A comienzos de 1939, Kati Horna , una refugiada
antifascista húngara de 26 años, cruzó los Pirineos después de haber
pasado casi dos años en España fotografiando la Guerra Civil para
organizaciones anarquistas. Llevaba consigo una pequeña caja de hojalata
con 270 negativos, que solo representaban una fracción de su producción
fotográfica del conflicto. Un par de meses después, mientras caía
Barcelona, 48 grandes cajas de madera también cruzaron la frontera
francesa: contenían el archivo íntegro de la CNT-FAI, salvado a duras penas de las garras de Franco .
Horna acabaría exiliada en México, donde vivió hasta su muerte en el
año 2000. A principios de los años 90, donó sus 270 negativos de la
Guerra Civil al entonces archivo, hoy Centro de Memoria Histórica ,
en Salamanca, donde fueron expuestas por primera vez en 1993. Las 48
cajas de la CNT-FAI, a su vez, acabarían, vía París e Inglaterra, en el
legendario Instituto de Historia Social de Ámsterdam , donde no serían abiertas y catalogadas hasta después de la muerte de Franco.
Tuvieron que pasar otros 40 años más hasta que la investigadora Almudena Rubio Pérez
identificara, entre los miles de negativos y fotos almacenadas en las
cajas, 522 imágenes más de Horna, además de cientos de fotos de otra
fotógrafa asociada con la CNT, la austriaca Margaret Michaelis
(1902-1985). Horna llegó a España a principios de 1937, pero Michaelis
había vivido aquí desde 1933. Ambas, con sus respectivas parejas, se
movían en ambientes libertarios. En España, las dos trabajaban como
fotógrafas y en labores propagandísticas: se dedicaban a documentar la
guerra y la revolución con el fin no solo de informar al mundo de lo que
estaba ocurriendo, sino también para desmentir la propaganda
antirrevolucionaria y recabar apoyos internacionales para la causa
mediante una agencia fotográfica y revistas como Umbral .
Almudena Rubio (Madrid, 1980), licenciada en Historia del Arte por la
Universidad Autónoma de Madrid, lleva ocho años trabajando como
investigadora y comisaria en el Instituto de Ámsterdam, donde se
especializa en los archivos del anarquismo español y en Kati Horna. La
precedieron conocidos libertarios holandeses como Arthur Lehning
(1899-2000), Rudolf de Jong (1932) y Kees Rodenburg (1948). Además de
sus trabajos de investigación, Rubio también dedica su tiempo a la música .
Estos meses, Rubio ha comisariado una exposición que incluye más de
doscientas de las imágenes fotográficas rescatadas de Horna y Michaelis,
la mayoría de las cuales nunca se han visto. Después de pasar por la
Real Academia de Bellas Artes en Madrid, la exposición se encuentra
instalada, hasta el 13 de noviembre, en la Diputación Provincial de Huesca .
Muchas de las imágenes incluidas en la exposición se
concibieron en su día como herramientas de propaganda. ¿No es fácil que
se malentiendan hoy?
Es una pregunta que me planteo con frecuencia. Por ese motivo, como
comisaria, me esfuerzo por contextualizar su obra lo mejor que puedo. Es
cierto que muchas de las imágenes hablan por sí mismas. Pero conocer el
contexto les otorga otra dimensión y nos permite además reconstruir y
valorar una época pasada en su contexto y confrontarla además con el
presente. Pienso, por ejemplo, en la fotografía de Kati Horna utilizada
como imagen de la exposición. Es una fotografía tomada en el interior de
una iglesia gótica del siglo XV en Binéfar, un pueblo aragonés situado
entre Lleida y Huesca. En la iglesia vemos a dos carpinteros trabajando,
envueltos en dos tremendas haces de luz que entran por los ventanales
articulando la foto. Es una fotografía preciosa. Pero ¡cuánto más
significado gana esta imagen si explicas que se trata de una iglesia
colectivizada por y para el pueblo y convertida en taller de
carpintería! Lo mismo ocurre con otra fotografía de Horna que nos
muestra a tres niños en un palacio en Barcelona. La imagen es
maravillosa en sí misma pero no debemos olvidar que los niños estaban
allí porque el palacio habido sido expropiado y convertido en una
Escuela Moderna, organizada según los principios libertarios de
Francisco Ferrer i Guardia.
Fotografía de Kati Horna.
¿Le consta que el público de la exposición está siendo receptivo a esta potencia contextualizada?
Sí, me parece que sí. En Madrid se superaron las expectativas en
cuanto a visitantes. La exposición atrajo a mucha gente y lo que es
mejor, gente diversa y de todas las edades. También he sabido que
surgieron debates espontáneos entre los asistentes, relacionados con las
colectivizaciones y el papel de los anarquistas en la guerra. Para mí,
que la exposición provoque reacciones de ese tipo es un logro, al menos
un logro relacionado con la voluntad de dar a conocer ese otro discurso
que encierran las fotos de nuestras protagonistas. La exposición recoge
su obra inédita, pero también una lectura desconocida y necesaria sobre
su paso por la España antifascista que hoy nos permite conocerlas
mejor.
El tema de las colectivizaciones sigue siendo muy
controvertido, en parte porque dividió –y sigue dividiendo– a la
izquierda. Las autoridades republicanas las suprimieron a la fuerza en
Aragón y otros lugares.
Claro. Por eso queríamos que su trabajo llegara a Huesca,
precisamente. Tanto Horna como Michaelis, como fotógrafas contratadas
por la CNT-FAI, se esforzaron en documentar esa revolución, que, en
efecto, tuvo un gran arraigo en Aragón. De hecho, llama la atención el
esfuerzo de los anarquistas por documentar todo ese proceso desde el
principio. No sé si sabes que, en plena contienda, pusieron en marcha el
Instituto de Documentación, un archivo que tuvo como objetivo dar a
conocer su rol en aquellos meses. ¡La creación de un archivo en plena
guerra contra el fascismo! Hasta ese punto llegaba su responsabilidad
con su lucha. Y sí, efectivamente las colectivizaciones fueron
suprimidas por la fuerza bajo la sombra de Stalin… Es una parte de la
guerra civil que no interesa que se conozca. No me sorprende: fue un
logro demasiado explosivo…
En un artículo sobre Horna y Michaelis en la revista Historia Social, usted
argumenta que muchas de estas imágenes parecen muy personales, íntimas,
y sin embargo respiran una gran autenticidad. ¿La autenticidad no está
reñida con el afán propagandístico?
Supongo que sí, pero de algún modo, creo que Horna y Michaelis
consiguen combinar las dos cosas. Son fotografías que surgen en una
oficina de propaganda, eso es un hecho. Sin embargo, confluyen en una
cierta autenticidad. Sin serlo, logran ser “objetivas” y al mismo
tiempo, y especialmente en el caso de Horna, gozan de un intimismo
maravilloso que va más allá de la documentación, evocando lo personal.
En mi opinión, esto se debe a la afinidad de Kati Horna con el sujeto
retratado y, en definitiva, con la verdad o el ideal que había detrás.
Horna lo expresó muy bien cuando dijo: “La cámara no es un obstáculo, es
uno mismo”.
¿Qué hay de nuevo en estas imágenes, además de ser fotografías nunca antes expuestas en España?
Representan una mirada de la guerra poco conocida, desde la
retaguardia anarquista. Pero, además, una retaguardia anarquista vista
por dos mujeres fotógrafas extranjeras y militantes. Son fotografías
desconocidas reforzadas con una investigación de años que nos aporta una
información desconocida hasta ahora y que nos obliga a hablar de ellas
en otros términos, aunque no guste. Sus imágenes, sean del campesinado
aragonés, de la Nueva Escuela, de los milicianos de la División Ascaso o
de un campo de concentración para fascistas en Teruel, responden a un
hecho histórico concreto. Representan una mirada sobre la historia que
algunos han llamado intimista o humanista. Sin embargo, son términos que a mí no me acaban de convencer.
¿Por qué no?
Porque como diría Susan Sontag, eso es descartar la política ,
despolitizar esa mirada, impulsada precisamente por la convicción
política de la que nació. A fin de cuentas, el compromiso político es lo
que conecta a las fotógrafas con los temas y las personas que captan
sus cámaras. Esa empatía con el sujeto que la fotógrafa está retratando
está directamente relacionado con la causa que provoca ese encuentro.
Los dos forman parte de esa experiencia. No es un trabajo que se pueda o
deba despolitizar.
Las tres fotógrafas más conocidas de la Guerra Civil Española
son refugiadas judías antifascistas: Gerda Taro, alemana de ascendencia
polaca; Kati Horna, húngara; y Margaret Michaelis, austriaca, nacida en
lo que hoy es Polonia. Taro murió en España, aplastada por un tanque en
1937. Horna y Michaelis, en cambio, sobrevivieron y pasaron el resto de
sus vidas en México y Australia, respectivamente. ¿Cómo se relacionaron
posteriormente con los años intensos que vivieron en España?
No debió ser fácil. En el caso de Michaelis, tengo la sensación de
que se produjo una ruptura radical. Que yo sepa, nunca habló de la
guerra o al menos no en público. El caso de Horna debió ser diferente.
Su hija Norah Horna, y su nieta Kati, de quien guardo un recuerdo
memorable, me contaron que Kati Horna, como tantos otros, no quería
hablar de la guerra. Sin embargo, con José Horna en su casa de Colonia
Roma y en sus encuentros con otros antifascistas que llegaron de España
como Benjamin Peret, su vínculo con España tuvo que permanecer
vivo.
Exposición en la Diputación de Huesca. JAVI BROTO
Cuando Horna vendió sus negativos al archivo de Salamanca, ¿sabía que había más fotos en Ámsterdam?
Sí, de hecho, llegó a declarar en una entrevista que los anarquistas
habían logrado ponerlas a salvo, al enviar sus archivos a
Ámsterdam.
¿Por qué se tardó tanto en descubrirlas, entonces?
No lo sé, ignoro por qué los historiadores hicieron caso omiso de
esas declaraciones suyas en las que daba pistas sobre el paradero de su
archivo. En cualquier caso, yo estoy feliz de que haya sucedido así. Me
pregunto a menudo si ella estaría contenta y conforme con este
“redescubrimiento” de su obra.
El Instituto de Historia Social fue fundado en 1935, justo
antes de la guerra española, y en su sección española ha contado con
leyendas del anarquismo holandés como Arthur Lehning y Rudolf de Jong…
Es verdad, hay toda una genealogía institucional que confluye aquí en
el instituto. Las conexiones son directas. Cuando leí la biografía de
Michaelis, de Helen Ennis, supe que la propia Margaret viajó junto a
Arthur Lehning a Valencia; y a su vez Lehning había trabajado junto a
Jaap Kloosterman durante años. Algo que supe afianzada ya mi amistad con
Jaap, a quien le estoy enormemente agradecida por su apoyo
incondicional en este proyecto. De alguna manera, la historia fluye a
través de las generaciones y eso otorga una dimensión viva a las
fotografías… Y sacude las memorias, además.
Gran parte de la historia del anarquismo español está escrita
por historiadores con poca o nula afinidad ideológica con el
movimiento. Los expertos del Instituto, en cambio, se han aproximado al
material desde una profunda simpatía con el ideario libertario, si no
una militancia activa. ¿Es también su caso? ¿Eso tiene un peso?
En mi caso fue mi interés por el anarquismo y la contracultura lo que
me llevó al instituto, al que ya conocía estando en Madrid,
precisamente por ser un referente internacional en esos campos. Sin
embargo, no es necesario ser afín a una ideología para hablar de ella;
eso sí, tienes que conocerla.
¿Y cómo ha sido convivir, póstumamente, con estas dos mujeres durante los últimos años?
Es interesante que hables de convivencia, porque es verdad: en cierto
modo convivo con ellas. Les dedico una gran parte de mi tiempo. La
investigación es en cierto modo una obsesión y las obsesiones te quitan
mucho tiempo. Por otro lado, Horna me ha permitido conocer a gente
increíble y vivir experiencias maravillosas. Especialmente cuando la
investigación y la música confluyen, como ocurrió durante mi viaje a
México y tuve la posibilidad de cantar en la casa de Frida Kahlo y en el
Colegio de San Ildefonso acercándome al mismo tiempo a la Horna
mejicana.
Porque aparte de la investigación también canta…
Sí, este año he publicado mi primer disco .
Algunos amigos me animan a crear el cancionero de Kati Horna al estilo
de Chicho Sánchez Ferlosio. De hecho, me consta que José Horna tocaba la
guitarra y le cantaba canciones a Kati. ¡Quién sabe, quizás me anime!