Willy Meyer: “Billy el Niño sacó una pistola y me disparó en el pecho. Fue una falsa ejecución”

El político comunista, ex edil en Sanlúcar y europarlamentario de Izquierda Unida durante diez años, participa en la presentación en la provincia de Cádiz del documental ‘Billy. Torturas, Impunidad y Silencio’, de Max Lemcke. Fue víctima del torturador González Pacheco: “Que me recordaran a Grimau me dio mucha fuerza. A él lo tiraron por la ventana”

Sebastián Chilla / 24.10.2021

Edil en Sanlúcar, diputado provincial en Cádiz, luego en Cortes y durante diez años en Europa. ¿Qué hace ahora Willy Meyer?

Sigo en lo fundamental, que es intentar contribuir con mucha más gente a cambiar una sociedad que consideramos injusta. No es justo que unos pocos sigan disfrutando de una gran felicidad sobre la infelicidad de la mayoría. Es la idea central que me ha movido desde que me metí en política en los años 70, haciendo mío el lema de Marcos Ana: la mejor forma de vivir para uno mismo es viviendo para los demás.

Y lo hace sin cargo institucional ni orgánico de relevancia pública…
 
Estoy en la dirección del Partido Comunista, donde también colaboro en temas de paz. Además, presido la fundación Marcos Ana. Eso sí, siempre me pongo a disposición de IU y del PCE para asistir allá donde me llamen y asesorar en temas internacionales, de seguridad, de alternativas a la OTAN y de memoria histórica.
 
Renunció a su acta de eurodiputado tan solo unas semanas después de las elecciones europeas de 2014 por tener un fondo de pensiones de la Eurocámara gestionado por una Sicav con sede en Luxemburgo. Lo hizo de forma voluntaria y como “ejemplo” ante la militancia y el electorado. ¿Cómo recuerda ese episodio?

De una manera muy natural. Un cargo público tiene que ser coherente con el compromiso adquirido con los electores. En aquella campaña fuimos muy fuertes contra los paraísos fiscales y contra las grandes fortunas que ocultan sus activos. Cuando me enteré a través de una periodista que el fondo de pensiones del Parlamento Europeo estaba en una Sicav en Luxemburgo, no me lo pude creer. Inmediatamente después renuncié a mi acta. Aunque no quiero dar una lección a nadie, considero que es muy importante que los cargos públicos tengan una actuación honesta. Es mi código ético. Creo que es lo que hay que hacer.

En aquel momento la nueva política estaba muy en boga. Su decisión sorprendió y seguramente años atrás no hubiera trascendido de la misma forma a la esfera pública. Siete años después, ¿cree que ese cambio en la ejemplaridad llegó para quedarse?

Desgraciadamente no. Todavía hay una visión patrimonial de lo que es un cargo público, pero es verdad que se ha avanzado mucho en cuanto a la transparencia, las incompatibilidades con determinadas profesiones o lo que se cobra. En cuanto a la ejemplaridad cada uno es dueño de su escaño.

Tras la crisis del 2008, el 15-M y la ola de movilización social, desde algunos sectores de IU se recurrió frecuentemente al concepto “crisis de régimen”. Ante ello, la propia formación apostaba por un proceso constituyente. ¿Qué queda ahora?

Izquierda Unida y el Partido Comunista siguen planteando que haya un proceso constituyente. No es por un capricho, la España de 2021 o 2022 es una España que en muchas cosas no tiene nada que ver con la de 1977. Eso es obvio. En cuanto al encaje constitucional, es necesario ir hacia un Estado federal: es una manera de resolver el problema de Cataluña para que una parte importante de los catalanes y catalanas se sientan representados. También sucede lo mismo con la Jefatura del Estado: somos muchos los españoles y las españolas los que consideramos que debería de ser sometida a refereréndum para saber si queremos Monarquía o República. Luego, hay derechos que se recogen en la Constitución que son potenciales, pero no son ejecutables. En el siglo XXI, deberíamos tener una Constitución que obligue a que derechos fundamentales como vivienda, trabajo o salud puedan ser exigibles.

A punta de pistola en el cuarto donde mataron a Grimau

Willy Meyer (Madrid, 1952) acudió este viernes al Campus Universitario de Jerez como invitado del núcleo local del PCA a la proyección del documental Billy. Torturas, Impunidad y Silencio, escrita y dirigida por Max Lemcke. El filme, coproducido por Brutos Films y CTXT, habla de los años de tortura narrados en primera persona por algunas de las víctimas de Antonio González Pacheco —Billy el Niño—. 

El ex político de Izquierda Unida, activo en el comité del PCE y presidente de la Fundación Marcos Ana, fue víctima del torturador hace ya medio siglo. Una víspera de reyes de 1972 fue detenido y objeto de una falsa ejecución en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol, donde iban a parar los perseguidos por la Brigada Político-Social. Militante comunista en la clandestinidad y estudiante de Económicas en la Complutense, el episodio cambió completamente su vida.

Lo constitucional también fue objeto de crítica.

En referencia a aquellos que decían que la Constitución fue un cheque en blanco, se equivocan. Es una lectura totalmente sesgada. La Constitución fue lo que pudo ser en relación con la fuerza que teníamos para acabar con el régimen franquista. Los comunistas fuimos artífices de esa Constitución, pero no pudo ser una ruptura porque no hubo fuerza suficiente. Los poderes del Estado y los militares impidieron hacer más.

Precisamente una de las cargas más duras de aquellos años iba hacia aquella Transición rosa.

La posición con respecto a la Constitución varió mucho. Recuerdo que en los primeros años de Podemos se planteó eso que dices, pero Pablo Iglesias, al igual que Julio Anguita, fue a las últimas elecciones con la Constitución en la mano.

No podemos olvidar que hay artículos de la Constitución que son muy avanzados. Por ejemplo, en Economía o Hacienda, donde dice que toda la economía del país está a disposición del interés general o que se procurará la participación de los trabajadores y las trabajadoras a la propiedad de los medios de producción. Es un texto socialista. Aun así, es necesario un proceso constituyente para adecuarlas a las necesidades sociales y territoriales de hoy.

Tal vez sea más difícil hoy esa Segunda Transición de la que habla porque no hay una mayoría parlamentaria ni voluntad de consenso…

Sí. Es evidente que los procesos constituyentes se pueden producir en la medida que haya una petición social fuerte y organizada, si no es imposible. No renunciamos a ese proceso constituyente pero la política es como la física: tanta fuerza tienes, a tanto llegarás.

Hay opiniones encontradas sobre si la Transición fue modélica. Un punto polémico es la Ley de Amnistía, que precisamente utiliza como barrera la Justicia para no investigar ni condenar crímenes como los de Billy El Niño. ¿Qué opina?

Bueno, la Ley de Amnistía no debe ser aplicable a los delitos de lesa humanidad. Así lo recoge el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, aprobado en 1998. Hay que recordar que la Brigada Político-Social es un calco de la Gestapo. Desde la Embajada alemana, Paul Winder, adjunto del responsable de las SS Himmler, se dedicó a asesorar para que así lo fuera. En los juicios de Núremberg, la Gestapo fue considerada como una organización criminal porque precisamente pretendía el exterminio y aniquilación de cualquier oposición al nazismo. Es justo lo que sucede en España a partir de 1940.

Es entonces una contradicción.

El propio Estatuto de Roma en su artículo 29 plantea que los crímenes de lesa humanidad no prescriben. Lo que nosotros defendemos es que la Ley de Amnistía no puede impedir que se juzguen los crímenes de lesa humanidad cometidos por el Franquismo. Ese es el punto en el que estamos y por eso hemos hecho una enmienda al anteproyecto de Ley de Memoria para que este artículo del Estatuto de Roma ratificado por España en el año 2000 —cuando gobernaba el PP— se cumpla.

En relación con la condena de Billy el Niño, la sección 30 de la Audiencia Provincial de Madrid sostuvo en 2018 que La Ley de Amnistía “fue un importantísimo hito en el devenir histórico”. Así, y como dice, la Justicia suscribió que sus crímenes habían “prescrito” ya que las torturas de Estado “son anteriores a la ratificación por España de los Tratados internacionales” como crímenes imprescriptibles. Entiendo que ahí está el problema…

Claro. Yo soy uno de los querellantes y desgraciadamente él ha muerto antes de que siguiéramos con los juicios. En primera instancia, las magistraturas en España no lo permitían, pero nosotros íbamos a seguir hasta el Tribunal Constitucional para luego llevarlo a Europa y a la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Ahí la lectura que se iba a dar sí iba a ser la que impera en cualquier Estado democrático. No podemos consentir que se mire hacia otro lado, la impunidad debe quedar resuelta.

Parece que la Ley de Amnistía se utilizó como borrón y cuenta nueva.

Se ha intentado utilizar así. Cuando nosotros nos movilizamos en los años 70 y salíamos a las calles perseguidos por los grises en lo que llamábamos saltos —manifestaciones—, gritábamos “Amnistía y Libertad”. Nadie pensaba que gritar “Amnistía” significaba qu los que nos torturaban se iban a ir de rositas. Pensábamos que sucedería lo que ocurrió luego en Portugal y en otros muchos Estados, donde la amnistía fue sacar a los presos y no indultar a los torturadores. El Estatuto de Roma corrige esta lectura y la pone en su sitio.

Imagino que ese también es objeto del documental y de iniciativas similares: recuperar la memoria. Tal vez estos documentos aporten verdad, pero sobre la justicia y la reparación, ¿qué se puede hacer? Como dice, González Pacheco —Billy el Niño— falleció de covid hace año y medio…

La mayoría de los torturadores y cómplices ya no están. Sin embargo, el gesto político de que el Estado reconozca de alguna manera que hubo crímenes y que tienen que ser juzgados es un reconocimiento público hacia la resistencia y hacia todos aquellos que desaparecieron, fueron asesinados o torturados.

No se puede juzgar a nadie muerto, pero si hay responsabilidades sobre personas vivas hay que hacerlo. Es el caso de Martín Villa, sobre el que una jueza argentina ha pedido su extradición. No se trata de buscar venganza, sino justicia. A mí ya no me importa si es una sentencia fuerte o levem, lo importante es que se sienten a ser juzgados, como han sido juzgados otros en Alemania o en Italia. Allí una mujer de 90 años va a ser juzgada porque colaboró en un campo de exterminio. Es lo normal.

González Pacheco le detuvo la víspera de Reyes de 1972 en Callao a través de un infiltrado en el movimiento estudiantil. ¿Quién era el Willy Meyer de entonces?

(Ríe). Willy Meyer era un jovencito que estudiaba Económicas y que cuando entró en la Facultad se comprometió con el Partido Comunista para luchar contra la dictadura. Al llegar a (el campus de) Somosaguas recuerdo ver aquellos edificios rodeados con alambradas de espino. Desde el punto de vista estético me sorprendió muchísimo…

Y en Pozuelo, recién apartada de las demás de Ciudad Universitaria.

Claro. Era la vanguardia en muchos temas, al igual que las facultades de Derecho y de Filosofía. En aquella Facultad de Económicas tuve la desgracia de que el primer día de clase se sentó a mi lado una persona que resultó ser policía. En los dos años que estuve en la universidad, me sacó todo tipo de información. Yo repartía la Vanguardia y el Mundo Obrero.

“Estaban obsesionados porque pensaban que yo era el responsable de la propaganda y de las máquinas de reproducción en la universidad”

Infiltrado como un estudiante más…

Estaba matriculado como un estudiante más. Es lo que hacía la Brigada Político-Social: infiltrarlos como confidentes. Aquel 5 de enero, víspera de Reyes, había un reparto de propaganda en contra de la subida del transporte en Madrid y yo estaba en Callao junto a otra mujer del Partido. En un momento, vi subir por Gran Vía a Billy el Niño con este hombre al lado. Fue cuando dije: ¡Es policía! Tuve el tiempo justo para decirle a la compañera que se fuera al metro: “Vete, vete”. Luego fueron a por mí porque sabían que lo había descubierto. Pistola en mano, me metieron en un taxi, amenazándome e insultándome: “Te vamos a destrozar, lo sabemos todo de ti”. La forma de amenazarme era tal que para llegar desde Callao a Sol el taxista empezó a bajarse y bajarse. No era capaz de llegar.

¿De miedo?

De miedo. Billy el Niño le empezó a amenazar también a él: “¿Me estás tomando el pelo”?, le dijo. Ver a una persona que te amenaza de esa manera con una pistola es tremendo. Se trataba de una persona sin escrúpulos.

Luego le torturaron en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol…

Me conocía y tenía toda la información sobre mí. Pusieron en una mesa la documentación que yo repartía, además de fotografías de manifestaciones con compañeros que estaban a mi lado. Estaban obsesionados porque pensaban que yo era el responsable de la propaganda y de las máquinas de reproducción en la universidad. No era verdad pero sí sabía donde estaban.

Imagina un interrogatorio con tus fotos… la tensión fue in crescendo. Entraba Yagüe, el Director General, con golpes y demás. Como yo me negué a delatar a nadie e incluso a reconocer las fotos, Billy el Niño sacó la pistola y con un teatro dramático me hizo una falsa ejecución: montó el arma sin la munición, me la puso en el pecho y me disparó en seco. Algunos compañeros se quedaron alucinados, no sabían que la pistola no estaba cargada. Fue una falsa ejecución. Me podían haber pasado dos cosas: morirme allí mismo de un infarto o resistir y aguantar. 

En el mismo lugar donde mataron a Grimau.

Me dio una fuerza inmensa que me lo recordaran en ese momento tan dramático. Poco antes de la falsa ejecución, Billy el Niño me dijo: “A tu camarada Julián Grimau lo interrogamos en este mismo despacho, fue un cobarde y se tiró por la ventana”. Al pobre de Grimau, lo torturaron y cuando vieron que se les iba, lo tiraron por la ventana. 

Aquello cambió su vida.

Me aplicaron una ley que acababan de sacar: la de responsabilidad subsidaria. Detrás de esas palabrejas, se escondía que el gobierno te podía multar gobernativamente y si no pagabas la multa, ibas directamente a la cárcel sin pasar por un juez. En la Dirección General de Seguridad no había nadie, era Reyes. Después de pasar 72 horas sin arrancarme nada, el funcionario de turno me dijo que tenía que pagar una multa de 100.000 pesetas en bonos del Estado. No pagué nada y acabé en la cárcel de Carabanchel donde estuve hasta el mes de abril. Salí y a los pocos días me volvieron a detener. 

Fue mucho más fuerte. Me detuvieron con el Comité de Huelga de Comisiones Obreras de la Construcción, para el que recaudábamos dinero en la universidad. Participar en una huelga era sedición y me pidieron 8 años de cárcel. Cuando me vio el personaje de Billy el Niño allí me dijo: “Tocayo, no me digas que has caído con los albañiles”. Tras aquello, el Partido nos recomendó a mí y a Julia (Hidalgo de Argüeso, su esposa, también militante comunista) salir de España porque llevábamos un carrerón. Nos sacaron clandestinamente con un pasaporte falso a Francia, estuvimos en la casa de la viuda de Grimau y luego un año en Londres. 

Vaya historia…

Es algo minúsculo. Algunos lo podemos contar, otros no pudieron.

Luego volvió a España, llegó a la provincia y continuó en política. 

Regresé para hacer el servicio militar y tengo un recuerdo fantástico de lo que fue mi militancia en Andalucía. En Sanlúcar aprendí mucho de las historias de lucha de los jornaleros del Marco de Jerez. Para mí fue una universidad y un ejemplo. Desde entonces y hasta el día de hoy he procurado no parar y seguir comprometido. 

Willy Meyer se querelló junto a su amigo Chato Galante, fallecido recientemente, amnte Antonio González Pacheco Billy el Niño por delitos de torturas y crímenes de lesa humanidad. En este enlace se recoge el testimonio que ofreció a la justicia argentina