ponen los pelos de punta. Se trata de un informe que hace el alcalde de La Isla en 1938, Antonio Rodríguez, tras la petición de la Dirección General de Trabajo sobre la actuación y el desarrollo de los sindicatos desde febrero al 18 de julio de 1936. En ese documento explica que sólo existía una asociación obrera, el Sindicato Único de Trabajadores, afecto a la CNT, en donde se encontraban inscritos todos los obreros de los distintos ramos y que “organizaba mítines, en donde se inculcaba a los obreros la rebeldía contra los poderes constituidos”.

Como hechos, reseñaba una huelga general que protagonizaron el 6 de mayo de 1936 en solidaridad con los compañeros de Cádiz y que fue solucionada dos días después. “No hubo en esta ciudad desgracias personales algunas”, reconoce el alcalde. Sólo reseña un acto de “sabotaje” meses antes, según el cual hubo un intento de quema de un altar de la Iglesia Mayor, que fue rápidamente descubierto y dio origen a “pequeños desperfectos” y unos jóvenes que apedrearon una hornacina.

En otro documento donde el entonces alcalde enumera los sucesos, explica que sí hubo un muerto y tres heridos durante el bienio negro -en un mitin de José Antonio Primo de Rivera en 1933- y nada más en el 36. “Número de casas y edificios públicos destruido…ninguno; número de fábricas y comercios destruidos…ninguno; número de bancos destruidos y sus pérdidas…ninguno; número de museos y obras de arte destruidas…ninguno; calles, fuentes, ferrocarriles, puentes…ninguno”.

No hubo nada que justificase esa “represión desproporcionada” hacia militares leales y obreros. Como el abuelo de Rocío. Apretando en su pecho el marco con la foto de Agustín Rodríguez Nieto, Rocío –la más joven- contó cómo mataron a su abuelo cuando su madre tenía cuatro años. Su tía, con seis, la única superviviente “aún recuerda por las noches cómo se llevaron a su padre a punta de pistola”. “Necesitamos que nuestras familias descansen en paz”.

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