“Si algún día vuelve la República, habremos perdido un poco menos la guerra”

“Si algún día vuelve la República, habremos perdido un poco menos la guerra”

12.07.2020
kaosenlared.net
 
Una mañana de 1971, Georges Bartolí se levantó con especial ilusión: por fin iba a conocer a Josep, su legendario tío americano. Georges, un chaval de 14 años, vivía con sus padres, refugiados catalanes republicanos, en Perpiñán, en el sur de Francia. Josep Bartolí les visitaba desde Nueva York, donde era un dibujante y pintor de renombre desde hacía un cuarto de siglo.

En Francia el conocido dibujante Aurel ha realizado un largometraje biográfico sobre Josep Bartolí que ha sido aceptado en la sección oficial del festival de Cannes

“¡Un tío de América! Me lo imaginaba con un sombrero Stetson, botas de vaquero y espuelas”, recuerda Georges. Cuando por fin se abrió la puerta, se llevó un chasco. “Era un hombre bajito de 61 años –los que tenía– con pinta de ser hermano de mi padre –que es lo que era–”. A pesar de la momentánea desilusión, tío y sobrino no tardaron en congeniar: “Le cogí enseguida una gran afición por su forma de hablar. Era un hombre de una inteligencia pura y dura que desplegaba la misma ironía que respira su obra gráfica. Incluso cuando hablaba, dibujaba”. El reencuentro familiar fue emotivo: el padre de Georges, Salvador, no veía a su hermano desde 1939.

Josep Bartolí i Guiu nació en 1910 en Barcelona, hijo de músico y huérfano de madre. El golpe de 1936 le pilla trabajando como ilustrador de diarios. Simpatiza con el POUM y ayuda a fundar el Sindicat de Dibuixants Professionals de Catalunya, que se asocia con la UGT. Los tres años de guerra los vive entre el sindicato, en el frente –en Aragón, lucha junto con Ramón Mercader en una unidad del PSUC liderada por la madre de Ramón– y en el hospital, recuperándose de las heridas producidas en la lucha. En los primeros meses de 1939, está entre los refugiados españoles –casi medio millón– que cruzan la frontera francesa y son internados como criminales en campos de concentración. Entre detenciones y fugas, Josep pasa por los de Argelès, Saint Cyprien, Bram y Barcarès. Vive escondido en París cuando la invaden los nazis. Con la ayuda de Josep Tarradellas, consigue un pasaje de barco que, vía Casablanca, le lleva a México.

En la capital mexicana, Josep se integra en la comunidad de exiliados republicanos (unos 20.000), se pone a trabajar como un poseso y entra a formar parte del círculo de Diego Rivera. En 1944, publica por primera vez los dibujos que hizo en los campos, en un libro preparado con su amigo Narcís Molins. Las imágenes, desgarradoras, no son realistas exactamente. Sintetizando a Dürer y a Goya –y asumiendo las lecciones del montaje vanguardista– recurre a la fantasía y la caricatura para plasmar con amarga ironía la tragedia y la miseria de la derrota. También rezuman furia por el tratamiento inhumano de los refugiados españoles –representados como figuras famélicas con aire de santidad– por parte de las autoridades francesas, encarnadas en gendarmes gordos y asquerosos.

Dos años después, Bartolí se ha mudado a Nueva York, donde se relaciona con un grupo de expresionistas abstractos entre los que están Rothko, Pollock y De Kooning. Durante varios años, mantiene una intensa relación sentimental con Frida Kahlo, a la que había conocido en México y que pasa por la ciudad para sus tratamientos médicos. Al mismo tiempo que Josep se dedica a la pintura, se gana la vida como dibujante y con el diseño de decorados para Hollywood (hasta que acaba en la lista negra de comunistas no contratables, estigma que comparte con Dalton Trumbo y Alvah Bessie, veterano de la Brigada Lincoln). En Nueva York, dibuja anuncios para productos de lujo y trabaja como ilustrador para revistas como la mítica Saturday Evening Post y Holiday, un lujoso magazine de viajes en el que publicaban autores como Truman Capote, John Steinbeck y Joan DidionEs en Holiday, en 1951, donde Josep publica cuatro páginas de impresiones artísticas de la España franquista. “José Bartolí, que ha vuelto a visitar su país natal con libreta y lápiz, capta su trágica gracia en escenas callejeras y tipos nacionales”, afirma la nota editorial. Las imágenes incluyen una vista de Barcelona, que, según el texto, ha “reparado sus cicatrices de la Guerra Civil”.

Antes de ser francés, catalán o español, soy republicano. Y la nacionalidad española no la pediré mientras España siga siendo una monarquía heredera del franquismo

Era mentira. Ni Barcelona había borrado sus cicatrices, ni Josep había pisado la España de Franco. (Debió de haberse servido de las postales que coleccionaba a montones.) De hecho, no volvió a cruzar la frontera hasta 1977, después de pasar otra temporada con la familia de su hermano en Perpiñán. Para entonces, Georges había cumplido 20 años y hacía pinitos en lo que sería su profesión, la fotografía. (Hoy es reportero gráfico con una distinguida carrera en L’Humanité y otros medios).

“Por entonces –recuerda Georges– Josep estaba preparando una exposición y se había montado una especie de taller al lado de mi cámara oscura. Convivimos más de un año. Fumábamos y discutíamos todos los días. Yo militaba en el Partido Comunista. Eso a mi tío, que como el resto de la familia tiraba más bien al anarquismo, no le gustaba nada”. 

Josep nunca volvió a Europa de forma definitiva; murió en Nueva York en 1995. En 2009, Georges rindió homenaje a su tío con La Retirada: Exode et exil des républicains, un libro personal que, además de una antología de los dibujos de la guerra y de los campos, presentaba una serie de textos memorialísticos de Georges y de Laurence García. Cerraba con un reportaje fotográfico en el que Georges dejó testimonio de su pasaje, 70 años después, por algunos frentes de la guerra y la ruta de sus padres y tíos, desde Barcelona, pasando por Port-Bou, hasta la playa de Argelès-sur-Mer. Han tenido que transcurrir otros once años para que saliera la traducción al castellano, publicada en junio por El Mono Libre. En Francia, mientras tanto, el conocido dibujante Aurel ha realizado un largometraje biográfico sobre Josep Bartolí que ha sido aceptado en la sección oficial del festival de Cannes.

Georges me atiende por teléfono un sábado a comienzos de julio. Habla un castellano enérgico en el que, cada tanto, se desliza alguna expresión catalana.

Su tío, catalán, nació español, pero se nacionalizó mexicano y estadounidense. Usted, como hijo de refugiados, ¿cómo lleva lo de la identidad nacional?

Soy francés. Mis hermanas y yo nacimos españoles, pero la ley francesa permitía que nos nacionalizáramos. Mi papá no quería; insistía en que íbamos a volver a España pronto. Entonces mi madre, más inteligente, le preguntó: “A ver, entonces ¿quieres que tu hijo haga la mili para Franco?”. Eso le convenció.

La Transición nos borró de la historia. Los exiliados nos sacrificamos en aras de la reconciliación nacional. La única forma de rehabilitarnos un poquito sería que cayera la monarquía

¿Se siente francés, catalán, español?

Yo me siento muchas cosas, no de forma contradictoria sino más bien complementaria. Sé que debo mucho a Francia. Por mal que acogiera a mis padres, el país nos protegió, nos educó, nos hizo lo que somos. Mi identidad francesa, por tanto, la asumo totalmente. Mi pasaporte es francés. También me siento catalán. Vengo de una familia de catalanes, muchos además independentistas. De las tres identidades, lo que menos me siento es español. Eso sí, como hijo y nieto de españoles, tengo derecho a la nacionalidad española. Si la pidiese, me la darían

Pero no la ha pedido.

No, porque antes de ser francés, catalán o español, soy republicano. Y la nacionalidad española no la pediré mientras España siga siendo una monarquía heredera del franquismo. Me niego a ser sujeto de un rey puesto por Franco.

¿Y si Catalunya se independizase?

A las 24 horas me verías en el pueblo catalán más cercano a la frontera para pedir pasaporte. (Ríe.)

Sobre España, escribe en el libro: “Si algún día vuelve la República, habremos perdido un poco menos la guerra”. 

La España de hoy obviamente no es franquista. Pero todavía veo mucho franquismo residual: en el mundo político, en las fuerzas armadas, en la justicia, en las mentalidades y, como digo, en la monarquía. La famosa Transición nos borró de la historia y mis padres, y todos los exiliados –que nunca tuvieron una existencia real, por cierto, porque el exilio es la negación de lo que eres–, nos sacrificamos en aras de la reconciliación nacional. La única forma de rehabilitarnos un poquito sería que cayera la monarquía.

Su madre, que era una adolescente cuando cruzó la frontera, quería ser médica. Escribe usted: “No estaba destinada a ser ama de casa ni tendera en Perpiñán. Ese es su sueño roto de la República. Yo soy el hijo del sueño roto”. El ansia de rehabilitación, ¿para usted es una cuestión sentimental y familiar o una causa política?

Si escogí la fotografía es porque también es un medio político. Nunca he creído en la supuesta objetividad de las fotos. Se componen como compones un dibujo

Totalmente política. Hablo de mi familia porque es lo que conozco. Pero me refiero al medio millón de españoles que borraron de la historia. Yo sencillamente tuve la suerte de conocer a mi familia, de que mi familia asumiera su historia republicana, y de tener a un tío que ha plasmado esa historia en su obra.

Hablando de borraduras, a la República Francesa también le ha costado lo suyo asumir el pasado. Me refiero no solo al colaboracionismo, sino a los campos de concentración o el papel protagonista que tuvieron los republicanos españoles en la lucha contra los nazis. También en Francia el proceso de reconocimiento ha sido lento, parcial y contradictorio. Como escribe usted en el libro, fue irónicamente un presidente de derechas, Chirac, quien en 1996 por fin otorgó el estatus de antiguos combatientes a los supervivientes franceses de las Brigadas Internacionales que participaron en la Resistencia. El olvido en Francia ha sido tremendo.

Exacto. Por eso este libro, en 2009, lo hice más que nada para los franceses. Fuera de los que vivimos en el sur, muchos siguen sin saber lo más mínimo sobre la historia de los campos de concentración. Francia traicionó tres veces a los republicanos españoles. La primera fue la ‘no intervención’ de 1936. La segunda, la ‘acogida’ que les dio en 1939, tratándolos como enemigos. Y la tercera fue que se aprovechó de su ayuda en la lucha contra los nazis pero que, con la connivencia de los británicos, dejara a Franco en el poder después de la Segunda Guerra Mundial, en contra de lo prometido a los miles y miles de españoles que no solo se sacrificaron por liberar a Francia, sino que muchas veces eran los más capaces de los maquis. Esa tercera traición fue quizá la más dura de todas.

Explica usted en el libro que el silencio no solo era oficial. También existía en el seno de su familia.

Así es. No podemos olvidar que era la historia de una humillación. Éramos vencidos. La guerra la habíamos perdido, de forma injusta, ya que Franco la ganó con la ayuda de los nazis y los musolinistas. Así, como ocurre con todos los exilios, esa olla se cubre con una tapa. No se habla. Mi padre, hasta muy viejo, me habló muy poco de la guerra y menos de la Retirada. Y lo entiendo. Para un padre no es fácil hablarle a su hijo de una derrota. Por eso pude hablar mucho más del tema con mi tío, que no tenía hijos y con el cual tenía una relación más política, casi de igual a igual, aunque no lo éramos en absoluto. Lo que pasaba era sencillamente que él no era mi padre y yo no era su hijo. Fue entonces cuando cobré conciencia de que lo que mi padre no pudo hacer –contar lo que había pasado– me tocaba hacerlo a mí. Una tarea para la que tengo la suerte de contar con los dibujos de mi tío. No hay mejor explicación posible de lo que fue eso.

¡Y lo dice un fotógrafo!

Lo digo en serio. Los dibujos son un registro más verdadero, más realista que las fotos que existen de los campos, la mayoría de las cuales fueron tomadas por fotógrafos de fuera, y para quienes los presos posaban con el puño en alto. Los dibujos, en cambio, están hechos desde el interior. Documentan el sufrimiento, las enfermedades, las humillaciones de los gendarmes, de las tropas coloniales que custodiaban los campos. Te cuento una anécdota: el único ejemplar que le quedaba a mi tío de su libro de los campos, publicado en México en 1944, se usó para una exposición que tuvo lugar en Terrassa en 1984. Cuando terminó la exposición, me lo regaló con una tremenda dedicatoria: “Para Georges, este testimonio ‘fotográfico’ que quizá un día logre romper la conspiración del silencio”.

¿Se siente heredero de su tío?

No tengo el más mínimo talento para el dibujo. Pero si escogí la fotografía es porque también es un medio político. Nunca he creído en la supuesta objetividad de las fotos. Se componen como compones un dibujo. Y sí, esa visión mía de mi medio debe mucho a las charlas que tuve con mi tío. Uso la cámara como él usó el lápiz: como un arma. No mata a nadie, pero lo es. Somos combatientes.

Josep Bartolí fue combatiente en más de un sentido, con la pluma y con el fusil. En el frente de Aragón, al comienzo de la Guerra Civil, fue compañero de filas de Ramón Mercader en una milicia comunista, aunque Josep simpatizaba con el POUM y fundó un sindicato afiliado, a su vez, a la UGT. Cuatro años después, Mercader mata a Trotski en México; el mismo Trotski que es amante de Frida Kahlo, como lo será Josep unos seis años después… Un lío político-amoroso entre estalinistas, trotskistas y poumistas que daría para una telenovela. ¿Cómo lidió Josep con las intrigas políticas del exilio?

Después de haber luchado en las filas del Quinto Regimiento, comunista, rompió con el Partido. Pero la verdad es que nunca tuvo carnet de nada. Básicamente mi tío era un comunista libertario. Estaba cercano a los anarquistas, pero no le gustaba su dogmatismo, como tampoco le gustaba el dogmatismo de los comunistas. Es verdad que el Sindicato de Dibujantes entró en la UGT, socialista. Pero fue más por casualidad que por otra cosa. Dos copas más y se afilian a la CNT. Por no hablar del catalanismo, que lo complicaba todo, como lo sigue complicando todo ahora. Mi tío Josep se movió por todo eso con un lema sencillo: república, socialismo, humanismo. En el exilio acabó acercándose, sobre todo, a antiguos militantes del POUM.

Una vez en Nueva York, ¿se relaciona con los exiliados españoles allí?

No mucho. Aunque siempre se supo ligado a la historia de la guerra, a partir de un momento –gracias en gran parte a la influencia que tuvo Frida Kahlo sobre él– decidió dejar atrás el blanco y negro y apostar por el color. En el arte y en la vida. Frida le dijo: “La guerra civil no la vas a ganar nunca. La memoria es una cosa y la vida es otra. Tienes que asumir la memoria, pero no puedes dejar que consuma la vida. Hay que pasar a otra cosa”. Y es lo que hizo. Aunque sin perder nunca de vista quién era y de dónde venía.

¿También se comprometió con la lucha contra el racismo y por los derechos civiles en Estados Unidos? Lo pregunto porque me he topado con un libro suyo con dibujos que cuentan la historia de la comunidad afroamericana en Estados Unidos. El texto que lo introduce es tremendo. No duda, por ejemplo, en implicar a España en el racismo americano: “Al niño negro norteamericano se le enseña la ‘historia’ blanca y cuando se le habla de África es para darle la imagen de un vasto territorio selvático poblado de changos y exploradores europeos, ocultando o distorsionando la verdad sobre los propósitos de la atroz cacería humana que árabes, españoles, portugueses, ingleses, holandeses y franceses llevaban a cabo en ‘África salvaje’”. También escribe: “A ciertos blancos que todavía andan a cuatro patas es casi necesario tirarles de la lengua con tenazas para hacerles confesar que el negro es ‘americano’, al menos tan americano como ellos, pues cuando hablan lo hacen como si Colón hubiera encontrado a sicilianos, holandeses, ingleses y polacos instalados en iglesias y tabernas”.

Ya hemos llorado suficiente. Lo que yo quiero es una memoria ofensiva. Es hora de reivindicar lo que somos como hijos de nuestros padres, exiliados, orgullosos de su legado

Ese libro, publicado en México, es resultado de uno de sus trabajos principales en Estados Unidos: un proyecto de mural titulado The Black Man in America, que le fue encargado por un banco neoyorquino. Pero, así como pasó con el famoso mural que hizo Diego Rivera para Rockefeller, el de Josep nunca se terminó de realizar porque resultó demasiado radical.

Llama la atención lo poco que se le ha reconocido a Josep Bartolí en España. Su obra gráfica de la guerra y de los campos está en el archivo municipal de Barcelona, pero que yo sepa, el Reino Sofía, por ejemplo, no tiene nada suyo. ¿Las cosas están mejor en Francia?

Sí. Además de la película de Aurel sobre él, que acaba de ser seleccionada para el festival de Cannes, habrá una gran exposición sobre su obra aquí en 2021 porque su viuda, que aún vive, ha donado todo su legado a la región de Occitania. La exposición será en el Memorial del Campo de Rivesaltes que se construyó hace unos cinco años.

En Perpiñán, por tanto, el legado de los campos ya no es controvertido. 

Gracias en parte al Memorial, en los últimos años se ha hecho mucho para recuperar la memoria de la Retirada. Ya hemos pasado de la fase del tabú.

Usted se crio dentro de la comunidad de refugiados. Entiendo que incluso acabó casándose con una hija de exiliados.

Bueno, sí, es verdad, pero hay que recordar que aquí, en la zona de Perpiñán, una tercera parte de la población somos descendientes de refugiados. Es decir, una de cada tres mujeres. (Ríe). Yo, si he de decirte la verdad, tengo mis distancias con la comunidad. Hay una visión demasiado llorona y victimista de la historia con la que no estoy de acuerdo. Víctimas fuimos, evidentemente –aunque, en rigor, lo fueron más nuestros padres–. Pero ya hemos llorado suficiente. Lo que yo quiero es una memoria ofensiva. Suelo decir que nosotros tenemos la memoria dura: no se borra ni se esconde detrás de las lágrimas. Es hora de reivindicar lo que somos –lo que fueron nuestros padres y lo que somos como hijos de esa gente, orgullosos de su legado–.