Sotanas encerradas por combatir la dictadura: Franco puso en Zamora la única cárcel de curas del mundo

“Hubo obispos que pudieron ver casos de torturas que padecieron estos curas y cerraron los ojos”, remarca el cineasta Ritxi Lizartza, que presenta un documental sobre el tema

“Los sermones en los que condenaban las barbaridades franquistas tenían bastante repercusión porque eran curas muy cercanos a los feligreses”

No solo es el criminal el que (casi siempre) vuelve a la escena del crimen. En ocasiones, son las víctimas las que regresan en busca de cierto tipo de recuperación y verdad. “Hemos vuelto a la juventud“, exclama Xabier Amuriza al verse de nuevo frente a frente con la vieja prisión central provincial de Zamora. Ahí, desde la entrada, la contempla medio siglo después junto a Josu Naberan, Eduard Fornés y Juan Mari Zulaika.

Cuatro sacerdotes presos en la cárcel de curas de Zamora, que estuvo abierta en un pabellón específico y separado dentro de este recinto desde 1968 hasta marzo de 1976, pocos meses después de la muerte de Franco. Fue precisamente el dictador quien, utilizando el Concordato firmado con el Vaticano, creó esa Cárcel Concordataria, la única del mundo para religiosos.

Esa es la historia que cuenta Apaiz Kartzela (La cárcel de curas), un documental que, desde este viaje reciente de los cuatro religiosos, ya ancianos, emprende a su vez un recorrido temporal hasta finales de los sesenta del siglo pasado, cuando 53 curas de País Vasco, Cataluña, Galicia y Madrid fueron encarcelados en esta penitenciaría. Otra más de las anomalías franquistas, pues por su condición a los religiosos no se les podía juzgar en tribunales civiles ni encarcelarles.

“En principio los curas tenían que ir a monasterios y conventos, pero en un momento dado decidieron que tenían que ir a la prisión de Zamora. Fueron mandados allí principalmente por defender los derechos humanos y condenar los crímenes del franquismo en sus sermones”, resume a infoLibre Ritxi Lizartza, uno de los codirectores junto a Oier Aranzabal y David Pallarés de este documental que, en su camino de proyecciones por todo el país, puede verse este jueves 29 de septiembre en la Sala Mirador de Madrid.

“No había una unidad de acción entre ellos, unos eran curas obreros, otros tenían planteamientos políticos y algunos sociales”, prosigue, remarcando que lo que les emparentaba, eso sí, es que “defendían muy vehementemente su postura antifranquista y de defensa de los derechos humanos“. Tanto es así que durante los años sesenta a muchos curas se les impusieron multas de 25.000, 50.000 y hasta 100.000 pesetas por hacer homilías contra el régimen franquista, en una época en la que los religiosos cobraban alrededor de 1.000 pesetas al mes.

A los testimonios de los cuatro sacerdotes que regresan al penal se suman otra veintena para componer así un relato coral de recuerdos de no hace tanto tiempo, con imágenes actuales de la cárcel, abandonada desde su cierre definitivo en 1995 -allí se rodó la película Celda 211-. Los muros siguen en pie, aunque repletos de pintadas y con cierta tendencia al desmoronamiento, tal y como vemos en el paseo que los cuatro clérigos dan por el siniestro lugar, mezcla de escombros y memoria no ya histórica, sino viva.

La cinta se aprovecha también de la animación para relatar ciertos pasajes que allí ocurrieron, como un intento de fuga excavando un túnel o un motín bíblico en el que los curas incendiaron todo lo que encontraron a su paso para llamar la atención en el mundo exterior sobre su situación, que incluía torturas y celdas mínimas de aislamiento. Para apuntalar el relato, una cantidad ingente de recortes de prensa y documentos oficiales.

Todos los recursos a su alcance para contar una historia casi desconocida y sin precedentes. “Un caso único, porque es la única cárcel hecha para curas por un tema de persecución política”, afirma Lizartza. “Desde 1973, después de hacer un montón de huelgas de hambre, de hacer un túnel para intentar escapar y hacer un motín, decidieron que no llevaban más curas a la cárcel porque era como echar pólvora. Entonces hubo curas que estuvieron en Carabanchel, en el Monasterio de la Oliva, en Leire… en distintos sitios, pero no más en Zamora”, rememora.

Destaca, Lizartza, asimismo, que como el franquismo se sustentaba en el capitalismo y la Iglesia, estos curas rojos tuvieron que “enfrentarse a toda la jerarquía eclesiástica, a sus propios jefes, que en ningún caso les defendieron”. De hecho, “hubo obispos que pudieron ver casos de torturas que padecieron estos curas y cerraron los ojos”, según remarca el cineasta.

Y prosigue: “Los sermones en los que condenaban las barbaridades franquistas tenían bastante repercusión en la sociedad porque eran curas muy cercanos a los feligreses y por ello muy queridos. El hecho de estar abandonados de la jerarquía eclesiástica no evitaba que ellos utilizaran los recursos que tenían para cualquier tipo de protesta social que hubiera. Incluso tenían locales en los que de forma clandestina se juntaban todo tipo de asociaciones y gentes que buscaban una acción contra la dictadura de Franco en todos los sentidos. Esa cercanía es algo que de alguna forma tampoco gustaba ni a la jerarquía eclesiástica ni al franquismo”.

Represaliados políticos, en definitiva, que en su mayoría terminaron abandonando la Iglesia Católica, aunque nunca su militancia antifranquista. “Nosotros quisimos cambiar la Iglesia, pero la Iglesia nos cambió a nosotros, hasta el punto de que vimos que luchar dentro de la Iglesia era perder el tiempo”, afirma uno de ellos, sintiéndose aún a día de hoy abandonado por la jerarquía católica por militar en posiciones ideológicas distintas de la dominante.

Nombres como Mariano Gamo y Francisco García Salve, presos en esta cárcel, da una idea de las personalidades que fueron cerradas en esta cárcel. A ellos habría que añadir un listado de otros significados sacerdotes como Xabier Amuriza, Julen Kaltzada, Jon Etxabe, Nicanor Acosta, Alberto Gabikagojeaskoa, Josu Naberan, Lluis María Xirinacs, Francisco Botey, Eduard Fornés, Andreu Vila, Josep María Garrido, Nicanor Acosta, Vicente Couce… muchos de ellos presentes en este documental, otros ya tristemente desaparecidos.

“El rodaje se alargó durante cinco años y la verdad es que hemos tenido la suerte de poder entrevistar a la mayoría de ellos”, señala Lizartza, al tiempo que destaca que para los participantes ha sido un proceso “muy emotivo“. “Lo importante para nosotros era contar la historia con la suficiente calidad para que no fuera un reportaje sino un documental que recoge una historia que de lo contrario se habría perdido ya”, apunta, añadiendo además que es un pasaje tan olvidado que los propios zamoranos “sienten muchísima curiosidad con la cárcel porque está prohibido entrar y apenas entran algunos jóvenes a hacer pintadas”.

De hecho, los realizadores tuvieron que luchar mucho para que el Ministerio del Interior les permitiera entrar para rodar, algo que les llevó incluso a entrar un par de veces de forma “ilegal” para hacer localizaciones. “No querían que entráramos, pero finalmente nos dieron permiso y pudimos hacer el rodaje. Y ellos cuatro pudieron volver después de cincuenta años de evitar pasar por Zamora por los recuerdos que tenían allí”, termina Lizartza.

Esa sensación de cierre es la que transmite el final cuando Xabier Amuriza, Josu Naberan, Eduard Fornés y Juan Mari Zulaika salen de la vieja cárcel cerrando con fuerza y cierta rabia la puerta de metal. “Se acabó“, dicen al salir y, “sin mirar a nadie“, se van hacia el coche que les llevó de regreso al pasado. Nada como un buen portazo para quedarse en paz con uno mismo, aunque sea después de medio siglo.

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