Sevilla. Las siete muertes de Klainman

Se salvó a pesar de entrar en un campo con 13 años

Las siete muertes de Klainman

  • Homenaje a un judío polaco que sobrevivió a cinco campos de exterminio: Prokocim, Plaszow, Mauthausen, Melk y Ebensee

  • Jorge Klainman, afincado hoy en Argentina, es autor del libro de memorias sobre el Holocausto ‘El séptimo milagro’

ElMundo.es/ EVA DÍAZ PÉREZ Sevilla .31/01/2015 10:46 horas

Llega a Sevilla después de una semana intensa de actos, conmemoraciones, encuentros, charlas, ceremonias de recuerdo. Pero ¿qué se esconderá tras su mirada llena de serenidad y curiosidad? ¿Cómo se contempla el presente desde ese vértigo atroz y despiadado del pasado?

Jorge I. Klainman es un superviviente de los campos de exterminio. No de uno sino de cinco: Prokocim, Plaszow, Mauthausen, Melk y Ebensee. Su biografía, como la de otros hombres salvados de la matemática genocida, es estremecedora, pero a ella se unen varias circunstancias: «Una cadena de milagros que me acompañaría durante los años de los campos», asegura. Y es cierto. Lo narra en su deslumbrante libro de memorias El séptimo milagro y también lo cuenta a quien quiera escucharlo… si resiste este cuento atroz.

Klainman, polaco de origen judío afincado en Argentina, es uno de los dos supervivientes que aún viven y hablan castellano, ya que después de la Segunda Guerra Mundial se estableció en Argentina donde vivía una tía. Allí rehízo su vida después del horror. Habla un castellano musical, quizás con dulces evocaciones sefarditas, lleno de palabras sonoras casi de un lunfardo que él traslada a su relato en el infierno.

Hoy está en la Universidad Pablo de Olavide para ofrecer una conferencia y plantar un árbol. Tiene casi ochenta y siete años y cava con fuerza. Asomarse tantas veces a la frontera de la muerte le ha dotado de una extraña inmortalidad. El jueves participó en la Fundación Tres Culturas en el acto de ceremonia de encendido de las velas en recuerdo al Holocausto.

Su relato es impactante. Se suceden páginas terribles, fantasmas, hambre y frío, ojos de nazis, olor a carne quemada, sopas negras, tumbas profundísimas, peste a gas, trenes que llevan a ninguna parte.

Klainman lleva muchos años recorriendo el mundo y contando su historia. Su memoria es precisa, pero narra con distancia y elocuencia. Asoman en su relato metáforas de extraordinario pavor. Ocurre en su narración oral y en su excepcional libro de memorias que alguna editorial española debería editar.

Desprende emociones, pero lo que cuenta es una narración contenida. «Durante cincuenta años guardé absoluto silencio, porque mentalmente estaba impedido», confiesa. Luego escribió El séptimo milagro y se dedicó a narrar su paso por los campos de exterminio con los pasajes increíbles en los que desvela los milagros sucesivos de su supervivencia.

Lo más sorprendente es que se salvara a pesar de entrar con 13 años, ya que los menores de 18 eran asesinados nada más atravesar las puertas del campo. Sus padres y sus tres hermanos desaparición en esa industria del horror.

En su relato van surgiendo los espectros del pasado. «No negaré que de vez en cuando tengo alguna pesadilla, pero no vivo sumergido en los recuerdos». Y se suceden los milagros: el vajman -guardia- que en Dialosice le asesta con una pala una herida que inexplicablemente no degenera en gangrena; Anus, el gigante rubio de Riga, que lo salva cuando otro ucraniano enrolado en las SS quiere matarlo al descubrir que ha robado comida en el campo de Prokocim;el guarda que cuando deportan a los judíos del guetto de Cracovia deja que pase a otro pelotón destinado a un campo de trabajo. «Han pasado casi 73 años pero hasta hoy no sé con seguridad qué es lo que pasó aquella tarde. Me miró y me dejó pasar, a pesar de que yo era un esqueleto que no había cumplido 14 años. Él sabía la verdad y decidió regalarme la vida. Nunca me he olvidado de su cara».

Y siguen apareciendo Finkelstein, comandante de la Policía Judía que también colaborará en esta sucesión de milagros, o el soldado nazi que al escuchar el exquisito alemán que habla Klainman -aprendido en sus años de colegio- lo deja pasar a pesar de que descubre la mentira de su fecha de nacimiento.

Aparece también el campo de muerte de Plaszow, el que Spielgber recreó para La lista de Schindler. «Yo tuve el ‘privilegio’ de ser huésped de ese infierno durante trece inolvidables meses», añade ante la sorpresa de los que le escuchan. Porque todos han visto mil películas y documentales sobre el Holocausto, han leído memorias, manuales, diarios sobre lo que allí ocurrió, pero nada es comparable a escuchar ese relato en primera persona.

En ese mismo campo permanece agazapado en el recuerdo el comandante de campo Amón Goeth, el nazi que interpretó Ralph Fiennes en La lista de Schindler, conocido por su afición a ensayar su puntería contra los reclusos desde el balcón de su chalé. Goeth también se distraía dos veces a la semana reuniendo a los prisioneros y seleccionando al azar a uno de cada diez que luego eran asesinados ante una fosa. Klainman fue elegido un día de marzo de 1944. Se había acabado su suerte. Ante la fosa, y cuando oye los primeros disparos, pierde la conciencia y cae entre los muertos.

Su historia sorprendente continúa cuando es rescatado por la cuadrilla de cremación que descubre que sólo está herido en una pierna. En la enfermería otro salvador, el doctor Ulman, le cuenta el milagro y cómo a partir de entonces se llamará Gutman, el nombre del muchacho que agoniza a su lado y que no pasará de esa noche. «Me dijo: ‘el que eras ya no existe, fuiste tachado de la lista del campo, mantente en la sombra’».

Jorge I. Klainman recuerda el número 85.143 sobre el triángulo rojo de polaco; la célebre cantera de Mauthausen; el pelo usado para confeccionar prendas de abrigo; los hornos con las nubes de ceniza cayendo sobre los espectros; el jala -el pan trenzado- y las tortas de amapola de las fiestas judías de los tiempos felices; el «agua sucia con cáscaras de papa flotando como peces en un acuario»; los prisioneros asando carne de las nalgas de los muertos en el campo ya semiabandonado de Ebensee, al final del horror, poco antes de la liberación por los aliados. Aunque «¿cómo se puede liberar un matadero como éste». Y guarda un estremecedor y viscoso silencio.

http://www.elmundo.es/andalucia/2015/01/31/54cca32de2704ec1278b456f.html