¿Todos impostores? Las trampas de la memoria

Pontevedra Viva | Paco Valero | 1-1-2015

Algo le pasa a Javier Cercas. Anda inseguro, obsesivo, incluso diría que crispado, o eso al menos trasluce en su último libro, El impostor (Random House, 2014), una indagación en la vida de Enric Marco, el que fuera presidente de la Amical de Mathausen hasta que un historiador reveló que nunca había pisado un campo de concentración nazi. El libro es un intento de biografía y al tiempo una especie de ensayo sobre la impostura personal y la detodos. El caso es que Cercas ha vuelto a acertar, porque su obra está siendo reconocida como el mejor libro del año 2014 por algunos medios y asociaciones de libreros y ha suscitado una encomiable polémica en la prensa sobre la impostura. Aunque yo echo en falta algo. Pero antes mejor ponernos en situación.

Lo que inquieta a Cercas es su propia impostura como narrador. Dice que él también miente cuando escribe y que no se siente muy lejano del mitómano Enric Marco (que llegó a secretario general de la CNT en la Transición aupado por falsos méritos de resistente antifranquista). Después de todo, Cercas se considera uno de los artífices de la “moda” de la memoria histórica, que ayudó a propagar con el gran éxito de Soldados de Salamina, un libro basado en hechos reales y presentado como una indagación periodística pero que contaba con un personaje fundamental en gran parte ficticio, sin advertir de ello al lector. Ahora cree Cercas que se equivocó, e incluso va más allá. La memoria, asegura, está llena de trampas, y por eso sólo se puede incluir en la narración histórica si pasa antes por los filtros profesionales de esa rama del conocimiento. Sólo así puede surgir un relato eficaz y verídico que no engañe al lector. Cercas, pues, se ha vuelto un escéptico de la memoria. Y no le faltan razones, aunque no utiliza el escepticismo que aporta la ciencia.

Charles Fernyhough, profesor de psicología de la Universidad de Durham, explica en su libroDestellos de luz. La nueva ciencia de la memoria (Ariel, 2013) que cada vez que recordamos algo lo alteramos: “En el proceso de reconstrucción añadimos sentimientos, creencias o incluso conocimientos adquiridos después de la experiencia. En otras palabras, influimos en nuestros recuerdos al atribuirles emociones o información correspondientes a etapas posteriores”. O lo que es lo mismo: “Las memorias autobiográficas no son memorias que se tienen o no, sino construcciones mentales creadas en el momento presente conforme a las exigencias del presente”. Y lo más sorprendente es que puede que no seamos del todo conscientes de esas “adaptaciones” porque, como revelan las  imágenes de la actividad cerebral obtenidas por escáner, los recuerdos verdaderos y los falsos generan patrones de activación neuronal prácticamente idénticos, con la excepción de las partes más primitivas del sistema sensorial; es decir, salvo por la parte del cerebro que probablemente no es accesible a la conciencia. Esas mismas neuroimágenes revelan también que las acciones de recordar y de narrar están basadas en los mismos sistemas neurales; por eso seguramente hasta que los niños no desarrollan una cierta capacidad de “narrar” no se fijan los recuerdos.

La memoria personal, por tanto, hay que tomársela con distancia crítica, porque lo que recordamos y contamos puede no ser lo que sucedió, o ser solo una aproximación. Se han hecho muchos experimentos para demostrarlo, y todos con el mismo resultado. Pero pondré uno. A un grupo de neoyorkinos se les preguntó poco después del atentado terrorista del 11-S dónde estaban y qué vieron ese día, y se les volvió a preguntar lo mismo diez años después. La gran mayoría había alterado su recuerdo: poco después del atentado era confuso y generalista, y con el tiempo se hizo preciso y lleno de detalles. Afirmaron haber visto a los aviones chocar, a la gente saltar de los edificios, a estos derrumbarse… Aunque resultaba imposible porque no estaban en el lugar idóneo para ello según su primer testimonio. De hecho, hilvanaban sus recuerdos de acuerdo con una narración que coincidía con la difundida por los medios de comunicación y con las imágenes televisivas. Pero lo más increíble es que puestos ante la evidencia de que habían alterado su historia, negaban vehementemente que esto fuera cierto.

¿Tiene razón por tanto Cercas y todos somos unos impostores? No lo creo. Hay un abismo entre los cambalaches de Marco (y los de ese niño pera salido del Nodo al que llaman”el pequeño Nicolás”) y la impostura del escritor Cercas o las inexactitudes de cualquier persona honesta al recordar, como es evidente para cualquiera que no esté por la labor de fustigarse. Tampoco creo que haya que dar por terminada la memoria histórica y pasar a otra cosa. No se puede fiar todo al recuerdo de alguien y hacen falta hechos para validarlo. Sólo así pueden evitarse fraudes como el de Enric Marco. Pero los testimonios de los vencidos en la Guerra Civil y humillados en la larguísima Posguerra siguen siendo necesarios. Ya sé que esto pone de los nervios a algunos, pero son generalmente los mismos, ellos o sus descendientes políticos, que no tuvieron empacho en recordar a todos durante décadas que habían ganado la guerra, por si acaso alguien lo olvidaba… El mismo Régimen franquista usó la historia y la memoria de la Guerra Civil hasta la náusea desde el primer momento y hasta su final para consolidarse y mantenerse, no dudando en distorsionarlas todo lo que hiciera falta. Solo gracias al trabajo de algunos historiadores se fueron poniendo las cosas en su sitio, con hechos y con el testimonio de los que perdieron doblemente la guerra, en el frente bélico y en la memoria. ¿Tiene sentido continuar haciéndolo tantos años después? Sí. Pongo un ejemplo: Ramón Ruiz Alonso, uno de los facciosos quedetuvieron a Federico García Lorca en Granada y participaron, directa o indirectamente, en su asesinato tiene una calle dedicada en su pueblo natal. Yo no quitaría la placa, pero incluiría en ella esa información, de manera que todo el que pasara por allí lo viera. ¿Cambiaría algo? Yo creo que sí.

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