Asturias. La memoria desenterrada

Los equipos coordinados por Francisco Etxeberria hallan indicios de los restos buscados en las fosas comunes de Bañugues y Agones

PABLO A. MARÍN ESTRADA | 21-5-2017

Somos nosotros los que olvidamos, la tierra no olvida», lo dice un vecino de Bañugues que se ha acercado hasta el cementerio parroquial para asistir a las labores de excavación de la fosa común en la que ayer un equipo de expertos dirigidos por el forense Francisco Etxeberria y una veintena de voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica buscaban los restos de tres mujeres asesinadas en junio de 1938 por un escuadrón de falangistas y arrojadas desde el Cabo Peñas, junto a otras diez personas.

El hombre que ha pronunciado la frase sonríe con timidez al ver que algunos de los presentes nos hemos vuelto para seguir escuchándole y declina dar su nombre: «No tiene importancia –se excusa– y esto que acabo de decir lo oí muchas veces en casa». Él también tiene una historia que contar de muertos que no descansan en ninguna tumba bajo su nombre, pero ahora señala hacia la cruz de piedra que recuerda desde hace ochenta años una parcela del cementerio conocida como ‘La Fosa de les Candases’. Es el punto de referencia que ha tomado el equipo de Etxeberria para iniciar la búsqueda a las nueve de la mañana. A la misma hora otro equipo comenzaba la excavación de otra fosa en un bosque de la carretera entre Agones y Villafría, en Pravia, para tratar de localizar los cuerpos de los hermanos Manuel y Ángel Fernández, asesinados en la Nochebuena de 1937.

En Bañugues y en Agones la tierra que no olvida era la esperanza de los familiares de las víctimas que seguían los trabajos de los dos equipos. Después de décadas de silencio y dolor mascados amargamente entre los suyos la tierra abría sus labios para hablar en nombre de todos los muertos que aún no descansan en un lugar digno bajo su propio nombre. El profesor Etxeberria lo expresaba en voz alta sobre ‘La Fosa de les Candases’: «Durante mucho tiempo este asunto se ha querido reducir al ámbito de lo privado y lo íntimo, por eso es necesario que hoy sea un asunto público y que en él se impliquen todas las administraciones». La colaboración de los ayuntamientos de Gozón, Carreño y Pravia en la exhumación promovida por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) era puesta de ejemplo de esta implicación necesaria de las administraciones. En Agones, el propio regidor praviano, el socialista David Álvarez, participaba en la tarde de ayer en los trabajos con traje de faena y una azada, como un voluntario más.

En el cementerio de Bañugues la tierra comenzó a recordar pasado el mediodía. El esqueleto de un individuo varón no relacionado con los restos que se buscaban sirvió de guía para seguir buscando en un lateral los cuerpos de las tres mujeres enterradas allí, según la información manejada por la ARMH. A última hora de la tarde en un nuevo hueco excavado aparecía una parte de un féretro de madera que podría corresponderse con el que podría contener los restos buscados. Las labores se interrumpieron en ese punto para continuarlas hoy.

En el otro lugar de búsqueda, el equipo de la fosa de Agones excavó durante horas sin éxito y sobre las siete de la tarde, cuando el desánimo ya empezaba a manifestarse en algunos de los voluntarios y de los familiares presentes, el descubrimiento de una cavidad bajo una pared de rocas dejó al aire un fémur y varios huesos. Los expertos del equipo de Etxeberria coligieron pronto por la posición en la que se encontraba el hallazgo y los restos aún por exhumar que tenía todas las probabilidades de ser la fosa de dos cuerpos. En el momento de la aparición de los restos se hallaban presentes Jesús y Ángel Fernández, hijos de Manuel y sobrinos de Ángel, las dos personas asesinadas en la carretera próxima el 24 de diciembre de 1937. Ambos habían estado siguiendo los trabajos desde primeras horas de la mañana y no podían ocultar su emoción.

Momentos antes del hallazgo habían expresado su deseo de trasladar los restos, si finalmente aparecían, a los nichos familiares del cementerio de Agones. Cerca de ellos, José Manuel Álvarez, hijo de Celestino Álvarez, la persona que, siendo apenas un chaval de catorce años, había visto los cuerpos semienterrados allí, tras su asesinato, y los había terminado de cubrir con tierra y piedras, señalando el lugar. Su testimonio y la marca de piedras que dejó fueron cruciales para la localización exacta de la fosa. En el tronco de un árbol cercano la familia de estos dos hermanos colocó durante años ramos de flores. El árbol servía también de referencia para señalar el lugar de la fosa, que ahora la excavación ha situado unos metros a su izquierda, probablemente por los movimientos del terreno producidos durante ocho décadas. Tenía razón el desconocido de Bañugues: la tierra no olvida.

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