Tras Franco, los verdaderos caidos

Familiares de combatientes muertos y de civiles fusilados enterrados sin permiso en el Valle de los Caidos piden exhumarlos, como al dictador

Juan José Fernández Roger Pascual | Valladolid / Barcelona | 24-10-2019 | Actualizada 25-10-2019

En el barrio de Gràcia de Barcelona, y en el centro histórico de Valladolid, los miembros de dos familias han asistido a la retransmisión televisiva de la exhumación de Franco con un sabor agridulce en sus bocas. Los restos del dictador han estado 44 años descansando en el mismo Valle de los Caídos al que, sin información ni permiso, llevaron los cuerpos de sus familiares muertos en y por la Guerra Civil. 

Son los descendientes del soldado ‘nacional’ Pedro Gil Calonge y del ferroviario republicano Rafael Abril Avo. Ambas familias pelean ante instancias burocráticas y tribunales por recuperar los restos, exhumarlos del Valle y llevárselos a la intimidad de sus nichos familiares, fuera del monumento faraónico, a sus pueblos y con su gente.

Las dos familias esperan que la exhumación de Franco sea el preludio de otras muchas exhumaciones particulares, mucho más pequeñas, sin estandartes ni cámaras de televisión, “pero que sí cierran heridas”, dice Mercedes Abril, una de las litigantes.

Una bala perdida 

“¿Al bisabuelo también lo sacarán del Valle de los Caídos en helicóptero?”, le preguntaba Félix, de 10 años, a su madre Rosa este miércoles a vueltas con la exhumación de Francisco Franco. El bisabuelo de Félix, Pedro Gil Calonge, murió el 1 de julio del 1937 en el frente de Tardienta. Nacido en pueblecito soriano de Tajahuerce, lo movilizó el ejército franquista y, en vez de destinarlo a primera línea, lo puso a cavar trincheras. Era un privilegio de los casados y con hijos. Pero una bala perdida segó su vida a los 26 años, dejando a viuda embarazada y con un hijo de un año, Silvino.

Hace 13 años Silvino empezó a indagar por su cuenta, con la ayuda de sus nietos, para intentar dar con los restos de Pedro. Hasta descubrir en el 2008 que su cadáver no estaba en el cementerio zaragozano de Torrero sino que había sido exhumado y llevado al Valle de los Caídos en 1961.

“Me encantaría que mi abuelo fuera el siguiente en salir del Valle de los caídos”, explica Rosa, que ha seguido desde el barrio de Gràcia el traslado de los restos del dictador por la tele, junto su primo Héctor. “Por un lado es una alegría porque es un trámite que es necesario para la sociedad, pero es una sensación de inquietud e intranquilad en tanto que no se está exhumando nuestro abuelo, como reivindicamos. El tiempo corre en nuestra contra ya que mi tío, Silvino, tiene 83 años es necesario que vea la exhumación”, relata Héctor.

Trauma hereditario

Silvino y su hermano Pedro casi no escuchaban hablar de su padre en casa, envueltos en una capa de “silencio y dolor”, como en tantas familias de posguerra. “El dolor quedó encapsulado. Somos herederos de ese trauma, de esos silencios”, resumen Rosa y Héctor.

Mientras miran un azucarero, el único regalo de bodas de sus padres, relatan que para Silvino saber que el cadáver había sido transportado sin permiso familiar al Valle fue “un tortazo”. “¿Quién era Franco para llevarse a mi padre de aquí?”, clamó delante de la tumba vacía de Torrero. 

Desde entonces los Gil son una de la treintena de familias de los 33.833 enterrados que han intentado sacar a sus caídos del Valle. “Es extraño que haya tan pocos. Nosotros lo atribuímos al silencio de la transición”, explican Rosa y Héctor. Tras más de una década de trabajo infructuoso, el precedente de los hermanos Lapeña les abrió una senda de esperanza y, de la mano de su abogado de la familia de los dos aragoneses fusilados por el bando nacional, están ahora solo pendientes de que el consejo de Patrimonio Nacional autorice la exhumación. Es un órgano político y son conscientes de que lo que pase el 10-N puede condicionar mucho. “Si gobierna la derecha, se acabó el tema; si gana la izquierda, ahora que ha salido el dictador, el resto también”, sentencia Rosa.

¿Y nosotros, qué?

Este jueves, la anciana Mercedes Abril ha sacado de un aparador las fotos de su padre, Rafael, y su madre, Eusebia, y las ha puesto en la mesa del comedor, para tenerlas al lado mientras miraba la televisión. Zumbaba el helicóptero en la pantalla a la hora de comer, y Mercedes se preguntaba “¿Y nosotros, qué?”.

Esta mujer, uno de los iconos de la pugna española por la Memoria Histórica, le indigna la indignación de la familia Franco. “Se enfadan porque lo sacan, porque no puede estar ahí el que nos llevó a una guerra y a tantas muertes. Yo les diría que se pongan en nuestro lugar, en el lugar de tantos que están bajo tierra, y a los que no podemos llevarles una flor”. 

El 17 de septiembre de 1936, un grupo de falangistas se llevó detenido al ferroviario socialista Rafael Abril. Tenía 29 años. Mercedes, de 83, recuerda que su padre la llevaba a ella en brazos cuando lo detenían. “Los últimos pasos que dio como hombre libre fue llevándome consigo”. Y no perdona esta vecina de Valladolid, originaria de Clarés de Ribota, junto a Calatayud (Zaragoza), que perdiera de niña el recuerdo de la faz de su padre. “No sé si fue el susto o qué. Es que cerraba los ojos y no le veía”.

Acusado

Mercedes Abril relata que, en 20 años de búsqueda, ha soñado con su padre algunas veces, pero como concepto, como presencia no visible, sin que su figura estuviera en el sueño. Un día de tristeza, meditando, “me pareció que me hablaba para decirme dónde estaba, pero sin decírmelo: vi un espacio grande y un fraile vestido de negro”, cuenta, sabiendo ya que es negro el hábito de los benedictinos del Valle de los Caídos.

No hay víctima colateral y litigante del franquismo sin legajjo. Mercedes revuelve el suyo, un grueso tomo de recortes y carpetas de plástico en el que guarda, entre otras cosas, las cédulas de identidad de su padre y una carta de un sacerdote que, aún dos años después de muerto, le acusaba de “amigo de comunistas” y “ateo que habla muy mal de curas, frailes y monjas”.

Entre los papeles, la última carta que Eusebia Alonso, su madre, le escribió al Mercado de Abastos de Calatayud, convertido en centro de detención porque la cárcel local ya estaba repleta. El cartero se la devolvió con un apunte: “Salió”. “Por eso sabemos que tuvieron que matarlo el día 23 de septiembre, tras seis días de agonía”, cuenta.

En la misma carpeta guarda Mercedes Abril una carta de Pedro Sánchez prometiéndole que ayudará a las familias que reclaman los huesos de su propiedad. “Son cuerpos enterrados, humillados, escondidos en el Valle de los Caídos, que Franco construyó para su gloria. Espero que los políticos tengan humanidad, y nos los devuelvan. Yo solo quiero darles un abrazo a los huesos de mi padre, y llevarlos con mi madre”.