Actualización. Carmen Martínez Bruguera. El Ministerio de Cultura premia el neorevisionismo histórico

El Ministerio de Cultura premia el neorevisionismo histórico

Carmen Martínez Brugera, historiadora y socia de La Comuna

11.11.2020

publico.es

El premio Nacional de Historia concedido por el Ministerio de Cultura, ha recaído este año en la figura de Fernando del Rey Reguillo, que hace cuatro días declaraba a El Mundo: “Es una bobada lo del pacto de silencio histórico de la Transición”.

Este premio, que se creó en 1981, ha tenido un recorrido de 40 años pero solo en cuatro ocasiones ha sido galardonado el tema de la guerra civil. De los cuatro historiadores premiados tres de ellos son contrarios a la memoria histórica. Todos de la cuerda de El País/PSOE: Santos Julíá, que en el año 96 declaró que, “estamos saturados de memoria”; Álvarez Junco, que no se cansa de decir que con “la transición comenzó la democracia en España”, olvidándose de la República, y Enrique Moradiellos, que declaró a El Español que “Si odias mucho a Franco, dedícate a estudiar música, porque no sirves para historiador”. Es decir, que no se puede ser historiador y antifranquista.

El jurado compuesto por 16 personas representan las más altas instituciones culturales: los 4 miembros de las diferentes reales academias, el representante de la conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), el representante de las Asociaciones de Periodistas (FAPE), el del CSIF, el de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid, el del Instituto de Investigaciones Feministas de la UCM y, no podía faltar, José Álvarez Junco, por el Ministerio de Cultura y Deporte.

Los más altos dignatarios culturales han decidido conceder el premio de este año a Fernando del Rey Reguillo porque “en los últimos años se ha convertido en uno de los especialistas de la Segunda República española. Y también porque su obra Retaguardia roja [constituye] una aportación innovadora en su metodología, a partir de la microhistoria y sus personajes y en el tratamiento de un tema tan delicado como es la violencia en la guerra civil”. Asimismo, ha destacado que “afronta este conflicto bélico desde una perspectiva ecuánime y equilibrada desligándose en todo momento del debate político. La obra cuenta con un intenso trabajo de investigación y un ejemplar tratamiento de las fuentes”.

Pero veamos que dice su autor: “La atención de los historiadores se ha focalizado en el análisis de la represión desplegada en la zona insurgente y en la dictadura que le tomó el relevo (…) son ya pocos los aspectos de la violencia rebelde y de las políticas punitivas del «Nuevo Estado» que quedan por tocar, aunque el filón se halle lejos de haberse agotado”. Es toda una declaración de principios, no engaña a nadie. Según él hasta ahora solo se ha estudiado la historia de la represión franquista, ya se conocen todos los aspectos, no queda ninguno por tocar… y además es un filón (y ahí deja sembrada la duda sobre la integridad de los historiadores de la memoria histórica).

Y ahora fijémonos en el lenguaje, empezando por el título: Retaguardia Roja. Roja, sin ningún respeto, sin tan siquiera poner comillas. “Roja”, sería lo correcto, si quiere utilizar el lenguaje de los golpistas. A la dictadura franquista le llama Nuevo Estado, a los golpistas, insurgentes y a la represión, violencia. No cabe más ideología en una frase. ¿Se habrán leído el libro los miembros del jurado?

Tampoco le gusta la palabra genocidio porque “conceptos tales como ‘genocidio’, ‘holocausto’ o ‘exterminio’ pueden ayudar a vender muchos libros, pero es preciso no exagerar” (vender muchos libros: otra vez la sospecha del oportunismo de los memorialistas). Para él, el genocidio solo se puede aplicar al caso judío porque fueron asesinados seis millones. Como si el genocidio dependiera de la cantidad y no del objetivo: plan sistemático de exterminio para aniquilar a un colectivo por motivos raciales, religiosos o políticos. Pero, en cambio, sí puede considerarse «persecución» o «exterminio» lo que ocurrió con la población religiosa. Aquí para él, ya no cuenta la cantidad.

El libro se centra en los hechos ocurridos en un pueblo de la provincia de Ciudad Real con el que tiene vínculos familiares, que permaneció en manos republicanas hasta abril de 1939, La Solana. (sin duda aquí está su “aportación innovadora en su metodología, a partir de la microhistoria y sus personajes”, investigar sobre un pueblo, ¡antes nadie lo había hecho¡.

La secuencia de los hechos es similar a lo que ocurrió en aquellos municipios en los que no triunfó el golpe porque no estaba la Guardia Civil y el municipio estaba alejado del frente: se formó un comité de defensa con los vecinos más concienciados en colaboración con el Ayuntamiento, para mantener el orden público, hacer labores de vigilancia con las escopetas de caza y las armas incautadas a los derechistas, a los que en un primer momento se les mantuvo en arresto domiciliario.

Y aquí vuelve a salir su “perspectiva ecuánime y equilibrada” porque, según sus propias palabras “nadie pudo dar un paso en los pueblos sin el consentimiento de las milicias”, a las que acusa de realizar saqueos, abuso de autoridad, asalto a las armerías, cacheos, extorsión económica, etc. Es decirse llama saqueos a requisar a cambio de vales firmados para que los propietarios pudieran recuperarlos, cachear a registrar a los sospechosos, etc. olvidando que los miembros del comité, a los que el autor, llama cabecillas, habían sido nombrados oficialmente por la autoridad republicana y por tanto tenían potestad y legitimidad para hacerlo. Esto debería saberlo Rey Reguillo ya que es un especialista en la Segunda República.

Después, el orden se descontroló y diez vecinos fueron asesinados. Rey Reguillo no explica lo ocurrido, ni siquiera una hipótesis, solo menciona que nueve de los diez derechistas eliminados habían participado en el asalto a la Casa del Pueblo en octubre de 1934 donde murió un socialista. Es decir, que pudo ser una venganza. A lo largo de la guerra setenta y cinco derechistas fueron asesinados, aunque no sabemos cómo ocurrieron los hechos (menudo historiador está hecho). Pudo ser la llegada de los refugiados que contaban aterrados la represión de Badajoz, o el paso de la Columna de la Muerte por las provincias limítrofes, o tal vez el pánico de la población a los bombardeos, o simplemente el odio atrasado contra los caciques que habían preferido dejar en barbecho los campos antes de contratar a los braceros para doblegarlos por el hambre.

Y en cuanto a “un intenso trabajo de investigación” del Rey Reguillo ha consultado fundamentalmente La Causa General (ahí están sus notas) que está en internet y se puede consultar sin moverse de casa. Y en cuanto al “ejemplar tratamiento de las fuentes”, me ha llamado la atención la credibilidad que da a la Causa General, que naturalmente todo historiador que trabaje la guerra tiene que consultar pero que hay que interpretar con cautela, con sentido crítico, sabiendo que era un archivo incriminatorio, un instrumento de propaganda de los vencedores contra los vencidos. Igual ocurre con los consejos de guerra: ni los atestados de las autoridades franquistas ni las “confesiones” de los encausados tienen ninguna validez probatoria.

También abusa de las fuentes hemerográficas, de los titulares sensacionalistas de los periódicos o de los discursos incendiarios de los políticos que, en plena contienda, hablaban de revolución y de la creación de un mundo nuevo. Cualquiera que conozca un poco la historia sabe que estos discursos se hacían para animar a la resistencia o que Largo Caballero era conocido por su retórica izquierdista o sus excesos verbales, pero nunca pasó de ahí. La intención de del Rey Reguillo no es otra que transmitir el caos.

Fernando del Rey es catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid. Forma parte de la nueva hornada de revisionistas históricos que vienen a reemplazar a los Moas, Vidal o al cura falangista Ángel D. Martin Rubio. Son más sutiles, no niegan el golpe militar ni lo retrotraen a octubre del 34 con el que responsabilizaban a los socialistas.

Los neorevisionistas simplemente dicen que “los dos bandos” eran iguales, aunque el de Franco mataba más. Hablan de guerra civil y fratricida, de la ola de sangre que despertó, no explican la lucha de clases por motivos estructurales: la propiedad de la tierra o las desigualdades sociales. Ridiculizan a los técnicos e ingenieros de la reforma agraria, que se planteó para paliar las consecuencias del paro forzoso, principal factor de desestabilización sociopolítica; hablan de intervencionismo gubernamental en las relaciones laborales por la aprobación de las nuevas bases de trabajo que impulsó Largo Caballero y que tanto contribuyeron a mejorar las condiciones laborales de los trabajadores y trabajadoras.

Exageran los desórdenes ocurridos durante la República. Da igual que el profesor Eduardo González Calleja haya acreditado que el número de muertos durante el Gobierno republicano fue de 2.629 de los que 1.457 corresponden a octubre de 1934, o que durante los cinco meses del Frente Popular murieron 428 personas, el 60% de ellas de izquierdas, el 15%  de derechas y el 10% policías y militares. Para ellos la República abrió las puertas a la guerra.

Esta promoción de los “revisionistas blandos” ha supuesto la oportunidad de trivializar cuando no de negar la realidad del pasado. El objetivo es actualizar el ideario franquista con un estilo fácil y accesible al alcance de todos y denostar a la Republica y a los republicanos a los que acusan de intransigentes. Hacen una lectura retrospectiva del periodo republicano que inevitablemente conducía a la guerra civil.

En este grupo se encuentran Manuel Álvarez Tardío, catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid; Fernando Sánchez Marrollo, de la Universidad de Extremadura, José María Marco, profesor de la Universidad Pontificia de Comillas y consejero asesor de las FAES, Luis E. Togores, de la San Pablo, y biógrafo de Yagüe. Y desde la Universidad de Edimburgo tenemos al historiador británico de origen hispánico, Julius Ruiz, autor de una obra con un título parecido al de Fernando del Rey, El terror rojo, todo un éxito mediático. Todos ellos, profesores de Universidad, cuentan con el aval de la Academia.

Parece que volviéramos a los tiempos en el que los franquistas eran los dueños de la Universidad y ahora sin complejos se atreven a decir que sobre la represión franquista queda poco por investigar y ahora le toca a “la otra memoria”. Mientras no se abran todos los archivos militares, policiales, diplomáticos y personales como los de Franco o Mola, no se puede decir que se han agotado todas las fuentes. Mientras los crímenes del franquismo no sean juzgados, mientras las recomendaciones de la ONU no sean atendidas, mientras la querella Argentina siga varada en un mar burocrático, se mantendrá el modelo de impunidad español porque, y tomo la cita de Francisco Espinosa, mi historiador de cabecera, “tenía razón Elizabeth Jelin, especialista argentina en derechos humanos, cuando afirmó que la justicia es la parte más sólida de la memoria”.

El premio de 20.000€ de dinero público concedido a Rey Reguillo es absolutamente inmerecido. Su libro no aporta nada a la historiografía de la guerra que no se conociera ya en 1940, año de la Causa General, ni tampoco las citas de La Historia de la Cruzada Española de Joaquín Arrarás, escrito en el año 1943. Ni siquiera es correcta la cifra de 60.000 víctimas de la violencia en zona republicana. Él sabe muy bien que la cifra correcta es menos de 50.000 y sigue bajando a medida que se van corrigiendo las duplicidades, frente a las víctimas de la dictadura franquista que son más de 130.000 y aún hay zonas sin investigar.

Los nombres de los “caídos” de La Solana son bien conocidos por los solaneros, han estado escritas en la cruz del cementerio, durante cuarenta años y año tras año se les ha hecho una ofrenda floral en medio de un ritual místico patriótico, entre cánticos y banderas, en la parroquia se celebraba el tedeum y los maestros llevaban en formación a sus alumnos, algunos vestidos con la camisa azul de falange.

El Ministerio de Cultura premia el neorrevisionismo histórico

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«Retaguardia roja» de Fernando del Rey, Premio Nacional de Historia 2020

 

En febrero y marzo de este año se debatió ampliamente en el blog el libro “Retaguardia roja” (Galaxia Gutenberg) que ayer fue galardonado con el Premio Nacional de Historia del que da cuenta Tereixa Constenla. Esta es una oportunidad también para conocer o recordar los argumentos  expuestos en las cuatro publicaciones en las que intervino el autor junto con Jose Luis Martín Ramos y Ángel Luis López Villaverde que figuran abajo en «Artículos relacionados». Martín Ramos opina, por ejemplo, que «Del Rey interpreta la movilización social como coacción, un prejuicio que le impide analizar e interpretar adecuadamente la historia social (…) No fue el supuesto ambiente violento de los revolucionarios el que generó la violencia, fueron los golpistas y el ambiente que ellos fueron creando desde la noche del 16 de febrero». Por su parte López Villaverde -que resume las tres aportaciones anteriores-  cree, entre otras cosas, que el autor «incurre en una suerte de equiparación en los planes exterminadores de ambos bandos (…) Se trata de una equidistancia controvertida, que ya realizó en obras anteriores, que algún colega ha tildado de “equiviolencia”, un reparto de culpabilidades, como si todos fueron igual de salvajes». Y concluye: «su línea interpretativa no resulta especialmente convincente. Más que cerrar el tema, abre el debate». Esta es una de las virtudes del libro. Conversación sobre la Historia.

«Retaguardia roja» de Fernando del Rey, Premio Nacional de Historia 2020

Tereixa Constenla

Se necesitó casi un cuarto de siglo para que los premios nacionales de Historia se acordasen de la Guerra Civil. Hasta que Santos Juliá publicó Historias de las dos Españas, el gran trauma español del siglo XX no existió para los galardones oficiales, más interesados en otros días gloriosos. Parece que en las últimas décadas se trata de compensar el olvido. Retaguardia roja, el libro que resume la investigación de Fernando del Rey sobre la violencia en Ciudad Real tras el golpe de estado de 1936, ha recibido hoy el Premio Nacional de Historia de España de 2020, el cuarto ensayo sobre la contienda que lo obtiene tras los de Santos Juliá en 2005, José Ángel Sánchez Asiaín en 2013 (La financiación de la Guerra Civil española) y Enrique Moradiellos en 2017 (Historia mínima de la Guerra Civil española).

La obra premiada no fue de fácil elaboración. Su autor comenzó a hurgar en aquellos episodios de violencia a principios de los años noventa, casi de forma periodística o detectivesca. “Empecé aquellas investigaciones por curiosidad, porque soy de la zona, y en aquellos años todavía se podía entrevistar a muchos hijos de las víctimas. Mi libro tiene mucho de homenaje a todos ellos», cuenta en una entrevista por teléfono, horas después de anunciarse el galardón. A partir de 2002, el historiador se lo planteó ya con un enfoque más exhaustivo. Parte de su trabajo se volcó en el libro Paisanos en lucha, editado en 2008, centrado en los años de la Segunda República, al que da continuidad Retaguardia roja, publicado por Galaxia Gutenberg en noviembre de 2019. “Intenté escribir sobre un tema tan puñetero no tratando de juzgar, sino de comprender», explicó.

El jurado valoró su obra “por constituir una aportación innovadora en su metodología, a partir de la microhistoria y sus personajes y en el tratamiento de un tema tan delicado como es la violencia en la Guerra Civil, que afronta desde una perspectiva ecuánime y equilibrada desligándose en todo momento del debate político. La obra cuenta con un intenso trabajo de investigación y un ejemplar tratamiento de las fuentes”.

A partir del estudio de 2.500 personas, el especialista analiza la operación de “limpieza selectiva” que se pone en marcha desde julio de 1936. Superadas las dos semanas iniciales de “violencia caliente y descontrolada”, comienza a desplegarse “una violencia coordinada, organizada y fría”. En todo ello influye un contexto internacional con la democracia en retroceso y la imposición de una cultura política de las minorías radicales, a derecha e izquierda: “Sin una guerra los brutos no se imponen”. También la mochila de odio de los años previos: “Da pie a que los vecinos se maten entre sí”.

Cuando salió el libro había un contexto revuelto alrededor del pasado reciente porque se acababan de exhumar los restos de Franco del Valle de los Caídos. Ahora, incluso en esta anomalía pandémica, se ha abierto otro debate a cuenta de la decisión del Ayuntamiento de Madrid de retirar del callejero las menciones a los socialistas Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto. “Es un desastre, no se pueden mandar esos mensajes que están simplificando la historia de forma brutal”, opina Del Rey, catedrático de Historia del Pensamiento y los Movimientos Sociales de la Universidad Complutense de Madrid. Aclarado que “somos una sociedad democrática madura”, el historiador también rebaja el asunto: “No somos tan excepcionales en estos debates, ocurre en EE UU con la Guerra de Secesión, en Francia con el régimen de Vichy o en Alemania con el nazismo”.

Sin embargo, su ensayo no levantó controversias: “Si un franquista lee mi libro, saldrá enfadado. Esta no es una historia del terror rojo, ni la historia de buenos y malos que vendió la dictadura”. En apenas tres meses se vendieron 4000 ejemplares, una cifra contundente en un ensayo histórico. Galaxia Gutenberg prepara la cuarta edición, que saldrá con los comentarios de Santos Juliá, maestro de Fernando del Rey y fallecido un mes antes de la publicación de la obra. “Los historiadores debemos implicarnos en vender un producto serio y en vender sosiego, huyendo del maniqueísmo y de las visiones esquemáticas. Se trata de hacer bien nuestro trabajo de búsqueda de la verdad”, esgrime.

Del Rey es experto en historia política de España y Europa en el período 1870-1945, con especial interés por la violencia política en el período de entreguerras. Ha escrito títulos como Propietarios y patronos (1992), La defensa armada contra la revolución (1995) y Paisanos en la lucha (2008).

En una entrevista con EL PAÍS, tras la publicación de Retaguardia roja, señalaba que tuvo muchas dudas sobre si contar esas terribles historias o no. Pero al final lo hizo, con los nombres y apellidos de las personas involucradas en escabechinas, algunas con torturas incluidas, y en persecuciones sistemáticas organizadas. Del Rey defiende que esa es su obligación como historiador y que así hace “un bien a la ciudadanía democrática

Al historiador, la idea de las dos Españas enfrentadas no le funciona. Pero la idea de la tercera España, esa liberal representada por figuras como la política Clara Campoamor o el escritor Manuel Chaves Nogales, también se le queda corta. “Creo que la mayoría de la población lo que quería era simplemente sobrevivir. Esa es la cuarta España. Al final te das cuenta de que, a pesar de ser una época híperpolitizada, son los bestias, esas minorías radicalizadas y audaces las que llevaron a este país al desastre», aseguraba en la entrevista con este diario.

El premio, concedido por el Ministerio de Cultura y Deporte, está dotado con 20.000 euros. El jurado ha estado presidido por María José Gálvez Salvador, directora general del Libro y Fomento de la Lectura y como vicepresidenta Begoña Cerro Prada, subdirectora de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras Españolas. Han formado parte Carmen Sanz Ayán, por la Real Academia de la Historia; José Luis Yuste Grijalba, por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando; Adela Cortina Orts, por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas; Carlos Pérez Fernández-Turégano, por la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación; Francisco Beltrán Lloris, por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE); Emilio Oliva Ordóñez, por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE); Fernando García Sanz, por el Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC); Carlos Forcadell Álvarez, por la Asociación de Historia Contemporánea (AHC) de la Universidad Autónoma de Madrid; Ricardo Martín de la Guardia, por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (CEPC); Gloria Nielfa Cristóbal, por el Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid; José Álvarez Junco, por el Ministerio de Cultura y Deporte; y Ana María Caballé Masforroll, autora galardonada en la convocatoria de 2019.

FuenteEl País, 5 de noviembre de 2020

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