Villaluenga del Rosario (Cádiz). La fosa del Pocito.

David Doña Guillón / mayo 2022
A las 13.26 del viernes 6 de mayo de 2022 Antonio Domínguez se detiene. Junto al arqueólogo Jesús Román, y quien escribe estas líneas, lleva tres horas escarbando. Algo palidece en la tierra húmeda, de distinta textura y de distinto color. No es una piedra, ni tampoco un fragmento de cerámica. Deja los aperos y tantea con las manos. Mira a Jesús y el arqueólogo le confirma la noticia: “Están aquí”. Si existieran las máquinas del tiempo, si se pudiera retroceder 86 años atrás, en ese mismo lugar podrían presenciar un suceso dantesco: la ejecución de dos hombres y su enterramiento furtivo, literalmente encajonados entre rocas. Asesinados por pistoleros -quizás vecinos- que no revelarán el paradero de las víctimas y que engordarán la lista de la infamia, la de las personas desaparecidas, represaliadas, por aquellos que se sublevaron contra la Segunda República española, provocaron una guerra civil y asentaron un régimen dictatorial.
Jesús Román acumula una dilatada experiencia en la búsqueda de personas represaliadas. Es un profesional habituado a coordinar intervenciones de localización, delimitación y recuperación de fosas, liderando procesos que se afanan en identificar -cuando se puede- a las víctimas. En el año 2006 conoció el testimonio de Antonio Pérez, vecino de Villaluenga del Rosario, quien le revela diferentes crímenes y la localización de diferentes fosas dispersas por la Sierra; y le habla de la fosa de la Manga, junto a la carretera que enlaza Villaluenga y Benaocaz. Antonio es heredero de una relato que a su vez le confiesa Modesto Barragán Gutiérrez, cabrero de Villaluenga, quien mientras controlaba el ganado vio -hacia finales del verano y ladera arriba- como dos vehículos se detenían junto a la carretera. “Bajaron cinco pero volvieron tres”. Y entre medias, al menos, diez disparos. Según este mismo relato en días posteriores los cadáveres son protegidos por los ganaderos que se afanaban en aquellas tierras, con el propósito de evitar que las alimañas se alimentaran de los cuerpos. Aquella labor protectora termina formando un majano, si bien en este caso no se asocia a ninguna indicación sobre pastoreo, o delimitación de propiedad alguna, sino el lugar de una tragedia. Durante sus indagaciones Jesús Román es depositario de otro testimonio relevante, el de Antonio Mateos -ex alcalde de Grazalema y gran recopilador de fuentes orales- quien le transmite que las dos víctimas pueden ser vecinos de Grazalema: uno perteneciente a la familia a la que apodan los Marino, y el otro puede ser un hijo del tío de la Perrita.
Un proyecto promovido por la Diputación de Cádiz, y financiado con fondos estatales para licitar una convocatoria pública de la Federación Española de Municipios y Provincias, ha propiciado que el reto de Jesús Román se lleve a la práctica. A primera hora de la mañana se han resuelto las triangulaciones oportunas para geo-localizar el enclave exacto donde se asienta el majano. Se toman fotografías y se procede a limpiar una cuadrícula de 16 metros cuadrados que delimita aquella reunión de piedras. Se mira el conjunto y se especula con una presunta disposición de cuerpos. Empiezan a retirarse las peñas, algunas de gran porte. Y a cavar. El azadón y la pala son ahora los útiles que se prodigan en diferentes rotaciones. Además de los constantes cubos de tierra. La cota baja y, conforme desciende, se alumbra una cierta desazón; Jesús y Antonio también han recopilado decepciones, a golpe de fosas que se presagiaban pero que, ya a pie de tierra, quedaban en nada, sin encontrar huesos, sin resultados. Al fin y al cabo se han perdido décadas de búsqueda; años y años de alteraciones del subsuelo, de construcciones que han reventado las osamentas, de testigos y vivencias que se mueren, de indolencia política e institucional.
Pero a las 13.26 todo cambia. Aquel trozo pálido que asoma, del tamaño de una moneda, es la parte visible de un craneo. Y se halla a medio metro de la superficie. Y entonces, todo merece la pena.
Las herramientas cambian de tamaño porque ahora prima el trabajo más minucioso y paciente. Pronto el cráneo de la primera víctima empieza a mostrar su volumen y su fragmentación; por las roturas se observa el agua que delata el nivel freático del terreno. Aquella persona fue sepultada boca abajo. Se continúa retirando tierra. Y aparece el segundo cráneo, prácticamente unido al inicial. Las dos víctimas están literalmente pegadas, en un espacio angosto delimitado por piedras enormes que -estas sí- parecen estar ancladas por una razón geológica. La impresión es que los pistoleros encajaron los cuerpos en una suerte de sarcófago natural, dejándolos de cualquier manera, con el desprecio habitual que confirman todas las fosas que se abren.
Jesús Román terminará por delimitar los dos esqueletos, revelando el dibujo trágico que se ha ocultado durante 86 años. De los fémures se extraerá un fragmento al objeto de concretar el ADN de las víctimas; una marca genética que se podrá cruzar en el futuro con muestras de descendientes de personas represaliadas. Un cotejo que puede deparar identificaciones si hay vínculo familiar.
Al día siguiente, sábado, el antropólogo forense Juan Manuel Guijo -otro profesional imprescindible en el ámbito de la memoria histórica- participará en la exhumación de los restos. Juanma, en próximas fechas, abordará el estudio antropológico de las osamentas para determinar las características anatómicas de las víctimas. Más allá de los huesos del enterramiento se recuperan botones, hebillas y, como no, restos de balística. A primera vista se trata de dos personas jóvenes. El informe de Juanma alumbrará los datos más precisos.
La Manga ofrece un paisaje de postal. El aire es limpio en este lugar de la Sierra de Cádiz. El día está despejado y el sol luce con fuerza. De vez en cuando se levanta aire que entra de poniente en sentido Benaocaz-Villaluenga, y se hace fuerte entre los flancos montañosos plagados de encinas, chaparros y quejigos. Las cabras sortean los riscos, dos ovejas comparten el manto verde y ligeramente húmedo y los buitres copan el cielo despejado. Allá abajo tres personas escarban en la tierra para que los huesos sigan hablando.
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