Sevilla. Manuel, el cabrero que no pudo salvar a Blas Infante: “Si hubiera ido a socorrerlo, se habría llevado un balazo en la cabeza”

El sobrino del cabrero Manuel Hernández, Antonio Ragel, narra por primera vez en su vida el cruento testimonio de su tío cuando vio el fusilamiento del ideólogo del andalucismo a las afueras de Sevilla la madrugada del 10 de agosto de 1936

María Serrano / 20.04.2020 /publico.es

Manuel Hernández rozaba apenas la treintena aquel 10 de agosto, cuando de forma fortuita y acompañado por su socio Juan el Granaíno y el rebaño de cabras que ambos compartían, encontraron bajo la sombra de un talud, un coche negro que venía casi en penumbra desde la carretera del aeropuerto viejo.

-‘¡Bajad los dos!’, espetaron a los dos hombres que salían esposados del coche oscuro. Los apuntaban con fusiles dos falangistas vestidos de paisanos que querían acabar pronto la faena. Manuel y Juan el Granaíno pastoreaban con su rebaño de cabras en los terreno del cortijo Calonge a muy pocos metros del tiroteo. Sabían que allí cerca hacían sacas y que “su señorito” daba permiso para ir a fusilar a aquellos terrenos.

“Cada madrugada llegaban a una zona cero que hoy ocupa un gigantesco polígono de naves. Cientos de hombres llegaban en camionetas. Los ponían en fila para darles el tiro. La mayoría no estaban muertos del todo. Los volvían a cargar en una especie de camión de la basura y para el cementerio de nuevo a darles sepultura”. Manuel no habla en primera persona. Es imposible. Han pasado demasiados años desde que murió en los noventa, ya muy mayor, pero nunca dejó de tener presente el recuerdo de aquel fusilamiento que fue diferente al resto.

“Es un andaluz muy grande el que están matando”, le dijeron días más tarde cuando se dio a conocer la noticia. Manuel y el Granaíno se agazaparon bajo el pasto. Esperaron al silencio de la ráfaga para levantar la cabeza. El coche se retiraba del talud desde donde los cabreros veían la muerte silenciada. Uno de ellos, que Manuel identificó como aquel andaluz ilustre, era Blas Infante, padre de la patria andaluza que “salía hacia un cortijo cercano, malherido, el de la Gota de Leche, en busca de auxilio”.

“Es un andaluz muy grande el que están matando”, le dijeron a Manuel días más tarde, cuando se dio a conocer la noticia

Antonio Ragel es hoy el único testimonio vivo de aquel terrible trance que su tío abuelo vivió en vida y que no pudo olvidar nunca. “Hasta su muerte en la década de los 90 con noventa y seis años de edad nunca dejó de recordar la figura de Blas Infante, se acordaba también de su familia, a la que quiso contarle todo lo que vivió pero siempre tuvo miedo”.

Ragel tenía siete u ocho años cuando su tío abuelo Manuel lo llevaba en el reparto de la leche, todos los sábados. “En aquellos años de la guerra mi tío tenía cabras pero después de la miseria que se ganaban, decidió comprar unas vacas para distribuir puerta a puerta la leche por los barrios”. En una habitación de trastos y muebles antiguos, Antonio guarda con recelo la primera partida de cabras que su familia compró en el año 1929, en la barriada del Cerro del Águila. “Las cabras daban muy poco, en aquel cortijo donde trabajaba solo le pagaban una miseria, quince céntimos, para que las caras se comieran las espigas y el campo estuviera listo para sembrar. Figúrate tu”, relata.

El testimonio de Ragel sobre la noche del asesinato de Blas Infante es fácil de reconstruir, ya que su tío le contó mil veces lo que hacía cada madrugada con las cabras y Juan el Granaíno antes del ir al cortijo durante los años de guerra. Aún en plena noche, sin atisbar el amanecer, Manuel y el Granaíno iban hasta el arroyo del Tamarguillo en aquellos días de guerra y muerte. “Mi tío me comentaba cómo allí las cabras se refrescaban y luego volvían a la zona de los cortijos para seguir con el pasto”, aclara.

“Mi tío no se pudo acercar al cadáver. Si un falangista les veía husmeando en la zona, podían recibir otro tiro”

Ragel señala que su tío vio una segunda vez el cuerpo de Infante, ya abatido por las balas. “Cuando mi tío y el Granaíno fueron a llenar las cántaras de agua al cortijo de la Gota de Leche, ya casi antes del amanecer vieron el cuerpo de un hombre de mediana edad que había fallecido a causa de los disparos horas antes”.

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