Red Marruecos
21.12.2015
Cuando Rubén, nieto de José Salmerón, se encuentra delante de la fosa de republicanos fusilados en Tetuán en su cabeza se agolpan las preguntas: ¿Por qué?, ¿cómo ocurrió?, ¿cómo fueron esas últimas horas del Yayo en el campo de concentración? Y entonces, en apenas unos segundos, ve pasar los escasos recuerdos que un día su madre le contó…
Fusilado en Tetuán
Por otra parte, los sublevados tan sólo le decían a su mujer que había muerto en el frente, pero sin aportarle documentos, ni explicación. Ella nunca se lo creyó. No sabia donde recurrir en busca de información. Estaba marcada como “mujer de un republicano”. Lo había estado buscando de arriba para abajo, siguiendo su pista por diversas cárceles; contaron que en algún momento le habían dicho: “Salmerón, váyase”, pero que no había querido irse por lealtad a sus otros compañeros detenidos. Después de muchos años en voz baja alguien le contó que sus restos estaban al parecer en una fosa común al pie de la valla del cementerio de Tetuán, pero que nunca se había podido rescatar el cuerpo, que nadie quiso dar nunca la localización exacta, por miedo. Y que no se pudo, ni se podía ya, saber o hacer nada más. En la documentación consultada actualmente se detalla que fue fusilado junto otros cien republicanos en el Campo de concentración “El Mogote”, en Tetuán.
En marzo de 2010, viendo la familia unas noticias en la televisión que hablaban de la apertura de una fosa común de víctimas del franquismo, en Valencia, su nieto, Rubén, preguntó nuevamente a su madre sobre el Yayo. Y ésta nuevamente le dijo que no sabía más de lo que ya habían hablado en numerosas ocasiones: que sus hermanas habían intentado saber en su día y que nunca se había podido obtener mayor resultado; que durante su niñez y juventud había sido siempre un tema del que no se podía ni hablar, porque la abuela se subía por las paredes del enfado; que así se habían pasado los años, y que a ella muy poco le habían contado y ya de mayor, y que ya todo se lo había contado. Esa noche Rubén llegó a su casa frustrado y enfadado por tal estado de cosas. Estuvo toda la madrugada buscando por las redes e Internet, y piensa que en algún lugar tiene que existir alguna referencia…
La primera señal la encuentra en la webTodos los nombres, una iniciativa desarrollada en Andalucía para la recuperación de la memoria histórica que ofrece una base de datos de represaliados por el franquismo para su consulta. Nos relata Rubén: “Puse su nombre en el formulario, sin muchas esperanzas y me aparece un registro, ¡El nombre exacto, José Salmerón Céspedes, Jefe de Policía, fusilado en Tetuán, el 20 de agosto de 1936! ¡Era él, efectivamente, qué impresión, se me puso la piel de gallina! Cambiaba la primera palabra, y cambiaba toda la historia. No es lo mismo “morir” que “ser fusilado”. De la mala suerte en la confusión y el fragor de la guerra a acontecimientos concretos con agentes, intencionalidades, causas, responsabilidades, y el Yayo como víctima de la represión franquista”.
Y volvió a sonar Mozart
Desde que Rubén tuvo los datos del Yayo José le rondaba la idea de volver a los lugares donde había pasado sus últimas horas con vida y sobre todo realizar una visita a la fosa de Tetuán, donde fue arrojado junto a sus compañeros. Hace unos días se cumplió, en el solitario y abandonado cementerio. Su nieto plantó una sencilla planta, con tres semillas en la tierra que lo cobija. Más tarde, acomodó encima de la lápida una grabación y volvieron a sonar los acordes de Mozart, del que su abuelo era un apasionado. Incluso cuando formó parte de la Logia masónica Oriente en Tetuán adquirió el nombre simbólico de “Mozart”. Seguro que su pertenencia a esta Orden, fue una de las causas de su detención. Recordemos que desde el mismo momento del golpe persiguieron a los que habían pertenecido a la masonería. Emitiendo edictos por el que se declaraba que era considerada asociación clandestina contraria a la ley y que a todo aquel que hubiera pertenecido a ella, se le acusaría de cometer un “crimen de rebelión”. Se registraron sus casas, si encontraban documentos, se les acusaba de que éstos debían haber sido destruidos, en los tres días siguientes a la publicación del edicto, una cuestión difícil de cumplir, ya que una gran mayoría de los masones, como fue el caso de José Salmerón Céspedes, fue detenido en la noche del 17 de julio de 1936.
José Salmerón, memoria en la historia
Como José Salmerón Céspedes, otros doscientos republicanos españoles están en las fosas de los cementerios de Tetuán y Larache, en Marruecos. Aquel caluroso 17 de julio, tras tener conocimiento de la sublevación, él se posiciona claramente junto al gobierno constitucional. Como jefe de policía se dirige a la Alta Comisaría para estar junto a Álvarez-Buylla, e ir recibiendo noticias desde Madrid para detener el golpe. También recibe noticias del centro obrero republicano, situado en la céntrica calle La Luneta. Su presidente, el maestro nacional Elíseo del Caz, organiza patrullas para que recorran la ciudad e informen de los movimientos de las tropas, y estos a su vez lo comunican al Alto Comisario.
Pero esta comunicación se cortó cuando tropas de Regulares asaltan el Centro Obrero. En su interior se encontraban unas trescientas personas. No los dejan salir y allí permanecieron hasta que por la mañana comenzaron a tomarle declaración. La mayoría fueron enviados, primero, a la cárcel europea, pero al comprobar los sublevados el volumen tan grande de detenidos construyeron un campo de concentración, “El Mogote”, en las afueras de Tetuán, junto a las ruinas romanas de Tamuda, donde la mayoría son fusilados.
José Salmerón, junto al Alto Comisario, seguía manteniendo, en la tarde del 17 de julio, constantes comunicaciones con Madrid y se las trasladaba al comandante De la Puente Bahamonde, jefe del aeródromo en las afueras de Tetuán. A media tarde y con tan solo una línea con el exterior, habló Álvarez-Buylla con el aeródromo de Sania Ramel, dándole las últimas consignas recibidas desde Madrid: “Dentro de unas horas vendrán aviones enviados por el Gobierno con soldados, tal y como me lo ha prometido el Ministro de la Guerra y Presidente del Gobierno de la República Casares Quiroga y aterrizaran en Tetuán”. Aviones que no llegaron.
El teniente coronel sublevado Sáenz de Buruaga, a medianoche, se puso en contacto con el Alto Comisario, instándole a la entrega del edificio. Respondiendo Álvarez-Buylla, que no lo reconocía como autoridad. A los pocos minutos tropas de la Legión rodearon la Alta Comisaría, tras un forcejeo, se entregó. Es traslado a Ceuta y recluido en la fortaleza del monte Hacho, donde fue fusilado en la mañana del 16 de marzo de 1937.
Mientras tanto el aeródromo en las afueras de Tetuán seguía fiel a la República. Sobre las 4h30 de la madrugada comenzó el ataque por parte de los sublevados. El comandante De la Puente Bahamonde, a las 5,15 minutos, enarboló un pañuelo blanco, pidiendo con ello el cese de las hostilidades, cruzó por la pista de aterrizaje y se detuvo en el ramal de la carretera de Rio Mártil a Ceuta. Ordenando a sus compañeros salir y formaran de uno en uno y sin armas, en la pista. Se les acercó el comandante de Regulares Serrano Muntaner a quien le entregó su pistola.
Todos fueron detenidos, un oficial, llamó a la Alta Comisaría para comunicar al teniente coronel Buruaga, la rendición y toma del Aeródromo, el Alto Comisario Álvarez-Buylla, que se encuentra detenido en el despacho ruega le transmita un mensaje a De la Puente: ”Un abrazo y enhorabuena por su comportamiento con la tropa, porque como buen militar no ha hecho más que cumplir estrictamente las órdenes recibidas, demostrando en todo momento unos buenos sentimientos, al rendirse cuando vio las bajas que tenia y que prolongar la defensa, conduciría a sensibles perdidas, por ambos bandos”.
De Tetuán a Melilla
La mujer de José Salmerón, supo salir adelante junto a sus cuatro hijos, luchó lo imposible para educar sola a Elena, Mercedes, José y Guadalupe. Comenzó a coser con una modesta máquina. Antiguos amigos, gente a las que él había ayudado, le negaban ahora el saludo, fingían no conocerla o la miraban con desdén. Eran gentes que habían sacado provecho del golpe. Guadalupe, madre de Rubén, recuerda que un día, una vez ya en Melilla, al regresar a la casa tras uno de esos incidentes en el autobús, estalló la abuela en llanto de pura impotencia: “Si tu padre hubiera vivido, ese sinvergüenza no hubiera actuado así”. Guadalupe recuerda que cuando pasaron la frontera en un autobús de La Valenciana, se aferraba muy fuerte una muñeca de trapo, que era lo único que le había quedado. La mujer de José Salmerón, pese a tener la intuición de su muerte en Tetuán, se agarraba a la última esperanza, le comentaron que tal vez su marido estaba en una prisión cercana a Melilla y para allí se fue, siguiéndolo. No sabemos por qué ni hasta cuándo le mintieron. Pero cuando lo supo, decía que de haberlo sabido antes se hubiera quedado en Tetuán. En Melilla se quedaron en una casa alquilada que les ayudó a conseguir un familiar, en un edificio que era propiedad de un conocido falangista local. Conservaron un aparato de radio y por las noches la madre de Rubén recuerda que los mandaban pronto a la cama y que venían algunos vecinos, a escondidas, para escuchar muy bajito una emisora que estaba prohibido escuchar. “La tortilla se está quemando demasiado, y tiene que dar la vuelta”, decía la abuela Elena.