Zaragoza. Cárcel de Predicadores: más de mil presas en un espacio para 140 personas

El edificio nuevo aloja un colegio público en cuyo interior hay una placa en memoria de las presas.

LA MAREA | ALBA MARECA | ZARAGOZA | 5 MARZO, 2019

Del Palacio de los Duques de Villahermosa, que albergaba la prisión, solo se conserva la fachada. El edificio nuevo aloja un colegio público en cuyo interior hay una placa en memoria de las presas.

“Llegamos a Zaragoza de madrugada y en la cárcel de Predicadores nos recibió un director que no tenía dos bofetadas, pequeñajo, con una pistola en la mano, nos dice: ‘Péguense todas a la pared’. Nos pegamos todas a la pared y nos dijo que nos iba a fusilar. Habíamos llegado de madrugada a la estación; los guardias nos dijeron que no metiéramos demasiado ruido por las calles, pero nosotras, que éramos un ramillete de rosas todas jóvenes, hicimos lo contrario, nos pusimos a cantar canciones de la guerra, La joven guardia y no sé cuántas más”. Agustina Sánchez Sariñena narra así su llegada a la cárcel de mujeres de la capital aragonesa en el año 1940 en el libro Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas, de la activista Tomasa Cuevas.

Como muchas otras mujeres, Agustina era trasladada de la cárcel de Ventas, en Madrid, a Barcelona. Zaragoza es la arteria que une ambas ciudades, de la misma forma que la calle Predicadores conecta ahora el sosiego de la plaza Santo Domingo, en el barrio del Gancho, con el trajín del Mercado Central, en pleno casco histórico. Aunque entre 1868 y 1936 Predicadores se llamó Calle de la Democracia, en el 39 –cuando se decide reabrir el Palacio de los Duques de Villahermosa situado en esta vía como prisión para mujeres– nada le queda ya de este apelativo.

Algunas de las presas que estuvieron allí definieron este lugar como un infierno, tanto por las condiciones del edificio como por el trato que recibían. María Salvo, que pasó algunos días en la prisión, explica en el mismo libro de Tomasa Cuevas que era una cárcel de aspecto tétrico: “Con un régimen de disciplina interna durísimo, el más duro que yo he conocido en los años de cárcel. (…) Un hecho que no conocí en otro lugar era el de tener que saludar brazo en alto al pasar por delante del retrato de Franco, que estaba colocado en un punto imposible de esquivar para el desplazamiento a cualquier dependencia del penal. Si alguna carcelera observaba que pasabas de largo sin hacer el saludo, el castigo era seguro”. 

Hoy es difícil valorar la crudeza del edificio ya que de lo que fue solo queda la fachada. Tampoco se conservan los planos y la estructura se ha reconstruido a través de la memoria oral de las mujeres que como Agustina y María pasaron por allí. La historiadora Rosa María Aragüés, autora de una tesis sobre la represión de género durante el franquismo en la cárcel de Predicadores, explica que las malas condiciones se debían a que el edificio –que antes ya había servido como cárcel de la ciudad– había quedado obsoleto y llevaba en desuso desde 1928, así como a las duras condiciones climatológicas: demasiada humedad por estar situado frente al río Ebro y mucho calor en verano –María Salvo cuenta que en julio “las mujeres tenían el color de la tierra del patio” –. Pero, sobre todo, Aragüés destaca que cuando las mujeres fueron trasladadas a la prisión de Predicadores desde la cárcel de Torrero, que se había masificado, eran más de 500, además de 53 menores, en un espacio construido para 140 personas. Aun así, y por su condición de cárcel de paso, hubo momentos en los que se alcanzaron las mil presas. 

Las mujeres dormían en el suelo de las dos salas principales del edificio, “a baldosa por persona”, según cuenta Aragüés, y algunas de ellas lo hacían en las siete celdas que había. El día lo pasaban en el patio, donde disponían de una fuente y dos retretes para todas. Además, explica la historiadora que sin ayuda del exterior no habrían podido sobrevivir, ya que la comida era escasa: “Hacían grupitos y las que recibían alimentos de fuera los compartían con las demás”. 

En los primeros meses de la cárcel, que abrió el 6 de abril del 39, la mayoría de las mujeres presas no estaban comprometidas políticamente y venían de zonas rurales. “Eran las novias, las esposas, madres e hijas de hombres a los que el franquismo andaba buscando y, al no encontrarlos, cargaron contra ellas”, explica Aragüés. Sin embargo, ese perfil va cambiando hasta su cierre, en 1955: “Esas mujeres van saliendo poco a poco de la cárcel y entran las que se han afiliado a la resistencia, las que están con la guerrilla, sobre todo muchas comunistas. Se trata de mujeres más jóvenes que llevan como bandera el ser presas políticas a pesar de que entonces a las mujeres no se les consideraba como tal, sino como presas comunes”, añade. 

El no ser consideradas como presas políticas tenía mucho que ver con el ‘gen rojo’ que el psiquiatra franquista Vallejo Nájera aseguraba que hacía delinquir, por naturaleza, a la gente de izquierdas. En las mujeres, esto se traducía en que perdían toda su dignidad y se convertían en fieras, por lo que se eludía que estuvieran llevando a cabo una lucha política como los hombres. 

Hoy, una placa situada tras una puerta secundaria del nuevo edificio, un colegio público construido sobre la vieja cárcel, sí las recuerda como tal: “Miles de presas políticas, luchadoras por la libertad y la democracia en España sufrieron aquí condena por defender la legalidad de la II República Española”. 

Cárcel de Predicadores: más de mil presas en un espacio para 140 personas