Un héroe en “el paredón de España”: el enterrador que se jugó la vida por identificar a los fusilados del franquismo
Paco Roca y Rodrigo Terrasa publican ‘El abismo del olvido’, un emotivo cómic sobre fosas comunes, exhumaciones y memoria democrática.
Fernando Díaz de Quijano
Paco Roca vuelve a poner su talento como dibujante y guionista al servicio de la memoria, el gran tema de toda su obra: memoria personal, memoria familiar y memoria colectiva. Lo ha hecho una y otra vez en obras como La casa, Regreso al Edén, El invierno del dibujante o Los surcos del azar, a través de la ficción y la no ficción, con sensibilidad, ternura y un enorme respeto por las generaciones que nos precedieron, algo que ya había quedado más que patente en Arrugas, la obra que lo consagró y que le valió el Premio Nacional del Cómic en 2008.
En esta ocasión, Paco Roca (Valencia, 1969) se ha aliado con el periodista Rodrigo Terrasa (Valencia, 1978), paisano y amigo desde hace veinte años, para fijar la mirada en ese gran elefante en la habitación de España: la existencia de miles de cadáveres de represaliados por el régimen franquista, aún sin identificar en fosas comunes. El resultado es El abismo del olvido (editorial Astiberri), un cómic de no ficción que narra el caso de la fosa 126 del cementerio de Paterna, cuya tapia trasera también es conocida como “el paredón de España”. Se estima que allí fusilaron a más de 2.000 personas ya que reunía las condiciones idóneas para las ejecuciones: estaba cerca de la cárcel modelo de Valencia y tenía un cuartel militar y un cementerio, muy cerca el uno del otro.
Una de las protagonistas de esta historia es Josefa Celda, ‘Pepica’, que luchó contra viento y marea, contra la burocracia y las trabas del ayuntamiento de Paterna para lograr exhumar los restos de su padre, José Celda —un presagio, más que un apellido—, fusilado el 14 de septiembre de 1940, ya acabada la guerra. Un detalle hace aún más cruel esta historia: su mujer, encarcelada también por coser uniformes para los soldados republicanos, recibió una carta de indulto para su marido cuando este ya había sido ejecutado.
“Este tema funciona como un resorte electoral, despierta los instintos más bajos de los votantes. El PSOE tilda a la derecha de fascistas, y al revés. Pero el mérito del cómic es que cuando cuentas el caso de Pepica, ese discurso se viene abajo”, añade Terrasa. “Yo la entrevisté en 2013, durante la precampaña electoral, y recuerdo que había portavoces del PP que decían que algunos familiares solo se acordaban de sus abuelos desaparecidos cuando les daban una subvención, y hablaban de revancha histórica. Pepica me decía: ‘Revancha fue la de los que mataron a mi padre cuando ya había acabado la guerra’”.
José Celda Beneyto era agricultor y estaba afiliado a Izquierda Republicana. Fue acusado por un falangista del pueblo de haber participado en varios asesinatos en Massamagrell, a 100 kilómetros de distancia. Así funcionaba la cosa, solo se necesitaba el testimonio de alguien movido por envidia o inquina personal para que un inocente acabara siendo juzgado sin ningún tipo de garantía. Y lo normal era la pena de muerte, incluso sin ninguna prueba de culpabilidad, a pesar de que el bando de los sublevados había prometido que los rojos sin delitos de sangre podían estar tranquilos.
José pasó 11 meses en la cárcel a la espera de su ejecución. Tenía el pelo negro y cuando lo condenaron se le puso blanco en solo ocho días, como le pasa a muchas personas cuando sufren un trauma psicológico grave o son sometidas a una ansiedad extrema. Este encanecimiento del pelo de José lo dibuja Paco Roca como si le hubiese caído una nevada encima, mientras miraba el horizonte agarrado a los barrotes de su celda.
En 2007, el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero consiguió aprobar la Ley de Memoria Histórica y estableció unas subvenciones para las familias que quisieran localizar y exhumar los restos de sus seres queridos ejecutados durante la guerra civil y el franquismo.
Josefa Celda fue la última persona que obtuvo esa subvención. Se la concedieron en 2011, cuando el gobierno del PSOE ya estaba en funciones. En marzo de 2012, Rajoy cortó las ayudas tal y como había prometido durante la campaña electoral: “Ni un euro público más para las fosas de la guerra”, dijo el político del PP.
En 2013, Josefa consiguió recuperar los restos de su padre para poder enterrarlos junto a los de su madre. La víspera del día en que fusilaron a José, la pequeña Pepica fue a despedirse de él. Su tía, la hermana de su padre, le había hecho prometer que no lloraría, y desde entonces nunca más pudo volver a llorar.
Cuando 70 años después Josefa inició los trámites para la exhumación de su padre, se topó incluso con la oposición de algunos familiares de otros asesinados que descansaban en la misma fosa que José y asociaciones republicanas, porque “pensaban que remover los huesos destruiría pruebas y no se podría reclamar al tribunal internacional de La Haya”, afirma Terrasa. “Hay mucha desinformación con respecto a todo eso. Ese mantra de ‘esto no se toca, de esto no se habla’, ha funcionado y ha calado entre la gente durante mucho tiempo”.
Todo esto ya lo contó Rodrigo Terrasa en el diario El Mundo en 2013. En su reportaje también mencionó al verdadero héroe de esta historia, que en El abismo del olvido adquiere todo el protagonismo que merecía: Leoncio Badía, un profesor republicano al que se le perdonó la vida gracias a que el sacerdote del pueblo intercedió por él, y le obligaron a ser enterrador. “¿Quieres trabajo, rojo? Pues hala, a enterrar a los tuyos”, le dijeron. Era una tarea ingrata y lúgubre que los vencedores no querían llevar a cabo. No habían ganado la guerra para eso.
Badía se jugaba la vida cada día. Permitía a las viudas entrar a despedirse de sus maridos recién fusilados e incluso en una ocasión dejó que trajeran ataúdes, que mantuvo escondidos durante días antes del fusilamiento, para enterrarlos dignamente. También recortaba trozos de ropa y mechones de pelo de los cadáveres para entregárselo a sus familiares como recuerdo e introducía los nombres de los asesinados en botellas diminutas que escondía en sus bolsillos antes de enterrarlos, lo cual permitió identificar los restos de algunas personas más de seis décadas después.
También anotaba en cuadernos que escondía en su casa los nombres, fechas y números de las fosas en las que enterraba los cadáveres, ya que las autoridades franquistas no llevaban a cabo ningún registro que permitiese una eventual localización. Cuando su ayudante en el cementerio, un antiguo alumno suyo, le delató, la mujer de Badía se vio obligada a quemar casi todos los cuadernos. Para recrear esta historia, los autores han contado con el testimonio de Maruja Badía, la hija de Leoncio.
Terrasa y Roca, que llevan planeando este proyecto desde 2017, volvieron a entrevistar a los familiares de los protagonistas de esta historia. “Rodrigo ya había hecho el trabajo anterior de entrevistarlas, pero yo quería conocer de primera mano todos los testimonios, escuchar hablar a Pepica y a Maruja, ver cómo se mueven. Además, son personas muy diferentes: Pepica es más fría y tiene mucha fuerza, mientras que Maruja es todo lo contrario, se emociona mucho hablando de su padre”, relata Roca.
“Ni de broma”, fue la primera respuesta de Maruja cuando Terrasa le dijo que querían hacer un cómic sobre su padre. “Pensaba que lo convertiríamos en un personaje de humor o en un superhéroe. Cuando supo que Paco Roca sería el autor, su opinión cambió”, recuerda el periodista.
Una de las mayores dificultades a las que se han enfrentado los autores es la reconstrucción de unos hechos que no quedaron registrados de manera oficial. Han tenido que basarse en los testimonios de los descendientes, en historiadores locales y conjeturas. “Aunque el régimen franquista no se avergonzaba de ello, tampoco documentaba los fusilamientos, que además no seguían una norma establecida, cada responsable lo hacía a su manera. Al principio los ejecutaban los reclutas, luego la Guardia Civil. A partir del testimonio de un cura y de historiadores logramos saber cómo solían hacerse los fusilamientos en Paterna”, explica Roca.
Para mostrar que enterrar con dignidad a los muertos es una cuestión que ha preocupado al ser humano desde que tiene conciencia de su mortalidad, Roca introduce algunos pasajes en los que narra la muerte de Patroclo, el gran amigo de Aquiles, y de la lucha de este por recuperar su cuerpo para darle una sepultura digna. A su vez y como venganza, tras matar a Héctor —el asesino de Patroclo— se llevó su cadáver sin permitir que sus padres, los reyes de Troya Príamo y Hécuba, pudieran enterrarlo, hasta que la diosa Tetis le hizo entrar en razón y devolvió el cuerpo.
Terrasa ha sido quien ha conseguido y ordenado toda la información y, basándose en ella, Roca elaboró el guion y el dibujo, con un intercambio constante de pareceres. “Paco es probablemente la persona con la que más he hablado en los dos últimos años”, afirma el periodista. También ha estado implicado en el proceso un sobrino de Pepica, que también es periodista y ha contribuido aportando información. “La suya ha sido una de las reacciones más interesantes tras leer el libro. Llevaba toda la vida oyendo esta historia, y verla por primera vez en imágenes le emocionó mucho”, señala Terrasa.
Roca, que suele trabajar en solitario, agradece colaborar de vez en cuando con otras personas. Ya lo hizo, por ejemplo, en El tesoro del Cisne Negro con el escritor y diplomático Guillermo Corral, y en su proyecto más reciente, Mujer Vida Libertad, un cómic colectivo sobre la revolución del velo islámico en Irán coordinado por Marjane Satrapi. En las dos historietas firmadas por él, Roca contó con la ayuda de dos expertos, el politólogo Farid Vahid y el reportero Jean-Pierre Perrin. “Colaborar con otras personas me permite llegar a lugares a los que no llegaría solo. En este caso, hemos incluido un narrador omnisciente que te permite detenerte y explicar cosas. En esa parte narrativa, el trabajo con Rodrigo ha sido indispensable”, reconoce el dibujante.
Ese narrador explica, por ejemplo, que durante la guerra la represión republicana causó entre 50.000 y 60.000 víctimas civiles, y la represión franquista, entre 110.000 y 130.000, basándose en las estimaciones de Ángel Viñas, uno de los historiadores especializados en la guerra civil y el franquismo con mayor prestigio. También que quedan en España 20.000 cuerpos localizados sin exhumar y otros 80.000 en paradero desconocido.