Sevilla. Del negro al verde: historia maldita del cuerpo

Evolución. El historiador Francisco Espinosa relata el cambio en la Guardia Civil

EL CORREO DE ANDALUCÍA | FRANCISCO VEIGA | SEVILLA | 26-6-2017

La Guardia Civil es hoy una de las instituciones más respetadas y mejor valoradas por los españoles. No siempre fue así: hace muchos años era la más temida, cuando no la más odiada. Sin embargo, muchas más cosas que la simple imagen se fueron dando la vuelta como un calcetín en los últimos 40 años en este cuerpo policial, que hace un mes celebró sus 173 años de historia.

El historiador Francisco Espinosa, estudioso de la labor de la Guardia Civil en el suroeste español y autor de La Guerra Civil en Huelva (1996), La justicia de Queipo (2006) o Guerra Civil y represión en el sur de España (2011) expone que el cuerpo lo crean a mediados del siglo XIX, en 1844, «en el contexto de las desamortizaciones. Propiedades de la Iglesia, pero también bienes comunales de los municipios se privatizaron; y de estos últimos vivía mucha gente que no tenía otra forma de sobrevivir que recolectando en campos comunales o dando de beber a su ganado en el arroyo que pasaba por allí, pescando o cogiendo leña».

«Hace 170 años», prosigue, «la mayor parte de la población vivía en el campo y la clase media era mínima. Para gestionar el inmenso malestar que estalló nace un cuerpo que tenía una cúpula militar y una base de mínima formación». Además la implantación se diseñó para segregar a la guarnición de la población civil: los destinos nunca son en el pueblo de origen y las familias de los guardias civiles viven en un sitio aparte, la casa cuartel.

Cuando llega la II República la Guardia Civil arrastra ya «un siglo de fama horrible como cuerpo de represión». En lugar de reformarla, crea otro cuerpo, la Guardia de Asalto. La llamada Benermérita participa esos años democráticos en conflictos sociales con muertos, aunque el más grave, el de Casas Viejas (Cádiz, 1933) lo protagonizan los de Asalto.

Por ello, y pese a que hay muchas excepciones, por lo general desde el golpe de Estado de 1936 la Guardia Civil hace de avanzadilla de la sublevación en muchos pueblos, explica Espinosa. La jurisdicción de los pueblos ganados por las armas –en Sevilla, todos– a la zona nacional pasa a la Guardia Civil y el comandante militar de la localidad pasa a ser el jefe del cuartelillo.

A partir de ahí se desata una «barbarie» caracterizada por la impunidad y los abusos. «Los archivos militares están llenos no de grandes casos, sino de cientos de pequeñas historias de torturas, palizas, asesinatos, violaciones, incluso en serie… a veces por motivos nimios, como una consigna lanzada años antes en una manifestación».

Esta «larga y dura» posguerra en la que en el consejillo de cada pueblo el jefe de la Guardia Civil, los paramilitares de Falange o los Requetés, el alcalde, los propietarios y el cura deciden a quién matar «comienza en Sevilla en 1936 y no acaba hasta 1950», cuando la posibilida de la emigración suaviza «la vida sometida al constante control y las ocurrencias criminales de las fuerzas vivas» con los vencidos o sus familiares, prosigue el historiador, espantado porque en los pueblos de entonces «convivían, como en una olla a presión, las víctimas y los asesinos. Aquello daba miedo y era demencial».

La evolución al verde comienza en la Transición y de una forma paradójica: los primeros gobiernos tras Franco no tocan ninguna de las cupulas militares, incluida la de la Guardia Civil. Pero cambian las instrucciones y los mandos más nostálgicos se van retirando, pasando a la reserva o muriendo, los últimos, en los años 90. «Es un proceso muy largo», sigue el historiador, pero no se detiene. «Es crucial la Guardia Civil en la carretera, porque da visión a un cambio de funciones». La Guardia Civil deja, recuerda, de intervenir en manifestaciones.

El tiempo y esa inercia mantenida hacen que haya «que felicitarse porque el cuerpo de hoy nada tiene que ver con lo que fue: hoy vemos a la Guardia Civil persiguiendo casos de corrupción [que protagonizan quienes tienen poder]. La Guardia Civil ha superado ese periodo y son otra cosa», apostilla el historiador. Hitos vergonzantes en los años 80 (golpe de Estado de Tejero) o 90 (la corrupción de su primer director general civil, Luis Roldán) fueron episodios sin repetición y ni esos ni otras actuaciones polémicas –denuncias de abusos que recuerdan al pasado o corruptelas policiales con los alijos– han quedado ahora sin investigar o impunes ni interrumpieron el camino general hacia un cuerpo policial moderno y profesional.

La última gran excepción a la regla fue la muerte de 15 inmigrantes en Ceuta hace tres años cuando nadaban hacia la frontera. Las ONG acusaron a la Guardia Civil. La Audiencia de la ciudad autónoma reabrió el caso a principios de este año –estaba archivado desde 2015 y descargaba la responsabilidad en los inmigrantes– para esclarecer lo que pasó.

En la Guardia civil de hoy tienen cabida las mujeres (hay agentes femeninas desde 1988),e incorpora unidades y equipos centrados en lo que la sociedad actual pide a la Guardia Civil: lucha contra el narcotráfico, la protección a la naturaleza y contra el tráfico de especies protegidas –el Seprona–, contra el terrorismo, la violencia de género, para búsqueda de personas desaparecidas… y por supuesto la solución de crímenes y robos.

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