Si nos quitan y corrompen las palabras, ¿qué nos queda?, por Alfons Cervera.

Si nos quitan y corrompen las palabras, ¿qué nos queda?

Publicada el 19/11/2020 a las 06:00
   

Blas de Otero

Las tiranías se quedan con todo, también con las palabras. Vacían de contenido lo que esas palabras significan. Les dan la vuelta, como a un calcetín de la posguerra. Y esa cultura del vaciamiento, que poco a poco o abruptamente acaba convertida en engañifa, se nos mete en la conciencia como si al cabo fueran lo mismo la verdad y la mentira.

En este país hubo una guerra después de un golpe de Estado, y lo que vino luego no fue la paz sino la victoria. O si hablamos de paz, será para nombrarla como la paz de los cementerios. Una paz falsa, esa de los cementerios, porque los cuerpos de la derrota siguen clamando, como en una película de miedo o los gritos del Guernica, en las inclementes fosas de la vergüenza. En este país trucaron los vencedores las aspiraciones democráticas de la Segunda República y las convirtieron, acusándolas de violentas y de provocar un caos insoportable que requería un salvador, en una de las primeras fake news inventadas por las gramáticas obscenas del franquismo. La siguiente falsedad llegó cuando decidieron, en sus cartillas de racionamiento histórico, que los “rebeldes” eran quienes habían defendido la legitimidad republicana, mientras que los golpistas se erigían en salvadores de la patria, una patria que pronto se convertiría en el cortijo donde implantaron, durante casi cuarenta años, su infinita crueldad los señoritos pijos, los dueños de la hacienda.

Ahora mismo, aún andamos metidos en ese trucaje lingüístico. No hay manera de que nos quitemos de encima la herencia de esos cuarenta años. Decimos que los franquistas “fusilaron” a miles de hombres y mujeres durante la guerra y después de la guerra. Y en eso las derechas son más listas: dicen que a los suyos los “asesinaron” los republicanos. El fusilamiento supone que antes ha habido un juicio y una sentencia. Ya sabemos que esos juicios eran una pantomima, una encerrona en que las condenas ya estaban dictadas antes del mismo juicio. Pero sin darnos cuenta caemos en el lenguaje de los vencedores. El franquismo no fusiló: asesinó. Que quede claro. Cuántas veces escuchamos (incluso lo hemos dicho alguna vez) que a algunos de nuestros familiares los condenaron a cárcel o los fusilaron y “no habían hecho nada”. Eso es como una respuesta inocente a lo que dicen las derechas: “algo habrían hecho”. Y rápidamente, compulsivamente, contestamos que “nada”. En esa respuesta ignoramos que, seguramente, esos familiares eran concejales o alcaldes de izquierdas, o ayudaron a la guerrilla, o fueron de la CNT, de la UGT o de asociaciones culturales republicanas, o habían formado parte de los comités de colectivización… Si esos familiares que sufrieron la represión nos oyeran decir que no habían hecho nada, seguro que se nos aparecerían por las noches para alterarnos el sueño. Porque claro que habían hecho, y bien a gusto que lo hicieron: defender la República frente a los golpistas. ¡Ah, y una muy gorda!: seguimos llamando “nacionales” a los del bando fascista de cuando la guerra. Vaya trucaje fake news, ¿no? Pero claro, a la que nos damos cuenta, estamos utilizando las palabras que durante tanto tiempo impuso la dictadura franquista.

La dictadura. Otra palabra en riesgo de extinción. ¡Qué poco la usamos! Cada dos por tres encontramos la palabra “régimen”. Por arriba, por abajo, por la derecha y por la izquierda. Si al menos se dijera “régimen franquista” … Pero no, sólo “régimen”, como si fuera una pócima de esas que se recomiendan en las dietas de adelgazamiento. Menos mal que, de vez en cuando, lees algo que te reconcilia con las palabras justas: en su último artículo de infoLibre, el historiador Julián Casanova insistía una docena de veces en el término “dictadura” para nombrar al “régimen”: ¡menos mal! Y es que, al final, tanto hablar de la maldad de la República y de la crueldad en ambos bandos de la guerra, que nos olvidamos de que aquí hubo un golpe de Estado y una de las dictaduras más crueles y largas que ha habido en la historia del horror contemporáneo. Por cierto, aquí otra palabra indignamente igualitaria: “bando”. Se usa indiscriminadamente para definir a los golpistas y a quienes defendieron la República. Supone algo delincuencial esa palabra. Y quienes se mantuvieron leales a la legitimidad republicana no eran, precisamente, delincuentes.

“El franquismo no sólo se apropió de la historia y de la memoria, sino que también corrompió las palabras”, escribe el historiador Francisco Espinosa Maestre. Ahora mismo, asistimos a esa corrupción cuando escuchamos lo que dicen las derechas. Hablan Casado y Abascal y es como si la libertad y la democracia las hubieran inventado ellos. Precisamente ellos, herederos y defensores de la dictadura, hablan de libertad y de democracia. Y en su jerga confusamente interesada “insultan” llamando socialcomunista al Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos. Mientras sus padres y abuelos se cargaban la libertad y la democracia en nuestro país, y en la guerra y en su victoria aplicaban sus leyes de exterminio, hombres y mujeres comunistas, socialistas, anarquistas o sencillamente demócratas sin filiación política ni sindical lucharon para que la libertad y la democracia volvieran al lugar que en la historia y en la conciencia de las gentes les correspondía.

Llaman etarra al gobierno de coalición progresista y se quedan tan anchos. Y se suma Arrimadas, cómo no, a ese coro de la ignominia que nunca abandonó, aunque a ratos quiera enredar como siempre hizo su partido y ahora sigue haciendo ese Albert Rivera que tanto echa de menos los focos de la tele: todo vale contra la presencia de Bildu en las lógicas de una investidura parlamentaria y ahora de los Presupuestos Generales del Estado. ¿Pero de verdad hay quien aún piensa que Ciudadanos no es un partido de derechas? El fantasma de ETA es la mascota que sacan a pasear las tres derechas en sus enrevesados intentos de confundir lo que nos pasa. Siempre hay una excusa para seguir diciendo que ETA sigue existiendo. Cuando al PP le interesó pactar en Vitoria importantes proyectos municipales, no tuvo empacho en hacerlo con Bildu, cuando Javier Maroto era alcalde de la ciudad. Y bien claro lo dijo el hoy senador del PP, escaño que alcanzó al empadronarse, con toda la cara del mundo, en un pueblo segoviano cuyo nombre le sonaba a chino: “No me tiemblan las piernas para llegar a acuerdos con nadie. Y creo que eso es bueno”. ¿No acercó Aznar a presos de ETA cuando era presidente del Gobierno y hasta la llamó Movimiento Vasco de Liberación Nacional porque le interesaba negociar con ella? Pero ellos se ríen de esas contradicciones. Son cínicos hasta las cachas. Lo que ya no sorprende a casi nadie es que los presidentes socialistas de Aragón, Castilla-La Mancha y Extremadura, con el acompañamiento de Susana Díaz, se sumen persistentemente al coro insoportable de la infamia. Siguen los cuatro, más el añadido último de Alfonso Guerra y sus gracietas, con su obsesión enfermiza de cargarse a su secretario general.

Las palabras sirven para decir la verdad o para inflarnos a mentiras. “Sembré la libertad con la palabra”, escribió Blas de Otero. Y mucha gente, con él y con sus versos, sigue incansable en esa siembra. Una libertad y una democracia que incluyen, paradójicamente, a quienes están en su contra y hacen todos los días lo imposible para regresar a los tiempos oscuros en que sus padres y abuelos las arrasaron con las armas. Los tiempos oscuros, esos tiempos que directamente Abascal, y con el morro bajo Casado, consideran mejores que los de la democracia: el de Sánchez es el peor gobierno de toda la historia, asegura el fascista de Vox. Y calla —o añade lo suyo— ese Casado que representó un ensayado paripé cuando la moción de censura presentada por Vox hace unas semanas. Para esos tipos, Franco era un aprendiz de dictador al lado de Sánchez y de Iglesias. Y es que las tiranías nos lo roban todo: también las palabras. Y esos dos, cada uno a su manera, vienen de aquella tiranía que durante cuarenta años nos dejó sin libertad y sin democracia. ¡Señor, qué cruz!

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Alfons Cervera es escritor. Su última novela es ‘Claudio, mira‘, editada por Piel de Zapa.