Una reivindicación de la memoria histórica andaluza de cara al 19J.

La gestión del trauma que aún permanece enquistado en Andalucía pasa por escuchar las voces de quienes sufrieron, honrar la memoria de aquellas personas que fueron privadas de voz y favorecer la creación de espacios que favorezcan el intercambio de voces diversas

“Lo peor que podemos hacer nosotros es no contar lo que pasó”. Son palabras de Eduardo Saborido, líder sindicalista y preso intermitente de la cárcel de la sevillana Ranilla, situada en la Ronda del Tamarguillo. En 2019, tuve la oportunidad de presenciar una particular reunión entre las ruinas de la prisión. Allí, Saborido y otras tres personas más, cuyas vidas se habían visto violentamente truncadas por el edificio de piedra clara, compartieron sus experiencias. De esta forma, surgió Ranilla, un mediometraje documental que supondría un punto de inflexión en mi trayectoria vital, profesional y académica. Los cuatro protagonistas nos prestaron su testimonio y, nosotras, lo tratamos con cuidado, respeto y con una determinación que hoy sigue intacta. Ellos, que se encontraban fuera del universo simbólico impuesto por la dictadura del asesino Francisco Franco y sus terribles secuaces, pusieron el cuerpo y la conciencia al servicio de la lucha por la libertad (esa palabra tan pervertida últimamente), arriesgándose a ser perseguidos, forzados al exilio, encarcelados, torturados y asesinados. Por suerte, Eduardo, Antonio, Miguel y Julia pudieron contar su historia. Para miles de personas, el posicionarse abiertamente del lado de la democracia resultaría fatal.

Son datos que sabemos, pero nunca viene mal recordarlos: las estimaciones superan las 45.000 víctimas arrojadas en 708 fosas comunes en Andalucía. Un ejemplo representativo del trabajo de exhumación que se está desarrollando se encuentra en la provincia de Sevilla, en el cementerio de San Fernando, donde decenas de profesionales, entre forenses, arqueólogas y antropólogos, trabajan sin descanso para hacer emerger los huesos de más de 1.100 personas asesinadas por el régimen. Sin embargo, las trabas burocráticas impuestas por las administraciones en lo que respecta a la exhumación de las fosas se concretan en escasez de recursos, plazos que se alargan hasta el infinito y, consecuentemente, familias que, poco a poco, van perdiendo la esperanza de localizar a sus seres queridos. Pensemos, igualmente, en la paradoja que entraña el hecho de que, mientras muchas personas en cargos públicos reivindican las bondades y el “poderío” de Andalucía, el orgullo de sentirse de la tierra, el llamado “padre de la patria”, sigue en paradero desconocido, y su osamenta entremezclada para siempre bajo tierra con las de tantos y tantas que, como él, vieron su espíritu político pisoteado y su cuerpo vulnerado hasta la muerte. Blas Infante bajo tierra, el asesino Queipo de Llano en la Macarena.

Quienes investigamos sobre memoria buscamos hacer emerger significados ocultos que desvelan elementos sobre la realidad que, una vez sacados a la superficie, puedan resultar esclarecedores

El eufemismo puede, en ocasiones, constituir la forma más flagrante de cinismo, algo que encontramos en esa operación “pacificador” que el de Tordesillas planteó para el sur y que dejó un reguero de muerte y destrucción, con más de 3.000 víctimas en menos de un año. Otro episodio impactante, estudiado en profundidad por el periodista Rafael Adamuz, es el de la emboscada que sufrió la Columna Minera de Río Tinto a la altura de Camas (Sevilla) cuando acudía a la capital a defender la legítima República el 19 de julio de 1936. O, por supuesto, la nunca suficientemente recordada Desbandá, mortífera marcha que sembró de cadáveres la distancia que separa Málaga de Almería debido a las bombas de los aviones fascistas. Y es que, como escribió Cháves Nogales en una de sus lúcidas crónicas de agosto de 1936, lo que estaba ocurriendo no era exactamente una guerra civil, ya que “media España no lucha contra la otra media, sino contra la fuerza armada de la nación que ha traicionado al poder constituido”.

Quienes investigamos sobre memoria buscamos hacer emerger significados ocultos que desvelan elementos sobre la realidad que, una vez sacados a la superficie, puedan resultar esclarecedores. Al estilo del corazón delator de Poe, los huesos y las ruinas laten bajo nuestros pies, y nos recuerdan que solo mediante la exposición y la resignificación de los espacios podremos lograr la dignificación y la restauración de la memoria. Y, para ello, hacen falta recursos. Y decidir qué hacer con los recursos a nuestra disposición depende de la ciudadanía y, en particular, de a quién entrega su voto durante las citas electorales. Así, ante el deseo de algunas personas de aupar a un cargo público de responsabilidad en el Parlamento de Andalucía a la candidata de un partido como Vox, surgen dos cuestiones a tener en cuenta en materia de memoria histórica -que entendemos como sinónimo de justicia- antes del 19 de junio. Y ambas van más allá del hecho de que Olona no sea andaluza, y, por tanto, no conozca nuestra realidad ni nuestros muertos.

La extrema derecha ha luchado desde sus inicios por derogar toda legislación que buscara el restablecimiento de la dignidad de las víctimas

Por un lado, y este es el aspecto más evidente, la extrema derecha ha luchado desde sus inicios por derogar toda legislación que buscara el restablecimiento de la dignidad de las víctimas. Entendemos que esto es así porque representan a esa parte de la ciudadanía a la que no interesan “las fosas del abuelo” (desafortunada frase que, tristemente, no podemos atribuir a la formación ultraderechista, sino al recientemente destituido líder de un partido que se dice orgulloso de haber participado en ese mito que fue la transición democrática), y porque, como han contado ya -entre otros- los periodistas Antonio Maestre o Miguel González en recientes investigaciones, parte de su cúpula se enriqueció gracias a la explotación del trabajo esclavo durante el periodo de represión franquista.

Por otro lado, vemos cómo, en una pirueta de un cinismo extremo, un partido que, a priori, rechazaba la naturaleza autonómica de España, ahora se congratula de ir acumulando poder en los gobiernos de las regiones. Ese afán homogeneizador supone la antítesis de la memoria, que es diversa, tolerante y plural. Cada barrio, pueblo, aldea y ciudad atesoran recuerdos del pasado que no pueden ni deben ser encorsetados en un relato común institucionalizado a nivel nacional. Es necesario un blindaje legal que permita prestar apoyo y ayuda a las víctimas, y estudiar y gestionar la memoria desde lo particular y lo cotidiano, desde la conciencia de estar situadas en un suelo tan especial como el nuestro. La gestión del trauma que aún permanece enquistado en Andalucía pasa por escuchar las voces de quienes sufrieron, honrar la memoria de aquellas personas que fueron privadas de voz y favorecer la creación de espacios que favorezcan el intercambio de voces diversas. Solo así podremos avanzar en comunidad y gritar al unísono que no tenemos miedo.

https://www.eldiario.es/andalucia/blogs/un-relato-andaluz/reivindicacion-memoria-historica-andaluza-cara-19j_132_9056373.html