Expolio del Arte durante el franquismo y de antaño.

Expolio del Arte durante el franquismo y de antaño

JUAN-CARLOS ARIAS  / SEVILLA / 11 NOV 2023 / 04:28 H – ACTUALIZADO: 11 NOV 2023 / 04:31 H.
  • Andrés Moro, anticuario.
    Andrés Moro, anticuario.
  • La posguerra maldita

Los difíciles años de hambruna y de la Segunda Guerra Mundial (1941-1945) ratificaron que el Plan Marshall no llegó a la España más arrasada. Sólo una genial cinta de Berlanga del 1953 le dio la bienvenida al yanqui que nunca vino. Mediaba el estigma de Franco por su complicidad con Hitler y Mussolini. Permitió, su régimen, la red ODESSA que expatrió hasta Tánger y Sudamérica, y alojó en España, a criminales de guerra nazis y sus cómplices centroeuropeos. El decretado aislamiento español devino en la autarquía.

Desde finales de los 40s del pasado siglo hasta los 70s algunas galerías madrileñas, el Chicote, Horcher y salones del Ritz o el Palace se llenaron de tantos compradores y marchantes de arte original que menudeaba la oferta. Zurbarán, Goya, Velázquez, Greco, Zurbarán, Murillo ya no podían pintar más desde sus tumbas. La picardía patria creó, entonces, la industria de la copia. El negocio fue viento en popa, como veremos.

En paralelo al expolio del arte hubo estafas sonoras. El texano de éxito Algur Hurtle Meadows (1899-1978) logró licencia para perforar pozos petroleros en España avalado por el franquismo más burócrata. Vivió temporadas en una suite del Ritz; por las tardes visitaba –extasiado- el Prado. Allí nació su compulsión compradora de clásicos españoles. Exportó cientos de lienzos a Dallas hasta que su segunda esposa le dijo basta. A su mansión le faltaban paredes. Donó, urgido por dicha cónyuge, su colección de cuadros adquiridos en Madrid a la Universidad Metodista y se instituyó el Museo Meadows. Este acabó profesionalizándose ante los dólares de su inspirador.

Peritajes posteriores dictaminaron que el 80% de lo que compró el petrolero amante del arte español serían vulgares copias de tercera. Quien fuera empresario de éxito, fracasó con un posible legado fake. La literatura publicitaria llama al Meadows Museum ‘El prado español en Texas’. Olé.

Las tretas del franquismo para beneficiar a sus cómplices y aliados que le fortalecieron en el poder durante casi cuatro décadas tiene variantes en el patrimonio estatal, no de su régimen político, transitorio si contemplamos los siglos de la historia. Se expolió, incautó y entregaron 8.000 obras de arte a instituciones afines y amigos del General. El canal fue Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional (SDPAM) desde 1939. Esa es la tesis documentada del Catedrático Arturo Colorado en su obra Arte, botín de guerra (Cátedra, 2021). Represaliados, presos, exiliados y sus patrimonios fueron parte del auto-expolio del franquismo con sus compatriotas más cercanos del poder entonces imperante.

En ese festín de maldades aparece María Teresa Álvarez y Herreros de Tejada, falsa Marquesa de Arnuossa. Desde noviembre de 1939 hasta febrero de 1947 saqueó casi 400 enseres del SDPAM. Las revendió, cuando tuvo ocasión, al mejor postor. Su ficticia aristocracia sólo le sirvió para impostar un título que le servía para amasar una fortuna que se basó en la rapiña previa.

Más benévolo con obras de arte del SDPAM fue Luis Ortiz Muñoz (1905-1975). Tiene calles en varios puntos de la geografía española. Fue el primer director del Instituto Ramiro de Maeztu madrileño y director de Enseñanza Media con Franco. Se apropió, en los días de la posguerra, de 65 cuadros y más de 300 bienes incautados a particulares que se depositaron en el Museo Nacional del Prado. No negoció con esas joyas, lo dejó en depósito del legendario instituto y otros destinos conocidos.

Las referencias sobre lo fácil que era robar sin forzar propiedad ajena atrajo a Madrid del desarrollismo a más mercaderes del arte norteamericanos. También, a modistos, artistas y oportunistas que disfrutaban de fiestas en hoteles de lujo. Igualmente, un remozado Palacio de Liria con una joven Cayetana de Alba como eficaz anfitriona fue punto de encuentro para negocios turbios. En 1959 Saint-Laurent impactó con un desfile benéfico que agitó compra-ventas en la concurrencia foránea. España estaba en el mapa, tras la visita –también en 1959- de Ike Eisenhower para implantar bases de EEUU en territorio español a cambio de ceder chatarra bélica.

Una historia inédita hasta que se publicó EL FALSIFICADOR DE FRANCO (Samarcanda, 2023) de quien suscribe es la de Stanley Moss (Nueva York, 1924). Malvivía de docente de inglés en Barcelona a finales de los 40s. Allí conoció al ambicioso José Milicua (1921-2013) cuando sobrevivía como interino de Historia del Arte en la Universidad. Al judío Moss le quedaba pequeña la Ciudad Condal y a Milicua su nómina de docente.

El norteamericano desarrolló su vis de marchante y se afincó a lo grande en Madrid; vivía en una suite del Palace. Su equipo era ‘A’: José A. Llardent (conseguidor), Virginia Guitián (gancho), Astasio Egea (almacenista) y Emilia Casasnovas (secretaria). Una compleja investigación del firmante documentó detenciones y multas millonarias de los 60s al trío Llardent-Milicua-Moss como exportadores ilegales y contrabandistas de cuadros de artistas consagrados (Velázquez, Goya, Mengs, Picasso, Greco…).

La denuncia de una Marquesa en Sevilla a primeros de 1960 detuvo al genial copista Eduardo Olaya (1921-1974) como presunto estafador de un falso Velázquez. Derivó el presunto delito a su marchante, el anticuario Andrés Moro. El cuadro lo ubicó el olfato del inspector de policía José Arias, padre del firmante, en el Palacio del Pardo. Lo había comprado nada menos que Carmen Polo. La Collares creyó una ganga una copia perfecta de Olaya.

Las vergüenzas de la timada, pues no pagó casi nada al Moro, ni éste a su esclavo-copista Olaya, derivó en una ‘doble venganza’. Esta la tapó el franquismo. Por la su trama se interesó hasta INTERPOL. Moss y sus compinches quedaron impunes gracias, indirectamente, a la primera dama del franquismo. El rubor de la estafada merecía silencio sepulcral.

Esta historia que policialmente se tildó como la secreta ‘Operación Sevilla’, sólo publicó un reportaje del valiente cronista Julio Camarero en Pueblo. La censura le quitó la pluma. Pero los BOE donde se repiten multas millonarias contra el trío Llardent-Milicua-Moss evidenciaron que varios edictos evidenciaron que el expolio exportado del arte español quedó intacto.

La operativa de Moss se sabe que maridó obras originales de pintores consagrados con copias geniales de Olaya para hacer caja desde su galería neoyorquina. Su equipo colocó también obra en España a quien pudo, mayormente coleccionistas, museos e inversores.

La osadía de Moss llevó enrollado en un bastón el 20 de enero de 1963 en el vuelo BE-103 Mallorca-Londres un lienzo. Nos referimos al San Jerónimo de Goya. No pagó un céntimo en la aduana, ni declaró –obviamente- la exportación. Atestados policiales, multas del Tribunal de Contrabando y Defraudación (TCD) y edictos del BOE trajeron al pairo a un hebreo sin tasa.

El indicado cuadro de Goya, ya enmarcado ad hoc, se exhibe -desde 1970- en el Norton & Simon Museum de Pasadena-California (EEUU). Sospechamos que en ese nuevo viaje del cuadro desde Londres mediaron millones de dólares tras semanas de incógnitas en la city.

Las hazañas de Moss en España no terminaron hace cincuenta años. En 1993 logra colocar al Museo del Prado cinco lienzos. Los vendió por casi 700 millones de pesetas, y gracias a fondos del Legado Villaescusa. Dos de las obras tienen incógnitas. Una Fábula -atribuida al Greco- se expone al público. No incluye informe de originalidad cuando lo empírico detecta la copia o el plagio sin espacio para la duda. Recordemos que la fecha de compra fue en 1993.

La última cena de Luis Tristán (discípulo del Greco) tiene ‘hoja de ruta’ heterodoxa. Desde 1620, cuando data su elaboración, no hay tenedores/as hasta que llega a manos de Moss el pasado siglo ¿Quién lo tuve hasta entonces?. El misterio no lo aclara el Museo del Prado. Y Greco era lo que mejor copiaba Olaya. Lo dejamos ahí. Preguntas de servidor sólo lograron evasivas y silencios.

¿Luchar el contrabando del Arte?

Además de la complicidad que ilustramos de las autoridades franquistas para expoliar, exportar e incautar el arte tienen casa propia en la propia esposa del dictador. Doña Carmen atesoró joyas y antigüedades sin recato y sin pagarlas en su mayoría. Su biógrafa, Carmen Enríquez, afirma que tuvo en el Pardo un cuarto de 50m2 lleno de joyas y dos salones con cuadros.

Es un misterio donde se ubica lo que compiló en vida una compulsiva y caprichosa Primera Dama que tuvo aires de Reina. Sí sabemos que se acumulan pleitos para devolver el pazo de Meirás, su contenido y hasta esculturas que integraban la catedral de Santiago. Mirar de reojo en la casa se repitió a las ajenas para el círculo y benefactores del General. País!.

Durante la etapa de Franco (1939-1975) el contrabando era perseguido con pasividad. Esa lucha comenzó para proteger, antaño, el monopolio del tabaco de la monarquía. Después, ese mercadeo sumó alcohol, combustibles, arte, animales y bienes. Con el tiempo se gravaron las tasas.

El uniformado y armado Cuerpo de Carabineros estaba en esos empeños. Se creó en 1829 y era temido por los ‘malos’ si se admite ese coloquialismo. Por sus filias republicanas lo integró, en 1940, Franco en la Guardia Civil. La Benemérita estuvo a punto estuvo de disolverla el ferrolano por idénticas filias. Recordemos los casos de coherencia hacia sus Estatutos del General Aranguren y Coronel Escobar. Prueba de ello es la creación de la Policía Armada.

Pues bien, la lucha judicial contra evasores de tributos creó en 1952 el TCD en cada delegación provincial de Hacienda. Sus inspecciones y actas eran replicadas, entre profesionales de tan impropio empeño, por abogados. Estos minimizaban el valor atribuido o invocaban defectos de forma. En cuanto a las obras de arte incautadas la praxis fue multar y ‘dejar pasar’. A veces convenía pagar lo ínfimo sobre la declaración de copia sobre original.

En el caso de Moss y su equipo se usaron varias tretas. Una era que una firma instrumental, World House Inc, importara obras desde los EEUU en nombre de museos o coleccionistas de más copias que originales cuando al final era al revés. Otras veces, el mismo Moss abordaba aviones con equipaje de lienzos enrollados o los mandaba por la aduana hispano-francesa hasta París Londres. Allí reunía más lienzos desde Italia. Moss en Florencia fue el liquidador de la Colección Contini-Bonacosi.

Pero el truco que más escurría multas millonarias por el TCD a Moss y sus compinches era no dejárselas notificar. Aunque residía en el Palace, en la recepción del Hotel tenían tarjetas con señas de su hogar neoyorquino adonde dirigir las multas. Estas debían transformarse en edictos porque Hacienda no tenía jurisdicción más allá del territorio español.

En dependencias policiales, Moss además tenía padrinos. Y el sevillano Moro hasta estatus de confidente que le libraban de males mayores. Otro partícipe de la trama fue Herbert Maier. Al escurridizo alemán le sacaban de multas y atestados policiales su embajada, según parece. Es una especie de Guadiana como tratante de arte español que exportaba a su país natal. La trama de Moss y Maier se calcula que sacó del país cientos, quizá miles de cuadros de artistas españoles y copias que se venderían por originales.

La desaparición del inefectivo TCD fue en 1968. Se crearon entonces los Tribunales Contenciosos. Los archivos del TCD desaparecieron según el catálogo archivístico del Ministerio de Cultura; sólo quedan expedientes en la delegación de Toledo, es decir, hablamos de un valor documental anecdótico, irrelevante.

Si José María Sadia escribía, en el anterior capítulo de este trabajo, de incapacidad del Estado para laminar y/o luchar el expolio del arte español, [tal autor lo califica de autoexpolio] debemos ponderar que lleva toda la razón. A la sabida incapacidad se debe sumar la chapuza del efímero TCD más lo poco que importó esa rapiña al franquismo de autoridades poco celosas de la patria artística que viajó fuera de nuestras fronteras.

La catalogación, registro e inventarios de obras protegidas es el mejor aval para que esa fuga de arte se evite o minimice. El siglo XXI da más garantías que el precedente. Las dos temporadas de la teleserie, de TVE2, Guardianes del Patrimonio, dieron fe que Policía Nacional y Guardia Civil tienen expertos en arte con suficiente olfato para que la hemorragia del arte se detenga de una vez por todas. El detective privado Jorge Colomar conducía los capítulos.

El expolio, resumimos, del arte español durante el franquismo fue suma y sigue de lo que compradores foráneos oficiaron sobre y contra nuestro patrimonio artístico. Si a primeros del siglo XX la piel de toro encontró fértil campo de batalla para que caprichosos millonarios norteamericanos hoy día las cosas cambiaron mucho. Ojalá.

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