Ha fallecido el compañero Vicente Carmona, un veterano militante comunista, una persona que rebosaba generosidad y bondad.

Hace tres años estuve en su casa, en Azuaga, y me recordaba junto a su mujer, Consuelo, algunos destellos de su incansable compromiso social y político. Vicente había nacido en 1933 y ya en los años cincuenta participó en la reconstrucción del PCE en Extremadura. “Yo era el secretario político de Mérida, me nombraron en un coche José Benítez Rufo, el de Monterrubio, que era dirigente del Comité Central, y Elías Zafra”. En las madrigueras de la clandestinidad el viejo topo seguía excavando galerías. Vicente y Consuelo se encargaban, junto a otros compañeros, de esa minuciosa y arriesgada tarea en Mérida. “Teníamos varias células, en la Corchera había 7 u 8 camaradas, 3 o 4 en el Matadero, otros tantos en la célula de los ferroviarios y luego estaba la célula de los viejos, otros tres o cuatro”. Vicente tenía una pequeña tienda de ultramarino muy cerca de La Corchera, una empresa que por entonces tenía más de 500 trabajadores y que constituía el principal núcleo militante. La trastienda del comercio era el centro de aquel telar de rebeldía. Allí se hacían las reuniones y allí se ocultaba también una parte de la propaganda. “Por entonces las galletas venían en unas cajas grandes de lata. Uno de los camaradas viejos había sido hojalatero y preparó dos y ahí, en las latas, les hizo un doble fondo. Y  allí estaban en las estanterías el Mundo Obrero y los libros que nos mandaban”.

Vicente recordaba con amargura las detenciones en 1961. Justo un mes antes se había casado con Consuelo. Vicente se escaparía de la caída por los pelos. Detuvieron a Manuel González de la Rubia, el principal dirigente por entonces en Extremadura, y a varios militantes de La Corchera, pero las hienas de la Brigada Político-Social, a pesar de las brutales palizas, no consiguieron desmantelar toda la organización. “El Partido me sacó del país durante diez días. A Francia me pasaron dos frailes. Nos encontramos en Atocha y pasando un poco la frontera, en un caserío me tuvieron varios días. Luego me trajeron de nuevo hasta Madrid. Había llamado otra vez Elías, que había pasado el peligro”.

Años más tarde, en 1973, se mudaron a Azuaga. Allí, junto a otros militantes reorganizarían el Partido Comunista, que arraigó  de nuevo con fuerza en esa población con gran tradición minera y obrera. Buena prueba de ello es que en las primeras elecciones municipales democráticas, en 1979, el PCE obtendría cinco concejales.

Vicente nunca abandonó la brega. Su casa siempre estuvo abierta para los compañeros, para reorganizar la esperanza. “Nosotros lo hemos dejado ya, por la edad”, me dijo esta última vez en la que estuve con ellos. “Pero hemos dejado buenos retoños”, confesaba con orgullo. Sus hijos Francisco, Maribel y Paula, cada uno a su manera, han tomado el testigo. El mejor predicador es “fray ejemplo”, le gustaba recordar a Julio Anguita. La memoria de Vicente, su ejemplo de honradez y compromiso, nos acompañará siempre.

Vicente Carmona, un veterano comunista que rebosaba generosidad y bondad