Proyecto TLN

Que mi nombre no se pierda en la historia [Julia Conesa]

Desde el mismo 18 de Julio de 1936, familias enteras se dedicaron a pedir información sobre la suerte, o el paradero, de aquellas personas que, por cualquier motivo: trabajo, servicio militar, etc. estaban en el lugar y momento más inconveniente, algo que se repite ante cualquier circunstancia, y más aún ante un Golpe de Estado como el que ejecutó Franco.

Esta circunstancia se puede contrastar fácilmente con miles de personas, aún supervivientes, que nos dicen cómo se formaban verdaderas «colas» ante cuarteles, gobiernos militares, sedes de Falange… preguntando por esos familiares detenidos, fusilados, desaparecidos o simplemente «alistados a la fuerza» al ejército fascista.

La política de olvido de la Transición ha hecho posible que aún hoy (86 años después) miles de familias desconozcan la suerte de sus seres queridos, y no es difícil encontrar a personas que utilizan los diversos foros de debate y web sobre la memoria para preguntar sobre paraderos o circunstancias concretas que conciernen a personas con nombre y apellidos.

Es ésta la primera demanda social que ha cristalizado en el movimiento de Recuperación de la Memoria Histórica: disponer de algún dato sobre la información personal solicitada. En el mejor de los casos se puede llegar a producir un cierto intercambio; pero este método resulta altamente ineficaz y suele generar cierta frustración.

La cuestión de fondo es que, a estas alturas, las Administraciones no han creado los mecanismos necesarios para dar este elemental servicio de información. La búsqueda de información de cualquier persona interesada encuentra múltiples dificultades, en primer lugar, por desconocimientos de los archivos y registros a los que puede dirigir su consulta, y en segundo lugar por la débil estructura que soporta todo lo relacionado con la guerra civil y la represión del franquismo.

La sociedad debe conservar su memoria como patrimonio común y elemento que sirva para el conocimiento y reconocimiento de su identidad colectiva. Desde hace décadas sabemos de las limitaciones de la forma académica de participar en esta tarea. Por el contrario, en la mayoría de las ocasiones se ha convertido en portavoz de los poderosos, olvidando y marginando a los grupos que consideran subalternos. La conservación y, como es nuestro caso recuperación, de la memoria social no es una tarea imposible, ni tan siquiera cara. En gran parte es una cuestión de voluntad y de empeño de algunos recursos. Así lo han demostrado otras iniciativas en las que hemos participado con los objetivos fundamentales de, primero, tomar conciencia de la dimensión colectiva de los procesos de construcción social; y, en segundo lugar, la recuperación de la memoria colectiva perdida u ocultada bajo losas de silencio.

Esta última labor es tanto más urgente, aunque no sólo, respecto a la historia andaluza para el periodo comprendido entre la sublevación del verano de 1936 y el fin del franquismo y la Transición. Todos sabemos que, impulsada por determinados grupos sociales, económicos, culturales y religiosos, se ha ido abriendo paso una corriente, que podríamos denominar «revisionista», utilizando el término puesto en boga en Alemania respecto al nazismo, que difumina la crueldad, vesania y responsabilidad social e individual de los golpistas de 1936 y vencedores de 1939. Cierto es que su argumentación apenas mejora la utilizada por los primeros propagandistas del franquismo. Pero también lo es que, aupados por cuidadas campañas mediáticas, algunos de esos autores están teniendo una gran repercusión pública. Hecho que es tanto más preocupante si tenemos en cuenta que la sociedad española en su conjunto apenas tiene defensas a consecuencia de la política de «amnesia» practicada desde la Transición. Quienes perdieron en 1939 lo fueron nuevamente en 1977: la deuda en cuanto a reconocimiento social y justicia histórica que las instituciones políticas y la sociedad en general tienen con los colectivos represaliados del franquismo, es enorme y necesaria.Tal como argumenta el filósofo Reyes Mate: «Si una injusticia del pasado no ha sido saldada, la memoria proclama la vigencia de esa injusticia».

La memoria es un concepto impreciso, aunque dotado de una gran fuerza de significados y valores. La acción de muchas de las iniciativas llevadas a cabo por quienes formamos parte del movimiento social conocido como de Recuperación de la Memoria debe ser la del re-conocimiento (en el sentido de revisar y actualizar el conocimiento que implica al amplio campo de las ciencias sociales), como de los fundamentos de una sociedad que presenta un fuerte déficit moral y político respecto a su pasado inmediato (reconocimiento en cuanto que gratitud hacia esas personas que sufrieron en silencio). En este sentido adquiere pleno sentido llevar a cabo lo que podría denominarse una «Política de la Memoria» que ponga de manifiesto no sólo las cuestiones relacionadas con dicho déficit, sino con la superación de unos discursos históricos y sociales restrictivos y excluyentes.

Es, por tanto, en una concepción cultural amplia, en la que debemos insertar nuestro interés por la Memoria y para hacer de ella una herramienta valiosa para los objetivos de una acción cultural que tenga en los valores de la memoria un recurso de identidad y de desarrollo social. En este sentido, esta iniciativa pretende incidir, además del riguroso trabajo científico, tanto en el patrimonio, llamémosle «inmaterial», como al «material». Es decir, hay que recuperar la memoria de las personas mayores y también recuperar espacios físicos para la memoria, especialmente aquellos que tienen un valor simbólico o afectivo.

En cualquier caso, la memoria es patrimonio de una sociedad que toma conciencia de sí, de su historia y de su cultura. No debemos olvidar que es, a pesar de su fragilidad, el soporte más importante sobre el que se asienta la cultura en su sentido más amplio. Como registro de los acontecimientos, vivencias, saberes y sentimientos, conforma nuestra personalidad y la manera de entender los procesos vitales, pensamientos y acciones. Por eso, la historia y la memoria ha pretendido siempre ser monopolizada por el poder para utilizarla como factor de legitimación. Nuestra tarea es recuperar y «poner en valor» los testimonios y experiencias que nos sirvan no sólo para reconstruir la «verdad» de los sucesos, sino también para analizar cómo se vivieron determinados acontecimientos.De esta forma también se contribuye a hacer sociedad, hacer ciudadanía, pero para ello es necesario que determinados grupos sociales, en realidad mayorías olvidadas y silenciadas, puedan aportar y recuperar sus conocimientos y vivencias.

Todos los nombres, el título de una novela de José Saramago, quiere servir a reconocer (que su nombre no se pierda en la historia, como pedía una de las 13 rosas) a todas estas personas, pero como paso inicial para ponerles rostro, sentimientos e ideas. Y no puede ser ajeno a ello hacerlo de una forma colectiva y participativa.