Zaragoza. La fosa de las 10 mujeres de Uncastillo: dedales, peinetas y el honor de luchar contra el fascismo.

Concluyen las labores de localización y exhumación de diez mujeres del municipio de Uncastillo, en la provincia de Zaragoza, asesinadas el 31 de agosto de 1936 en la localidad de Farasdués. 

MADRID /  16/12/2020 10:02 / ALEJANDRO TORRÚS

“¿Sabes qué palabras me decía mi madre cuando bajábamos a la plaza del ordinario para estar a la fresca? Me decía: ‘Corazón sin trampa, perla dibujada, naricita de oro, perita confitada’. ¿Ves que palabras más cultas para una mujer de pueblo?”.

La persona que habla es Soledad Ezquerra Casalé. Tiene 88 años y lo que cuenta es el único recuerdo que tiene de su madre, Josefa Casalé Suñén. Soledad iba a cumplir cuatro años cuando los falangistas sacaron a su madre de casa, en plena noche, para llevarla a prisión. Sería fusilada al día siguiente, un 31 de agosto de 1936. Soledad no recuerda su cara. Tampoco existe ninguna fotografía o retrato. Lo único que tiene de su madre son estas palabras y una carta. La que escribió Josefa la noche antes de su fusilamiento, un 30 de agosto de 1936, desde la prisión de Ejea de los Caballeros despidiéndose de sus hijas.

Josefa Casalé Suñén pedía a su hija mayor, de apenas 11 años, que cuidara de los otros tres niños, que quedaban huérfanos de madre. Le rogaba que los llevara siempre bien limpios y que no se olvidara de rezar. También que tratara de enseñar a sus hermanos las cosas buenas que ella le había enseñado. Apenas unas horas después de escribir la misiva, Josefa Casalé sería fusilada en junto a otras nueve mujeres de su mismo pueblo, Uncastillo, de la provincia de Zaragoza.

Sin juicio y sin guerra. Pura represión. Serían ejecutadas en Farasdués, una localidad del municipio de Ejea de los Caballeros, y tiradas a una fosa del cementerio local. Junto a Josefa, fueron ejecutadas y lanzadas a la misma fosa Lorenza Arilla Pueyo, Narcisa Pilar Aznárez Lizalde, Inocencia Aznárez Tirapo, Julia Claveras Martínez, Isidora Gracia Arregui, Melania Lasilla Pueyo, Felisa Palacios Burguete, Andresa Viartola García y Leonor Villa Guinda.

Tenían entre 32 y 61 años. La historiadora Cristina Sánchez, autora de Purificar y purgar. La Guerra Civil en las Cinco Villas, explica a Público que se trata de la primera saca que se produjo en la cárcel de Ejea de los Caballeros. En los días y meses posteriores se habrían producido otras tres sacas: una que significó la ejecución de 12 hombres; después, otra con siete hombres y una mujer; y, por último, una saca de diez hombres, todos ellos del pueblo de Asín. 

Ahora, 84 años después de aquellas ejecuciones impunes, la fosa ha sido localizada y exhumada en unos trabajos que han sido promovidos por la Asociación Charata para la Recuperación de la Memoria Histórica de Uncastillo junto con el Colectivo de Historia y Arqueología Memorialista Aragonesa (CHAMA), que ha contado con la ayuda de otras asociaciones de la zona. También han colaborado económicamente las instituciones de la Diputación Provincial de Zaragoza, de la Comarca de las Cinco Villas y los ayuntamientos de Uncastillo y Ejea de los Caballeros.

“Antropológicamente, a la espera de los informes, los cuerpos encontrados son de mujeres. Además, son precisamente diez. Muchos de los cuerpos aparecen acompañados de horquillas, peinetas o dedales, pequeños objetos que llevaban en el momento en el que fueron detenidas y solo un día después fueron ejecutadas”, prosigue Cristina Sánchez. 

El arqueólogo encargado de los trabajos, Francisco Javier Ruiz, explica en la publicación Uncastillo, Mujeres del 36  que las víctimas fueron elegidas por haber haber participado en la transformación social que supuso el período republicano o como “venganza” por no poder encontrar a otros hombres de la familia que participaban en organizaciones izquierdistas. El caso de Josefa es de los primeros. Josefa estaba marcada por su manera de pensar y de hacer.

Era una mujer, según cuenta su hija, muy religiosa. Tenía su propio reclinatorio en la iglesia del pueblo, y también era abiertamente republicana. Había aprendido a leer y a escribir por su propia cuenta y cada noche impartía clases en su domicilio para aquellos que no habían podido ir a la escuela. “Y ya se sabe: la cultura lleva a la política”, añade Soledad. Además, tras la revolución de octubre de 1934, Josefa había estado vendiendo unas rosas rojas que preparaba con su cuñada para recaudar fondos para los presos.

Ahora, Soledad, junto con otras familias, aguarda noticias de las asociaciones encargadas de los trabajos en la fosa común. Ha donado su ADN para que pueda ser identificado el cuerpo exacto de su madre y explica que su voluntad es que las diez mujeres descansen juntas en el cementerio de Uncastillo. “Llevan más de 80 años juntas y las mataron por tener ideas similares. Me gustaría que siguieran juntas junto a un cartel que explicara por qué las mataron y quiénes son”, apunta Soledad. 

Así, el cartel que desea Soledad tendría que explicar las razones por las que un grupo de falangistas en nombre de España, de Dios y de las autoridades franquistas hicieron fusilar a mujeres como Narcisa Aznárez, de apenas 32 años, madre de 3 hijas y cuyo único ‘delito’ era tener un hermano de la CNT que había huido al monte. O a Isidora Gracia, hornera, madre de tres criaturas y reconocida socialista. Sin olvidar a Melania Lasilla, asesinada por ser la hermana del primer teniente de alcalde de Uncastillo, ni al resto de mujeres y hombres de Uncastillo que fueron ejecutados en el verano de 1936.

De momento, a falta de una decisión definitiva, el deseo de Soledad está más cerca que nunca de cumplirse. Los trabajos de exhumación han terminado y ahora resta el trabajo en los laboratorios de identificación forense y los informes de los expertos. Después se verá cuál es la voluntad de todas las familias, asociaciones e instituciones para tomar una decisión final. 

Soledad aguarda el momento a sus 88 años. “Estoy muy orgullosa de mi madre y de las cosas que me van contando de ella. También estoy orgullosa de sus ideas y de su lucha”, dice. Mientras tanto, recuerda las mañanas de su infancia en las que se escapó del colegio para no tener que sufrir la humillación de cantar el Cara al Sol. También relata el hambre y la miseria que sufrió en su infancia por culpa de la represión franquista. Una situación económica que comenzaría a mejorar cuando su hermana mayor, la receptora de la carta escrita por Josefa, contrajo matrimonio con un exmiembro de la División Azul que había regresado de Rusia. 

“He pensado muchas veces en el dolor, en el sufrimiento y en el hambre que nos hicieron pasar porque mi madre tenía ideas republicanas. Y no lo puedo entender. Venimos a este mundo de paso y nos vamos a los dos días. No veo la necesidad de hacer sufrir a los demás tanta calamidad y tener tanto odio. Pero bueno. Lo que pasó, pasó. Eso no lo podemos cambiar, pero ahora hay que contarlo”, sentencia Soledad Ezquerra Casalé.