Severiano Delgado. Ramón Mercader en Salamanca o la muerte de Unamuno a martillazos con la historia

Ramón Mercader en Salamanca o la muerte de Unamuno a martillazos con la historia

Severiano Delgado

Bibliotecario. Licenciado en Historia. Autor de «Arqueología de un mito» (Madrid: Sílex, 2019)

conversacionsobrehistoria.info

En estos días el cineasta Manuel Menchón ha estrenado un documental titulado Palabras para un fin del mundo en el que afirma que la narración de la muerte de Unamuno consolidada en los libros de historia es mentira, e insinúa que su muerte  fue provocada por una acción criminal del falangista Bartolomé Aragón Gómez.

Menchón dice que su documental (1):

es una investigación rigurosamente histórica con la que desmonta la “versión oficial” sobre la muerte de Unamuno. “El relato oficial sobre ese día es falso. Parece un cuento de Dickens, en la última tarde del año un antiguo alumno, Bartolomé Aragón, va a ver a su viejo profesor, descubre, al ver cómo le arden las zapatillas, que está muerto, y sale de la habitación al grito de ‘yo no lo he matado’. Hasta ese día, nadie de la familia le había visto nunca”, relata. Indagando en el perfil del último hombre que ve con vida al autor de La tía Tula, concluye que no solo no había sido alumno suyo, sino que les separaba “un abismo ideológico”. “En ninguna de las 25.000 cartas que escribió, Unamuno habla de él. Aragón pertenecía al aparato de propaganda del Régi­men, que tenía un centro de actividades en Salamanca, y había participado en la quema de libros. Todos los documentos sobre su muerte son irregulares, desde la hora, a la causa, hemorragia bulbar, imposible de determinar sin una autopsia”, añade. “No sabemos qué pasó exactamente ese día, pero todo apunta a otra cosa, y sí podemos decir que la versión oficial impuesta por el Régimen es falsa”.

Sin embargo, no presenta prueba alguna de sus afirmaciones, cosa inevitable porque la tesis que sostiene es materialmente falsa. Lo que hace Menchón es lo contra­rio del método historiográfico: siembra su documental de juicios temerarios, dudas infundadas, conjeturas, elipsis, elu­cu­braciones y puntos suspensivos que dan pábulo a una teoría de la conspiración para crédulos, como todas las supuestas investigaciones históricas que pretenden acabar con lo que denominan “versión oficial” de tal o cual hecho. Menchón parte de una conclu­sión, fruto de su fantasía, a la que quiere llegar, cual es que Barto­lomé Aragón mató a Miguel de Unamuno, y cuando los elementos objetivos que se encuentra por el camino no coinciden con el relato que quiere contar, los oculta, los tergiversa o los hace coincidir a martillazos.

En este caso, además, se pretende conseguir que la conclusión del lector sobre un hecho histórico objetivo dependa de la ideología del lector: porque si la “versión ofi­cial” de la muerte de Unamuno es una impo­sición del régimen franquista, entonces el público antifranquista tiene que sentirse moralmente obligado a dar la razón a Menchón y sostener que Unamuno fue asesinado por un taimado falangista, y que este hecho cri­minal ha sido ocultado mediante una gigantesca conspiración de silencio y manipula­ción que solo ha podido desenmascarar Manuel Menchón muchos años después. Sin embargo, de lo expuesto por Menchón en el documental y en sus múltiples intervencio­nes promociona­les en la prensa escrita y radiada, resulta evidente que el cineasta desco­noce la historia de Salamanca, tiene graves errores de concepto en lo relativo a la histo­ria de la Guerra Civil y maneja los datos y documentos con una falta de rigor espeluznante.

La película de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra se definió desde el princi­pio como una obra de ficción. En virtud de la libertad de expresión y de creación, el autor de ficciones puede permitirse licencias que el historiador no debe reprochar, puesto que son dos campos intelectuales distintos. Pero Palabras para un fin del mundo se presenta como una investigación histórica, y por tanto ahí el historiador sí puede intervenir.

No hay nada en la biografía de Bartolomé Aragón Gómez que nos permita pensar que tuviera alguna participación dolosa en la muerte de Miguel de Unamuno. El docu­mental de Manuel Menchón deja sin contestar dos preguntas clave: si Aragón mató a Unamuno, ¿por qué lo hizo? ¿Cómo lo hizo? Nada se nos dice, ni como hipótesis. El silencio ante semejantes preguntas no es admisible en un documental que se anuncia como “rigurosamente histórico”.

Menchón ha conseguido en Palabras para un fin del mundo reunir una meritoria colección de imágenes fijas y en movimiento sobre Unamuno y su época. Uno de los mejores momentos es una bonita evocación del acto del 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, donde desarrolla unos efectos visuales poéticos y ele­gantes sobre los muros del Edificio Histórico. En general, la fotografía y los efectos visuales están muy cuidados, al igual que la música y el sonido. Da un resultado esplén­dido el recurso de colorear solo las banderas y el fuego.

El documental se desarrolla sin sorpresas, siguiendo el tópico de las dos Españas encaminadas hacia el abismo mientras Unamuno profetiza el desastre, aunque sorprende la atención prestada a Millán Astray y la Legión. Se explica con claridad que Unamuno, en principio, se unió al movimiento en la creencia de que era simplemente un pronunciamiento militar para restablecer el orden, que terminaría con la celebración de elecciones, pero que la represión de retaguardia le llevó a distanciarse de los sublevados, lo cual se materializó en el enfrentamiento con Millán Astray en el acto del 12 de octubre en el Paraninfo.

Sin embargo, el uso de fotografías y fragmentos de películas, unas veces locali­zándolas mediante rótulos en pantalla, y otras veces sin ello, hace que el espectador no sepa qué lugar está viendo ni a qué fecha corresponde, lo cual da lugar a equívocos.

Palabras para un fin del mundo podría haber sido un apreciable documental histó­rico, pero todo se tuerce al final, cuando el cineasta comienza a exponer su teoría sobre Bartolomé Aragón y su relación con la muerte de Unamuno.

Esto es lo que dice el documental sobre la visita de Aragón a Unamuno:

Intentemos reconstruir qué sucedió aquel 31 de diciembre, a través de datos y declaraciones contrastadas, junto a los documentos oficiales. Bartolomé Aragón y el rector de la Universidad, Esteban Madruga, quedan a tomar un café previo a la visita que van a realizar a Unamuno. Madruga es amigo íntimo de don Miguel. El joven Aragón le va a acompañar. No ha estado en la casa del escritor. No hay constancia, como sugiere el relato oficial, de que Aragón fuese asiduamente a visitar a Unamuno. Según Aragón, la tarde del último día del año quiere mostrar a Unamuno un ejemplar del periódico que dirigía en Huelva. En otra versión, afirma que quiere entregarle un estudio sobre el fascismo italiano. En el último momento, Esteban Madruga no acude con Aragón a su cita. Tiene que asistir a un entierro. Aurelia, la sirvienta, recibe a Bartolomé. En ese momento, María está en casa de la vecina. Felisa y Miguelín están viendo los belenes navideños de la ciudad. Aurelia conduce a Bartolomé al estudio de Unamuno. Les deja a solas. Aurelia tiene que preparar la cena de nochevieja. Pasado un tiempo, Aurelia oye desde la cocina gritar a Unamuno. Sale para ver qué sucede, pero vuelve la tranquilidad y regresa a su trabajo. Un grito repentino alerta de nuevo a Aurelia. Bartolomé Aragón, fuera de quicio, grita: “Yo no lo he matado”. Aurelia y María, la hija de Unamuno, llegan al estudio. Los tres, mueven el cuerpo de Unamuno el cuerpo inerte de don Miguel a un sofá. Felisa regresa a casa. Oye gritos. Sube apre­surada. Un joven al que no conoce, grita. Aragón cuenta que Unamuno reclinó con suavidad la cabeza, como si durmiese, y que se dio cuenta de su muerte por el olor a quemado de la zapatilla. Al poco, llega un médico que certifica su muerte. Según los familiares y testigos, se produce entre las seis y seis y media. Esa misma tarde, se expide un certificado de sepultura en la parroquia. En el documento, cambia la hora de fallecimiento que dan los testigos: las cinco. Este documento no se puede obtener sin tener previamente el acta de defunción del Registro Civil. El doctor Núñez era amigo de Unamuno y Casto Prieto, el alcalde asesinado. El doctor había sido concejal repu­blicano. El 5 de diciembre recibe una elevada multa. Es un hombre bajo el yugo de los sublevados. El doctor Núñez es un prestigioso cirujano. El dictamen que ofrece del fallecimiento de Unamuno es imposible darlo sin practicar una autopsia. Jamás se realizó ninguna autopsia. Una hemorragia bulbar es un tipo de hemorragia intracra­neal. Hoy en día, y ya en los años 30, cuando una hemorragia intracraneal produce muerte súbita, se incluye en el concepto jurídico de muerte sospechosa de criminali­dad, por lo que se tiene que realizar una autopsia judicial. Es posible producir esa hemorragia con escasa o ninguna señal externa. Dado el estado de ansiedad en que se encuentra Bartolomé Aragón, el médico le recomienda que salga. Aragón se encierra en su habitación del hotel. Esa misma noche, según su versión, mecanografía las cir­cunstancias de la muerte de Unamuno y entrega el documento a Ramos Loscertales, que se ha acercado hasta el hotel para ver al joven. Es la información que aparecerá publicada el día 16 de enero de 1937, dieciséis días después de la muerte de Unamuno. Al día siguiente, por la mañana, el día 1 de enero, se redacta en el juzgado el acta de defunción. Bartolomé Aragón no acude al juzgado ni firma como testigo. Tampoco ninguno de sus familiares. El testigo del acta es un desconocido para la familia. Figura como hora del fallecimiento las cuatro de la tarde, antes de que Bartolomé Aragón hubiese llegado al domicilio de Unamuno. El acta de defunción está firmada por el juez a las diez cincuenta de la mañana del 1 de enero, diez minutos antes de que se realicen los urgentes actos en honor al difunto. Según la legalidad de la época, tenían que transcurrir un mínimo de 24 horas desde el fallecimiento a la sepultura. ¿Por qué esas prisas en nochevieja y primer día del año? “

Menchón va y viene con el asunto de la hemorragia bulbar, de la autopsia que no se hizo, de que los falangistas tenían mucho interés en que no se practicara la autopsia… Amaga, pero no golpea. Insinúa, pero no concreta. Sugiere, pero no afirma. Y a veces las afirmaciones que hace son pasmosas, tanto por lo que dice como por lo que no dice. Para empezar, Menchón oculta deliberadamente al espectador que la causa fundamental del fallecimiento de Unamuno, de acuerdo con al acta del Registro Civil, fue “arterioes­clerosis e hipertensión arterial”, de las cuales la hemorragia bulbar sería una consecuen­cia. En el documental se reproduce fotográficamente el acta del Registro Civil y el cineasta se las arregla para mostrar como causa de la muerte “hemorragia bulbar” y no mostrar la segunda parte del diagnóstico: “causa fundamental arterioes­clero­sis e hiperten­sión arterial”, dato que no se menciona nunca en este riguroso documental histórico. Lo cual ya es motivo suficiente, en mi opinión, para una enmienda a la totalidad.

Se dice también en el documental que los falangistas del Servicio de Prensa y Propaganda fueron a casa de Unamuno y se llevaron el cadáver del velatorio a la fuerza para enterrarlo sin la espera obligada de las 24 horas pertinentes según la ley. Pero esto es falso y bien fácil de desmentir. Como consta en toda la docu­mentación que se maneje, el entierro de Una­muno fue el 1 de enero por la tarde, no por la mañana. Es increíble.

En sus entrevistas con Carlos Alsina (Onda Cero) y Javier Gallego (Carne Cruda), Menchón afirma que ha “descubierto” que Bartolomé Aragón y el general Millán Astray se conocieron en Huelva, cuando el general desembarcó en el puerto onubense en su regreso a España desde Buenos Aires. Las afirmaciones de Menchón incurren en serios errores. Millán Astray regresó de Argentina el 8 de agosto de 1936 en barco al puerto de Lisboa. Allí se puso en contacto con Francisco Franco a través de su hermano Nico­lás y su amigo y camarada le pidió que se uniera a él en Sevilla. El 13 de agosto, Millán Astray no entró en España por el puerto de Huelva, sino por Ayamonte, procedente de Lisboa, cruzando el río Guadiana en el tras­bordador, porque hizo la ruta en automóvil. De Ayamonte se dirigió a Huelva por carretera, deteniéndose en la ciudad una hora y media  (2). Durante su breve estancia en Huelva, general Millan Astray, quiso expresar su admiracion por las milicias de Falange Española de Huelva, firmando su ficha de ingreso en las filas de los falangistas onubenses (3). Después continuó el viaje hacia Sevilla, donde el día 15 presidió con el general Franco el acto de izado de la ban­dera bicolor como bandera oficial de la zona sublevada. Fue allí y entonces cuando Franco le encargó que se dedicara a labores de propaganda (4).

Menchón afirma que Millán Astray y Bartolomé Aragón, como jefe provincial de Prensa y Propaganda de Falange, se conocieron durante esa breve estancia del general en Huelva el 13 de agosto, pero el propio Menchón afirma que en esos días Aragón estaba enrolado en las filas del Requeté, participando en la ocupación de la cuenca minera de Río Tinto y en la matanza de Nerva, el 26 de agosto. “Aragón es de los prota­gonistas de la mayor matanza que se genera en Huelva, en Nerva en parti­cular” (5) Dice el documental: “En agosto de 1936, Aragón se alista voluntario en los Requetés ‘Vírgen del Rocío’. Quiere ir a la lucha. También pertenece a Falange.

Es imposible de todo punto que Bartolomé Aragón fuera, al mismo tiempo, jefe provincial de Prensa y Propaganda de la Falange de Huelva y requeté del Tercio “Vírgen del Ro­cío” combatiente en las comarcas mineras. Una contradicción de esta naturaleza daría al traste con la credibilidad de una investiga­ción académica. Palabras para un fin del mundo es un documental comercial, pero también es exigible un mínimo de seriedad y coherencia.

Otro descubrimiento de Manuel Menchón es que Bartolomé Aragón no fue alumno de Miguel de Unamuno, sino que estudió en la Universidad Central de Madrid y en Pisa (6). Estos datos se conocen desde 1935, cuando Aragón comenzó a trabajar en la Escuela de Comercio de Salamanca, pero Menchón los anuncia como si hubiera descu­bierto un nuevo elemento de la tabla periódica. De todas formas, Aragón no podría haber sido alumno de Unamuno incluso aunque hubiera estudiado en Salamanca, porque estudió Derecho, y Unamuno explicaba Historia de la Lengua Espa­ñola.

Otro asunto que a Menchón le parece significativo es la ausencia de Aragón en la correspondencia unamuniana (7) Deberíamos tener en cuenta varios aspectos. Primero, en la Casa Museo Unamuno se conservan sobre todo las cartas que Unamuno recibió, no las que escribió y mandó por correo a sus corresponsales. Segundo, Unamuno no man­tenía relación epistolar con los amigos y compañeros que residían en Salamanca y con los que se encontraba a diario en la Universidad o en las calles y cafés, salvo cuando, por la razón que fuera, no podía o no quería verlos personalmente. Tercero, Aragón solo entró en contacto con Unamuno en enero de 1936, y su relación era social, no de amistad. ¿Para qué tendrían que escribirse?

Pero no termina aquí nuestro pasmo. Menchón ha descubierto cómo empezó la guerra civil en Salamanca (8):

Unamuno vive en Salamanca, una de las primeras ciudades ocupadas, y aquí está la clave de todo. Nada más llegar a Salamanca los golpistas hacen una masacre en la Plaza Mayor, matan a doce o catorce personas, y secuestran, y se llevan a los con­cejales y a su amigo el alcalde de Salamanca Casto Prieto. Unamuno, que era paci­fista, que odiaba la violencia, se dirige al día siguiente al ayuntamiento para intentar frenar el baño de sangre y él da un discurso que hemos rescatado, que es muy ilumi­nador, en el cual dice “El pueblo me trajo acá con la República” y él está allí para evitar que haya un derramamiento de sangre.

El riguroso cineasta nos cuenta el Tiro de la Plaza de una forma peculiar, pero añade que “hemos rescatado” el discurso pro­nunciado por Unamuno el 25 de julio de 1936 en el pleno del Ayuntamiento de Sala­manca, discurso ya publicado y comentado mil veces, al igual que el pronunciado por Millán Astray en el cuartel del Requeté de Salamanca el 18 de octubre de 1936, también “recuperado” por Menchón. ¿Dónde está la novedad?

Otra aportación de Manuel Menchón al conocimiento de la historia de la Guerra Civil es que ha descubierto que “cuando los golpistas ocupaban una ciudad hacían lo mismo que ETA, enviaban cartas a las familias exigiendo dinero, y hemos encontrado una filmación de cómo se hacían estas donaciones, yo nunca había oído hablar de nada de esto”[9]. Acabáramos. Menchón ha descubierto las suscripciones patrióti­cas, confisca­ciones de bienes y donaciones forzadas que organizaron los golpis­tas y culminaron en la Suscripción Nacional creada por la Junta de Defensa Nacional el 13 de agosto de 1936, un tema sobre el que se han publicado numerosas investigaciones académicas desde hace años. ¿Dónde está la novedad?

Tampoco se ajusta a la realidad Menchón cuando afirma que, en las entrevistas concedidas por Unamuno a los periodistas extranjeros siempre estaban presentes los censores militares, en particular el capitán Aguilera, quienes se encargaban de amoldar las palabras de Unamuno a las necesidades propagandísticas de los sublevados. Como se demuestra en Arqueología de un mito,[10] Aguilera solo estuvo presente en las entrevis­tas concedidas por Unamuno a H. R. Knickerbocker y a A. Salmon el 13 de agosto de 1936. Días antes había concedido una entrevista al portugués A. Portela, y después a los perio­distas y escritores extranjeros J. Brouwer, N. Kazantzakis, M. Tock, G. Steer, N. Lopes, R. Fajans, J. Tharaud y A. Boaventura y al catalán J. M. Tarragó, todas ellas a solas en su casa, sin intervención de la censura ni del Servicio de Prensa y Propaganda.

Podríamos seguir, pero tampoco es cuestión de cansar al amable lector. Sin embargo, no puedo dejar de mencionar el asunto del Premio Nobel de Literatura.

Uno de los principales ganchos del documental de Menchón es la exhibición, anun­ciada como primicia, de un documento del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, según el cual el gobierno nazi presionó a la Fundación Nobel (en realidad ese premio lo decide la Academia Sueca) para que no le fuera conce­dido el Nobel de Literatura a Unamuno en 1935, razón por la cual dicho galardón quedó desierto ese año. Menchón no nos explica por qué la Academia Sueca no concedió el premio a cualquier otro de los 52 candidatos, pero eso no parece importar al riguroso cineasta.

Según el documental, (11)

fue la Embajada Alemana en Madrid quien realizó un seguimiento de las activi­dades de Unamuno desde el año 1933 y quien eleva sus informaciones al Ministerio de Exte­riores del III Reich.

Desde este Ministerio, la información se traslada posteriormente al Minis­terio para la Formación y Propaganda, que será finalmente el encargado de hacer saber que Alemania “debe negarse a apoyar la solicitud del Premio Nobel de Unamuno por motivos nacionales y político-culturales”.

Las contundentes críticas que Unamuno dedica al militarismo, las verti­das hacia el nazismo y, aún más concreta y severamente, al propio Adolf Hitler, convierten al filósofo español según la Alemania nazi en “el portavoz espiritual contra Alemania en los círculos intelectuales de España”.

La firma de Unamuno junto a otros intelectuales como Marañón u Ortega y Gasset del Manifiesto contra la Alemania Nazi, publicado el 10 de junio de 1933 por el diario El Sol, es también recogido como aspecto clave en este mismo documento.

“Tras la agitación política en Alemania en 1933, se fundó en España un comité antifascista, aunque nunca tuvo un significado especial. Unamuno fue uno de los que, al firmar el manifiesto de la fundación, despertó su simpatía por las intenciones anti-alemanas de este comité”.

En 1935, tras la solicitud formal de la Universidad de Salamanca y la con­sidera­ción de la Academia Sueca, el premio Nobel quedaría finalmente desierto en el último momento, solo en la categoría de Literatura, y en un hecho que hasta entonces solo se había producido con motivo de la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, el documento exhibido por Menchón ya fue publicado en 2002 (12) y es un informe del director de la sucursal de Madrid del Servicio Alemán de Intercambio Académico (Deutscher Akademischer Austauschdienst, DAAD), no de la Embajada, al Ministerio de Asuntos Exteriores (Auswärtiges Amt), fechado el 2 de mayo de 1935. Como se puede apreciar en las fografías facilitadas para la promoción de Palabras para un fin del mundo, el documento alemán pertenece al Archivo Político del Ministerio de Asuntos Exteriores (Politisches Archiv des Auswärtiges Amt). Es cierto que concluye diciendo que “tanto por motivos de interés nacional como de política cultural, se ha de rechazar la candidatura de la Universidad de Salamanca”, pero es un informe del DAAD de Madrid al Auswärtiges Amt en Berlín, no del Ministerio Imperial para la Educación Popular y la Propaganda (13) a la Academia Sueca contra la candidatura de Unamuno.

De hecho, no hubo ninguna intervención alemana en el Premio Nobel de Literatu­ra de 1935, de acuerdo con las actas del comité, según informó en 2001 Carmen Villar Mir, corres­ponsal de ABC en Estocolmo (14):

Acaba de salir a la calle la esperada obra editada por la Academia Sueca sobre los primeros cincuenta años del premio Nobel de Literatura. El libro, en dos volúme­nes, desvela cómo razonaron a lo largo de un lustro [sic] los miem­bros de la Academia en el proceso de elección y su voto final al elegir o rechazar a los autores nominados.

En varias ocasiones, el premio Nobel se declaró “desierto” (1914, 1935, 1940, 1941, 1942, 1943), aunque no precisamente, como se creía hasta ahora, por falta de candidatos o por la situación mundial, sino por discusiones internas entre los académi­cos y su diferente forma de pensar. Al no lograr ponerse de acuerdo, declaraban desierto el premio. Ése fue el caso que privó a nuestro Miguel de Unamuno, el autor más veces nominado (y por el mayor número de Universidades europeas y personali­dades de todo el mundo) de la mitad del siglo pasado. La Academia escribe largo y tendido sobre la obra de este “poeta, lírico y pensador, el mayor escritor contemporá­neo de su tiempo, cuya lectura, a veces abstracta, está llena de vigor”. Alaba su “since­ridad y belleza de lenguaje y su sabiduría práctica” y admira su obra “a pesar del abismo que existe entre la cultura nórdica y la española”. Pero después de tanto super­lativo, el comité concluye: “Hay que leer sus obras despacio por su extrema profundi­dad y difícil comprensión. Además dificulta ese entendimiento las diferencias entre la cultura nórdica y la mediterránea, por lo que no recomendamos al candidato”, quien debe recibir un baño de humildad por “estar demasiado seguro de sí mísmo”. Esas cir­cunstancias fueron vigorosamente debatidas por uno de sus miembros, Herr Hamarskjöld, quien califica de “incompetente” al comité, y de paso a toda la Aca­de­mia, y declara que “no elegir a Unamuno es no cumplir con lo dictado por Alfred Nobel en su testamento”.

Por otro lado, el documental sugiere algún tipo actuación irregular del doctor Núñez a la hora de cumplimentar el certificado de defunción, algo relacionado con la hemorragia bulbar, como siempre, aunque insisto en que el diagnóstico del doctor Núñez fue “Hemorragia bulbar; causa fundamental arterioesclerosis e hipertensión arterial”. Veamos quién era el doctor Núñez.

Adolfo Núñez Rodríguez (Salamanca, 1889-1943) formó parte del grupo de médi­cos, abogados y pequeños empresarios liberales que desde la segunda década del siglo XX, siguiendo el camino abierto por Filiberto Villalobos, formaron el núcleo básico del republicanismo salmantino: Casimiro Población, los hermanos Santos Mirat, los herma­nos Ruipérez, Casto Prieto, Godeardo Peralta, Julio Sánchez Salcedo, José Sotés, Antolín Núñez Bravo… Varios de ellos eran profesores de la Facultad de Medi­cina. Adolfo Núñez tenía su domicilio y consulta en la calle Doctor Riesco, 35, y además era médico de la Beneficencia Municipal, cargo mal pagado pero que permitía dar satisfac­ción personal y profesional a los médicos con vocación de servicio público.

El 14 abril de 1931 fue elegido concejal del Ayuntamiento de Salamanca, en la candi­datura de la Conjunción Republicano-Socialista. En noviembre de 1931 fue elegi­do presidente de la agrupación local del nuevo partido Acción Republicana, cuyo líder indiscutible en Salamanca era el alcalde Casto Prieto Carrasco. No obstante, parece ser que prefería el ejercicio de la profesión, porque presentó varias veces su renuncia al cargo de concejal alegando incompatibilidad con el servicio en la Beneficencia Munici­pal, renuncia que le fue aceptada en abril de 1933. Ya no regresó al Ayuntamiento, de modo que no era concejal el 18 de julio de 1936.

Con el alzamiento militar, fue militarizado con el grado de teniente como ciru­jano jefe de un grupo médico al servicio de las nuevas autoridades (15). El 8 de agosto realizó una donación de 3.000 pesetas para las fuerzas salmantinas (segu­ramente forzado, como era habitual). No obstante, el 2 de diciembre de 1936 el gober­nador civil le impuso una multa de 75.000 pesetas, junto a Casimiro Población (150.000) y Luis Clavijo Cano (200.000). (16)

Luis Clavijo era un abogado y juez en excedencia, de una rica familia de Alba de Tormes. Era conocido por formar parte de la tertulia de juristas liberales del café Las Torres. A pesar de que sirvió a las fuerzas sublevadas con su propio automóvil (y a su costa) desde agosto, en noviembre de 1936 fue detenido unos días en la cárcel y multa­do por “simpatizar con el Frente Popular”.

Casimiro Población era un afamado médico, propietario de una clínica cerca de la Puerta de Zamora. No consta que fuera detenido, pero se le impuso una tremenda multa. El doctor Población era un notorio liberal republicano de toda la vida.

En el caso de Adolfo Núñez, me inclino por pensar que, como en el caso de sus dos compañeros de expediente, lo que buscaban las autoridades sublevadas era recaudar dinero en efectivo cuanto antes, y para ello seleccionaron a tres conocidos liberales y les impusieron cuantiosas multas, seguramente calculadas en función de la riqueza supuesta a cada uno, alegando motivos insustanciales. También la familia Ruipérez, de Peñaranda de Bracamonte, sufrió un severo acoso a base de fuertes multas y la expropia­ción por Falange de su fábrica de zapatillas.

Es de señalar que el 9 de julio de 1938 Adolfo Núñez fue repuesto en su cargo de médico de la Beneficencia Municipal, cosa harto infrecuente, y cuando falleció en 1943 fue permitido que se publicara una nota necrológica elogiosa en la prensa local (17).

El doctor Núñez conocía a Miguel de Unamuno de toda la vida, conocía su histo­rial médico y su situación anímica. Era un experimentado cirujano y como médico de la Beneficencia Municipal había visto de todo. El 31 de diciembre de 1936 fue reque­rido para que se presentara con urgencia en casa de Miguel de Unamuno, que se encon­traba muy mal. El doctor Núñez se encontró a Unamuno tendido en el diván, incons­ciente y pálido, auxiliado por Pilar Cuadrado, María de Unamuno y Aurelia, que no sabían qué hacer, y con Bartolomé Aragón dando vueltas por la habitación con el rostro desencajado. Tal vez viera alguna posibilidad de rescatar a don Miguel y mandó a Aragón a que comprara cierta medicina en una farmacia de la Plaza Mayor, pero Unamuno murió. Es de suponer que luego el doctor Núñez regresó a su consulta y emitió allí el certificado médico. Sugerir que el doctor Núñez escribió en el certificado algo distinto a lo que le dictaran su ciencia y su conciencia, no se sabe por qué ni para qué, no es más que un ejercicio inútil de malabarismo para dar una vuelta más a una teoría carente de apoyatura fáctica, documental e incluso lógica.

Durante la parte final del documental, el principal interés de Manuel Menchón es formar la imagen de Bartolomé Aragón como un siniestro falangista, sanguinario y traicionero, que consiguió dar muerte alevosa a Miguel de Unamuno con tal habilidad que el crimen pasó inadvertido. Y no solamente eso, sino que el régimen franquista se las arregló para falsificar los documentos relacionados con esa muerte y urdió una conspiración para que nadie pudiera ni siquiera sospechar que se había cometido tal crimen, construyendo una “versión oficial” que solamente Manuel Menchón ha podido desvelar 84 años después, aunque tampoco nos dice cuál fue la realidad de los hechos, sino que se limita a sugerir y a insinuar, como Miguel Gila, que alguien ha matado a alguien.

La muerte de un anciano de 72 años por hipertensión y arterioesclerosis tiene poca materia épica. Si nos centramos en la hemorragia bulbar, entonces sí que podemos introducir una buena intriga criminal. Pero el historiador debe atenerse a los documentos. El acta del Registro Civil dice que Unamuno murió por “hemorragia bulbar; causa fundamental arterioesclerosis e hipertensión arterial”, y no podemos ajustar los datos a martillazos para que cuadren con nuestras suposiciones.

Es cierto que Bartolomé Aragón Gómez fue franquista hasta la médula, una per­sona con buena formación intelectual que medró en los entresijos del Estado franquista aprovechándose de la violencia fundacional y estructural del “Estado nacido el 18 de Julio de 1936” sin necesidad de ejercer esa violencia personalmente, como tantas otras personas “en todos los órdenes de la vida nacional”,[18] pero no hay nada en Palabras para un fin del mundo que nos permita creer en la existencia de este Ramón Mercader de pacotilla en que Menchón pretende convertirlo. No hay nada tampoco que nos haga dudar del certificado de fallecimiento expedido por el doctor Núñez, ni del acta de defunción inscrita en el Registro Civil de Salamanca, ni del desa­rrollo del funeral y entierro. No hay nada, en suma, en este documental tramposo, que erosione la versión de la muerte de Unamuno consolidada en los libros de historia, que no es la “versión oficial impuesta por el régimen franquista”, sino simplemente el relato de los hechos objetivos.

El franquismo asesinó sin misericordia a más de mil personas en Salamanca,  pero no a Miguel de Unamuno.

Flaco favor hace este fallido documental a la causa de la memoria histórica y demo­crá­tica de las víctimas del franquismo, pues debilita la exigencia de verdad dando crédito a un relato fantasioso que busca la complicidad del espectador con trucos baratos. Sigamos trabajando por la Verdad, Justicia y Reparación de las víctimas del franquismo, pero no a cualquier precio, no a este precio.

Salamanca, 16 de noviembre de 2020

 

Notas
1. El País, 23 de octubre de 2020
2. La Provincia, 13 de agosto de 1936.
3. La Provincia, 14 de agosto de 1936.

4. Castro (2020), p. 130.

5. Entrevista en “Carne Cruda”, 50:45.

6. Dice el documental: “Bartolomé Aragón, al contrario de lo que nos han contado durante 85 años,  jamás fue alumno ni discípulo de Unamuno. No existe su expediente académico como alumno en los archivos de la Universidad de Salamanca.”

7. Dice el documental: “Unamuno cultivó con fruición el género epistolar. Entre sus más de 25.000 cartas conservadas, no ha aparecido cita o mención a Bartolomé Aragón. Tampoco se ha encontrado correspondencia del joven a Unamuno.

8. Entrevista en “Carne Cruda”, 22:55.

9 Entrevista en “Carne Cruda”, 50:45.

10. Delgado (2019).

11. Nota de la Agencia Efe publicada en muchos periódicos el 3 de noviembre de 2020.

12. Hera (2002), p. 269-270.

13. Los fondos del Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda se conservan en el Bundesarchiv, no en el Archiv des Auswärtiges Amt.

14. ABC, 10 de diciembre de 2001.

15.El Adelanto, 28 de julio de 1936.

16. El Adelanto, 4 de diciembre de 1936.

17. El Adelanto, 25 de noviembre de 1943.

18. “A lo largo de seis lustros, el Estado nacido el 18 de julio de 1936 ha realizado una honda labor de reconstrucción en todos los órdenes de la vida nacional.” — Primera frase de la Ley Orgánica del Estado de 1967.

Entrevista de Carlos Alsina a Manuel Menchón, “Más de uno” en Onda Cero, 3 de noviembre de 2020.

https://www.ondacero.es/programas/mas-de-uno/audios-podcast/historia/manuel-menchon-miguel-unamuno-fue-primero-que-denuncio-fake-news_202011035fa141ac9a1c4e0001697542.html

Entrevista de Javier Gallego a Manuel Menchón, “Carne Cruda”, 9 de noviembre de 2020

https://www.eldiario.es/carnecruda/programas/unamuno-asesinado-franquismo_132_6397730.html


Fuente: Versión para el blog del artículo más extenso “Ramón Mercader en Salamanca” publicado en Academia.edu

Ramón Mercader en Salamanca o la muerte de Unamuno a martillazos con la historia