Visita a La Modelo de Barcelona: cuando quisimos entrar a la cárcel

El turismo carcelario se ha convertido en un imán para los viajeros, un atractivo que se mueve entre el interés histórico y el morbo.

Elena Ruiz / 24·11·2020

Los brazos del turismo negro alcanzan hasta puntos, en ocasiones, insospechados. Visitar lugares del planeta donde ha habido muerte, terror y sufrimiento es de esas experiencias en la vida que siempre generan curiosidad, un poco de malestar, miedo y un gustillo que no se sabe explicar muy bien de dónde viene, pero que ahí está.

Ciudades abandonadas por culpa de la guerra, por desastres naturales o nucleares, campos de concentración, cementerios, museos donde el dolor y el sufrimiento son el hilo conductor de la visita, antiguas ruinas donde cuentan que habitan seres fantasmales o antiguas cárceles. El catálogo es amplio para los buscadores del morbo y no hace falta irse muy lejos para una buena degustación.

La Modelo de Barcelona es una de las prisiones españolas que hoy podemos visitar y conocer desde dentro.

En una cantonada (esquina), entre las barcelonesas calles de Roselló y Nicaragua, en una antigua torre de vigilancia, un enorme grafiti vertical y rojo reclama con preciosas letras una sola palabra: “Memoria”. Hay otras muchas muestras de arte urbano decorando los gruesos muros de la controvertida cárcel La Modelo, sin embargo, casi todo lo que queda de ella atañe directamente a eso, a la memoria.

Una cárcel es un mundo terrible. Un inframundo. Un lugar en el que nadie querría acabar si es tras las rejas. Ahora, con el auge del turismo negro y el interés por la parte desconocida de las ciudades, también, se ha convertido en un reclamo para descubrir la cara oculta y sombría de nuestra historia.

La cárcel La Modelo estuvo 113 años en funcionamiento. Se inauguró en junio de 1904 y, mientras estuvo en activo, fue símbolo y testimonio de la vida carcelaria de este país. En el año 2017, sus últimos presos la abandonaron y la prisión cerró sus puertas para abrir sus celdas a quienes quisieran entrar en calidad de visitantes.

Es 2020 y los grupos de gente que entran y salen de sus módulos y galería lo hacen ahora acompañados de un guía experto que narra historias, detalles y curiosidades del edificio y de sus habitantes. Las mascarillas cubriendo parte de la cara otorgan, en este contexto carcelario, cierto aire bandolero.

La Modelo se planteó con una idea muy sencilla: ser un centro penitenciario ejemplar. De ahí su evidente nombre. Quienes la construyeron, entre 1881 y 1904, lo hicieron inspirándose en las teorías de redención del filósofo y jurista británico Jeremy Bentham, que trataban de lograr que los presos se redimieran a través de las enseñanzas de la religión y la moral.

Este benefactor régimen consistía en que el recluso estuviera solo, prácticamente, todo el día. Y para tal fin se erigió la prisión siguiendo el modelo de Bentham, conocido como panóptico: un edificio construido en circular, con una torre central con las celdas dispuestas de forma que ningún preso pudiera hablar ni verse con otro, pero, al mismo tiempo, que todos se sintieran sometidos y observados. Podían estar vigilados sin saber que lo estaban. El Gran Hermano de George Orwell.

“Dentro de la prisión, nada os pertenece”. Desde el momento en que una persona traspasaba la tercera cancela, su vida anterior se paraba y pasaba a formar parte de otra realidad con normas propias. El recluso era desposeído de todo cuanto tenía, excepto de su propia compañía.

El edificio fue proyectado en un extremo del Eixample, deshabitado y ocupado por campos de cultivo, pero, a lo largo del siglo XX, Barcelona fue creciendo y La Modelo se convirtió en un mundo aparte dentro de la ciudad.

Desde sus inicios, la férrea moral que allí imperaba, consideraba a los homosexuales y transexuales como personas a las que había que reeducar. Eran vistos como un peligro social y, con el endurecimiento de la Ley de vagos y maleantes, fueron considerados delincuentes. Muchos acabaron presos y confinados en la primera galería de La Modelo.

Con el triunfo del Franquismo, tras la Guerra Civil, la prisión acogió, también, a miles de presos políticos, especialmente, durante la década de los años cuarenta. Tanto es así que, a pesar de que el proyecto inicial concebía cada celda como un espacio ocupado por un solo recluso, llegaron a convivir en ellas entre 14 y 16 hombres. Muchos de ellos acabaron siendo trasladados a Montjuïc o al Camp de la Bota para ser fusilados. También dentro de sus muros se produjeron ejecuciones a garrote vil. En su largo siglo de funcionamiento, pasaron por ella personalidades como Lluís Companys, Francesc Ferrer i Guàrdia, Salvador Puig Antich o El Vaquilla.

Juan José Moreno Cuenca, conocido como El Vaquilla, apareció como un héroe de las cárceles, tomó su postura de lucha contra el sistema carcelario, contra la represión y en busca de las libertades que él entendía como tales. Los suyos fueron los años salvajes de La Modelo, cuando el hacinamiento, la violencia, la heroína, las agujas y el VIH hicieron de los 80 una etapa oscura y terrible para quienes vivían entre rejas.

Según Eva Jové, la guía que nos conduce por las galerías de la cárcel, la situación de La Modelo era deplorable y de desgobierno absoluto. La droga entraba de cualquier manera en el centro y de cualquier manera era consumida. Llegó a convertirse en ‘lo único’. Algo que desembocó en el Motín de la Heroína, en 1984, y que fue capitaneado por El Vaquilla. Entre las reivindicaciones presentadas destacaban dos: que les fuera suministrada heroína y la posibilidad de exponer sus peticiones y quejas a través de una emisora de radio en directo. Consiguieron ambas.

La Modelo de Barcelona tenía capacidad para 675 presos. En el año 1987, había más de 2.000 reclusos que vivían aglomerados en minúsculas celdas y que daban fe de la superpoblación de las cárceles. Durante el recorrido nos asomamos a algunas de ellas, pequeños habitáculos que hoy bien podrían estar anunciados en plataformas de alquiler de viviendas a precios desorbitados. Ahora, semidesnudas y con algunas marcas del paso de la vida en sus muros, cuesta imaginar las historias que podrían relatar. Aquello de “ay, si las paredes hablasen”.

En un momento de la visita, Eva se para ante la celda 443 y nos habla de Salvador Puig Antich. El joven estuvo desde el primer día en la quinta galería, era la de protección y aislamiento, pero también la de los condenados a muerte. Nos habla de su historia, de cómo llegó allí, de cómo se pidió por su indulto, de cómo no llegó y de cómo se convirtió en el último ejecutado por garrote vil. Eva nos mira a todos, los más jóvenes, que hace unos minutos se fotografiaban agarrados a los barrotes de la celda, ahora alzan las cejas en actitud de sorpresa, los demás agachan la mirada. Hemos aprendido a leernos los ojos.

Aquellos espacios donde tanto presos penaron sus culpas -o no tan culpas-, hoy, se están devolviendo a la ciudadanía. No solo con la musealización, sino con proyectos de recuperación. “Model, batega!” es el plan ganador del concurso llevado a cabo por el Ayuntamiento de Barcelona para la urbanización del entorno y que concibe el centro del panóptico de la vieja cárcel como eje de los recorridos.

La Modelo de Barcelona tenía capacidad para 675 presos. En el año 1987, había más de 2.000 reclusos © Getty Images

Habrá 14.150 metros cuadrados destinados a la construcción de 140 viviendas, que estarán en los brazos del panóptico. También contará con un parque urbano abierto y conectado con las calles Rosselló y Provença. Varios son los equipamientos públicos que se habilitarán en el terreno: un espacio memorial, un instituto-escuela, una escuela infantil, un equipamiento residencial, un pabellón polideportivo, un espacio para jóvenes y para economía social y solidaria, y una aula ambiental.

Finaliza la visita y aún queda el plato fuerte. Junto a nuestra puerta de salida, la sala de paquetería donde dejaron respirar por última vez a Salvador Puig Antich. Justo en un recuadro en el que faltan baldosas estaba ubicado el garrote vil y, ahora, un pequeño rincón de homenaje. Hay flores y los visitantes contemplan el lugar exacto en silencio. Antes de entrar, Eva nos vuelve a hablar de aquello y se emociona al hacerlo. Hemos aprendido a leernos los ojos aunque se escondan tras unos cristales. Traga saliva y nos pide perdón. Quisiera abrazarla, pero es 2020.

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