Valladolid (Castilla y León). Un metro de costura y un pendiente: objetos que guardan la memoria de los fusilados por el franquismo

La ARMH de Valladolid y sus familiares han rendido homenaje a Maricruz y María Victoria, costureras; y Francisco y Feliciano, agricultores que fueron fusilados en agosto de 1936 en Medina del Campo

“Los hemos encontrado, Mariano”. Emocionada, Andrea coloca el brazo en la espalda de Mariano, ambos conteniendo las lágrimas. Mariano acaba de soltar el metro de costura que su padre conservaba en recuerdo a sus tías. Recuerda cómo su padre besaba el metro y finalmente lo entrega a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valladolid (ARMHV), que atesora todos los restos de las víctimas del franquismo para que no solo reposen los huesos, sino también todo lo que pueda recordar a las víctimas: sus historias, sus sueños y sus miedos.

Por cómo se conservaron los restos, se sabe que las dos hermanas tenían el pelo muy largo. También se conservan uno de los pendientes de una de las dos hermanas, que también se guardará junto a sus restos, en el memorial del cementerio de El Carmen de la ciudad.

Pañuelo en mano, Andrea y Mariano miran unas cajas azules que contienen os restos de sus familiares fusilados en Valladolid en 1936 y enterrados en el pozo de la finca Los Alfredos, en Medina del Campo. Este jueves han recordado y homenajeado a cinco de las 63 víctimas que ha recuperado la ARMHV: las tías de Mariano, Maricruz y María Victoria, eran costureras; y el abuelo y el tío de Andrea, Francisco y Feliciano, padre e hijo agricultores.

Todos fueron asesinados a mediados de agosto de 1936. Los falangistas se llevaron a Feliciano, de 18 años, y su padre fue a buscarle para intentar pararlos. Según dice su familia, su padre (Francisco) cogió un hacha y le mordió el pulgar a uno de los falangistas. No se sabe exactamente qué pasó, pero sí que le costó caro: seis balas en la cabeza, otras tantas en el resto del cuerpo, que fue apaleado. Los restos de Feliciano se encontraron abrazados a los de otro joven cuya identidad todavía se desconoce. Nadie lo ha reclamado ni se tiene idea alguna de quién puede ser. Al menos, de momento.

Las familias de Andrea y Mariano eran de Pozal de Gallinas, un pequeño municipio cerca de Medina del Campo. La represión franquista obligó a sus padres a huir hacia Navarra y Vizcaya y ellos ya se quedaron allí. Cuando empezaron a intentar saber qué había pasado con sus familiares, nadie sabía nada. Bueno, más bien no querían saber nada sobre ellos. Incluso el alcalde les aseguró que su familia no vivía en Pozal de Gallinas, que ahí no había pasado nada. Pero sí pasó, y ellos se resisten a olvidar la memoria de su familia.

Mis tías, costureras, estaban bordando por encargo una bandera republicana y se las llevaron los falangistas

“Llevo unos 16 años trabajando en un árbol genealógico y esa fue la chispa. Cuando fui al pueblo, se les fue un poco la memoria”, ironiza José Manuel, uno de los ocho hermanos de Andrea, que también ha acudido al homenaje. Andrea se muestra “súper agradecidísima” a la labor de recuperación de los restos. “Esto es impagable. Estoy muy contenta, muy feliz y muy agradecida. Mi padre, Miguel, falleció hace 14 años. No lo han visto los hijos, pero lo han visto los nietos y los bisnietos”, afirma, acompañada de su hija Sara, que acaba de sacar plaza de oposición en Enfermería.

Mariano también intentó saber qué había pasado con su familia. “El primer intento fue tan negativo… Me dijeron que ahí no había pasado nada. Y con esas premisas de alguien que está en la Alcaldía, ¿de qué vas a intentar enterarte?”, lamenta. Sus dos tías fueron fusiladas a mediados de agosto. Se llamaban Maricruz y María Victoria, eran costureras y tenían 18 y 22 años. “Estaban bordando por encargo una bandera republicana. Y se las llevaron los falangistas. Iban a llevarse a mi abuela Germana Alba, pero por casualidad estaba cuidando a la hija pequeña del hermano mayor de mi padre. Y se salvó por la niña”, explica. Se las llevaron a Medina del Campo y las fusilaron uno o dos días después. Mariano teme que sus tías fueran víctimas también de vejaciones, torturas o violaciones. “Lo que allí ocurrió derrotaría al lenguaje”, emite.

Los restos de Maricruz y María Victoria reposan en el memorial, pero no son los únicos familiares represaliados que tiene Mariano. “A primeros de agosto de 1936 mi tío Bernardo se iba a montar en el tren de Pozal de Gallinas para ir a Medina. Y alguien debió de decir: ‘Ahí va un rojo’. Y le balearon, pero lo dejaron malherido. La Guardia Civil mandó a un cazador que lo rematara. Y ese cazador se lo contó a mi padre, que le había obligado la Guardia Civil y que lo sentía mucho”, recuerda. No saben dónde pueden estar los restos de Bernardo. “Se hablaba de que estaba donde la cabina del guardagujas de la estación, pero ha cambiado y la antigua ha desaparecido… Aunque claro, también decían que el pozo donde estaban mis tías era mentira. Nunca sabes qué es la verdad”, lamenta Mariano.

Francisco, el abuelo de Andrea y José Manuel, tenía 50 años cuando fue acribillado a balazos: seis disparos en la cabeza y otros muchos en el resto del cuerpo. Se le partieron las piernas por las balas de fusil. “Mis tías nos contaron que cogió un hacha y fue a librar a su hijo Feliciano. Decían que mi abuelo le mordió un dedo a uno de ellos y le dejó sin él. Y le remataron”, lamenta Andrea. “Al abuelo le matarían de esa manera porque fue a defender al hijo con todo”, dice José Manuel.

Sobre su tío Feliciano, asegura que no tenía afiliación política. “Siempre nos decían que mi tío cantaba. Y me imagino que cantaría el himno de la república entonces, porque se juntaría con los chavales… pero era un niño. Era muy cantarín y currante, porque mi abuelo debía de ser recto”, explica. El 18 de julio ya fueron a por él, aunque quedó en nada. Al final, el 15 de agosto se lo volvieron a llevar y lo fusilaron.

Cuando tenía ocho años, vi a mi padre llorando un 15 de agosto. Yo preguntaba y, con los años, ya me fueron contando. Pero todo era: ‘chist, tú calla’

“Mi abuelo era viudo, mi padre era el pequeño, tenía 11 años entonces y asesinaron a su padre y a su hermano de 18 años”, añade. Francisco estaba en la junta de labradores del campo, daba trabajo a sus hijos, no se volvió a casar y en invierno recogía piedras con los chicos del pueblo, el carro y las mulas para hacer casas. Daba trabajo a los chavales… Se lo asesinan y aquella familia queda al aire. Mi tía la mayor lucha por la familia“, recuerda. De hecho, está interesada por ver si podrían recuperar las tierras que le quitaron a su padre, solo por saberlo. Esta es una de las cuestiones que quiere abordar la Ley de Memoria Democrática. Claro, que probablemente será necesario contar con documentación que lo acredite. Andrea recuerda que su abuelo guardaba los papeles detrás del reloj de pared y que parte de su familia murió peleando por ello. Las boticarias de Pozaldez se lo vendieron a alguien y ya le perdieron la pista.

Andrea recuerda cómo, con ocho años, vio a su padre llorar, un 15 de agosto. Sentada en el banco frente al memorial de las 500 víctimas de la guerra civil en la provincia, relata: “Yo seguía preguntando y, con los años, ya me fueron contando. Pero todo era: ‘chist, tú calla’. Cuando llegamos al País Vasco, primero la Guardia Civil, luego ETA… Nos decían: ‘No os metáis nunca en política, porque al abuelo… pero siempre con miedo y angustia. Yo pensaba que habían hecho algo, y no habían hecho nada”.

Estas cuatro víctimas ni siquiera eran militantes políticos o sindicalistas, pero su vida se les escapó en un suspiro. En algunos casos, previo calvario, se cree. Del joven sin identificar se conserva un sello, pero, si en algún momento hubo iniciales, se han borrado con el paso del tiempo. Al menos ahora han tenido una despedida digna: 86 años después, sobrinos, nietos y bisnietos les han dicho ‘hasta pronto’. Porque a Maricruz, María Victoria, Francisco y Feliciano les llegó muy pronto su hora, pero la parca se acerca a todos en algún momento.